Por Moira Soto
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Retrato de Hipatia por Rafael Sanzio, 1510 |
La
célebre alejandrina Hipatia -matemática, astrónoma, filósofa entre los siglos
III y IV de nuestra era– tiene su película, una recomendable superproducción
realizada hace 10 años por Alejandro Amenábar, con una intérprete convincente: Rachel
Weisz. Ágora narra con suficiente
rigor histórico los últimos años de esta mujer cruelmente asesinada en 415, a
los 45, que pudo desarrollar y demostrar su gran talento para las ciencias
gracias a que había recibido una esmeradísima educación por parte de Teon, su
permisivo padre, destacado astrónomo y geómetra.
Claro
que esta realización de 50 millones de euros dirigida al gran público se
permite algunas licencias inevitables, ya que la data sobre Hipatia, por causa
de la época en que vivió y las circunstancias de su muerte, presenta algunos
baches, amén de relativa precisión en las fechas. Pero el film nunca traiciona
ni la conducta ni el pensamiento de aquella alejandrina que al parecer reunía
todos los dones: brillante inteligencia, carisma, belleza. Se trasluce una
investigación minuciosa detrás del guión, del propio director y del coguionista
Mateo Gil, para dar cuenta de parte de la historia de Hipatia, también de la
sociedad en la que vivía, donde la esclavitud era tomada con naturalidad y las
mujeres estaban guardadas en su casa. A través de la narración fílmica, se
percibe el avance imparable del cristianismo después de la victoria del
converso emperador Constantino, el exterminio de paganos y herejes cuya cultura
se intenta suprimir, el antisemitismo creciente. En este sentido, Ágora no solo adopta un claro punto de
vista feminista para trazar el retrato de Hipatia –una conmovedora
interpretación de Rachel Weisz–, sino que se manda de lleno a denunciar el
fundamentalismo y la intolerancia de la misma Iglesia que apadrinaría, unos
siglos después, las Cruzadas y la Inquisición, apartándose años luz de las
enseñanzas caritativas de Jesucristo para acaparar poder político y económico
hasta nuestros días.
En
una de las instancias más dramáticas de la película, se asiste al saqueo y
destrucción por parte de la exaltada turba cristiana, de la Pequeña Biblioteca
de Alejandría (también llamada Biblioteca-Hija), considerada el último reducto
de las ciencias paganas poseedora de cientos de miles de valiosos rollos de
papiro, inmenso tesoro cultural perdido para siempre en 391. La Gran Biblioteca
de Alejandría, fundada en el III antes de Cristo, por Tolomeo, ya no existía en
tiempos de Hipatia: según la versión más aceptada por los estudiosos, pudo
haber sido incendiada por los legionarios de Julio César en el 48 AC y no siglos antes por el califa Omar, como
sostuvo largo tiempo el mito (que inspiró al mismísimo Borges, quien lo cita en
su poema Alejandría, 641 A.D.: “aquel
que sojuzgó a los persas y que impone el Islam sobre la tierra”).
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Rachel Weisz en Ágora |
La
Pequeña Biblioteca donde dictaba cátedra Hipatia –irónicamente, solo a
estudiantes varones– reemplazó a la Grande a partir del siglo I AC y funcionaba
en el Serapeum, templo consagrado a Serapio, divinidad egipcia que fusionaba a
Osiris y Apis, identificada con Dionisos. Esta institución era muy recelada por
los cristianos seguidores del arzobispo Cirilo, quien la consideraba un antro
de infieles, un peligroso baluarte de las ciencias paganas. Allí era donde
Hipatia enseñaba filosofía neoplatónica, astronomía y matemática. Allí fue
donde, según sostiene la leyenda, ella –que había decidido no casarse para
preservar su libertad de estudiar y enseñar– trató de ahuyentar a un alumno
enamorado entregándole un atadito de paños manchados de sangre menstrual
(anécdota que recupera Ágora). En
este espacio notablemente reconstruido mediante decorados reales (solo
extendidos digitalmente en algunas escenas), un movimiento de la cámara muestra
la biblioteca como el corazón de esa ciudad todavía marcada por la cultura
helenística, antes de que el poder religioso sumado al político actuara para
borrar el pasado, aplastando el politeísmo pagano en favor del monoteísmo que
implantaba la autodenominada única religión verdadera. Verdaderamente
misógina...
Hipatia,
más brillante que su padre, según testimonios que dejaron escritos sus
discípulos, en una época en que las ciencias y la filosofía se confundían en la
búsqueda de una misma verdad, enseñaba la obra de Platón y Aristóteles, la
aritmética de Diofanto y las secciones cónicas de Apolonio, y avanzó en la
comprensión del cosmos rehabilitando el modelo heliocéntrico de Aristarco de
Samos. Se cree que un comentario sobre las Tablas de Ptolomeo que se conoció
bajo la firma de Teon, en verdad le pertenece a ella. La furia dogmática de Cirilo,
luego nombrado doctor de la Iglesia y canonizado, atizó a sus seguidores, que
un día aciago de 415 o 416 de la llamada era cristiana, la apresaron en la
calle y la lincharon de manera atroz, arrastrándola sobre las piedras mientras
se desollaba viva. Cirilo no le perdonaba a Hipatia ni su condición de mujer,
ni su influencia sobre algunos hombres importantes como el prefecto Orestes, ni
sus creencias diferentes.