En Mujeres y poder, libro
indispensable por su contundencia y claridad, la historiadora británica Mary
Beard sostiene que si no se acepta a las mujeres dentro de las estructuras de
poder, entonces lo que hay que redefinir es el propio poder.
Es sabido que las mujeres, al hacer públicas nuestras voces, nos
transformamos de inmediato en un blanco fácil de agresiones sexistas. Se meten
con nuestro cuerpo, nuestro aspecto, nuestra presunta emocionalidad o
temperamento. En cuestión de segundos nuestras potencias se transforman en
debilidades.
Ridiculizar un discurso llevado adelante por una mujer, reducirlo a la
parodia o suponer que detrás de nuestra inteligencia o creatividad hay
influencia directa de otras personas, son formas de invalidar nuestras voces.
Como todo el mundo sabe, Greta Thunberg tiene 16 años, es activista
medioambiental, y hace algunas semanas fue noticia mundial por su intervención
en la Cumbre Climática de la ONU. Rotunda y directa, interpeló y acusó a los
líderes mundiales de traicionar a los jóvenes con su inacción frente al cambio
climático:
“Han robado
mis sueños y mi niñez con sus palabras huecas (…) Estamos en el comienzo de una
extinción masiva, y de lo único que ustedes pueden hablar es de dinero y de
cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven?”.
Greta está comprometida con una causa y es coherente con las ideas que
profesa. Inspira a miles de jóvenes que, como ella, tienen la mirada puesta en
el futuro. Jóvenes que piensan un mundo mejor y cuestionan el estado actual de
las cosas, pero por sobre todo enfrentan el poder tal como está estructurado. Y
ya sabemos que todo lo que cuestiona el poder aterra a quienes lo detentan.
Quizá por eso más de un intelectual grandulón francés hizo el ridículo públicamente
escribiendo artículos prejuiciosos o haciéndose los graciosos en las redes
sociales. Por otra parte, tenemos los lamentables tuits de Donald Trump al
respecto.
“Los haters me critican por mi
aspecto, mi ropa, mi comportamiento y mis diferencias. Se les ocurren todas las
mentiras imaginables y teorías conspirativas”, prosigue
Greta.
Los “odiadores” la descalificaron de muchas maneras, y en todas ellas
no hacen otra cosa que intentar debilitar su discurso. Transformar sus
potencias es caprichos neuróticos. Se metieron con su aspecto físico, con su
condición de Asperger. La tildaron de perturbada y violenta. Dijeron que la
explotaban sus padres y organizaciones ecologistas. En fin, una historia
lamentablemente previsible.
“Honestamente no entiendo por qué
los adultos elegirían pasar su tiempo burlándose y amenazando a adolescentes y
niños por promover la ciencia, cuando podrían hacer algo bueno en su lugar.
Supongo que simplemente deben sentirse muy amenazados por nosotros”.
Observo una lucidez en las nuevas generaciones que me llena de
esperanza. Tienen más claro el propio poder. Apuestan a las propias potencias.
Creen, hacen valer el trabajo colectivo como fuerza transformadora. Y si bien es
cierto que están cambiando algunos paradigmas y que eso es gracias a un trabajo
histórico que no empezó ayer, es muy gratificante comenzar a ver sus frutos en
mujeres jóvenes que, como Greta, tienen tan incorporado lo que plantea Mary
Beard:
“No es fácil
hacer encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada
como masculina: lo que hay que hacer es cambiar la estructura”.