12 años de una teoría que no decae

Por Diana Fernández Irusta


“Todo lo que me gusta de mi vida, todo lo que me ha salvado, lo debo a mi virilidad”. Como la norteamericana Camille Paglia, Virginie Despentes es una feminista que se sale de los esquemas habituales. Una feminista capaz de perturbar al mismo feminismo. Y Teoría King Kong, libro publicado originalmente en 2006 y reeditado este año en la Argentina, es un manifiesto, una autobiografía, un ensayo. Ante todo, un artefacto poderoso, escrito con inteligencia rabiosa. Allí, Despentes decanta las voces de Simone de Beauvoir, Angela Davis, Lydia Lunch, Virginia Woolf, Judith Butler o Mary Wollstonecraft  como quien hilvana un tapiz demoledor. Se nutre de esas miradas y las incorpora a su propia experiencia de vida: Beauvoir al trasluz de la jovencita punk violada por tres muchachotes en una estación más o menos perdida de Francia; Petherson latiendo en la experiencia de la veinteañera que decide prostituirse; Butler (o Woolf, o Davis) transfigurada en la joven que alguna vez atravesó una internación psiquiátrica, la mujer a la que los psicólogos instaban a “reconciliarse con sus aspectos femeninos”, la que concluyó  que nada de eso iba con ella, que asumió el plantón de algún novio, que se dispuso a observar la maternidad –y tantos otros mandatos- desde la vereda de enfrente.

Teoría King Kong es virulento pero, más allá de algunas expresiones airadas (“piensan, alegres imbéciles, que este combate es igualitario”), no es un libro antimasculino. Más bien se trata de una denuncia furibunda de la miseria sexual, emocional y vital que degrada a mujeres y varones por igual. El feminismo de Despentes es orgullosa, declaradamente anti élite y contestatario. Más que contra sus contemporáneos, su batalla es contra un modelo político específico; ése que logra  que “las mujeres ofrezcan siempre los niños a la guerra y los hombres acepten ir a dejarse matar para salvaguardar los intereses de tres o cuatro cretinos de miras cortas”. Por eso, no juzga a aquellas que se siente cómodas al ser coquetas, suaves o maternales, al tiempo que entiende a los hombres vulnerables, tímidos o torpes. “Yo hablo como proletaria de la femineidad”, escribe. Y esa es, finalmente, la sustancia de su libro: una cuestión política, material. De clase.  

Géneros en disputa

Uno de los ejes de su análisis es la idea de que la masculinidad, lejos de ser una definición autónoma, es un concepto definido a partir de lo femenino. Desde este punto de vista, el varón socialmente aceptado (y construido, y esperado) solo existe a condición de que también lo haga su contraparte frágil, temerosa y restringida: la mujer. Por eso Despentes considera que la violación no constituye una excepcionalidad, sino un síntoma privilegiado; uno de los principales engranajes de una maquinaria tan naturalizada como eficaz. Aún más, un programa político (“el esqueleto del capitalismo, la representación cruda y directa del ejercicio del poder”). La autora suma una observación perturbadora: entre todas las instancias, gestos y espacios tradicionalmente masculinos que las mujeres han venido apropiándose en los últimos siglos, señala, solo la violación permanece como territorio decididamente exclusivo de la masculinidad.

La violación, asimismo, forma parte de la experiencia subjetiva de la escritora. En un recuerdo que reconoce obsesivo –la insidiosa secuencia de odio, miedo, golpes y desprecio acontecida durante su adolescencia- descubre un elemento fundante, la base sobre la que se terminaría construyendo su personalidad de adulta: Virginie Despentes, hecha de cada uno de los minutos del acto de violencia que la “desfiguró y constituyó”  para siempre.

Quizás porque a partir de esa experiencia aprendió a detestar a una sociedad que, en tanto mujer, la exponía a la peor de las agresiones sin otorgarle pleno derecho a la defensa, es que hoy reivindica la posibilidad de la fuerza como atributo a tomar. Las “chicas King Kong”, sugiere su ensayo, responden a una entidad, aquella simbolizada por el mítico mono gigante, que para Despentes no es ni femenina ni masculina, sino pura potencialidad arcaica, intensa y vital. Por eso no se desesperan por ser deseables, sino que desean; no se resignan a la debilidad física, sino que se hacen fuertes y hasta consideran la posibilidad de la defensa cruenta. Por sobre todo, las “chicas King Kong” no se avergüenzan de su fealdad ni andan deprimiéndose cuando algún hombre las violenta: ellas siguen adelante y  gritan su rabia a los cuatro vientos. Un punto nodal en esta teoría es la defensa del derecho femenino a la agresión. Y el elogio a la potestad de ganar el propio dinero, aun si éste se obtiene “jugando el juego” de la femineidad más condenada: ser prostitutas, formar parte de la industria del porno.   

Sin velos

Virginie Despentes
Despentes, que filmó una película (Baise-moi) con actrices porno, ejerció la prostitución por un tiempo. En los que quizás sean los pasajes más provocadores del libro, describe esa experiencia como un ejercicio de libertad personal; una asunción del propio cuerpo que le habría permitido, incluso, cierta indagación en zonas inexploradas de su propia sexualidad. Pero también la recuerda como una práctica que la condujo a una mayor comprensión de esas otras víctimas del patriarcado, los hombres. “Los clientes estaban llenos de humanidad”, describe, al rememorar algunos encuentros donde los varones, eximidos de la obligación de la conquista, dejaban ver sus posibles derrotas o debilidad.

Ante todo, Despentes inscribe la experiencia de la prostitución en el esquema económico y político que rige la desigual relación entre hombres y mujeres. Y sostiene que, en el contexto de esa dinámica, el sexo pago no sería más que un sinceramiento. “Como el trabajo doméstico o la educación de los niños, el servicio sexual debe ser gratuito –escribe-. Lo que ataca la moral en la práctica del sexo pagado no es el hecho de que la mujer no encuentre placer, sino que se aleje del hogar y que gane su independencia”.

Otra vez, una cuestión de estricto tenor material. Otra vez, la crudeza de una mirada empeñada en desnudar la marca de la dominación incluso en el territorio de la intimidad y los vínculos sentimentales. “Si se banaliza el contrato de la prostitución, el contrato matrimonial aparece de modo más claro como lo que es: un intercambio en el que la mujer se compromete a efectuar un cierto número de tareas ingratas asegurando así el confort del hombre por una tarifa sin competencia alguna”.

Despentes es descarnada. Hunde el bisturí en la revolución feminista inevitablemente incompleta, en la pareja, en la maternidad, en el espacio doméstico. En este último señala un fracaso nunca lo suficientemente explicitado: la ausencia de jardines de infantes, guarderías y sistemas de cuidado que garanticen el ingreso, cabal y sin sacrificios anexos, de las mujeres al espacio público. En esa batalla una y otra vez perdida –la de la defensa de las preocupaciones específicamente femeninas- ve el talón de Aquiles del movimiento de mujeres, la evidencia de una fatal dificultad para irrumpir, decididamente y sin complejos, en lo político.

Porque, ¿qué es, al fin y al cabo, la feminidad para esta autora? La reiterada disposición a hacer todo lo que no deja huella: lo doméstico, la voz baja, el devenir culposo, el silencio expectante, el desarrollo intelectual en su justa y acotada medida.

“La feminidad es una puta hipocresía -asevera, brutal-. El arte de ser servil”. Pero también, y con la misma furia, se despacha contra los hombres que perciben su virilidad “amenazada” por la marcha de la emancipación femenina. “Si no avanzamos hacia ese lugar desconocido que es la revolución de los géneros, sabemos exactamente hacia dónde regresamos”, sentencia. Y allí está la principal apuesta de Teoría King Kong: la invitación a abandonar, con rabia o sin ella, el territorio de sufrimiento que desde hace siglos hombres y mujeres se dedican mutuamente.  

Teoría King Kong, de Virginie Despentes. Traducción: Paul B. Preciado. Random House, 2018.