María Estela Negri: Retrato de una dama que sabe vivir

Por Silvina Quintans

Entrevistar a una amiga puede ser lo más sencillo del mundo..., o lo más complicado. Sencillo porque una conoce la biografía, sabe dónde ahondar y -en este caso-  ha compartido incluso varias de las experiencias que se relatan en la entrevista. Complicado porque una se pregunta cómo transmitir todas las dimensiones de esa persona, el tono del diálogo, el humor, el drama, las complicidades, los sobreentendidos. Entrevistar a una amiga es un desafío que invita a redescubrir a quien tenemos cerca con los ojos del asombro, armar cada una de sus partes como un rompecabezas, iluminar cuestiones que no conocíamos a pesar de tantos años de relación.

Para este número de Damiselas decidí entrevistar a mi amiga María Estela Negri. No es famosa ni es una figura pública, no suele dar entrevistas ni aparecer en los medios. No fue ni víctima ni perpetradora de un delito, no posa desnuda en las revistas, no baila por un sueño, no llegó a la luna, no es una artista famosa... Al contrario, es una dama discreta, de ojos transparentes, trato acogedor, polleras volátiles y cierto aire a Julie Andrews en esas películas que adorábamos de chicas (La novicia rebelde, Mary Poppins).

¿Por qué entrevistar entonces a María Estela Negri? Porque con pequeños gestos, pequeños pasos fue mejorando la vida de todas las personas que la rodean. Porque sabe encontrar belleza en rincones y personas insospechadas. Porque supo acercar los libros, las letras y en general el arte allí donde nadie se ocupa de llevarlos. Porque mira donde nadie más mira. 

Este es el retrato de una dama que sabe vivir.

La hora de la novela

Cada tarde, de tres a cuatro,  María Estela y su hermana Victoria Tisnés hacen La hora de la novela, un programa autogestionado que se transmite por LU30 Radio Maipú, una emisora rural de la Provincia de Buenos Aires,  en la que leen cuentos de distintos autores.

En la radio quedó un espacio vacío porque murió un periodista y Victoria se ofreció para cubrir ese espacio. Ella busca los auspiciantes, no cobra un peso. Dentro de una programación bastante heterogénea, primero pasa un tema clásico, después lee un cuento,  y en la segunda parte lee un capítulo de una novela que continúa cada día. Al principio yo la ayudaba, pero poco a poco me fui convirtiendo en la “asesora literaria”.

Trabajo como un perro, leo de todo, busco de todo. Los cuentos tienen que tener un cierto atractivo, ser interesantes, no muy largos, si son largos tengo que dividirlos en dos. Los someto a un trabajo de aterciopelarlos, es decir,  que suenen sedosos, que no tengan contratiempos en la lectura, que sean fáciles de entender. A veces las traducciones son horribles, entonces sin cambiar nada los hago amigables al oído. Tené en cuenta que no es un público habituado a que le lean cuentos. Siempre agrego los datos biográficos al principio, y a veces sumo un pequeño comentario al final, alguna explicación que falta, algún detalle que se les puede escapar a los oyentes.  

Los cuentos circulan por la radio,  se escuchan en los pueblos,  y en esas enormes extensiones de campo en las que se trabaja la tierra. Hasta allí llegan las palabras de Truman Capote, Claire Keegan, Sergio Bizzio, Clarice Lispector, Elena Poniatowska, Leonora Carrington, Mario Vargas Llosa, Mariano Quirós, John Banville, Alberto Moravia, Hebe Uhart, Haroldo Conti, Samantha Schweblin, Silvina Ocampo, entre cientos de autores.

Tengo una lista enorme de cuentos, llevamos casi tres años al aire. A veces pienso que tengo que encontrar otros 300 para este año y me agarra vértigo. En el segundo año empezamos a guardar los cuentos en audio. Hay cuentos preciosos que da pena que se escuchen una sola vez y se pierdan.

Los cuentos se transmiten todas las tardes en la radio de Maipú, y aún no están disponibles en otras plataformas. Pero Estela rescató varios audios leídos por ella y suele enviármelos en privado por  Whatsapp. Tengo ese privilegio de amiga: cada tarde, cuando vuelvo del trabajo en el subte, cierro los ojos y viajo amparada por su voz cálida.  Así me sumergí en el ritmo cadencioso de El Mar de John Banville, en la atmósfera gótica y poblada de gatos de Leonora Carrington, viajé por las rutas italianas a bordo de un camión con Alberto de Moravia, escuché las palabras de una directora de escuela en la pluma de Hebe Uhart, me interné en el monte chaqueño de la mano del joven cuentista argentino Mariano Quirós. También exploré el mundo de los cuentos de Estela, siempre sugestivos, en los que lo cotidiano va tomando ribetes inquietantes y extraordinarios. Si tuviera que formular un deseo, me encantaría encontrar un refugio virtual  para que más personas puedan disfrutar de la voz amable de Estela y de su extraordinaria selección de autores.

Ríos de Tinta

Con Estela nos conocimos hace veinte años, mientras cursábamos literatura en la Alianza Francesa.   Leíamos tres novelas al año de la mano de nuestro profesor,  Rodolfo Machuca, que nos hacía bucear en los textos con alma de detective para desentrañar cada recurso utilizado por el autor y estudiar sus efectos.

Por aquel entonces,  empezamos a compartir cafés a la salida de la Alianza. Con el tiempo se agregaría también nuestra querida amiga Alicia, fallecida a principios de este año, también apasionada por la literatura y el idioma francés.

Un día Estela me preguntó si me interesaría participar en un grupo que ella había formado con otras personas para intercambiar experiencias y textos por mail. Acepté enseguida, sin imaginar el caudal que tenía Ríos de Tinta, un espacio virtual y heterogéneo en el que confluíamos personas que, en muchos casos, no nos conocíamos personalmente, pero compartíamos la amistad con Estela, el gusto por la literatura y cierto sentido del humor.  

La idea mía era que cada uno contara las cosas que pasan en la calle, en la vida cotidiana, esas cosas que si no las contás se olvidan; la minianécdota, la observación.  Empezó cuando el mail era la única forma de comunicación. Todavía no estaban los celulares ni las redes sociales, fue alrededor del 99 y duró más de diez años.

Empecé invitando a mis hermanos, sobrinas, amigas, algunas compañeras de francés. Llegamos a participar veinte o treinta personas en el grupo. No había que ser escritor, la idea era que cualquiera pudiera escribir, y todo se fue dando espontáneamente. Yo, como creadora de Ríos de Tinta, me sentía en la obligación de entretener al público, de que no se me fuese, entonces publicaba distintas cosas. Tengo humor, capacidad de observación y me encanta escribir, conjugaba todo esto para publicar en el grupo.  A veces planteaba consignas, que cada uno contara algo sobre su barrio o algún tema concreto, y la gente participaba.

Durante los años que participé en Ríos de Tinta trabajaba en casa, mis hijos eran chicos y la computadora era una compañía. Esperaba ansiosa las invitaciones de Pluma Cucharita -el seudónimo de Estela- , las aventuras del Dr. Noctus -Juan Martín, el hermano de Estela, con sus historias cargadas de humor, ironía y excelente pluma- , las convocatorias de la Agenda Viviente -un personaje ficticio que recordaba los cumpleaños y arengaba la participación de los integrantes-, las Crónicas Evitenses - pinceladas de Ciudad Evita, donde ella vive - y, sobre todo, los capítulos de las novelas que se distribuían cada día.

Ríos de Tinta me permitió a mí, que siempre escribía cuentos, animarme con las novelas. Me obligaba a escribir, mis primeras novelas las escribía pensando en Ríos de Tinta, escribía un capítulo por día para enviárselos,  por eso terminan todos con un enganche, para que la gente quedara atrapada para el día siguiente como una radionovela.

El intercambio era febril, los tinteños opinábamos sobre las tramas y los personajes, armábamos hinchadas a favor de unos y otros. Estela recuerda y ríe:

Me pedían características: “yo quiero que Ricardo el de la novela tenga las manos secas y el torso musculoso”. Entonces yo trabajaba a medida, me daba mucha libertad para escribir,  que después se pierde cuando se piensa en un público más selecto (se ríe mucho). Escribía en clave de humor, sin ningún tipo de prejuicio. Ahora no sería capaz de escribir algo así…

Las protagonistas de las novelas de Estela siempre eran mujeres maduras, de nombres disparatados y vidas rutinarias.

Son novelas de crecimiento, empiezan en un punto y terminan en otro completamente diferente. Las mujeres de mis novelas son maduras, pero no histéricas, son originales. Por lo general empiezan quietas, pero cambian por el camino, van tomando decisiones, se convierten en otra cosa. Me gusta que tengan alrededor de cincuenta años. Itatí Bermellón es la detective que aparece en todas las novelas, es un personaje divino que se hace amiga de las mujeres que aparecen en el caso, trata de solucionar sus problemas, y, por supuesto, resuelve el crimen.

Ríos de Tinta retomaba la antigua tradición de los folletines del siglo XIX, de las entregas por fascículos, pero era mucho más que eso. Se intercambiaban toda clase de experiencias, y los textos eran interactivos, de algún modo anticipó el formato que luego se concentraría en las redes sociales. Se apagó hacia el año 2017 con la migración de varios integrantes a las redes sociales, donde jamás podrían retomar la mística.

Las novelas de Estela jamás se publicaron formalmente, pero pasaron a un selectivo soporte de papel. Una vez terminado el intercambio en Ríos de Tinta, Estela fabricaba una edición personalizada y artesanal del texto final que repartía entre sus amigos. Conservo esos ejemplares dedicados, con sus tapas ilustradas por un artista callejero y sus páginas en fotocopias cuidadosamente anilladas.

-  ¿Pensaste en publicar  en una editorial alguno de todos estos trabajos?

- Sí, lo pensé, pero no sé cómo hacerlo –se sonroja- , la gente dice que tengo novelas preciosas…

La escuelita del verano

El primer juguete que le regalaron a mi hijo Sebastián fue un conejito vestido con un jardinero que me trajo Estela al curso de francés apenas se enteró de que estaba embarazada. A partir de entonces, y mientras mis hijos eran chicos, cada clase traía una novedad para ellos: un hombre araña que se inflaba con el agua, pelotitas que brillaban con mil colores, muñequitos que se estiraban hasta el infinito. Cada Navidad mis hijos recibían una carta directa de Papá Noel que llegaba por correo y los llenaba de ilusiones.

El regalo más hermoso que recibieron fue un ejemplar artesanal de cuentos de todas las épocas seleccionado por Estela, anillado e ilustrado con dibujos que ella misma coloreaba a mano. Allí alternaban cuentos tradicionales, los Hermanos Grimm, cuentos de Colombia, o de autores nacionales  como Javier Villafañe. Durante meses leímos los cuentos una y otra vez, pero los preferidos de mis hijos siempre fueron Los cuentos del cocinero, una saga de cuentos de piratas escrita con maestría y gracia por ella misma.

En 2005,  Estela se instaló en Purmamarca durante unos meses por el trabajo de su esposo. Desde allí, cuando podía conectarse a internet,  seguía enviando sus crónicas a Ríos de Tinta. Nos contaba cómo quería replicar en Jujuy una experiencia que ya había hecho en las escuelas de ciudad Evita: la de incentivar la lectura  con  una carpeta muy parecida a la que regaló a mis hijos.

En Purmamarca había una sola escuela y fui a ofrecerme para leer con mi carpeta de cuentos para chicos, algunos escritos por mí y otros recolectados de todas partes. Al principio la directora no quiso saber nada, pero cuando me iba de la escuela cabizbaja,  de una puertita secundaria salió una maestra de jardín de infantes: “¿No les podrías leer a los nenes?”, me preguntó. La cuestión es que empecé a leerles y tuve un éxito enorme. Los chicos me esperaban, yo la pasaba regio, me quedaba a comer con ellos me invitaban con una sopa deliciosa. Viendo la repercusión que tenía,  me empezaron a llamar cada vez más seguido, iba dos o tres veces por semana y al final terminé super amiga de la directora. Me invitó a ir al pueblo vecino a dar una charla, terminamos muy bien.

Mis hijos fueron creciendo. Cuando Nico tenía nueve años,  yo estaba muy preocupada por su letra desprolija e ilegible. Se lo comenté a Pluma -su nom de plume, dirían los franceses- y ella nos invitó a su escuelita del verano. Viajamos hasta su casa en Ciudad Evita, donde nos esperaba con delicias dulces y saladas que nos había preparado. También había comprado un cuaderno pentagramado, plumas y lapiceras de distintos trazos para estimular el amor por la letra manuscrita. Pasamos un par de horas tomando el té, escuchando música, mirando los pájaros que comían en el jardín, Nico estaba fascinado y se esforzaba con la tinta y el papel. Su letra cambió para siempre después de aquella tarde.

La escuelita del verano funciona en mi casa. Vienen los chicos del barrio, hago una especie de delivery de conocimientos. Yo ofrezco mis servicios, le pregunto al jardinero, a las chicas del supermercado cómo van en la escuela los hijos y les ofrezco enseñarles caligrafía o aquello en lo que no andan bien. Por supuesto que no les cobro.  A veces esos chicos traen a sus amigos. La chica de la casa de las fotocopias es fan mía, tiene dos hijos, me los manda a casa a aprender lo que quieran, y los chicos vienen, son chicos de 13 o 14 años que podrían resistirse, pero vienen. La escuelita  del verano que abre sus puertas en invierno (ríe).

El año pasado tuve tres nenas del barrio, hijas de dos empleadas del supermercadito. A las chicas no les interesaba estudiar, pero les encantaba venir a casa. Yo les decía: esta no es una colonia de vacaciones, entiendan, aprendan las tablas,  y no lograba nada. Entonces  empecé a cantarles las canciones patrias,  eso les encantaba y a partir de ahí empecé a enseñarles las tablas. También me mandaba a su hijo una mamá lectora del barrio que quería que saliera lector. Entonces, para interesarlo en la lectura,  buscaba temas que le resultaran interesantes: gladiadores, funambulistas, rescates en los andes.

Tal vez la experiencia más emocionante de la escuelita de Estela sea la alfabetización de personas adultas que por distintas circunstancias no pudieron aprender a leer y escribir.

-  Mi primer alumno adulto fue mi jardinero,  que ya tenía 25 años y una familia formada. Empezó a venir a casa y le enseñé a leer y escribir.  Me encantó, aprendió enseguida, tenía una letra preciosa.

-  ¿Y por qué no sabía leer y escribir?

- Porque tuvo una infancia tremenda, la madre murió cuando era chiquito, el padre le pegaba, él era algo tartamudo y sufriría bullying en su momento.

Ahora está alfabetizando a Basilia, una mujer que tiene cuatro hijos y una vida muy sacrificada.

Basilia nació en un pueblito perdido de Bolivia en medio de la nada. Los hermanos iban a la escuela, pero ella no quería ir, se quedaba en el cerro con las ovejas y de pronto vino a Buenos Aires, la vida empezó a llevarla, se casó, tuvo chicos y nunca había aprendido a leer y a escribir. Es tan voluntariosa, tan amorosa que es un placer enseñarle.

Yo ya la alfabetizaba en otro lugar que luego cerró, entonces le propuse venir a mi casa y pagarle el remís. Se emocionó mucho, me contó que ella es evangelista, que el día anterior había implorado a Dios entre lágrimas que le enviase una sierva que le enseñara a escribir,  y ese mismo aparecí yo que la llamé. Entonces,  yo soy parte de un milagro, suelo decirle a Basilia, y ella está convencía de que sí (ríe).

Tomamos un último café en un bar de Caballito, llega la hora de cerrar la entrevista. Estela está emocionada y yo también.

- ¿Cómo  definirías toda esta trayectoria?

-  La verdad es que con las preguntas que me hiciste,  me doy cuenta de que hice mucho más de lo que pensaba, -se conmueve- de las cosas que pienso de mí misma. Diría que me encanta enseñar, poder ayudar me hace muy feliz. Yo estudié el bachillerato con orientación pedagógica, pero justo un año antes se había cortado el magisterio en la secundaria, así que no tengo título de maestra, ni de nada. Me aportaron mucho los cursos de idioma y literatura que fui haciendo.

Me encanta que los chicos vengan a casa a pasar la tarde, a aprender. Tengo amigos en el barrio que quieren venir a tomar mate y yo tiemblo de terror, me gusta invitarlos si puedo enseñarles algo, algún taller de lo que sea.  Le enseño al que quiera aprender.

Algo que me encanta es dar talleres de pájaros. Como vienen mucho a mi jardín porque yo les doy de comer,  nos asomamos a la ventanita y yo les voy enseñando: las calandrias, los tordos, los picaflores, que son amigos míos.

Cierro el grabador y seguimos hablando de libros, de autores, de lo mucho que extrañamos las charlas con nuestra querida amiga Alicia.  Agradezco mucho el privilegio de haberlas conocido, de ser testigo de la belleza que fueron creando a su alrededor. Mujeres con vidas extraordinarias, tejidas de manera artesanal con cada gesto de la vida cotidiana.

Bonus track 1: Audiocuentos en la voz de María Estela Negri

 




Bonus track 2: Invitación a Ríos de Tinta (2005)

Querido ramillete de amigos del éter:
¡se me ocurrió una brillante idea!
(tiemblen)

La cosa es así:
cada uno escribe, cuando quiere,
cuando la encuentra,
una pequeña anécdota de la vida diaria.
Tonterías, pavadas, cosas que escuchó, que le dijeron,
una respuesta, una pregunta, un grafitti,
cosas cotidianas,
algo que le aconteció, cualquier situación
de la que fue testigo o no.
Anécdotas con un final sorprendente, gracioso,
trágico, tierno,
o lo que la vida marque.
La bonita página se llamará
“Ríos de Tinta”
y pueden elegir ser participantes activos, poco activos
o pasivos lectores.
Les mando el ejemplo que dio origen a este emprendimiento:

“Esta mañana, Cristina, una de mis compañeras de gimnasia,
me contaba el nacimiento de su primer nieto,
Juan Ignacio.
-¿Todo bien? -pregunté yo.
-¡Sí, muy bien!...
Le hicieron cesárea, así que nació todo enterito.”

¿Captan la idea?
Por supuesto pueden ser más largos.
La yapa:
Canelones al arrocini: $4.50.-“
Leído en el pizarrón de un barcito,
Pte. Luis Saenz Peña y Humberto 1º.
Amiga, amigo,
¡este mensaje es para tí!
SUSCRIPCIONES
Pídalo para usted y los suyos, de la siguiente forma:
Si desea recibir Ríos de Tinta, envíenos un mensaje con asunto “Yo También Quiero”
Si  por cualquier motivo -no importa cuál-  no desea recibir “Ríos de Tinta”,
envíenos un mensaje con asunto “Ya Estoy Harto

Bonus track 3: Crónicas evitenses de María Estela Negro (2005)

Desbocados

Ayer suena, ring, ring, el teléfono en casa.
-¿Hola?
-Señora Estela....
-Carlos Ignacio Carreira ¿cómo está? -nos saludamos -como solemos hacerlo- con mi vecino, el padre de Laurita y Leila.
-Bien...
Se hizo un silencio.
-Sí, Carlos, qué necesita.
-Bueno... en realidad...
-Sí, dígame.
-Es que no puedo hablar.
-¿Por qué? -ya estaba intrigadísima.
-Es que tengo algo para contarle, pero me lo han prohibido.
-¡Carlos! ¡No me habrá llamado para decirme que tiene algo para contarme y no me lo va a contar! ¿no?
-No puedo hablar, Estela.
-¡Dele Carlos! ¡Por favor, cuente!
-Me matan si saben que hablé.
-¿Y si adivino? Si yo adivino, usted queda sin culpa...
-Ah... buena idea.
-A ver... ¿Es relativo a su casa? (estaba por mudarse).
-No.
-¿Las chicas?
-Sí.
-¿Leila?
-No.
-¿Laurita?
-Sí.
-Está embarazada.
-¿Quién se lo contó, Estela?
-Nadie, estoy adivinando.
-Pero así... ¿tan rápido?
-Ay, Carlos, no es nada difícil. Después de todo, Laurita hace tres años que vive con Gabriel.
Lo felicité y me alegré mucho: a Laurita la conozco desde que tenía dos años.
-Estela ¡No vaya a decir que yo le conté! -me repitió Carreira.
-No se preocupe... seré una tumba.
A la nochecita salí a andar en rollers. Hacía tres o cuatro años que no los usaba.
Un poco insegura empecé a dar vueltas alrededor de la plaza.
En una de las vueltas, la veo a Leila llegar a su casa.
Desde lejos me grita:
-¡Hola Estela! ¿Sabés que Laurita está embarazada? ¡Espera para octubre, si es nena se va a llamar Martina y si es varón, Ignacio!
En ese momento aterricé -no sin cierta dificultad- a su lado.
-¿En serio? -me sorprendí.
-Y si no te llamó por teléfono, es porque quiere contártelo personalmente, así que cuando te lo diga, hacete la sorprendida.
En ese momento sale el padre de Leila a la puerta.
-Lo felicito, Carlos... me acabo de enterar de que va a ser abuelo.
-Gracias, Estela.