En 1939, durante la Segunda Guerra Mundial, el gran novelista, ensayista y periodista francés Albert Camus escribió un texto
germinal a favor del periodismo libre en tiempos de conflicto, que entonces fue
vetado por las autoridades y no llegó a publicarse en esas fechas en Le Soir Républicaine. Un manifiesto que
mantiene total vigencia donde el autor de La
peste definía cuatro mandamientos, o puntos cardinales, que debían regir el
oficio de registrar e informar la realidad: la lucidez, la desobediencia, la ironía
y la obstinación. “Un periodista lucha por lo que cree verdadero como si
su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos, pero publica nada
que pueda excitar el odio o provocar desesperanza. Todo eso está en su poder (…)
Todas las presiones del mundo no harán que un espíritu un poco limpio acepte
ser deshonesto”, subrayaba. Y luego: “La ironía es un arma sin precedentes
contra los demasiado poderosos. Completa a la rebeldía en el sentido de que
permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir a menudo lo que es
cierto”. También: “Es indispensable un mínimo de obstinación para superar los
obstáculos que más desaniman: la constancia en la tontería, la abulia
organizada, la estupidez agresiva”.
Aunque agnóstica en materia de religiosa, podría
decirse que María O’Donnell ha seguido, quizás intuitivamente, estos
“mandamientos” de Camus. Quienes sintonizan el dial cada tarde en FM Con Vos
sabrán que no suscribe a la solemnidad ni se cree dueña de la verdad (una extrañeza
en estos terruños), y es capaz incluso de revisar algún que otro concepto al
aire tras sopesar posturas. En Tarde
para nada, el magazine político que conduce, hace una encomiable labor charlando
con economistas, políticos/as, artistas, científicos/as.... La repregunta es
ley y, en ocasiones, también lo son ciertos climas de tensión, porque la
entrevistadora no se achica nunca. En las tres horas diarias de programa, abre
el juego con agilidad y simpatía, cediendo la palabra a especialistas de las
más diversas materias, incluidos sus colaboradores frecuentes (por caso, Sebastián
Davidovsky en tecnología, Daniel Schteingart en economía). Y en un panorama
radial donde el bloque cultura suele ser sinónimo de chimentos y donde el humor
es monopolio de voces masculinas, su programa se sale de la horma con las
recomendaciones literarias, teatrales, televisivas de Claudia Piñeiro; las
avispadas y ocurrentes intervenciones de Flora Alkorta (“una feminista
alterada”, según propia definición). La misma O’Donnell es una rara avis: tanto en radio como en
televisión hay pocas mujeres conduciendo programas políticos.
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María O' Donnell, Daniel Schteingart y Flora Alkorta |
Según ha expresado en repetidas oportunidades, para
O’Donnell el desafío hoy es hacer un periodismo no gritón, desterrar al
periodismo exacerbado; y no seguir a la marea, ser contracíclicos. Por ejercitar
la ecuanimidad, no faltan quienes la han mudado a esa nación ficcional llamada
“Corea del Centro”, término que nació como una ironía, no sin carga de
desprecio. A lo que ella respondió meses atrás en una nota de Infobae: “La libertad de expresión y el macartismo no
se llevan bien: estigmatizar al que piensa diferente, al que aporta un matiz o
trabaja en un medio determinado no aporta nada a la calidad del debate público”.
Y ya sardónica, sin ambages: “Si en algún lugar existe, Corea del
Centro debe ser un país mejor que el nuestro para ejercer el periodismo”.
O’Donnell tiene tres libros publicados: El Aparato. Los intendentes del conurbano y
las cajas negras de la política (2005), Propaganda K, una maquinaria de promoción con el dinero del Estado
(2007) y el apasionante Born, best
seller de 2015, un thriller muy bien escrito, rebosante de datos precisos y
testimonios clave. “Si no fuera una historia real, sería increíble. Ningún guión
cinematográfico llegaría tan lejos”, advirtió El País sobre el exitoso título
que vuelve sobre el secuestro de los herederos Jorge y Juan Born por el grupo
guerrillero Montoneros en 1974, el más caro de la historia (mundial), y sobre
el curioso periplo de los 60 millones de rescate. ¿Apenas un detalle? Décadas
más tarde, Jorge Born recupera parte del dinero gracias a la gestión de uno de
sus secuestradores, Rodolfo Galimberti, que deviene… su amigo y socio en
algunos negocios.
María O’Donnell nació en New Haven, Connecticut, en
1970, cuando su padre -el reputado politólogo Guillermo O’Donnell- hacía un
doctorado en Estados Unidos. Es licenciada en Ciencia Política, y cursó luego
la maestría de Relaciones Internacionales. Como periodista, debutó en los 90s
en gráfica, en Página 12; trabajó en el diario La Nación; fue subeditora de la
revista TXT. Ganó premios (Martín Fierro, Éter, Konex). Ha hecho radio en Rock
& Pop, Continental; tevé en la Televisión Pública, en Canal 26. Es hincha
de San Lorenzo (hace poco fue la voz del estadio), conforme declara con orgullo
azulgrana en su bio tuitera. Tiene dos hijas adolescentes; juntó fuerzas para
dejar el cigarrillo antes de su primer embarazo. Maneja el mismo coche hace 15
años, y hace running varias veces por
semana dondequiera que esté (sea el centro de Chile, las costas uruguayas,
Londres, Washington, París…).
En una época convulsa donde el periodismo mundial
sufre sonadas crisis (en Europa, sin más, un informe del Reuters Institute
Digital News Project del año pasado registró que la mayor pérdida de confianza
de la población era hacia los medios de comunicación, por encima de las
instituciones de gobierno, las empresas, las ONGs), María O’Donnel cedió a Damiselas en apuros un rato de su
apretada agenda para conversar sobre algunos de los principales retos del
oficio.
Cuando solo
tenías 22 años, diste tus primeros pasos periodísticos en Página 12, en un
momento alto del diario: cuidado nivel de escritura, eficaces títulos
connotativos, compromiso con los derechos humanos…
- Ese momento fundacional vino un poquito antes; yo
llegué más tarde, entré en el ’92. Pero, sí, por ahí nomás, con Jorge Lanata
aún como director, aunque al poco tiempo se va del diario. Fue el final de ese
período. Entré porque mi viejo conocía a Tomás Eloy Martínez; yo hacía la lista
de los libros más vendidos en el suplemento Cultura. Después empecé a colaborar
con la sección Política. Pero, efectivamente, por aquellos años el diario era
una referencia muy grande. Digamos que había cambiado el lenguaje después de la
dictadura, la forma de abordar -con ironía, con irreverencia- los temas del
poder; ni qué decir de toda la agenda del tema de derechos humanos. Más allá de
lo que significó en sí mismo, Página 12 irradió influencia en otros medios, y
eso sí estaba ocurriendo mientras yo trabajaba ahí.
Tras 6 años
en Página 12, te mudás a La Nación, donde Germán Sopeña -jefe de redacción- te
envía como corresponsal a Washington… En una época muy compleja, dicho sea de
paso: Torres Gemelas, elecciones Bush-Gore, default a la Argentina. Tuviste
la chance de entrevistar al entonces presidente Bill Clinton.
- Tres años estuve como corresponsal del diario. Y efectivamente
entrevisté a Clinton, pero por escrito, a través de terceros. Fue difícil por
el trámite interno que implicó, pero no tuvo mucha gracia porque no conocí al
personaje, no hablé con él. Digamos que no es lo más atractivo que te puede
pasar en este laburo…
Salvo raras
excepciones, hablando en términos generales, ¿dirías que ha habido un
decaimiento en la calidad de la escritura periodística?
- Bueno, toda la prensa gráfica atraviesa una
crisis muy grande. Tiene, además, una crisis de financiamiento, que aparece con
el surgimiento de internet. Ningún medio le ha encontrado la vuelta ideal a
cómo financiar contenido. El problema es que, a través de Google o Facebook,
los usuarios se acostumbraron a que el contenido llegue de manera gratuita, a
no pagar por información.
¿Situación
que hace mella en el supuesto muro que separa la redacción del área comercial?
- Sí, porque a aparecen otras formas de
financiamientos: desde el modelo de periodismo empresario hasta contenidos
auspiciados, a veces más o menos explícitos, y eso es complicado, por supuesto.
Entran,
además, otros actores extra-periodísticos en juego. Hace unos años, sin más, el
empresario multimillonario Jeff Bezos, fundador de la tienda e-commerce Amazon,
compró el Washington Post…
- Los medios tienen intereses en los propios
medios; el inconveniente más grande aparece cuando llegan a los medios
empresarios cuyo principal interés está por fuera del medio. El caso de Bezos
es un poco distinto, porque él se propone una suerte de ensayo personal, hace
una compra personal, por fuera de Amazon. Así y todo, con un negocio tan
concentrado, siempre está el riesgo de que eso permee al diario. Por supuesto
que no es novedoso, hay casos anteriores: Carlos Slim tenía plata en el New
York Times; General Electric tenía plata en el Washington Post… Cuando los
dueños de medios dejan de ser dueños exclusivamente de medios e intervienen
otros actores, surge la pregunta acerca de cuán independientes son, cuál es el
beneficio, el rédito que pretenden sus propietarios.
¿Repercute
en la credibilidad, otra de las grandes crisis del periodismo actual…?
- Más bien, diría que tiene que ver con las redes
sociales, la circulación de la información, la posverdad… Una cosa es la
vulnerabilidad de los ingresos: otra es qué pasa con las audiencias. El usuario
de noticias busca en los medios hoy reafirmar creencias que ya tiene. Entonces
el periodismo más ecuánime es problemático, porque tiende a no seguir siempre
una misma dirección sino a tratar de aplicar la misma vara, y esa es una
sensación que incomoda, incluso a los mismos consumidores, por cómo están
acostumbrados a informarse, con estos esquemas más de burbujas. En consecuencia,
aparece la tentación de la demagogia, porque se acaba premiando al periodista
que se maneja demagógicamente con las audiencias, yendo hacia donde las
audiencias quieren que vaya. Si un kirchnerista habla en TN, la audiencia cae;
si un macrista habla en C5N, la audiencia cae. Entonces los incentivos para
tener pluralidad de voces también caen. Pero hay que hacerlo aun cuando eso no
te represente las mejores mediciones posibles.
Tras años de
marcada polaridad, ¿vislumbrás el comienzo de una instancia superadora? ¿La
gente comienza a mostrarse más permeable a escuchar diferentes posturas?
- No, a mí me parece que no. De hecho, pienso que
la dinámica de las redes sociales ha influido para que esa polaridad se
radicalice. Ojo, tiene su aspecto positivo: permite que haya menos monopolio de
la palabra de determinados medios. Además, ahora, como consumidor, tenés la
posibilidad de contrastar, y es importante que los periodistas tengamos que
rendir cuentas. Por supuesto, hay momentos donde aparece la salvajada de las
redes, el escarmiento, donde la cosa más agresiva puede generar un efecto de
autocensura preocupante. Pero uno tiene que hacer su laburo independientemente
de esas situaciones. Si no, no estaríamos haciendo bien nuestro trabajo. Hay
algo de la exposición que a mí me gusta porque tiene mayor transparencia… Yo
trato de no pelearme con el presente y pensar qué cosas buenas nuevas ofrece. En
este panorama, por ejemplo, me gustan especialmente los proyectos colaborativos
de las offshores: la posibilidad de que periodistas de distintas partes del
mundo colaboren en un mismo proyecto, intercambien información y demás, algo
que ofrece el acceso a internet y el big
data es bárbaro, y abre posibilidades muy potentes para el periodismo. En
el nuevo escenario, hay desafíos, cosas que se pierden, pero también aspectos
positivas para rescatar.
“La pasión
de esta nueva generación no está ya en el terreno sino en las bases de datos, el
lugar exacto donde encuentran las claves exponer a las organizaciones
criminales dedicadas al tráfico de drogas y personas, y a las grandes
corporaciones y a los políticos corruptos que se esconden detrás de sociedades
cebolla o en paraísos fiscales para ocultar su patrimonio”, anotabas en un
artículo de El País, en referencia a “los nuevos románticos”, como llamás a los
colegas que cooperan desde distintos países para llevar adelante una
investigación sólida.
- Me encantan estos nuevos románticos. Porque antes
uno tenía sus contactos y los escondía, ¡no se compartía ni un teléfono! Ahora,
en cambio, se comparte todo, y es fantástico. Es el big data, la gran información disponible. La corrupción es
transnacional, y como se esconde, hace que sea necesario laburar en forma
colaborativa para que la investigación llegue a algún lado.
Respecto a
las redes sociales, de un tiempo a la fecha, diversos estudios señalan que,
aunque las mujeres representan la mitad de los usuarios, los trolls suelen ser hombres
(al parecer, porque tienden a ser más narcisistas), y que cargan con más tirria
las tintas digitales contra las damiselas con presencia online. ¿Notás que
exista más saña contra vos que contra colegas varones?
- Francamente, no sabría decirte. Sí noto que es
una de las modalidades con las que buscan disciplinar, una forma de
intimidación: son ataques que, de alguna manera, pueden tener como efecto
cierta autocensura si no te la bancás. Me parece que es problemático, pero también
es cierto que es difícil probar quién está detrás… Distinto es el caso del
modelo 6, 7, 8, un programa de la
televisión pública que claramente estaba hecho por el estado, y que –más allá
del debate en medios, que a mí me parece muy saludable y bienvenido- se usaba
muchas veces para destrozar a un periodista que estaba diciendo algo y no
discutir lo que en realidad estaba diciendo. Arruinar su credibilidad de manera
muy direccionada, digamos. En redes, pasa algo similar: se embiste contra la
persona y no sobre el tema de fondo. Y aunque podés saber, o intuir, la
orientación ideológica del troll, no quién está específicamente detrás.
Hay mucha
susceptibilidad y virulencia. Con el precio de la lechuga, por citar un ejemplo
pequeñito, ¡se armó un tole-tole!
- (risas) ¡Sí! Que una diga que está cara la
lechuga, una tontería en el espectro general de las cosas, parece que le duele
mucho a algunos macristas…
¿Qué opinión
te amerita el periodismo de periodistas, tan en boga?
- Estoy a favor. Lo que sucedía en épocas
anteriores, en la que los medios se cuidaban las espaldas entre ellos, estaba
mal. Había una práctica contradictoria, paradójica, de pretender investigarlo
todo, pero que de los medios no se hablara. A mí me parece súper saludable y
necesario que se hable, se revise. Esa parte no me asusta; al contrario.
Actualmente,
conducís Tarde para nada en radio
Con Vos (FM 89.9), de lunes a viernes de 17 a 20 hs. Y cada miércoles, 50
minutos, programa del canal de tevé La
Nación +. Con una agenda tan apretada, ¿te las arreglás para despuntar el vicio
de la pluma?
- Hago el intento... Con Born tardé tres, cuatro años, justamente porque lo hice en mis
ratos “libres”, buscando robarle un poco de tiempo al tiempo. Ahora mismo,
estoy escribiendo un libro, avanzando. Prefiero no contar aún sobre qué, está
en una instancia preliminar. Pero trato, sí, de replegarme un poco, apartarme
de la coyuntura. Es un esfuerzo, pero estoy muy contenta. Ya hice la
investigación; estoy en la etapa de sentarme a escribir.
Rosa Montero
ha dicho que “el periodismo es un género literario”; Tomás Eloy Martínez no
hacía una distinción tajante entre literatura y periodismo ¿Te parás en la
misma vereda?
- Me parece importante atender a la calidad de los
textos periodísticos, conseguir los mejores textos posibles, herramienta
fundamental del oficio. También toda la corriente de crónicas que buscan que el
periodismo tenga calidad narrativa. A los libros periodísticos les hace bien,
porque narrás una historia bien contada, salís del público al que solo le
interesa la política, más acotado. Una buena historia, bien contada, es
universal. Como dice la escritora y periodista Leila Guerriero, aunque a priori
parezca muy pequeña o muy local, puede tocar una fibra universal que muestre la
condición humana.
Tradicionalmente,
los temas “duros”, como economía, política, internacionales, policiales, han
sido dominio de periodistas varones. Incluso a la fecha, como conductora de
programas políticos, sos una rara avis
del escenario local.
- Es cierto que el mundo de la opinión política, de
los columnistas, sigue siendo predominantemente masculino, al igual las
conducciones de los diarios y de los medios de comunicación. Afortunadamente
estamos en una época de cambio, en la que empiezan a romperse algunos techos…
Fijate que si un medio promociona a sus columnistas y son todos varones, ya no
pasa desapercibido ni queda bien. El sentido común se va transformando, y eso
obliga a que diarios, revistas, radios, programas de tevé deban adaptarse a los
tiempos que corren.
Este año
comenzaste a dictar un seminario en la facultad de Ciencia Política, de la
Universidad de Buenos Aires, Debates
académicos en los medios masivos de comunicación, donde proponés la lectura de columnas de Paul Krugman para el New
York Times, de crónicas de Gabriel García Márquez para El País, de artículos
escritos por académicos en medios masivos (Andrés Malamud, Beatriz Sarlo, Ignacio Fidanza, José Natanson)…
- Ya lo había dado en la Universidad Di Tella, pero
este es el primer año en Ciencia Política de la UBA. El objetivo es que los alumnos aprendan las
herramientas que les permitan llevar los trabajos y debates de la academia a
los medios masivos de comunicación, con doble propósito: mejorar la calidad del
debate público y buscar audiencias más amplias para la producción de la
academia. Voy todos los lunes, son tres horas de
clase a chicos jóvenes, que están cursando últimos años de la carrera. Para
ello, también es fundamental que escriban de manera atractiva, eficaz y
sencilla.
¿Dirías que
tu papá, el gran politólogo Guillermo O'Donnell, reconocido y estudiado en
universidades del globo, fue una gran influencia en tu obra como docente,
escritora, periodista?
- Dentro de la investigación, abrió la discusión
acerca de la calidad de las democracias, y cómo la palabra democracia no
describía suficientemente bien o no permitía distinguir entre distintos tipos
de regímenes democráticos. Él tenía una obsesión muy grande porque los textos
de la academia fueran buenos textos, estuvieran bien escritos, fueran
accesibles, comprensibles.
Hay cierta
afinidad o vocación por las humanidades en tu familia (hermano Santiago
periodista, hermana Julia antropóloga, tío Pacho historiador, por mencionar
unos pocos familiares). ¿Tu mamá es de estas huestes?
- Mamá
es historiadora, pero no ejerció como tal. Tiene una agencia de viajes; desde
hace mucho tiempo es empresaria.
¿Y tus
abuelos?
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Crédito Revista Viva, Clarín |
- Mi abuelo materno era ingeniero agrónomo. El
paterno, médico pediatra. En realidad, Pacho fue el que más se interesó por la
historia familiar y buscó cómo habían llegado los O’Donnell a la Argentina.
Toco un poco de oído, acorde a lo que él cuenta: básicamente, que eran
irlandeses que primero pasaron por España, después vinieron al país. No sé si
bisabuelos o una generación más arriba.
Estabas
trabajando en el guión de Born,
adaptándolo a formato fílmico para una producción de Kramer & Sigman Films
(Relatos Salvajes, La Cordillera, El Clan) ¿En qué instancia está el proyecto?
- Hice el guión, sí, con Mariano Llinás; una
experiencia que resultó muy placentera, muy entretenida. Pero, al final, no se
va a hacer la peli. Desistió la productora, lamentablemente, y el proyecto está
caído.
¿Seguís cultivando
orquídeas, hobby al que has definido “un desafío, una terapia para superar
cualquier frustración”?
- (risas) Sí. Ahora las tengo un poco abandonadas,
pobres; cuando empiezo a escribir, las desatiendo. Pero están, están ahí.
¿Tus gatos no
atentan contra su bienestar?
- ¡No! Me ocupé de que las orquídeas estén en
altura, a resguardo. No pasa nada.