Entrevistar a una amiga
puede ser lo más sencillo del mundo..., o lo más complicado. Sencillo porque una
conoce la biografía, sabe dónde ahondar y -en este caso- ha compartido incluso
varias de las experiencias que se relatan en la entrevista. Complicado porque
una se pregunta cómo transmitir todas las dimensiones de esa persona, el tono
del diálogo, el humor, el drama, las complicidades, los sobreentendidos.
Entrevistar a una amiga es un desafío que invita a redescubrir a quien tenemos
cerca con los ojos del asombro, armar cada una de sus partes como un
rompecabezas, iluminar cuestiones que no conocíamos a pesar de tantos años de
relación.
Para este número de
Damiselas decidí entrevistar a mi amiga María Estela Negri. No es famosa ni es
una figura pública, no suele dar entrevistas ni aparecer en los medios. No fue
ni víctima ni perpetradora de un delito, no posa desnuda en las revistas, no
baila por un sueño, no llegó a la luna, no es una artista famosa... Al
contrario, es una dama discreta, de ojos transparentes, trato acogedor,
polleras volátiles y cierto aire a Julie Andrews en esas películas que
adorábamos de chicas (La novicia rebelde, Mary Poppins).
¿Por qué entrevistar entonces
a María Estela Negri? Porque con pequeños gestos, pequeños pasos fue mejorando
la vida de todas las personas que la rodean. Porque sabe encontrar belleza en
rincones y personas insospechadas. Porque supo acercar los libros, las letras y
en general el arte allí donde nadie se ocupa de llevarlos. Porque mira donde
nadie más mira.
Este es el retrato de una
dama que sabe vivir.
La hora de la novela
Cada tarde, de tres a
cuatro, María Estela y su hermana Victoria Tisnés hacen La hora de la novela, un programa
autogestionado que se transmite por LU30 Radio Maipú, una emisora rural de la
Provincia de Buenos Aires, en la que leen cuentos de distintos autores.
En la radio quedó un espacio vacío porque murió un periodista y Victoria
se ofreció para cubrir ese espacio. Ella busca los auspiciantes, no cobra un
peso. Dentro de una programación bastante heterogénea, primero pasa un tema
clásico, después lee un cuento, y en la segunda parte lee un capítulo de
una novela que continúa cada día. Al principio yo la ayudaba, pero poco a poco
me fui convirtiendo en la “asesora literaria”.
Trabajo como un perro, leo de todo, busco de todo. Los cuentos tienen
que tener un cierto atractivo, ser interesantes, no muy largos, si son largos
tengo que dividirlos en dos. Los someto a un trabajo de aterciopelarlos, es
decir, que suenen sedosos, que no tengan contratiempos en la lectura, que
sean fáciles de entender. A veces las traducciones son horribles, entonces sin
cambiar nada los hago amigables al oído. Tené en cuenta que no es un público
habituado a que le lean cuentos. Siempre agrego los datos biográficos al
principio, y a veces sumo un pequeño comentario al final, alguna explicación
que falta, algún detalle que se les puede escapar a los oyentes.
Los cuentos circulan por
la radio, se escuchan en los pueblos, y en esas enormes extensiones
de campo en las que se trabaja la tierra. Hasta allí llegan las palabras de
Truman Capote, Claire Keegan, Sergio Bizzio, Clarice Lispector, Elena
Poniatowska, Leonora Carrington, Mario Vargas Llosa, Mariano Quirós, John
Banville, Alberto Moravia, Hebe Uhart, Haroldo Conti, Samantha Schweblin,
Silvina Ocampo, entre cientos de autores.
Tengo una lista enorme de cuentos, llevamos casi tres años al aire. A
veces pienso que tengo que encontrar otros 300 para este año y me agarra
vértigo. En el segundo año empezamos a guardar los cuentos en audio. Hay
cuentos preciosos que da pena que se escuchen una sola vez y se pierdan.
Los cuentos se transmiten
todas las tardes en la radio de Maipú, y aún no están disponibles en otras
plataformas. Pero Estela rescató varios audios leídos por ella y suele
enviármelos en privado por Whatsapp. Tengo ese privilegio de amiga: cada
tarde, cuando vuelvo del trabajo en el subte, cierro los ojos y viajo amparada
por su voz cálida. Así me sumergí en el ritmo cadencioso de El Mar de John Banville, en la
atmósfera gótica y poblada de gatos de Leonora Carrington, viajé por las rutas
italianas a bordo de un camión con Alberto de Moravia, escuché las palabras de
una directora de escuela en la pluma de Hebe Uhart, me interné en el monte
chaqueño de la mano del joven cuentista argentino Mariano Quirós. También
exploré el mundo de los cuentos de Estela, siempre sugestivos, en los que lo
cotidiano va tomando ribetes inquietantes y extraordinarios. Si tuviera que
formular un deseo, me encantaría encontrar un refugio virtual para que
más personas puedan disfrutar de la voz amable de Estela y de su extraordinaria
selección de autores.
Ríos de Tinta
Con Estela nos conocimos
hace veinte años, mientras cursábamos literatura en la Alianza
Francesa. Leíamos tres novelas al año de la mano de nuestro
profesor, Rodolfo Machuca, que nos hacía bucear en los textos con alma de
detective para desentrañar cada recurso utilizado por el autor y estudiar sus
efectos.
Por aquel entonces,
empezamos a compartir cafés a la salida de la Alianza. Con el tiempo se
agregaría también nuestra querida amiga Alicia, fallecida a principios de este
año, también apasionada por la literatura y el idioma francés.
Un día Estela me preguntó
si me interesaría participar en un grupo que ella había formado con otras
personas para intercambiar experiencias y textos por mail. Acepté enseguida,
sin imaginar el caudal que tenía Ríos de Tinta, un espacio virtual y
heterogéneo en el que confluíamos personas que, en muchos casos, no nos
conocíamos personalmente, pero compartíamos la amistad con Estela, el gusto por
la literatura y cierto sentido del humor.
La idea mía era que cada uno contara las cosas que pasan en la calle, en
la vida cotidiana, esas cosas que si no las contás se olvidan; la minianécdota,
la observación. Empezó cuando el mail era la única forma de comunicación.
Todavía no estaban los celulares ni las redes sociales, fue alrededor del
99 y duró más de diez años.
Empecé invitando a mis hermanos, sobrinas, amigas, algunas compañeras de
francés. Llegamos a participar veinte o treinta personas en el grupo. No había
que ser escritor, la idea era que cualquiera pudiera escribir, y todo se fue
dando espontáneamente. Yo, como creadora de Ríos de Tinta, me sentía en la
obligación de entretener al público, de que no se me fuese, entonces publicaba
distintas cosas. Tengo humor, capacidad de observación y me encanta escribir,
conjugaba todo esto para publicar en el grupo. A veces planteaba
consignas, que cada uno contara algo sobre su barrio o algún tema concreto, y
la gente participaba.
Durante los años que
participé en Ríos de Tinta trabajaba en casa, mis hijos eran chicos y la
computadora era una compañía. Esperaba ansiosa las invitaciones de Pluma
Cucharita -el seudónimo de Estela- , las aventuras del Dr. Noctus -Juan Martín,
el hermano de Estela, con sus historias cargadas de humor, ironía y excelente
pluma- , las convocatorias de la Agenda Viviente -un personaje ficticio
que recordaba los cumpleaños y arengaba la participación de los integrantes-,
las Crónicas Evitenses - pinceladas de Ciudad Evita, donde ella vive - y, sobre
todo, los capítulos de las novelas que se distribuían cada día.
Ríos de Tinta me permitió a mí, que siempre escribía cuentos,
animarme con las novelas. Me obligaba a escribir, mis primeras novelas las
escribía pensando en Ríos de Tinta, escribía un capítulo por día para
enviárselos, por eso terminan todos con un enganche, para que la gente
quedara atrapada para el día siguiente como una radionovela.
El intercambio era
febril, los tinteños opinábamos sobre las tramas y los personajes, armábamos
hinchadas a favor de unos y otros. Estela recuerda y ríe:
Me pedían características: “yo quiero que Ricardo el de la novela tenga
las manos secas y el torso musculoso”. Entonces yo trabajaba a medida, me daba
mucha libertad para escribir, que después se pierde cuando se piensa en
un público más selecto (se ríe mucho). Escribía en clave de humor, sin ningún
tipo de prejuicio. Ahora no sería capaz de escribir algo así…
Las protagonistas de las
novelas de Estela siempre eran mujeres maduras, de nombres disparatados y vidas
rutinarias.
Son novelas de crecimiento, empiezan en un punto y terminan en otro
completamente diferente. Las mujeres de mis novelas son maduras, pero no
histéricas, son originales. Por lo general empiezan quietas, pero cambian por
el camino, van tomando decisiones, se convierten en otra cosa. Me gusta que tengan
alrededor de cincuenta años. Itatí Bermellón es la detective que aparece en
todas las novelas, es un personaje divino que se hace amiga de las mujeres que
aparecen en el caso, trata de solucionar sus problemas, y, por supuesto,
resuelve el crimen.
Ríos de Tinta retomaba la
antigua tradición de los folletines del siglo XIX, de las entregas por
fascículos, pero era mucho más que eso. Se intercambiaban toda clase de
experiencias, y los textos eran interactivos, de algún modo anticipó el formato
que luego se concentraría en las redes sociales. Se apagó hacia el año 2017 con
la migración de varios integrantes a las redes sociales, donde jamás podrían
retomar la mística.
Las novelas de Estela
jamás se publicaron formalmente, pero pasaron a un selectivo soporte de papel.
Una vez terminado el intercambio en Ríos de Tinta, Estela fabricaba una edición
personalizada y artesanal del texto final que repartía entre sus amigos.
Conservo esos ejemplares dedicados, con sus tapas ilustradas por un artista
callejero y sus páginas en fotocopias cuidadosamente anilladas.
- ¿Pensaste en publicar en una editorial alguno de todos estos
trabajos?
- Sí, lo pensé, pero no sé cómo hacerlo –se sonroja- , la gente dice que tengo novelas preciosas…
La escuelita del verano
El primer juguete que le
regalaron a mi hijo Sebastián fue un conejito vestido con un jardinero que me
trajo Estela al curso de francés apenas se enteró de que estaba embarazada. A
partir de entonces, y mientras mis hijos eran chicos, cada clase traía una novedad
para ellos: un hombre araña que se inflaba con el agua, pelotitas que brillaban
con mil colores, muñequitos que se estiraban hasta el infinito. Cada
Navidad mis hijos recibían una carta directa de Papá Noel que llegaba por
correo y los llenaba de ilusiones.
El regalo más hermoso que
recibieron fue un ejemplar artesanal de cuentos de todas las épocas
seleccionado por Estela, anillado e ilustrado con dibujos que ella misma
coloreaba a mano. Allí alternaban cuentos tradicionales, los Hermanos Grimm,
cuentos de Colombia, o de autores nacionales como Javier Villafañe.
Durante meses leímos los cuentos una y otra vez, pero los preferidos de mis
hijos siempre fueron Los cuentos del
cocinero, una saga de cuentos de piratas escrita con maestría y gracia por
ella misma.
En 2005, Estela se
instaló en Purmamarca durante unos meses por el trabajo de su esposo. Desde
allí, cuando podía conectarse a internet, seguía enviando sus crónicas a
Ríos de Tinta. Nos contaba cómo quería replicar en Jujuy una experiencia que ya
había hecho en las escuelas de ciudad Evita: la de incentivar la lectura
con una carpeta muy parecida a la que regaló a mis hijos.
En Purmamarca había una sola escuela y fui a ofrecerme para leer con mi
carpeta de cuentos para chicos, algunos escritos por mí y otros recolectados de
todas partes. Al principio la directora no quiso saber nada, pero cuando me iba
de la escuela cabizbaja, de una puertita secundaria salió una maestra de
jardín de infantes: “¿No les podrías leer a los nenes?”, me preguntó. La
cuestión es que empecé a leerles y tuve un éxito enorme. Los chicos me
esperaban, yo la pasaba regio, me quedaba a comer con ellos me invitaban con
una sopa deliciosa. Viendo la repercusión que tenía, me empezaron a
llamar cada vez más seguido, iba dos o tres veces por semana y al final terminé
super amiga de la directora. Me invitó a ir al pueblo vecino a dar una charla,
terminamos muy bien.
Mis hijos fueron
creciendo. Cuando Nico tenía nueve años, yo estaba muy preocupada por su
letra desprolija e ilegible. Se lo comenté a Pluma -su nom de plume, dirían los
franceses- y ella nos invitó a su escuelita del verano. Viajamos hasta su casa
en Ciudad Evita, donde nos esperaba con delicias dulces y saladas que nos había
preparado. También había comprado un cuaderno pentagramado, plumas y lapiceras
de distintos trazos para estimular el amor por la letra manuscrita. Pasamos un
par de horas tomando el té, escuchando música, mirando los pájaros que comían
en el jardín, Nico estaba fascinado y se esforzaba con la tinta y el papel. Su
letra cambió para siempre después de aquella tarde.
La escuelita del verano funciona en mi casa. Vienen los chicos del
barrio, hago una especie de delivery de conocimientos. Yo ofrezco mis
servicios, le pregunto al jardinero, a las chicas del supermercado cómo van en
la escuela los hijos y les ofrezco enseñarles caligrafía o aquello en lo que no
andan bien. Por supuesto que no les cobro. A veces esos chicos traen a
sus amigos. La chica de la casa de las fotocopias es fan mía, tiene dos hijos,
me los manda a casa a aprender lo que quieran, y los chicos vienen, son chicos
de 13 o 14 años que podrían resistirse, pero vienen. La escuelita del
verano que abre sus puertas en invierno (ríe).
El año pasado tuve tres nenas del barrio, hijas de dos empleadas del
supermercadito. A las chicas no les interesaba estudiar, pero les encantaba
venir a casa. Yo les decía: esta no es una colonia de vacaciones, entiendan,
aprendan las tablas, y no lograba nada. Entonces empecé a cantarles
las canciones patrias, eso les encantaba y a partir de ahí empecé a
enseñarles las tablas. También me mandaba a su hijo una mamá lectora del barrio
que quería que saliera lector. Entonces, para interesarlo en la lectura,
buscaba temas que le resultaran interesantes: gladiadores, funambulistas,
rescates en los andes.
Tal vez la experiencia
más emocionante de la escuelita de Estela sea la alfabetización de personas
adultas que por distintas circunstancias no pudieron aprender a leer y
escribir.
- Mi primer alumno adulto fue mi jardinero, que ya tenía 25 años y
una familia formada. Empezó a venir a casa y le enseñé a leer y escribir.
Me encantó, aprendió enseguida, tenía una letra preciosa.
- ¿Y por qué no sabía leer y escribir?
- Porque tuvo una infancia tremenda, la madre murió cuando era chiquito,
el padre le pegaba, él era algo tartamudo y sufriría bullying en su momento.
Ahora está alfabetizando
a Basilia, una mujer que tiene cuatro hijos y una vida muy sacrificada.
Basilia nació en un pueblito perdido de Bolivia en medio de la nada. Los
hermanos iban a la escuela, pero ella no quería ir, se quedaba en el cerro con
las ovejas y de pronto vino a Buenos Aires, la vida empezó a llevarla, se casó,
tuvo chicos y nunca había aprendido a leer y a escribir. Es tan voluntariosa,
tan amorosa que es un placer enseñarle.
Yo ya la alfabetizaba en otro lugar que luego cerró, entonces le propuse
venir a mi casa y pagarle el remís. Se emocionó mucho, me contó que ella es
evangelista, que el día anterior había implorado a Dios entre lágrimas que le
enviase una sierva que le enseñara a escribir, y ese mismo aparecí yo que
la llamé. Entonces, yo soy parte de un milagro, suelo decirle a Basilia,
y ella está convencía de que sí (ríe).
Tomamos un último café en
un bar de Caballito, llega la hora de cerrar la entrevista. Estela está
emocionada y yo también.
- ¿Cómo definirías toda esta trayectoria?
- La verdad es que con las preguntas que me hiciste, me doy cuenta
de que hice mucho más de lo que pensaba, -se conmueve- de las cosas que pienso
de mí misma. Diría que me encanta enseñar, poder ayudar me hace muy feliz. Yo
estudié el bachillerato con orientación pedagógica, pero justo un año antes se
había cortado el magisterio en la secundaria, así que no tengo título de maestra,
ni de nada. Me aportaron mucho los cursos de idioma y literatura que fui
haciendo.
Me encanta que los chicos vengan a casa a pasar la tarde, a aprender.
Tengo amigos en el barrio que quieren venir a tomar mate y yo tiemblo de
terror, me gusta invitarlos si puedo enseñarles algo, algún taller de lo que
sea. Le enseño al que quiera aprender.
Algo que me encanta es dar talleres de pájaros. Como vienen mucho a mi
jardín porque yo les doy de comer, nos asomamos a la ventanita y yo les
voy enseñando: las calandrias, los tordos, los picaflores, que son amigos míos.
Cierro el grabador y
seguimos hablando de libros, de autores, de lo mucho que extrañamos las charlas
con nuestra querida amiga Alicia. Agradezco mucho el privilegio de
haberlas conocido, de ser testigo de la belleza que fueron creando a su
alrededor. Mujeres con vidas extraordinarias, tejidas de manera artesanal con
cada gesto de la vida cotidiana.
Bonus track 1: Audiocuentos en la voz de María Estela Negri
Bonus track 2: Invitación a Ríos de Tinta (2005)
Querido ramillete de amigos del éter:
¡se me ocurrió una brillante idea!
(tiemblen)
La cosa es así:
cada uno escribe, cuando quiere,
cuando la encuentra,
una pequeña anécdota de la vida diaria.
Tonterías, pavadas, cosas que escuchó, que le dijeron,
una respuesta, una pregunta, un grafitti,
cosas cotidianas,
algo que le aconteció, cualquier situación
de la que fue testigo o no.
Anécdotas con un final sorprendente, gracioso,
trágico, tierno,
o lo que la vida marque.
La bonita página se llamará
“Ríos de Tinta”
y pueden elegir ser participantes activos, poco activos
o pasivos lectores.
Les mando el ejemplo que dio origen a este emprendimiento:
“Esta mañana, Cristina, una de mis compañeras de gimnasia,
me contaba el nacimiento de su primer nieto,
Juan Ignacio.
-¿Todo bien? -pregunté yo.
-¡Sí, muy bien!...
Le hicieron cesárea, así que nació todo enterito.”
¿Captan la idea?
Por supuesto pueden ser más largos.
La yapa:
“Canelones al arrocini: $4.50.-“
Leído en el pizarrón de un barcito,
Pte. Luis Saenz Peña y Humberto 1º.
Amiga, amigo,
¡este mensaje es para tí!
SUSCRIPCIONES
Pídalo para usted y los suyos, de la siguiente forma:
Si desea recibir Ríos de Tinta, envíenos un mensaje con asunto “Yo También Quiero”
Si por cualquier motivo -no importa cuál- no desea recibir “Ríos de Tinta”,
envíenos un mensaje con asunto “Ya Estoy Harto”
Bonus track 3: Crónicas evitenses de María Estela Negro (2005)
Desbocados
Ayer suena, ring, ring, el teléfono en casa.
-¿Hola?
-Señora Estela....
-Carlos Ignacio Carreira ¿cómo está? -nos saludamos -como solemos hacerlo- con mi vecino, el padre de Laurita y Leila.
-Bien...
Se hizo un silencio.
-Sí, Carlos, qué necesita.
-Bueno... en realidad...
-Sí, dígame.
-Es que no puedo hablar.
-¿Por qué? -ya estaba intrigadísima.
-Es que tengo algo para contarle, pero me lo han prohibido.
-¡Carlos! ¡No me habrá llamado para decirme que tiene algo para contarme y no me lo va a contar! ¿no?
-No puedo hablar, Estela.
-¡Dele Carlos! ¡Por favor, cuente!
-Me matan si saben que hablé.
-¿Y si adivino? Si yo adivino, usted queda sin culpa...
-Ah... buena idea.
-A ver... ¿Es relativo a su casa? (estaba por mudarse).
-No.
-¿Las chicas?
-Sí.
-¿Leila?
-No.
-¿Laurita?
-Sí.
-Está embarazada.
-¿Quién se lo contó, Estela?
-Nadie, estoy adivinando.
-Pero así... ¿tan rápido?
-Ay, Carlos, no es nada difícil. Después de todo, Laurita hace tres años que vive con Gabriel.
Lo felicité y me alegré mucho: a Laurita la conozco desde que tenía dos años.
-Estela ¡No vaya a decir que yo le conté! -me repitió Carreira.
-No se preocupe... seré una tumba.
A la nochecita salí a andar en rollers. Hacía tres o cuatro años que no los usaba.
Un poco insegura empecé a dar vueltas alrededor de la plaza.
En una de las vueltas, la veo a Leila llegar a su casa.
Desde lejos me grita:
-¡Hola Estela! ¿Sabés que Laurita está embarazada? ¡Espera para octubre, si es nena se va a llamar Martina y si es varón, Ignacio!
En ese momento aterricé -no sin cierta dificultad- a su lado.
-¿En serio? -me sorprendí.
-Y si no te llamó por teléfono, es porque quiere contártelo personalmente, así que cuando te lo diga, hacete la sorprendida.
En ese momento sale el padre de Leila a la puerta.
-Lo felicito, Carlos... me acabo de enterar de que va a ser abuelo.
-Gracias, Estela.