Algo para recordar 1

1994: Vicario castrense pide la conscripción para las mujeres. Aunque hoy suene a delirium tremens, en abril de ese año, monseñor Norberto Martina propuso con tono paternalista el servicio militar obligatorio femenino. Sobre el pucho, en el número 407 (mayo, 1994) de la revista Humor, Moira Soto le retrucó en una columna titulada: ¡Rompan filas, chicas!

Antes de reproducir textualmente dicha nota, un poco de historia: Norberto Martina (1930- 2001) fue nombrado capellán del colegio Militar en1969. Más adelante, en 1990 alcanzó el grado de obispo castrense en ceremonia realzada por discurso de monseñor Antonio Quarracino. Cabe anotar que Martina, en ese entonces, era considerado un purpurado aggiornado…

Omar Octavio Carrasco
El servició militar o conscripción –colimba, en el lenguaje coloquial- fue abolido en agosto de 1994, mediante decreto presidencial, luego de que el soldado Omar Octavio Carrasco, de 19 años, recibiera una paliza mortal el 6 de marzo de ese año (a poco más de 10 años de la recuperación de la democracia). Carrasco era un conscripto novato nacido en Cutral-Có, asignado a un cuartel de Zapala Neuquén; un chico que hasta el momento de ser reclutado repartía pollos congelados de la pequeña empresa familia. A causa una supuesta falta de eficacia, fue “avivado” a los golpes por iniciativa de un subteniente. Murió una hora después y para ocultar el crimen, se acusó a sus compañeros, que fueron sometidos a cruel “baile”, en tanto a Carrasco –cuyo cuerpo fue escondido- se lo acusó de “desertor”. Muy desconformes, los padres del joven hicieron la denuncia, y los diarios empezaron a ocuparse del caso. Un mes después de la terrible golpiza, el cadáver fue hallado al pie de un cerro: el hecho resultó el comienzo del final del servicio militar obligatorio. Según la sentencia del Tribunal Oral Federal de Neuquén, a Omar Octavio Carrasco lo golpearon “porque era torpe en la vida militar”, detalle que provocó “la ira violenta del subteniente Ignacio Canevaro”, condenado a 15 años de prisión.

A continuación, la antes citada columna de M.S.


¡Rompan filas, chicas!

Pues no. No se trata de un mal chiste sino de una propuesta hecha con toda la seriedad de que es capaz un obispo castrense: en un momento en que a nivel mundial los ejércitos tienden a profesionalizarse, y que a nivel local el descrédito respecto de las condiciones en que se hace la colimba crece, monseñor Roberto Martina, vicario castrense, no tuvo mejor idea que aconsejar que las mujeres hicieran el servicio militar.

Así es, chicas: no contento con avalar –al menos implícitamente- los abusos cometidos desde siempre por los milicos en la “formación” de soldados para “defender” la Patria, Martina quiere ahora que dejemos de ser el tradicional reposo del guerrero para “ascendernos” a guerreras. Claro que él no lo dice así porque sonaría muy mal: el buen hombre habla de brindar un año de vida en una actividad de servicio a la comunidad.

La propuesta se cae de insensata por donde se la mire: ¿Qué nos vienen a hablar de servicio a la comunidad representantes de una institución cerrada e insolidaria? ¿El servicio militar que nos querrían imponer se parecería quizás al Servicio de Damas de Sanidad creado por el régimen franquista en 1941? Si está de algún modo estipulado por el ejército que los hombres –y también los cadáveres- se hacen a golpes, ¿con qué sistema correctivo pensará Martina que se hacen las mujeres?

Como casi siempre en estos casos, cuando se quiere asimilar a las mujeres a ciertas expresiones de la cultura machista dominante todavía en muchas áreas, se habla hipócritamente de equiparación, de que debemos tener los mismos derechos, pero también las mismas obligaciones… Argumento falaz que en este caso viene bien para apañar la supervivencia de la tan cuestionada colimba.

No hace falta ser feminista, pacifista o ecologista para rechazar la idea de incorporarse –ni siquiera transitoriamente- al ejército argentino. Las encuestas prueban que la mayoría de las mujeres no quieren ni oír hablar del asunto. Faltaba más: los sueldos del sector femenino siguen siendo proporcionalmente más bajos, escasean las guarderías en lugares de trabajo, se les niega –a las mujeres sin recursos- algún servicio de planificación familiar o de anticoncepción; el acoso sexual (abuso de poder, a ver si se entiende) es tomado a la chacota por los medios, las mujeres sistemáticamente golpeadas carecen de un miserable refugio, millones de amas de casa cumplen doble y hasta triple jornada sin participación masculina en las tareas domésticas… ¡Y nos vienen a hablar de que deberíamos estar bajo bandera durante un año porque la igualdad de derechos implica igualdad de obligaciones!

Que yo sepa, ni las feministas ni otros movimientos de mujeres mínimamente de avanzada, pidieron jamás equipararse a los hombres en eso valores arcaicos, supuestamente viriles, como la agresividad, la violencia, el sadismo. Que son los que todavía cultivan muchos ejércitos del mundo, haya o no guerra (como quedó recientemente demostrado en los trágicos sucesos de Zapala).

Y en cuanto a los llamados “servicios sociales”, mentados para encubrir este pretendido servicio militar para mujeres, más valdría que algunos representantes del poder –desde el ejército, la iglesia oficial, y ya que estamos, el mismísimo gobierno- desarrollaran de vez en cuando conductas de solidaridad, de sensibilidad social, de altruismo… Cosa de no tener que lavarse la boca antes de tocar ciertos temas.