Por Moira Soto
Entre el festejo del Día del Himno y la
Semana de Mayo, este quinto mes de 2018 se colmó de escarapelas, banderas,
discursos un tanto chauvinistas y, desde luego, la difusión mediática de la
canción patria en diversas versiones. Disparadores oportunos para revisar el
belicismo de la mayoría de las marchas nacionales del planeta, que –chocolate
Lindt por la noticia- excluyen a las mujeres.
Más de
un siglo tiene el Himno Nacional Argentino –como sabemos desde la primaria,
pergeñado por López y Planes & Parera-, edad que no justifica tanta
grandilocuencia y autobombo para conducirnos a ver “en su trono a la noble
Igualdad” (las damiselas ¡afuera!). Al menos, se ha establecido cantar una
reducción ya que la letra completa es más larga que esperanza de pobre argentino
(al que no le tocará nunca coronado de gloria vivir…). Como tantas otras
canciones patrias, nuestro himno es francamente belicista, apela a Marte, dios
de la guerra, y menciona a los fuertes pechos (varoniles) que sabrán oponerse a
los tigres sedientos de sangre. Porque, naturalmente, el valiente argentino “a
las armas/ corre ardiendo con brío y valor”.
Aunque
cuando se juegan partidos internacionales en los estadios no canten los
argentinos estas últimas estrofas, los muchachos de los equipos de cualquier
nacionalidad, la mano sobre el pecho, se dejan embargar por la emoción. Es que
los himnos nacionales inflaman los corazones más recios, aquí y en Corea del
Norte (uno de los pocos países, todo hay que decirlo, que tiene una canción
patria cuyos versos aluden casi pacíficamente a la historia y cultura locales).
Del mismo modo que otros símbolos nacionalistas –la bandera, la escarapela,
ciertas fechas- el himno suele ser objeto de sumo respeto y veneración. Al
punto tal que hubo épocas no tan lejanas en que, localmente, en ciertas
celebraciones se cantaba el himno antes de empezar la película del día en las
salas de cine. Y el que no se ponía de pie era muy mal mirado por sus vecinos
de butaca, y hasta hubo casos de denuncia por permanecer sentado mientras el
resto de la sala se enfervorizaba con el “¡Oh, juremos con gloria morir!”.
Así es
el tema del fanatismo patriotero, que supone un toque de superioridad respecto
de los otros países, una voluntad de unidad (idiomática, religiosa, de ciertos
valores y folklores) homogeneizada, desde que el nacionalismo nació y se
afianzó en los siglos 18, 19. “La única forma confesable de xenofobia”, según
definió alguna vez uno de esos humoristas que saben decir tremendas verdades.
Para Orwell, “el peor enemigo de la paz: el nacionalismo”. Ambrose Bierce, por
su lado, ironizó: “Patriotismo: material combustible susceptible de servir de
tea a cualquiera que ambicione iluminar su propio nombre”. Mientras que Guy de
Maupassant se preguntaba retóricamente: “Si la guerra es algo horrible, ¿el
patriotismo es la idea madre que la inspira?”. Y George Bernard Shaw –ya ven
que le cedemos la palabra a señores de cáustica pluma- puntualizaba:
“Patriotismo es la convicción de que tu país es superior porque vos naciste
allí”. En La patrulla infernal
(1957), Stanley Kubrick ponía en boca de un coronel (Kirk Douglas) una frase
del poeta y ensayista inglés Samuel Johnson, del siglo 18: “El patriotismo es
en último refugio de los canallas”.
Por letras sin género
Hace poco,
en una nota interna, la secretaria de la Condición Femenina de Alemania,
Kristin Rose Möhrin, sugirió cambiar en el himno de su país la expresión
vaterland (padre patria) por heimatland (en casa, en el hogar). Asimismo,
propuso reemplazar el adverbio fraternalmente –que solo referencia a hermanos
varones-, por valientemente, aplicable a ambos géneros. Una idea inclusiva, sin
duda. Möhring citó el ejemplo del himno canadiense que, en febrero pasado, modificó
un pasaje del Oh, Canadá en nombre
de la igualdad.
En
Alemania, la solicitud de Kristin Rose de modificar el texto de August Heinrich
Hoffmann von Fallersteben, de 1841, ha generado un tole-tole entre los
conservadores, incluidas mujeres como Julia Klöckner, cercana a la canciller
Angela Merkel. Y ni hablar de la extrema derecha Alternativa por Alemania que
puso el grito en el cielo afirmando: “Queremos salvaguardar nuestra patria por
medio de canciones que forman parte de la cultura y de la vida alemanas”. Cabe
aclarar que este partido se opone tanto a lo considerado políticamente correcto
como a los gestos favorables a la inmigración, por lo que es acusado
regularmente de homofóbico, racista y sexista.
Otros ámbitos, voces parecidas
Un himno
muy popular mundialmente, sumamente encendido en su canto guerrero acuciante es
La Marsellesa, que se sigue cantando con unción pese a su mensaje racista que
habla de “sangre impura que riegue nuestros surcos”. Intelectuales, artistas,
cantantes como Charles Aznavour o Georges Brassens han criticado esos contenidos,
si bien defendiendo la parte musical. Esta canción arranca llamando
directamente “a las armas, ciudadanos”, y desde luego –como otros himnos- se olvida
de los territorios que Francia usurpó y colonizó por la fuerza.
Aparte
de la patria, la guerra y la muerte, Dios es una presencia bastante habitual en
este tipo de marchas: God Save the Queen
(Gran Bretaña) y God Bless America
(Estados Unidos) son ejemplos categóricos. En la segunda composición, en los
tramos belicistas se evoca al imperio, dejando de lado los crímenes cometidos
en su nombre; y hacia el final hay un pavoneo de supremacía frente a los
rebeldes escoceses (territorio que no cesa de reclamar su completa
independencia, lo mismo que Irlanda).
“La
patria o la tumba, libertad o con gloria morir”, entonan los uruguayos, en
tanto que los italianos se proclaman “preparados para la muerte” si su país los
llama, “unidos por Dios, quién nos podrá vencer”. También la patria
guatemalteca convoca a “vencer o morir”, puesto que “la espada salva al honor”.
“Guerra sin tregua”, se exaltan los mexicanos. Más tranquilos resultan los
himnos de Japón, Bélgica, Islandia, Australia.
Dónde encontrar la patria
El
director de orquesta francés Nicolas Chalvin aceptó la idea de escuchar 32
himnos patrios del Mundial para dar su opinión: “En general, las músicas son un
poco pobres y reiterativas, expresan cierta forma de populismo. No hay grandes
compositores que hayan escrito esta clase de obras, salvo –involuntariamente-
Haydn, de quien se empleó parte de un cuarteto en el himno alemán, y Hans Eisler,
autor del de la República Democrática Alemana (1949-1989)”. Según Chalvin, se sale
del molde marcial Suiza, país poco demostrativo, de un patriotismo discreto, de
acuerdo a la calma neutralidad de los helvéticos. “Las marchas están bien para
un estadio, pero son básicas. Pierre Boulez decía que cuando se habla de
marchas militares, no se puede hablar de música. Es un ritmo que tiene algo que
ver con el fascismo…”. Para Chalvin, los himnos de América del Sur se parecen
bastante en su insistencia con los conceptos de patria, libertad, Dios, y
asimismo por su filiación con la música mediterránea, el del Uruguay evocando
la verba de Rossini. “Un sucedáneo de influencias españolas e italianas,
resonando a veces con la ligereza de las operetas. El himno italiano, por su
parte, es como un petit Verdi. Y paradójicamente, las canciones patrias
africanas traslucen la influencia del pasado colonial. Incluso los de Nigeria y
Ghana dejan adivinar la intención de hacer algo en el estilo God Save the Queen”.
Alguien que no se casó nunca con nacionalismos ni
patrioterismos y que cierta vez escribió: “Detrás de cada bandera hay un fusil
apuntándote”, es el gran escritor español Juan Marsé, autor de joyas literarias
como Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí. En 2012, declaró
proféticamente al diario El País: “No me gusta la Cataluña que nos preparan los
nacionalistas”. Y el año pasado, a sus 85, se mantuvo incólume ante la embestida
brutal de los independentistas que lo insultaron, mancharon sus libros en las
bibliotecas… Entre otros/as, salió en su defensa la cantante y actriz Ana
Belén: “Es paradójico que un catalán de la mayor valía y honestidad como Marsé
esté recibiendo el desdén de quienes, sin haber leído seguramente sus libros,
se han convertido en cruzados de la cultura y la lengua catalanas. Una cultura
que se mira el ombligo no tiene muchos visos de superación, toda vez que la cultura,
por definición es hibridismo, mestizaje e intercambio. Como decía una viñeta
humorística recientemente publicada, ‘a mí la idea de identidad de nación me da
claustrofobia’. A mí también, querido Marsé, y posiblemente a usted le ocurra
lo mismo. Su única patria, como le oí decir alguna vez, no es la lengua sino el
lenguaje, la capacidad de comunicación. Lo felicito porque pese a las ofensas,
usted sigue siendo libre, y su libertad nos anima al vuelo. Lo felicito por su
valía y su valor. Y como reza el canto de Amancio Prada en Emboscados, “tu patria es el aire/ mi patria. No tengo banderas,/
no tengas”.