En 1970, bajo la dirección amorosa de la escritora Beatriz Ferro,
la editorial argentina Arístides Quillet publicó El Quillet de los niños, una enciclopedia en seis tomos de gran
formato y a todo color, cuyo motor narrativo eran la curiosidad permanente y la
complicidad con el lector. Con una prosa plena de poesía, indiscutible rigor en
los datos y gran despliegue de imágenes, El
Quillet… invitaba a vivir la gran aventura del conocimiento tomando como
objeto de investigación la cultura universal.
Astronomía, geología, botánica, anatomía,
tecnología, física, historia, historia del arte, mitos y leyendas, ilusiones
ópticas, la Edad Media, los animales fantásticos, Roma Antigua, Grecia y los
griegos, átomos y partículas, y muchos temas más son presentados a los chicos en
páginas cuidadosamente diseñadas, con ilustraciones de lujo y el encanto de una
voz que irradia sorpresa y complicidad, que en su entusiasmo contagia las ganas de saber y conocer más. Cuidadosamente y
sin automatismos, Ferro despliega en cada una de las entradas de esta
enciclopedia una mirada preguntona, lúdica, plena de humor inteligente, que se
juega en giros poéticos y también coloquiales, definiciones amables y palabras
compinches, para generar un lazo de entrañable afecto con el lector.
Pero no solo de saberes vive la enciclopedia:
el Quillet también trae muchos juegos,
propuestas de actividades, invitaciones a la observación del mundo tangible:
todo está por ser descubierto. ¿Quién dijo que aprender o estudiar eran
actividades aburridas?
Y por el lado de la gráfica, El Quillet de los niños resulta
imbatible: el equipo de ilustradores estaba compuesto por Ayax Barnes, Oski y
Alberto Breccia, tres geniales artistas que dieron color, tonos y miradas personalísimas
al conjunto de saberes e ideas que vibra en estas páginas. Decir que ellos
ilustraron es quedarse en poco: en el Quillet
la imagen explica, narra, parodia, ofrece detalles y despliega, a la vez, su
propia poesía. Más aún cuando encontramos en la puesta en página la mano
experta y sabia del “Negro” Oscar Díaz, que estaba a cargo del diseño. Entonces
cada porción de texto, cada tipografía, los distintos blancos, la sucesión de
ritmos – del contar, del callar, del decir, del ilustrar – van tomando una
forma particular, como la partitura de una música que acompaña el feliz ingreso
a un mundo novedoso y excitante. El mundo del conocimiento.
Pasen y vean, damiselas de hoy y de siempre.
La experiencia es vital. El Quillet
invita.
La
enciclopedia que es el mundo que es la enciclopedia y así…
En el texto de presentación de El Quillet de los niños se lee: “Esta
enciclopedia te muestra todas las cosas: las que están muy cerca, las muy
lejanas y las que están dentro de nosotros. Te cuenta cómo son porque sabe
meterse dentro de ellas, explicar como un explorador y hace descubrimientos”.
En el mismo texto, la autora dice que “estos libros te dan llaves para que abras
puertas y descubras secretos (…) Podemos darles nombres a algunas de esas
llaves, o claves. Una podría llamarse: intriga. Otra: ganas de saber más. Otra:
ojo penetrante, bueno para observar y encontrar sorpresa en lo que parece más
común y silvestre. Otra: aventurarse a preguntar y parar hasta haber encontrado
la respuesta. Preguntar a los padres, a los maestros y a otros libros”.
En este gesto inaugural, El Quillet establece un pacto con el lector, con un tipo de lector:
el curioso, activo, indagador que podrá ir de libro en libro –de pregunta en
pregunta– llevado por el hilo de su propia curiosidad. La enciclopedia se planta
en un lugar de apertura y modestia. Desde ese lugar propone a los niños (apelación
que hace desde su propio título) buscar
más, construir su propio camino lector. En esta misma operación esquiva el
gesto erudito; cada artículo, cada propuesta, pone de relevancia el
descubrimiento maravilloso de observar y conocer. Así, el Quillet hace su gran apuesta a los intereses personalísimos de cada
lector, que irá armando su recorrido por la Biblioteca, es decir, por el
Universo.
Lejos de las enciclopedias formales, lejos de definiciones
pretendidamente neutras y sin orden alfabético –ningún orden prefijado en
realidad-, el Quillet propone un camino
azaroso (o casi) donde valen las asociaciones libres de temas e imágenes, un
modo de habilitar al lector a sentirse dueño de sus elecciones (dentro y fuera
de la enciclopedia). Porque si bien hay cierto orden cronológico en algunos
temas de la Historia (las noticias sobre la Edad de Piedra preceden a las de sociedades
más modernas), también hay un ejercicio de enorme libertad que permite hilvanar
notas sobre tecnología y comunicaciones –cómo funciona la televisión, por
ejemplo, cómo se hace un periódico – con poemas y leyendas, o una sucesión de
dobles páginas con información sobre la anatomía humana seguida de un catálogo
de los pájaros de América, o la presentación del ojo humano y el ojo animal
seguida de noticias sobre la fotografía, los orígenes del payaso, La Edad Media
y los animales fantásticos. De aquí y de allá y hacia el azar del mundo, pero siempre
alimentando el motor inquisitivo del lector y su disfrute, sin encasillar
temas, sino al contrario, abriendo relaciones.
“Esta enciclopedia también te presenta a las
personas que vivieron hace mucho tiempo; algunos con sus nombres y apellidos,
otros no, pero eso no importa: es como si los conociéramos, porque ellos forman
parte, como nosotros de una familia más grande que se llama Familia Humana”,
sigue diciendo el prólogo. “Hace miles de años, muchos de esos hombres,
hicieron cosas extraordinarias: por ejemplo, cuando ni una sola llama alumbraba
la Tierra, descubrieron el fuego, que hoy vemos brillar. Aprendieron a pensar. Inventaron
las palabras, estas mismas que ahora sirven para que conversemos nosotros. Lo
lindo de las enciclopedias es que no terminan completamente en la última
página. Los niños, cuando crecen, agregan otras páginas con fotografías y
dibujos de cosas que se formaron y crecieron con ellos, con los cuentos y
versos que, un día, alguien escribirá. Y tampoco terminan entonces, porque los
hijos de esos chicos siguen escribiéndolas”.
De palabra en palabra, de generación en
generación, de tema en tema: el proyecto de El Quillet es claro desde sus primeras páginas: incitar a los
lectores, encender la mecha para que surja el fuego de querer saber y que se pase
esa antorcha, de padres a hijos, el fuego sagrado del conocimiento.
Buscando
a Beatriz
Beatriz Ferro vivió en Buenos Aires y murió en
2014. Fue una prolífica autora de literatura infantil. También fue artista
plástica y editora. En realidad, su formación
y su pasión vienen de la plástica. “En los primeros tiempos, urdir
historias era un poco más que un pasatiempo que alimentaba mis flacos bolsillos
con lo necesario para surtirme de óleos, témperas, blocks de dibujo, libros de
arte y de los otros, y de todo lo relacionado con mis reales intereses: las
artes plásticas, las artesanías, el diseño, y la arquitectura, con la que tuve
un roce fugaz. También para gozar de un precioso tiempo libre en el que
cumplíamos con la obligación de reformular el universo a partir de su recorte
enmarcado por la ventana de un café”, cuenta en una entrevista realizada por Graciela
Perriconi y publicada en la revista Imaginaria.
![]() |
Beatriz Ferro |
Desde esta mirada pictórica, Ferro planteaba
sus libros, sus relatos, el Quillet,
la literatura infantil. Primero imaginaba el boceto, los esquemas, hacía borradores
de colores en los que la imagen y el texto urdían su trama particular; después venían
los libros.
Sus primeras publicaciones fueron en los pequeños
Bolsillitos, de Editorial Abril, libros de 10 x 14 cm ilustrados y escritos por
autores como Héctor Oesterheld, Nora
Smolensk y Martha Giménez Pastor. (Se recomienda visita al grupo de fans de Bolsillitos en el
Face: Lectores de Biblioteca Bolsillitos.
Una experiencia).
Esta colección estaba dirigida por Boris
Spivacow, fundador
del Centro Editor de América Latina, donde Beatriz fue la editora de cuentos de
Polidoro, más de cien títulos de clásicos reversionados y otros cuentos de
autores contemporáneos escritos para chicos inteligentes, intrépidos, con
extraordinarias ilustraciones (Imperdible mirada a los cuentos de Polidoro en http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/documentos/EL005070.pdf
).
Beatriz Ferro también fue editora de Los
Cazacosas, otra colección de cuentos para chicos en Editorial Estrada y más
tarde fue encargada del Departamento de libros para chicos y jóvenes de EUDEBA.
También fue la autora de ¡Arriba el
telón!, una colección de adaptaciones para chicos de obras de teatro y
óperas clásicas como La flauta mágica,
de Mozart, Macbeth, Noche de reyes y Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare), Coppelia, de Delibes, El lago de los cisnes, de Tchaikovsky, El caballero de la rosa, de Strauss, El holandés errante, de Wagner, y la
versión operística de Fausto, de
Goethe, entre otras. Y además fue autora
de libros de lectura para la escuela (Un
libro juntos, para cuarto grado) y otras propuestas que incluían el juego,
como El tapado enfermo, un libro “para
jugar al teatro”, según palabras de la autora.
En sus propias historias (Las locas ganas de imaginar, El
usurpador de la luna llena, entre otras) o en el relato de historias
clásicas, míticas o de otros autores, Beatriz Ferro sostuvo y profundizó esa
voz amena superdescontracturada, siempre cercana. Así empieza, por ejemplo, Una visita a los gigantes (Lugar editorial), la versión de una
leyenda de la mitología nórdica: “Digan lo que digan, si uno está un poco
distraído es fácil que confunda a un dios con un gigante. Dioses nórdicos, se
entiende. Y gigantes de por ahí. Unos y otros, en una comidita cualquiera,
empiezan por servirse dos bueyes enteros, siguen con docenas de salmones
asados, beben barriles de hidromiel y antes de levantarse de la mesa pide:
¡Otra vuelta, copero!” El tono cómplice, el humor sutil que invita a pensar, y
cierto matiz desprejuiciado -de desacato también- con respecto a eso que se
dice, como si la propia escritora comentara “no nos tomemos todo esto tan en
serio”, son rasgos que se pueden observar en cada uno de sus textos.
En el año 2000, cuando Página 12 reeditó su
colección de fábulas -un compilado de fábulas del mundo, que se encuentran hoy bajo el sello de Lugar
editorial-, Ángela Pradelli entrevistó a Ferro. En esta charla, la autora dijo:
“… las leyendas permanecen allí, como un buen paño para que se lo borde, se lo
remiende, recorte o deshilache a gusto, según el uso y la necesidad. Hasta
ahora, el paño resiste”.
Y el paño resiste porque se trata de literatura:
no hay tiempo que la gaste, no hay mal que la erosione. Reescribir y volver a
dar la baraja de las mejores leyendas, inventar historias en un lenguaje
asequible a las nuevas generaciones lectoras, promover y promocionar relatos de
calidad como piezas de arte –el arte de editar– sigue siendo una acción vital e
imprescindible si hablamos de inclusión y de derecho a la cultura.
En 2001, la Fundación El Libro otorgó
a Beatriz Ferro el Premio Pregonero de Honor por su gran labor a
favor de la difusión del libro y la lectura. En 2008, Ferro fue merecidamente
propuesta por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil (ALIJA) como
candidata a los premios Andersen, que son otorgados cada dos años por el IBBY a
un escritor y a un ilustrador cuya obra completa signifique una contribución
relevante a la literatura infantil y juvenil, algo así como el Nobel de la
literatura infantil.
Del
Quillet a Wikipedia
A casi 50 años de su publicación, El Quillet de los niños no ha perdido
vigencia en el terreno de la divulgación científica para chicos. Porque si bien
es cierto que en la sociedad del conocimiento actual el acceso a la información
ha cambiado radicalmente, y ya no es necesario consultar libros y bibliotecas
para dar el primer paso en cualquier tipo de investigación, Internet y
Wikipedia transmiten una experiencia de lectura acotada.
Internet y todas las wikis, y todos los sitios
webs académicos, institucionales, estatales o de los medios masivos brindan infinitas versiones de infinitos temas
a los que podemos acceder –los adultos y los chicos– a partir de preguntas,
ideas, hipótesis de investigación o recorridos puntuales en los que nos
embarcamos previamente, pero para eso tiene que existir el barco. Si no hay pregunta,
si no hay contagio de ganas, de ocurrencias, si no hay recorridos que inviten o
discusiones o ideas para rechazar, el barco no zarpará y el viaje al mundo del
conocimiento no podrá realizarse.
Por eso el juego se trata (ayer y hoy) de contagiar,
de incitar, de encender la chispa: las metáforas son incontables porque la necesidad
de hacerlo no caduca. Y esos recorridos, ideas, chispas o hipótesis de
lanzamiento son posibles gracias al intercambio previo con un maestro, un
libro, una pregunta, una imagen…
¿Qué rol cumpliría una propuesta como El Quillet de los niños en la
actualidad?
El mismo que cumplía entonces, el que cumplen
los (buenos) libros informativos de hoy: despertar curiosidad, sentido de
maravilla ante el mundo, diseñar senderos posibles para entrar y dar mil
vueltas entre enciclopedias, lecturas, diálogos y nuevas preguntas.
En este sentido, los libros informativos
–aquellos libros que producen ciertas editoriales para público infantil y que
tratan temas de las ciencias duras y las ciencias sociales– han tomado de El Quillet (y no solo de El Quillet) algunas de sus
características vitales: el tono, el humor, el lugar fundamental de las
ilustraciones -que cuentan, que explican, que hacen chistes también-. Han
tomado diversos elementos de la cultura del libro (ilustraciones, diseño
gráfico, juegos con el propio objeto, con las palabras) para poner la
imaginación al servicio de la información, del conocimiento, y el conocimiento
como una construcción permanente y participativa. Y, de paso, en contra del
dato erudito, del saber solemne, de la información como elemento de poder, de
los manuales aburridos y de los textos o fórmulas en plan de anular la
imaginación.
Aunque se estén cambiando muchos libros por
pantallas, la curiosidad primera sigue existiendo y sigue siendo necesario
alimentarla. La edad de los porqués no pasó ni pasará de moda ni puede ser totalmente
respondida por ninguna Wikipedia. De todos modos, la Wiki, todas las wikis son
herramientas poderosísimas para seguir construyendo el camino lector, un
sendero de libros que dialogan con pantallas y más wikis, nuevas formas de
acceso al conocimiento, otras relaciones temáticas, otros tonos y otras voces. Y
que aquel fuego sagrado agite sus llamas para siempre.
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Para ver Bolsillitos: http://enigmas-misterios-bolsillitos.blogspot.com/
Oski en el Quillet: https://www.youtube.com/watch?v=M8zu6Pgkwzk