Un enredado itinerario por las historias del cabello

Por María Emilia Franchignoni


Una latina con acento anglosajón habla un español dificultoso, mira directo a cámara y dispara: “Porque tu pelo lo vale.” Ame, sentada a mi lado con sus 13 años pisando los albores de la adolescencia, me pregunta: “Emi, ¿cómo hacen las modelos para tener ese pelo tan brilloso en la publicidad?”  Yo vacilo un poco al contestar –esperando aportar y no confundir- y le explico: “Eso no es real, es un efecto especial, está totalmente construido por una computadora”.

La cuestión es que, para muchas mujeres, el comienzo de la adolescencia es el inicio de una de las batallas que las acompañará el resto de la vida adulta: la desigual y constante lucha con  la cabellera. 

Símbolo de seducción, fortaleza, salud, fertilidad y hasta protagonista de las más escabrosas leyendas populares sobre la vida después de la muerte, el pelo es y ha sido un elemento de constante tironeo para algunas mujeres, entre naturaleza y cultura. Su importancia en la conformación de una imagen corporal es tal que no sorprende la inagotable cantidad de significados culturales y modas diversas que se le han atribuido. Estos patrones han variado según el momento y contexto histórico, y podríamos decir que una de sus funciones esenciales a través de los tiempos consistió en marcar la diferencia sexual.

La trascendencia de este folículo es tal que una de las más grandes industrias del planeta se ha erigido a su alrededor: peluquerías, pelucas, productos para el cuidado, tratamientos específicos y muy sofisticados, electrodomésticos para modelarlo y tecnología para alterar la constitución capilar de todo el cuerpo, se utilizan a diario en todo el mundo. Se estima que en el año 2018, el mercado global del cuidado del cabello tendrá un valor aproximado de 87 billones de dólares.

Ese extraño pelo largo

Entre toda la maraña de significados y simbolismos, hay una noción que persiste con más o menos debilidad según el momento, y es la asociación de los atributos estereotípicamente femeninos con el pelo largo; y, contrariamente, los masculinos al pelo corto.

Damas romanas
Resulta difícil identificar cuando se ha instalado semejante moda; tan ridícula que al día de hoy en pleno siglo XXI, después de tantas revoluciones culturales acontecidas, el estereotipo sigue vigente en gran parte de la cultura occidental y latinoamericana, a tal punto que lo hemos naturalizado completamente. Lo cierto es que, según algunas antropólogas y otras especialistas, ya en la Antigua Grecia y Roma las mujeres debían tener el cabello más largo que los hombres, y aquellos varones que osasen contradecir la norma podían enfrentarse al escarnio de ser considerados poco masculinos. Llamativamente, la Biblia también aporta lo suyo en cuanto a la reafirmación de los looks correctos para chicas y chicos.

Diversos mitos y leyendas ilustran este imperativo capilar. Como la popular Rapunzel, cuento de los hermanos Grimm inspirado en una leyenda iraní del siglo XI que narra la historia de una niña encerrada en la torre cuya única salida se la puede facilitar su larga trenza, por la que el príncipe trepa y, finalmente, la rescata. O podemos citar también en el teatro barroco y sus protagonistas “cross-dressers”; por ejemplo, Rosaura en La vida es sueño de Calderón de la Barca o Viola/Cesáreo en Noche de Reyes de Shakespeare, para quiénes la convención ha establecido que la representación de su disfraz de varón disimule la longitud del pelo.

De todos modos, no hay que dejar pasar aquellas culturas y momentos históricos en los que la norma fue justamente la opuesta: en el Antiguo Egipto, dicen algunos historiadores, tanto hombres como mujeres utilizaban peluca; del mismo modo que a fines del siglo 17 y durante el 18, la aristocracia francesa e inglesa gustaba de frondosas pelucas empolvadas; y ya en el extremo opuesto de esa cultura, están los pueblos originarios de América para quiénes el pelo representaba el estado espiritual y los pensamientos del portador y su comunidad. Significado semejante, pero en ocasión de rebeldía contra el status quo fue el del movimiento hippie de los años ’60 con sus “extraños de pelo largo”, quienes a través de su prolongada cabellera manifestaban el desprecio a la cultura burguesa heredada.

Hippies
Así y todo, el pelo largo sigue siendo para las mujeres uno de los estandartes de la femineidad estereotipada, y su cuidado, uno de los ideales de belleza más costosos, literalmente. Lucirlo brilloso, bien peinado, con poco “frizz”, es decir, domesticado, forma parte de los mandatos más difundidos hoy en día por el mercado de la moda y significa especialmente para las mujeres una cuantiosa inversión mensual en cremas, tratamientos,  tintura, peluquería y la lista sigue... De más está decir, tener el pelo largo es mucho más caro que tenerlo corto.

Al respecto, el especialista Kurt Stenn, autor de Hair: A Human History, ensaya algunas explicaciones sobre esta concepción y comenta que la importancia del pelo largo quizá se deba a su asociación bastante básica a la salud. “Para tener el pelo largo, hay que ser saludable”, afirma, estar bien nutrida, no tener infecciones ni enfermedades. No por nada, cuando se ve a una mujer pelada lo primero que se asume es que está enferma.

A su vez, el pelo es también signo de status social y económico, afirma Stenn, dado que para tenerlo largo hace falta cuidarlo mucho; y para acceder a arreglos más elaborados, hay que recurrir a la peluquería y pagar por ese servicio. Por eso, no resulta extraño que sean las “flappers” quienes impusieron el pelo carré en los años 20, con su actitud rebelde ante las condiciones morales de su época y la convicción que las mujeres ya no necesitaban ser cuidadas por otros.

Falconetti como Juana de Arco
Para académicas como Deborah Pergament, el peinado es también indicador de gusto sexual, moralidad, orientaciones políticas y religiosas. Nadie lo ha analizado con tanta precisión como Dick Hebdige en su clásico Subculture: the meaning of style: los peinados y looks fueron elementos clave en la conformación de subculturas como los punks y los skinheads.

Por eso, resulta tan curiosa la moda reciente de las actrices rapadas en Hollywood. En un momento donde el lugar de la mujer en la industria del cine y en la industria cultural está fuertemente cuestionado y problematizado, es más que sintomático la aparición de actrices íconos de la moda contemporánea como Kirsten Stewart, Cara Delevigne y Katy Perry, por nombrar algunas con su pelo al ras. Lejos de la actitud explícitamente rebelde de cantantes como Grace Jones o Sinead O’connor, quienes sacudieron la opinión pública en su oportunidad, y más distanciadas aún del significado humillante del pelo cortísimo en la esclavitud, o aplicado como castigo (pensemos en Juana de Arco), esta moda parecería desdibujar las típicas versiones mainstream de la belleza femenina y buscar un lugar diferente, quizá menos complaciente, de las mujeres en los medios y la cultura de masas.

Sin pelos a la vista

Cabeza depiladora,
collage de Juliana Rosato
Exactamente al revés de lo que venimos señalando es lo que sucede con el pelo en todo el resto del cuerpo. Si para las mujeres el cabello largo era un condicionamiento, la desaparición de vellos en piernas, axilas y rostro, por ejemplo, resulta fundamental en la cultura occidental actual. Pero yendo más atrás en el tiempo, estos peculiares gustos encuentran sus raíces en otras instancias de la historia. De acuerdo a algunas estudiosas, la depilación corporal ha sido –salvo algunas excepciones- uso exclusivo de las mujeres. Al parecer, ya los griegos gustaban de representarlas totalmente privadas de vellosidad corporal. Durante el Imperio Romano, las mujeres rasuradas eran símbolo de limpieza y denotaban su jerarquizado status social, mientras que los hombres podían portar todo el pelo que quisieran.

Aparentemente, durante el reinado de la reina Isabel en Inglaterra la cuestión fue diferente: las mujeres podían tener pelos en su cuerpo, menos en el rostro; y durante el siglo XVIII en Europa, las mujeres fueron completamente libres de estas exigencias de la cultura con respecto a esta práctica. Según varias publicaciones dedicadas a la historia del pelo, la imposición de la depilación femenina, tal como la conocemos hoy, se instala en los Estados Unidos entre mediados de las décadas del ‘10 y del ’20, mediante la aparición de la primera afeitadora para mujeres y la campaña publicitaria que las incitaba a sacarse los pelos “indeseados” del cuerpo. Luego, el uso de las faldas más cortas propulsó la depilación de las piernas. La industria de la moda y la influencia de revistas como Harper’s Bazaar o  McCall’s,  fueron los principales agentes en la imposición de cuerpos femeninos sans poils. La tendencia comienza a adentrarse en terrenos más boscosos durante los años 40 con el surgimiento de la bikini; sin embargo, no es hasta el florecimiento de la industria del porno en los ’80 que se empieza a podar con más ahínco el pubis de la mujer.

Algunos psicólogos y antropólogos vinculan esta costumbre a la asociación del crecimiento del vello con la madurez sexual de la mujer: de ahí que su visibilidad amenazaría el ideal patriarcal de pureza, virginidad, de mujeres suaves, dóciles y poco amenazantes. Más problemáticamente, la cultura de la depilación estaría íntimamente asociada a la “infantilización” de la figura femenina. Esta afirmación cobra más sentido cuando pensamos en los actuales estilos de depilación extrema del vello púbico, y aún más, en el flamante mercado de la cirugía y medicina estética aplicadas a este fin.  

Si volvemos al pasado, vemos que en la Edad de Piedra tanto hombres como mujeres se depilaban ya no por cuestiones estéticas sino por supervivencia, básicamente para que ningún enemigo pudiera agarrarlos de alguna larga melena. Mientras que en Egipto y Mesopotamia se encontraron formas más sofisticadas para hacer desaparecer el pelo corporal en ambos géneros, con la utilización de pinzas y hasta cera de abeja. Ahora, volviendo al presente –porque claramente en esta historia todo vuelve-, encontramos hoy hombres, sobre todo millenials (y no tanto), al igual que deportistas y actores, depilándose, afeitándose o pagando carísimos tratamientos láser para lucir sus piernas, pecho y pubis completamente desprovistos de lo que otrora fuera símbolo de virilidad y fortaleza.

Hombres de largas barbas, sabios. Mujeres con vellos en la cara, freaks. En esta suerte de revuelta de signos y significados, el pelo se ha constituido curiosamente en el inesperado depositario de los momentos más extravagantes e inusuales de la cultura y la sexualidad, utilizado tanto para domesticar como para revolucionar.