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Stiamo alla frutta, de Sandro Giordano |
1- Las tareas domésticas son un trabajo.
No son “extras” ni “cositas que tengo que hacer”. Implican tiempo, esfuerzo y
mantenimiento. Luchar contra la autoexplotación es un primer paso
imprescindible.
2- Como todo trabajo, debe ser
remunerado: No es un acto de amor ni una vocación de
servicio. El cirujano que me opera no lo hace porque me ama, el barrendero no
limpia mi vereda porque me tiene cariño. Nadie que esté en su sano juicio puede
sostener que limpiar el inodoro es una demostración de afecto.
3- Si no hay plata, hay reparto.
Mantener el funcionamiento de un hogar es un trabajo de supervivencia aparejado
a un orden económico. Una listita de las acciones que implica hará visible lo
que significa mantener al día la choza. La heladera no genera alimentos,
alguien los ha puesto ahí. Alguien que ha pensado en lo que hacía falta, que ha
vuelto cargada como mula cuadras enteras para aprovechar la oferta de una
verdulería. Alguien tiene un espacio de su mente siempre ocupado con estos
pensamientos.
4- La condición de trabajo de estos
“quehaceres” fue reconocida como tal en varias sociedades y períodos históricos.
La falta de entidad que se le dio a esta labor, la exclusión del trabajo
asalariado, es lo que el capitalismo hizo para ponernos a producir futuros
obreros (hijos) gratis. Hay que revisar todos los términos y autores que
repetimos como loras, porque ni Marx se salva de omitir la particular saña
contra las mujeres. A nadie se le ocurriría discutirle a una campesina medieval
que lo que hacía para mantener una granja no era su trabajo.
5- La labor doméstica es un rezago
histórico de la esclavitud. Una obligación que se entiende como
natural y sin recompensa. En algunos casos implica reclusión y castigos
físicos. Somos la criada de la historia, haciendo el trabajo de todos, llevando
el estigma sexista de lo doméstico. ¿Por qué no hay hombres que trabajen limpiando
casas?
6- El trabajo como empleada doméstica
duplica la explotación. La vida de la empleada doméstica radica
en limpiar la mugre de otrxs, volver a casa y limpiar la de sus otrxs.
Sometida a su productividad por hora y la relativa precarización laboral y
habitualmente recibiendo órdenes que transmiten resentimiento replicando el
modelo que queremos destruir. Los feminismos deben enfrentar los privilegios de
clase. No es ella quien tiene que cuidar a lxs niñxs para que yo vaya a la marcha.
No es una cuestión de lavar culpas regalándole la ropa que ya no quiero y
molesta en mi placard. Falta una columna en las marchas y es la de ellas.
Faltan derechos.
7- Puedo hacer huelga. Si
dejamos de hacer esos trabajos por una semana, evidenciaremos su
importancia (un solo un día ya lo demuestra, pero las demostraciones a veces no
son suficientes para la experiencia). Además, descubriremos otra concepción del
tiempo libre (ese tiempo es el que vemos en tantas películas de hombres
en la cantina, luego de salir del trabajo y antes de volver a su casa donde son
esperados con la comida caliente).
8- No
criar machitos es la nuestra responsabilidad. Los niños también pueden
levantar el plato de la mesa y hacer su cama. La niña de la casa no tiene que ser
la buenita que ayuda a mamá.
9- Acumulación originaria.
Somos las protagonistas de las publicidades de productos de limpieza, quienes
preparamos el café, amamantamos a la humanidad, sanamos las lastimaduras y
lavamos los uniformes. Es lo que hicimos durante siglos para que ellos pintaran
cuadros y se llevaran las medallas por atravesar mares, inventaran máquinas y
descubrieran vacunas.
10- La revolución feminista tiene que
entrar en el hogar. Si cuando llego de la marcha me pongo
a cocinar para todxs es que no entendí nada. No queremos ayuda ni
colaboración, porque no es algo que me corresponde hacer. No me hacen la gamba
por ocuparse. La empleada doméstica no es “lachicaquemeayuda” tampoco. Esta es la
base de la pirámide… que estamos decididas a demoler.