El Quillet de los niños, revelación de un mundo

Por Gabriela Baby


En 1970, bajo la dirección amorosa de la escritora Beatriz Ferro, la editorial argentina Arístides Quillet publicó El Quillet de los niños, una enciclopedia en seis tomos de gran formato y a todo color, cuyo motor narrativo eran la curiosidad permanente y la complicidad con el lector. Con una prosa plena de poesía, indiscutible rigor en los datos y gran despliegue de imágenes, El Quillet… invitaba a vivir la gran aventura del conocimiento tomando como objeto de investigación la cultura universal.

Astronomía, geología, botánica, anatomía, tecnología, física, historia, historia del arte, mitos y leyendas, ilusiones ópticas, la Edad Media, los animales fantásticos, Roma Antigua, Grecia y los griegos, átomos y partículas, y muchos temas más son presentados a los chicos en páginas cuidadosamente diseñadas, con ilustraciones de lujo y el encanto de una voz que irradia sorpresa y complicidad, que en su entusiasmo contagia las  ganas de saber y conocer más. Cuidadosamente y sin automatismos, Ferro despliega en cada una de las entradas de esta enciclopedia una mirada preguntona, lúdica, plena de humor inteligente, que se juega en giros poéticos y también coloquiales, definiciones amables y palabras compinches, para generar un lazo de entrañable afecto con el lector.

Pero no solo de saberes vive la enciclopedia: el Quillet también trae muchos juegos, propuestas de actividades, invitaciones a la observación del mundo tangible: todo está por ser descubierto. ¿Quién dijo que aprender o estudiar eran actividades aburridas?

Y por el lado de la gráfica, El Quillet de los niños resulta imbatible: el equipo de ilustradores estaba compuesto por Ayax Barnes, Oski y Alberto Breccia, tres geniales artistas que dieron color, tonos y miradas personalísimas al conjunto de saberes e ideas que vibra en estas páginas. Decir que ellos ilustraron es quedarse en poco: en el Quillet la imagen explica, narra, parodia, ofrece detalles y despliega, a la vez, su propia poesía. Más aún cuando encontramos en la puesta en página la mano experta y sabia del “Negro” Oscar Díaz, que estaba a cargo del diseño. Entonces cada porción de texto, cada tipografía, los distintos blancos, la sucesión de ritmos – del contar, del callar, del decir, del ilustrar – van tomando una forma particular, como la partitura de una música que acompaña el feliz ingreso a un mundo novedoso y excitante. El mundo del conocimiento.

Pasen y vean, damiselas de hoy y de siempre. La experiencia es vital. El Quillet invita.


La enciclopedia que es el mundo que es la enciclopedia y así…

En el texto de presentación de El Quillet de los niños se lee: “Esta enciclopedia te muestra todas las cosas: las que están muy cerca, las muy lejanas y las que están dentro de nosotros. Te cuenta cómo son porque sabe meterse dentro de ellas, explicar como un explorador y hace descubrimientos”. En el mismo texto, la autora dice que “estos libros te dan llaves para que abras puertas y descubras secretos (…) Podemos darles nombres a algunas de esas llaves, o claves. Una podría llamarse: intriga. Otra: ganas de saber más. Otra: ojo penetrante, bueno para observar y encontrar sorpresa en lo que parece más común y silvestre. Otra: aventurarse a preguntar y parar hasta haber encontrado la respuesta. Preguntar a los padres, a los maestros y a otros libros”.

En este gesto inaugural, El Quillet establece un pacto con el lector, con un tipo de lector: el curioso, activo, indagador que podrá ir de libro en libro –de pregunta en pregunta– llevado por el hilo de su propia curiosidad. La enciclopedia se planta en un lugar de apertura y modestia. Desde ese lugar propone a los niños (apelación que hace desde su propio  título) buscar más, construir su propio camino lector. En esta misma operación esquiva el gesto erudito; cada artículo, cada propuesta, pone de relevancia el descubrimiento maravilloso de observar y conocer. Así, el Quillet hace su gran apuesta a los intereses personalísimos de cada lector, que irá armando su recorrido por la Biblioteca, es decir, por el Universo.

Lejos de las enciclopedias formales, lejos de definiciones pretendidamente neutras y sin orden alfabético –ningún orden prefijado en realidad-, el Quillet propone un camino azaroso (o casi) donde valen las asociaciones libres de temas e imágenes, un modo de habilitar al lector a sentirse dueño de sus elecciones (dentro y fuera de la enciclopedia). Porque si bien hay cierto orden cronológico en algunos temas de la Historia (las noticias sobre la Edad de Piedra preceden a las de sociedades más modernas), también hay un ejercicio de enorme libertad que permite hilvanar notas sobre tecnología y comunicaciones –cómo funciona la televisión, por ejemplo, cómo se hace un periódico – con poemas y leyendas, o una sucesión de dobles páginas con información sobre la anatomía humana seguida de un catálogo de los pájaros de América, o la presentación del ojo humano y el ojo animal seguida de noticias sobre la fotografía, los orígenes del payaso, La Edad Media y los animales fantásticos. De aquí y de allá y hacia el azar del mundo, pero siempre alimentando el motor inquisitivo del lector y su disfrute, sin encasillar temas, sino al contrario, abriendo relaciones.

“Esta enciclopedia también te presenta a las personas que vivieron hace mucho tiempo; algunos con sus nombres y apellidos, otros no, pero eso no importa: es como si los conociéramos, porque ellos forman parte, como nosotros de una familia más grande que se llama Familia Humana”, sigue diciendo el prólogo. “Hace miles de años, muchos de esos hombres, hicieron cosas extraordinarias: por ejemplo, cuando ni una sola llama alumbraba la Tierra, descubrieron el fuego, que hoy vemos brillar. Aprendieron a pensar. Inventaron las palabras, estas mismas que ahora sirven para que conversemos nosotros. Lo lindo de las enciclopedias es que no terminan completamente en la última página. Los niños, cuando crecen, agregan otras páginas con fotografías y dibujos de cosas que se formaron y crecieron con ellos, con los cuentos y versos que, un día, alguien escribirá. Y tampoco terminan entonces, porque los hijos de esos chicos siguen escribiéndolas”.

De palabra en palabra, de generación en generación, de tema en tema: el proyecto de El Quillet es claro desde sus primeras páginas: incitar a los lectores, encender la mecha para que surja el fuego de querer saber y que se pase esa antorcha, de padres a hijos, el fuego sagrado del conocimiento.  


Buscando a Beatriz

Beatriz Ferro vivió en Buenos Aires y murió en 2014. Fue una prolífica autora de literatura infantil. También fue artista plástica y editora. En realidad, su formación  y su pasión vienen de la plástica. “En los primeros tiempos, urdir historias era un poco más que un pasatiempo que alimentaba mis flacos bolsillos con lo necesario para surtirme de óleos, témperas, blocks de dibujo, libros de arte y de los otros, y de todo lo relacionado con mis reales intereses: las artes plásticas, las artesanías, el diseño, y la arquitectura, con la que tuve un roce fugaz. También para gozar de un precioso tiempo libre en el que cumplíamos con la obligación de reformular el universo a partir de su recorte enmarcado por la ventana de un café”, cuenta en una entrevista realizada por Graciela Perriconi y publicada en la revista Imaginaria.

Beatriz Ferro
Desde esta mirada pictórica, Ferro planteaba sus libros, sus relatos, el Quillet, la literatura infantil. Primero imaginaba el boceto, los esquemas, hacía borradores de colores en los que la imagen y el texto urdían su trama particular; después venían los libros.  

Sus primeras publicaciones fueron en los pequeños Bolsillitos, de Editorial Abril, libros de 10 x 14 cm ilustrados y escritos por autores como Héctor Oesterheld, Nora Smolensk y Martha Giménez Pastor. (Se recomienda visita al grupo de fans de Bolsillitos en el Face: Lectores de Biblioteca Bolsillitos. Una experiencia).

Esta colección estaba dirigida por Boris Spivacow, fundador del Centro Editor de América Latina, donde Beatriz fue la editora de cuentos de Polidoro, más de cien títulos de clásicos reversionados y otros cuentos de autores contemporáneos escritos para chicos inteligentes, intrépidos, con extraordinarias ilustraciones (Imperdible mirada a los cuentos de Polidoro en http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/documentos/EL005070.pdf ).

Beatriz Ferro también fue editora de Los Cazacosas, otra colección de cuentos para chicos en Editorial Estrada y más tarde fue encargada del Departamento de libros para chicos y jóvenes de EUDEBA. También fue la autora de ¡Arriba el telón!, una colección de adaptaciones para chicos de obras de teatro y óperas clásicas como La flauta mágica, de Mozart, Macbeth, Noche de reyes y Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare), Coppelia, de Delibes, El lago de los cisnes, de Tchaikovsky, El caballero de la rosa, de Strauss, El holandés errante, de Wagner, y la versión operística de Fausto, de Goethe, entre otras.  Y además fue autora de libros de lectura para la escuela (Un libro juntos, para cuarto grado) y otras propuestas que incluían el juego, como El tapado enfermo, un libro “para jugar al teatro”, según palabras de la autora.

En sus propias historias (Las locas ganas de imaginar, El usurpador de la luna llena, entre otras) o en el relato de historias clásicas, míticas o de otros autores, Beatriz Ferro sostuvo y profundizó esa voz amena superdescontracturada, siempre cercana. Así empieza, por ejemplo, Una visita a los gigantes (Lugar editorial), la versión de una leyenda de la mitología nórdica: “Digan lo que digan, si uno está un poco distraído es fácil que confunda a un dios con un gigante. Dioses nórdicos, se entiende. Y gigantes de por ahí. Unos y otros, en una comidita cualquiera, empiezan por servirse dos bueyes enteros, siguen con docenas de salmones asados, beben barriles de hidromiel y antes de levantarse de la mesa pide: ¡Otra vuelta, copero!” El tono cómplice, el humor sutil que invita a pensar, y cierto matiz desprejuiciado -de desacato también- con respecto a eso que se dice, como si la propia escritora comentara “no nos tomemos todo esto tan en serio”, son rasgos que se pueden observar en cada uno de sus textos.

En el año 2000, cuando Página 12 reeditó su colección de fábulas -un compilado de fábulas del mundo,  que se encuentran hoy bajo el sello de Lugar editorial-, Ángela Pradelli entrevistó a Ferro. En esta charla, la autora dijo: “… las leyendas permanecen allí, como un buen paño para que se lo borde, se lo remiende, recorte o deshilache a gusto, según el uso y la necesidad. Hasta ahora, el paño resiste”.

Y el paño resiste porque se trata de literatura: no hay tiempo que la gaste, no hay mal que la erosione. Reescribir y volver a dar la baraja de las mejores leyendas, inventar historias en un lenguaje asequible a las nuevas generaciones lectoras, promover y promocionar relatos de calidad como piezas de arte –el arte de editar– sigue siendo una acción vital e imprescindible si hablamos de inclusión y de derecho a la cultura. 

En 2001, la Fundación El Libro otorgó a Beatriz Ferro el Premio Pregonero de Honor por su gran labor a favor de la difusión del libro y la lectura. En 2008, Ferro fue merecidamente propuesta por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil (ALIJA) como candidata a los premios Andersen, que son otorgados cada dos años por el IBBY a un escritor y a un ilustrador cuya obra completa signifique una contribución relevante a la literatura infantil y juvenil, algo así como el Nobel de la literatura infantil.

Del Quillet a Wikipedia

A casi 50 años de su publicación, El Quillet de los niños no ha perdido vigencia en el terreno de la divulgación científica para chicos. Porque si bien es cierto que en la sociedad del conocimiento actual el acceso a la información ha cambiado radicalmente, y ya no es necesario consultar libros y bibliotecas para dar el primer paso en cualquier tipo de investigación, Internet y Wikipedia transmiten una experiencia de lectura acotada.

Internet y todas las wikis, y todos los sitios webs académicos, institucionales, estatales o de los medios masivos  brindan infinitas versiones de infinitos temas a los que podemos acceder –los adultos y los chicos– a partir de preguntas, ideas, hipótesis de investigación o recorridos puntuales en los que nos embarcamos previamente, pero para eso tiene que existir el barco. Si no hay pregunta, si no hay contagio de ganas, de ocurrencias, si no hay recorridos que inviten o discusiones o ideas para rechazar, el barco no zarpará y el viaje al mundo del conocimiento no podrá realizarse.

Por eso el juego se trata (ayer y hoy) de contagiar, de incitar, de encender la chispa: las metáforas son incontables porque la necesidad de hacerlo no caduca. Y esos recorridos, ideas, chispas o hipótesis de lanzamiento son posibles gracias al intercambio previo con un maestro, un libro, una pregunta, una imagen…

¿Qué rol cumpliría una propuesta como El Quillet de los niños en la actualidad?

El mismo que cumplía entonces, el que cumplen los (buenos) libros informativos de hoy: despertar curiosidad, sentido de maravilla ante el mundo, diseñar senderos posibles para entrar y dar mil vueltas entre enciclopedias, lecturas, diálogos y nuevas preguntas.

En este sentido, los libros informativos –aquellos libros que producen ciertas editoriales para público infantil y que tratan temas de las ciencias duras y las ciencias sociales– han tomado de El Quillet (y no solo de El Quillet) algunas de sus características vitales: el tono, el humor, el lugar fundamental de las ilustraciones -que cuentan, que explican, que hacen chistes también-. Han tomado diversos elementos de la cultura del libro (ilustraciones, diseño gráfico, juegos con el propio objeto, con las palabras) para poner la imaginación al servicio de la información, del conocimiento, y el conocimiento como una construcción permanente y participativa. Y, de paso, en contra del dato erudito, del saber solemne, de la información como elemento de poder, de los manuales aburridos y de los textos o fórmulas en plan de anular la imaginación.

Aunque se estén cambiando muchos libros por pantallas, la curiosidad primera sigue existiendo y sigue siendo necesario alimentarla. La edad de los porqués no pasó ni pasará de moda ni puede ser totalmente respondida por ninguna Wikipedia. De todos modos, la Wiki, todas las wikis son herramientas poderosísimas para seguir construyendo el camino lector, un sendero de libros que dialogan con pantallas y más wikis, nuevas formas de acceso al conocimiento, otras relaciones temáticas, otros tonos y otras voces. Y que aquel fuego sagrado agite sus llamas para siempre.


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