1. Que
se haga la luz
En un principio era el caos. El mismísimo comienzo.
Tiempos difíciles ahí, en medio de la nada:
deidades con cabeza de animal y rituales que eran pura joda. Había que poner
orden, despegarse de Babilonia y fundar desde cero. Borrón y génesis, porque
cuando las cosas andan mal, es mejor juntarse a bordar una creencia. Y si es
única define mejor a quienes son parte de ella. Vamos a construirnos una historia,
una memoria para todos, un recuerdo cultural, decidieron los autoproclamados Elegidos. Mitos tienen los otros,
lo nuestro es literal. La nueva religión entrará en el saco de la historia, de
la ciencia y en todos los sacos que haya que hacerlo entrar. Y fueron
un único pueblo elegido de ahí en más,
y esto se respetó a rajatabla (hasta para el único dios) porque es bien sabido
que el que no está adentro, está afuera. Y afuera siempre es peligro. Así que
al único dios lo vamos a escribir en mayúscula: Dios. Ya que estamos inventando,
que sea todopoderoso. Y varón. Ahora sí, de acá para adelante.
Big bang y ¡boom! Que se haga la luz.
Dios puso manos a la obra: A las tinieblas las
llamaremos noche. Y a partir de acá, que las cosas tengan un solo nombre. Las
aguas para un lado, la tierra para el otro. Tsunamis, placas tectónicas, momento orquestal, sublime… Apareció el
mar y, a consecuencia de esta separación, su bella cicatriz: las playas.
(Pasarían milenios para la creación de las vacaciones, desde entonces y por siempre
asociadas a la tormenta, pero eso no fue obra del Patrón universal).
Siguió
adelante: un poco de verde nunca viene mal, unas flores enormes, simiente
pura. Estuvo Dios haciendo plantitas todo el día. Fue uno de los
momentos más extravagantes en el uso del color y la forma. Uno de los arbolitos
le pareció tan lindo que decidió ponerlo en el centro. Lo adornó con unos
frutos deliciosos y bien rojos. Y pensó: este será mi arbolito especial.
Es el origen. Un tema de repartos desde el principio.
Unas
estrellas para ponerle onda a la noche porque si no, nos morimos de miedo. ¡Qué
preciosas!, pensó Dios. Y creó una más, enorme y luminosísima, para señalar
que la cosa arranca cada día.
Qué quieto está todo, pensó el creador que
nunca duerme… Y ahí mismo se inspiró y amasó unos bicharracos: con escamas, con
sangre fría, bestias con dientecitos y con dientotes, otros con plumas… (Las
alas fueron tan de su agrado que decidió ponérselas solo a seres maravillosos).
Crezcan y multiplíquense. Por hoy basta, dijo.
Al otro día le dio un vistazo a la cosa: Ya
está. Un paisajote… A este Paraíso lo llamaremos Edén.
…
…
…
Qué aburrido, pensó Dios luego de una
celestial contemplación. ¿Cuántos días voy con esto? Estábamos en el
sexto y tuvo una semicrisis de artista frente a la obra… Acá falta algo…
Y entonces Dios tuvo una idea, fatal y maravillosa…
…
Continuará