Fatalidad, ¿tu nombre es mujer?

Texto: Moira Soto
Ilustraciones: Juliana Rosato

Nacidas para el mal, las chicas fatales del cine negro asumen y en parte revierten la herencia teñida de misoginia de diversos mitos: Pandora, Eva, Lilith. Figuras cardinales en la década del ’40, ellas reverdecieron (y se oscurecieron aún más) en los ’90, con la descarada Linda Fiorentino ganando el torneo de maldad insolente...

Collage de Juliana Rosato
De arcilla y de una costilla provienen Pandora y Eva en sendas mitologías que las emparientan: “Zeus convoca a Hefestos, Atenea, Afrodita y algunas divinidades menores como las Horas. Ordena a Hefestos que moje arcilla con agua y modele una muñeca con figura de mujer (...). Llega el turno de Hermes que la anima y le confiere la energía y la voz de un ser humano (...). Zeus pide a Atenea y a Afrodita que prolonguen su belleza en el vestuario (...) y la joven virginal brilla en todo su esplendor (...). La primera mujer está de pie delante de los dioses, el arquetipo de la mujer a imagen de las diosas inmortales. Pero Hermes pone en su boca palabras mentirosas, la dota de un espíritu de perra, de un temperamento de ladrona, y de ella ha de surgir toda la ‘raza de mujeres’ (...). He aquí a Pandora, luminosa a la manera de Afrodita, hecha de mentiras y coquetería. Zeus crea este ser no para los dioses sino para los mortales, los hombres”: así relata el helenista francés Jean-Pierre Vernant el nacimiento de Pandora en L’Univers, les Dieux, les Hommes. Como salta a la vista, el advenimiento de la primera mujer en la mitología griega se parece sospechosamente al mismo evento en la judeocristiana, narrado en la Biblia, con la diferencia de que Eva, la tentadora y pecaminosa, ni siquiera fue hecha directamente del barro como Adán, sino apenas de una costillita de éste. 

El resto de la historia de Pandora es pura desgracia con ventilador: la chica preciosa es destinada al hermano de Prometeo, Epimeteo, que nada más verla se casa con ella. Y descubre que la joven no se satisface con nada. Siempre quiere más de lo que sea. Como se sabe, en la casa de Epimeteo había entre varias ánforas una que no debía ser tocada. Por supuesto, Pandora la destapó y al instante todos los males se diseminaron por el universo.

La fatalidad, pues, ya era mujer en ciertas culturas mucho, muchísimo antes de la existencia del cine negro. Antes de Barbara Stanwyck, Gloria Graham, Rita Hayworth, Jane Greer, Lana Turner, Gene Tierney, Mary Astor, Ava Gardner... No por casualidad esta última fue una rutilante Pandora allá por 1951, inexorablemente destructora de hombres; y antes, en 1928, la Lulú teatral de Wedekind magistralmente llevada al cine (mudo) por Pabst, fue subtitulada La caja de Pandora

Kitty, Gilda, Phyllis, Anna, Debbie, rubias y morochas del otro lado de la ley, peligrosas criaturas enjoyadas de labios en flor. El cine negro clásico no sabía vivir sin ellas, duras muñecas de placer con ideas propias, a menudo inteligentes, seguras, ambiciosas. Femmes fatales, dark ladies, spider women, mantis religiosas, las damas del film noir son una fantasía masculina que ha sido harto interpretada como denigratoria, pero que, por lo contradictoria y ambivalente, va más allá del mero desprecio o miedo hacia la mujer. 

El doble mensaje reside en que estas chicas desobedientes de los ’40 y los ’50, siempre más hermosas y más seductoras que cualquier novia o esposa buena que apareciera en un segundo plano (obviamente para marcar la diferencia entre el Bien y el Mal), fueron con frecuencia interpretadas por estrellas top en su momento de mayor auge y esplendor. Y estaba clarísimo, en medio de las sombras expresionistas, que los varones más recios, en ocasiones más guapos, solo querían el beso de sus boquitas repintadas, prefiriendo dejarse esclavizar por la mala de turno antes que quedarse con la santa mosquita muerta aprobada por la madre (de él, claro).

Pese a lo que suele creerse, la verdad es que hay dark ladies que no perseguían la guita: Gloria Swanson –en ese film noir gótico que es Sunset Blvd.– deseaba locamente a recuperar el estrellato, Gilda aspiraba a liberarse del marido nazi (¡fugado a la Argentina!) para quedarse con el guardaespaldas cacheteador colaboracionista, Laura solo quería que la dejaran en paz... No parece casual que estos dos últimos personajes provinieran de plumas femeninas: las guionistas Virginia van Upp y Marion Parsonnet (el primero) y la novelista Vera Caspary (el segundo). Mientras que una víctima como Barbara Stanwyck en Sorry, Number Wrong fue creada por Lucille Fletcher, que escribió el guión sobre su propia pieza radial.

Collage de Juliana Rosato
Por supuesto que Barbie S. unos años antes había sido, con pulserita de oro en el tobillo izquierdo, la malvada total de Pacto de sangre, alhaja imprescindible de Billy Wilder. Por su lado, Ivonne de Carlo traicionaba alevosamente en El abrazo de la muerte al sensible Burt Lancaster, un chaval con cierta vocación de cautivo por amor: en Los asesinos se lo devora la bella absoluta Ava Gardner. Otra presencia básica del género, la intensa Gloria Grahame, irrumpía En un lugar solitario desestabilizando al neurótico Humphrey Bogart, en tanto que la disfónica Veronica Lake era la soplona irresistible de Un alma torturada  (la de Alan Ladd, con quien luego formó pareja rubísima en varias películas negras). Y entre otras pérfidas, citadas un poco al azar, tenemos a la Lazy Legs de Joan Benett, otro ícono, en, claro que sí, Perversidad.

Aunque las femmes fatales alcanzaron su auge en la década del ’40 –y tuvieran cría en otras cinematografías, como la francesa y, en pequeña escala, la argentina– y casi volaron del mapa del policial hasta los ‘70, es en los ‘90 cuando regresan con maldad reconcentrada, gozosamente interpretadas por Sharon Stone, Nicole Kidman, Joanne Whaley-Kilmer (luego se quitó el apellido de su ex Val), Jennifer Tilly y, muy especialmente, la “plus que noire”, como la llama Cabrera Infante, Linda Fiorentino. Dicho esto sin dejar de homenajear a la incendiaria Kathleen Turner de Cuerpos ardientes (1981) o a la loca cocinera de conejitos Glenn Close en ese film negro berreta llamado Atracción fatal (1987). Chicas letales contemporáneas que encontraron más que aceptable sucesora en Rebecca Romijn-Stamos, protagonista de, justamente, Femme fatale (2003), la pieza maestra que Brian De Palma rodara en Francia.

Y sí, por más que apreciemos la rebeldía de algunas, el atrevimiento de otras, el talento (aplicado al mal, claro) de casi todas, ellas, las damas del cine negro se parecen bastante a la descripción que hace la Velvet Underground en el tema -ya adivinaron- Femme Fatale: “Ahí viene/ Mejor tené cuidado/ Ella va a romper tu corazón en dos/ Es cierto/ (...) Ella te va a levantar para tirarte abajo/ Qué payaso/ Muchachito, ella es de la calle/ Antes de que empieces ya estás noqueado/ Te va a tomar por tonto/ Sí, es cierto/ Porque todos saben (ella es una femme fatale)".

La evolución de la especie chica mala

En 2003, Paula Rabinowitz desafió el calor porteño para dictar una conferencia sobre las mujeres fatales del cine negro, previa proyección de grandes exponentes del género durante una semana. Rabinowitz es doctora en estudios de género y culturales de la universidad de Minnesota, y  autora de varios ensayos, entre los cuales vale citar: Labor and Desire: Women’s Revolutionary Fiction in Depression America y Black and White Noir: America’s Pulp Modernism; Frida, Miss O’Keefe and M. E. En Black and White... explora la novela popular norteamericana a través del policial, recurriendo a las más diversas referencias para explicar la fascinación norteamericana frente a ciertos espectáculos de crimen. 

“Por supuesto que la femme fatale no es invención de los guionistas de Hollywood, ni de los novelistas del género: este personaje concentra diversas mitologías que marcan a la mujer como generadora del mal”, declaró Paula Rabinowitz en aquella oportunidad. “Recordemos que ya había mujeres fatales en el cine antes de que se fundara la industria de Hollywood. Y si bien las villanas del film noir no son completamente originales, es impresionante ver cómo se multiplican en los años ‘40. Me interesa mucho reflexionar sobre por qué aparece entonces este ícono femenino tan fuerte. Cuestionada, temida, deseada, peligrosa, causante de caos y muerte: se ha debatido mucho acerca de la femme fatale, es un tema favorito de las críticas feministas.”

En la entrevista, Rabinowitz se detiene en los aspectos culturales y políticos de este mito: “Creo que ellas representan la manera más fácil de derivar ciertos problemas, más allá de que tenemos una larga historia en esto de echarle la culpa de casi todos los males a la mujer. En los ‘40 se producen cambios económicos, sociales. Esa figura de la femme fatale desvía la atención de los problemas mayores, que de todos modos aparecen a través de esta imagen femenina. Se trata de mujeres que suelen tener un hombre lateral en su pasado –griego, latino, oscuro en todo sentido–, agazapado entre los arbustos antes de saltar. Esto tiene que ver con las minorías que surgían entonces en Estados Unidos. Y lo que sucede en los films noirs es que las diferencias raciales se simbolizan en diferencias sexuales. Estas mujeres, independientemente del color de pelo, son inequívocamente blancas. Los latinos y otros extranjeros figuran en lugar de los negros que no podían estar en la pantalla”. 

La especialista señala que en la década del 30 fueron muchas mujeres a la universidad, mientras que en los ‘40 los hombres fueron a la guerra y ellas salieron a trabajar (en fábricas, puestos del gobierno, otros empleos): “Sopló un cierto aire de libertad y algunas películas reflejan esa realidad, y cómo afectó a los varones cuando regresaron de luchar: ellos se fueron durante la Depresión y se encontraron al volver con industrias en marcha, mujeres trabajando y gobernando la casa. En las películas se habla de reintegrar a los hombres que no entienden este mundo diferente al que vuelven, aunque nunca se menciona directamente esta transformación al narrar historias de sexo y asesinato. De modo que la imagen femenina negativa viene a hablar de toda esa temática: siempre es más fácil entender lo que es una chica mala, todo el mundo sabe de qué se está hablando. Otra cosa a la que se refieren indirectamente estos films es la tremenda violencia que hubo siempre en la historia de Estados Unidos: el robo a los indios, la esclavitud..., culminando con la explosión de la bomba atómica en Japón. A mediados de los ‘50 se deja de hacer este tipo de policial y cuando está terminando la guerra de Vietnam, Roman Polanski retoma el género con Chinatown; y de hecho, tiempo después, Fargo y otros films violentos aparecen tras la caída de la Unión Soviética. Las batallas de mafiosos, de gangsters, reflejan otras guerras a escala mayor. Durante la Segunda Guerra, la mayoría de estas chicas atractivas decoraba los aviones que cargaban bombas, porque ellas también representaban un riesgo, una amenaza”.

Collage de Juliana Rosato
En opinión de Rabinowitz, lo que ocurre más tarde en Chinatown  es que el investigador, que ha visto todas las películas, cree que ella, Faye Dunaway, es una femme fatale “y al final solo se trata una víctima. Por otra parte, lo interesante en Fargo es que su protagonista, una mujer que investiga el crimen, no es particularmente bella ni sexy. Es una mujer común, embarazada. Ahora es ella la que indaga, la que trata de atar cabos, sensata, paso a paso, con una moral transparente”. Respecto de las actualizadas malas mujeres del neo film noir, observa P.R. que hay diferencias marcadas entre las de antes y las de ahora: “Al margen de los presupuestos bajos de los films de los ‘40, que aseguraban sobriedad y concentración, en esa época había muchas restricciones de la censura (no se podía matar a hombres de negocios ni hablar mal de la religión, no se permitían escenas de sexo más allá del beso) y los directores tenían que ingeniárselas a través de métodos sutiles para, por ejemplo, sugerir actividad sexual sin mostrarla. Por eso, no hay evidencias, obviedades. En los films de ahora las mujeres son explícitamente sexuales, abiertamente manipuladoras, durísimas. Te muestran todo, te explican todo con lujo de detalles. Por eso me gustan los hermanos Cohen, porque aunque ahora se manejen con presupuestos importantes, saben sugerir, ser ambiguos, confían en la percepción del público”.

Cuando se le pregunta por las diferencias entre las villanas del film noir y las del melodrama (especialmente Bette Davis), discurre la entrevistada que en realidad el film noir está muy conectado al melodrama. “En el cine negro, aun cuando la mujer vaya a terminar muerta, hay un buen trecho de la película en que ella conduce la acción, es la que tiene el control. Mientras que en el melodrama suele estar como superada por la situación, aunque sigue siendo el centro del relato. En el film noir, por más que tenga por encima de ella a un hombre poderoso, ella mantiene cierto control y es la que sabe todo. No así en el melodrama: aunque no se trate de una víctima, es llevada por fuerzas externas que no puede manejar. Siempre nos resulta más divertido ver a las controladoras que a las controladas... Como dijo una crítica, Joan Crawford puede terminar muerta al final de la película, pero vale la pena verla noventa minutos imponiéndose con carácter e inteligencia. Esto último es lo que recordamos de ella en la ficción, no su muerte. Aun cuando se trate de malas personas, hay aspectos muy atractivos en estas mujeres, de hecho nos identificamos con muchas de ellas. Son listas, astutas, tienen humor, muchas cosas a favor..."

De trolas y vampiresas

Ha dicho y escrito más de dos veces que, en la pantalla, ella prefiere el glamour menos realista a la ropa de entrecasa, el maquillaje que realza y los trajes divinos de diseño exclusivo al aspecto de vecina común y corriente que va de una corrida a comprar verdurita con lo que tenía puesto (en verdad, las diosas del glamour nunca iban al mercado, ni por una aceituna verde para el dry martini). Según Camille Paglia, experta en ir contra la corriente y en retorcer lugares comunes, lo mejor de las divas producidas de los pies a la cabeza era su irrealidad: para ver a alguien desarreglado o preocupado por minucias cotidianas, asegura, le basta con mirarse al espejo...

Camille Paglia, profesora de Humanidades de la Universidad de Artes de Filadelfia, se convirtió por propia determinación en estrella mediática de los ‘90. Es que a ella no le bastaba con levantar polvareda polémica desde su cátedra o sus ensayos: Paglia quería sobre todo escandalizar desde los periódicos, la radio, la TV, el cine. No hace falta aclarar que lo consiguió con creces, ya defendiendo un personaje facho de Sylvester Stallone, ya declarando su amor apasionado por Madonna, ya intentando camorrear con las feministas clásicas mediante cualquier pretexto que sonara controversial (ponerse en contra de toda forma de victimización; decir que entendía la mentalidad del violador porque ella tiene una de ese tipo...). En 1990 dio a conocer el ensayo Sexual Personae, sobre la imagen de la mujer en la historia del arte, revalorizando una mirada pagana, erótica, panteísta, andrógina. En los años siguientes, Paglia no paró de generar artículos, debates televisivos, entrevistas por radio y TV, documentales. Parte de estos materiales le sirvió para armar el libro Vamps & Tramps, publicado en España por Valdemar en el 2001.

Camille Paglia, definida alguna vez como la material girl del feminismo, ya en su minuto 16 de fama según la revista Time, aclara en Vamps... que ese título evoca una personalidad perdida en el feminismo contemporáneo: “Las vampiresas son las reinas de la noche, ese reino primitivo que ha sido excluido y reprimido por las sedadas profesionales actuales de clase media en sus oficinas resplandecientes y ordenadas. La prostituta, la seductora y la fascinante estrella de cine ostentan el antiguo poder vampírico de la mujer sobre el hombre. Ese poder no es racional ni medible. Las reglas apolíneas que seguimos en el puesto de trabajo no controlan por completo los impulsos de la noche dionisíaca. La igualdad sexual ante la ley –la gran meta del feminismo moderno– no puede trasladarse con la misma facilidad a nuestras vidas emocionales, donde gobierna la mujer”.

De más está decir que doña C.P.  habla desde su propia burbuja norteamericana y urbana, quizá pensando en las chicas del campus. Desde ese sitio confortable y siempre en pos de la repercusión mediática, ella pide un feminismo revampirizado (jugando con la palabra vamp –vampiresa– y revamp –renovar, modernizar–, es decir, aggiornar el feminismo devolviéndole a la vampiresa). Siguiendo el curso de su propuesta, la mujer debería ser una tramp (trola, loca, puta, promiscua). En su generación de rebeldes de los ‘60, anota, la chica agradable de discurso suave y saneado y modales decorosos tenía que desaparecer: “Sin embargo, treinta años más tarde seguimos atrapadas en ella. Hasta finales de los ‘50 a una mujer sexualmente libre la llamaban tramp. La alegremente insaciable Heidi Abromowitz de Joan Rivers corriendo al muelle a saludar a la flota, era el alter ego oscuro de la muchacha de clase media. Debemos reivindicar a la Puta de Babilonia, la diosa de la naturaleza de esa compleja ciudad de arrogantes torres y femeninos jardines colgantes. Las vampiresas y las locas son personalidades babilónicas, marginales, paganas (...) La sexualidad femenina liberada del secuestro judeocristiano, regresa a la naturaleza animal. La mujer ‘de la calle’ es una merodeadora y una depredadora, que se gobierna a sí misma y no es víctima de nadie (...) Las vamps y las tramps son veteranos símbolos del feminismo de chica dura, son mi respuesta a la presumida satisfacción y al burdo materialismo feminista yuppie. Admiro el realismo recio e ingenioso de Ida Lupino y las heroínas de cine negro. Estoy harta de remilgadas muchachitas blancas con sus fantasías de princesitas”. Paglia –que se autodenomina alegremente “reformadora militante del feminismo”– abomina por cierto de las mujeres “de estilo plácido y cazasolteros de la época de Debbie Reynolds y Sandra Dee, blandas y timoratas”.

Collage de Juliana Rosato
Como de costumbre, parte de lo que dice esta profe de Humanidades resulta incitante, divertido y un toque subversivo. Como buena alborotadora, ella sacude un poco la estantería pero sin que se caigan los libros, porque en su afán de sorprender a toda costa abusa de cierta liviandad conceptual. No vamos aquí a entrar a polemizar sobre las presuntas bondades de la prostitución como paradigma de libertad sexual, e incluso del disfrute, al decir de Cam. En cuanto a las vampiresas del cine, y en particular a las heroínas del cine negro –más allá de que algunas estuviesen sometidas a sus gangsters de turno, o de que fueran chicas ingeniosas y decididas– vale tener en cuenta que la mayoría de ellas no se salían con la suya y terminaban castigadas, por no decir exterminadas. Para algunas (como Gloria Graham en Los sobornados) era una forma de redención; para otras, el pasaporte al infierno. Todo lo cual no quita que ellas, las malas, las sediciosas, por encima de la base misógina sobre la que fueron construidas se tomaran revancha poética al erigirse casi siempre en eje, en el elemento más subyugante del film noir. Como escribe el crítico español Manuel Delgado Ruiz en su capítulo de su libro Diablesas y Diosas, que tituló ¿Por qué Bette Davis es buena para pensar?: “Ciertos personajes de esta actriz resultan útiles al punto de vista de las mujeres porque completan, en la dimensión de lo ficticio, una voluntad que es de realización emancipadora y de venganza antimasculina y antisocial, a la vez que les confirma a los hombres las intuiciones culturalmente heredadas acerca de la calidad alarmante y peligrosa de la mujer, y justifican así, en nombre de la precaución ante su amenaza, las relaciones asimétricas que se le imponen”.

Paula Rabinowitz tiene mucha razón: ahora las chicas fatales, como Linda Fiorentino, no se andan con sutilezas. En La última seducción esta morena carnívora le baja el cierre a un desconocido en un bar y mete mano con la esperanza de encontrar –verbaliza– “cualidades de caballo”, para luego olfatearse los dedos. Así suele actuar, con variaciones, la mejor peor villana de los ‘90, que después intentó saciar sus avideces –sexuales, de dinero, de sangre– en Jade. Casi le gana a la Sharon Stone de Bajos instintos, la que se acuesta en el fotograma final con el picahielos bajo la cama, o a la trepadora Nicole Kidman de Todo por un sueño (más mala e inescrupulosa aquí que en Daños corporales), o a la mismísima Anjelica Huston de Ambiciones prohibidas, pérfida por donde la busquen, hasta el filicidio...

Para el regocijo total de fans del Brian De Palma de antaño (Carrie, Blow Out, Carlito’s Way, Ojos de serpiente) llegó hace década y media Femme fatale que, como su título lo deschava, es la historia de una mujer mala, traicionera, manipuladora. Ella es Laura (nada que ver con la desaparecida del cuadro que encarnaba tan bellamente Gene Tierney, en la obra de Otto Preminger), una ladrona de diamantes que engaña y estafa a casi todo el mundo. Bocatta di cardinale para cinéfilas, Femme... arranca con la protagonista Rebecca Romijn-Stamos semidesnuda de espaldas, frente al televisor, en una pose que evoca La venus del espejo, de Velázquez. A continuación, la espectacular secuencia del robo en los baños de la sala de proyecciones durante la apertura del Festival de Cannes. Laura seduce a una starlette cuyo traje ¡es una serpiente! (es decir, una alhaja de oro y piedras preciosas que se enrosca en su cuerpo desnudo y que Laura desmonta por segmentos), y se escapa con el botín. Lo que sigue es un delirio maravilloso por el que conviene dejarse arrastrar, como por las aguas (del río, de la bañera, de una pecera, de una fuente, de la lluvia) que invaden esta película que cita otras de De Palma, y algunas de Hitchcock.

No vamos a negar a esta altura de la soirée que Brian De Palma se contagió en más de una oportunidad de la misoginia del cine negro (Vestida para matar, con la pobre Angie Dickinson pagando tan caro su recreo erótico), pero también es responsable de una de las mejores películas sobre uno de los horrores de Vietnam –la violación a prisioneras–, Pecados de guerra. Respecto de Femme fatale, dice su director: “Historia noire atrapada dentro de un sueño”, donde Rebecca Romijn-Stamos huye y se desdobla, se zambulle hasta el fondo del río y emerge en otro nacimiento cinematográfico de Venus, acaso más shocking que el de Ursula Andress en El satánico Dr. No.