Por Agostina Luz López
Neptuno
es el planeta que rige Piscis. En el diccionario de símbolos dice: Rey de los
abismos del subconsciente y de los mares desordenados de la vida; desencadena
las tempestades, correlato de las pasiones del alma, especialmente en su
aspecto exagerado y destructor.
Ahogarse,
ir a la deriva, disolverse, sumergirse, inundarse, fluir. Todos estos verbos se
relacionan con la atmosfera creada por este planeta. Tengo casi todos mis
planetas en Piscis y sé lo que es estar regida por el rey de las aguas. Cuando
era chica, sentía la fuerza del océano imperante, pero era un océano que no
podía dominar. A veces lloraba y lloraba y sentía que desagotarme no tenía fin.
Podía pensar en asuntos familiares, en heridas emocionales pero lo cierto es
que cuando el planeta de las profundidades está cerca, la amenaza de la
tempestad acecha a menudo. Cuando esa amenaza se convierte en realidad, las
emociones más primarias rebrotan e inundan la consciencia hasta que el yo
desaparece.
Creo que
hay muchas maneras de vivir ese yo que se difumina, puede ser perderse en
castillos oscuros y no encontrar la salida o ir hasta el fondo para examinar
las cavidades más misteriosas y después volver a emerger con toda esa fuente de
sabiduría.
Me
interesa mucho en el trabajo que hago encontrar esos lugares de entrega. La
entrega en principio es a la materia misma de lo que uno está haciendo, esos
temas y esas formas. Realmente en el trabajo uno puede darse cuenta de cuando
algo brota y aparece producto de esa entrega, y cuando no porque se perturba la
comunicación entre las partes más profundas y los canales que puede llevar las
piedras preciosas al exterior.
Las
personan neptunianas a menudo trabajan sobre este conflicto, el constante conflicto interior entre los límites
de la vida terrena y el caótico torrente de emociones.
El
teatro es desde su concepción un trabajo en grupo. Es un trabajo muy delicioso
poder conectar todas esas individualidades, lo que conecta es eso que estamos haciendo. Bajo ese gran
árbol de las ideas que convergen en la obra, cada uno va entregando su conexión
con ese material.
Dicen
que Neptuno es el cine o la música. Pienso que escuchar música siempre es una
forma muy abrupta de interpelar las emociones. ¿Cómo hacer para trasladar
nuestras emociones a otros? ¿Cómo acarrear la inteligencia del pensamiento y la
potencia de las emociones al hacer una obra? ¿Cómo hacer para llegar a los
pensamientos del costado y no a esos que nos hacen ir para adelante? ¿Cómo
expandir el costado, ese lugar deforme y marginal y mágico donde la vida se
ensancha y cobra sentido?
¿Cómo
hacer para hacer ingresar a un espectador o lector en ese gran océano de
complejidades que es todo aquello que es vital y creativo, algo que se mueve y
es flexible, que no tiene definición? ¿Cómo crear una masa oscura y potente?
En
definitiva, uno siempre quiere ingresar en las preguntas y no en las
respuestas. Y como dice Rilke y como dice también el personaje de Esteban
Bigliardi en la obra Cimarrón de
Romina Paula: “No
indague ahora en las respuestas, que no le pueden ser dadas porque no podría
vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva ahora las preguntas. De ese modo
quizás, gradualmente, sin darse cuenta, algún día se encuentre habitando las
respuestas”.
Y
Neptuno es también el agua de las preguntas, que arma el oleaje de las
respuestas pero para volver a desarmarse y otra vez así preguntar. La capacidad
de la sensibilidad para ser permeable a los otros y al mundo.