Por
Sebastián Spreng
De tanto en tanto aparece un disco que hace desear
que no se termine. Thousand of
Miles es uno de esos logros privilegiados, alquímica
unión de dos mundos y dos artistas de raza: la mezzo americana Kate Lindsey y
el pianista francés Baptiste Trotignon.
A los 36 años, Kate Lindsey es una de las
mezzosopranos líricas más solicitadas del momento, y que conste que las buenas
competidoras abundan. Sus Hansel, Cherubino, Sesto y especialmente Nicklausse
han sido notable carta de presentación en las grandes casas líricas. Si sus dos
álbumes con canciones del compositor Mohammed Fairouz permitieron adivinar una
intérprete inquieta y sagaz, esta edición lo reconfirma sin vuelta de hoja. La
propuesta es encapsular cuatro exilios en canciones; el resultado, un éxito
rotundo. Ese exilio que fue común denominador para Kurt Weill, Erich Korngold,
Alexander Zemlinsky y Alma Mahler, todos ellos huyendo de la pesadilla nazi,
recorriendo las “miles de millas” del título, desembarcando en América para
adaptarse, metamorfosearse como pudieran y, en última instancia, sobrevivir.
Eran sapos de otro pozo, emblemas del renacimiento de la tradición austro-germánica,
del nuevo Berlín y la añosa Viena, talentos desarraigados en parte cercenados
por una barbarie emergida de aquel huevo de la serpiente que Ingmar Bergman
reflejó tan bien en la película de ese nombre.
Lindsey y Trotignon diseñan un programa
inteligente, cautivante, donde Kurt Weill prevalece y los demás acentúan un
marchito sabor europeo que parece alejarse en el horizonte para no regresar
jamás. Cómo cantar Weill es eterno tema de discusión, obras compuestas para la
inclasificable Lotte Lenya (“voz una octava abajo de laringitis”, según el compositor
y compañero de vida); quizás solo la recientemente desaparecida Gisela May consiguió equipararla. En el ámbito
clásico, muchas grandes lograron traducir Weill exitosamente a sus voces
entrenadas académicamente. Lindsey es un camaleón que combina lo mejor de
aquellas – léase la pionera Teresa Stratas, depositaria del legado de Lenya de
canciones sin publicar, Brigitte Fassbaender, Anne Sofie von Otter e incluso
Audra McDonald-, las unifica y añade su toque personal. Es un literal capolavoro.
Cada canción revela un tratamiento de filigrana. Para plasmarlo apela a todos
sus recursos, no le importa engolar, ahuecar la voz, ni saltar por sobre
convenciones establecidas, los exquisitos filados y pianisimos están a la orden
así como deliciosos parlandos y bruscos remates. Su voz está al servicio del
autor, aterciopelada, jugosa, agria, hiriente, suntuosa, irónica; es caoba, es
metal y también hielo. Es un arriesgarlo todo por Weill, un todo por el todo
que funciona como espejo del multifacético alemán con el justo toque de
desenfado e irreverencia, sin caer en sofisticaciones artificiosas o
amaneramientos absurdos.
El Weill berlinés con textos de Brecht – para La ópera de tres centavos y Ascenso y caída de la ciudad Mahagonny no
teme usar varias voces – contrasta con el americano de Lost in the Stars, el humor
de Buddy on the Nightshift engarzado con el
nostálgico Berlin Im Licht y un Je ne t’aime pas y Nanna’s
Lied de antología. La colaboración de Baptiste Trotignon
deslumbra especialmente en el Weill, donde improvisa a sus anchas guiado por
una intuición milagrosa. Trotignon acompaña, comenta, borda, añade, refleja,
compite, se equipara a su cantante en este fenomenal tour de force.
El pianista no deja de aportar una visión y color
diferente en cada Lied de Korngold, Alma Mahler y Zemlinsky. Como en Weill,
cada uno tratado como una historia individual para pintar un todo. Aquí Lindsey
es una perfecta mezzo camarística, elegante, inmaculada, acariciando cada frase
y palabra; tanto Schneeglöcken como Mond
so gehst du de Korngold son dos joyitas tratadas con infinito
cuidado, dos del puñado de canciones que sobrevivieron a la tempestuosa Alma
Mahler y que muestran la influencia de su maestro (y enamorado) Zemlinsky, que
concluyen el programa con un agridulce aire vienés, apropiado y sugestivo. Es
un telón que cae lentamente, un consuelo, un bálsamo dulce y etéreo que motiva
a esperar por una pronta secuela de este equipo formidable. No será fácil
superarlos ni superarse, pero habrá que estar atentos.