Una actriz con poderes especiales para el drama y la comedia

Por Moira Soto

Crédito Carla Mazzoni
Romina Pinto se tomó dos años para ahondar en la memorable Señora Macbeth que estrenó el año pasado, y que ha repuesto recientemente en el Andamio 90. Pero Pinto –actriz por sobre todos los oficios terrestres que conoce y ha desempeñado- no se consagró en ese lapso exclusivamente al desmesurado, por momentos inexpugnable personaje creado por la gran Griselda Gambaro. Simultáneamente, la talentosa actriz no solo ensayó la incisiva comedia negra De tiburones y otras rémoras, del valenciano Sergio Villanueva sino que, de manera genuinamente independiente, gestionó una gira con esta obra por España e Italia (que se realizó durante enero y febrero de 2018). De tiburones… también está actualmente en cartel en Buenos Aires, en Patio de actores: un espectáculo presentado por la compañía El vacío fértil, que también integran el actor Iván Steinhardt y la directora Marina Wainer.

Mientras preparaba a su Señora Macbeth junto al director Roberto Lachivita, Romina Pinto también participó en varios cortos y largometrajes, prosiguió paralelamente con otras obras de teatro (Cuarteto, Cansados de ser, Jamás me levantó la mano…). Y, entre otras cosas y dándole cauce a sus estudios de publicidad, no se ha privado de diseñar algunos programas de mano.

Así es RP, pura energía en acción permanente, capaz de mutar fluidamente de la comedia al drama, de fundar una compañía teatral o de armar una o más giras por el exterior. Ella discurre que tanta determinación y versatilidad le llegan, en parte, por vía familiar, lo mismo que esos ojos azules de cristal de Murano, que probablemente se los debe a su abuelo paterno “que todavía se discute si era de Turquía o si nació en Egipto, país donde pasó su primera infancia… También están mis dos abuelas rubias y de ojos celestes, y mi otro abuelo, siciliano morocho de ojos oscuros…”.

Los rasgos de tu rostro podrían ser los de una actriz de Fassbinder, tienen un sesgo alemán…

-Bueno, paradójicamente, nací en Villa Ballester, cuna adoptiva de alemanes, y fui 11 años a un colegio alemán. En realidad, mi padre es judío; mi madre, católica: tengo un mix dentro de mí. Mirá lo que me pasó: hasta ayer estuve grabando la serie de Alberto Lecchi sobre la novela de Viviana Rivero, Secreto bien guardado. En un principio, pensé que me habían llamado para hacer a un personaje alemán, porque me pidieron un audio en ese idioma. Y terminé haciendo a Esther Frenkel, una mujer judía. Así que tengo esa yunta: puedo dar para un lado como para el otro. Me encanta eso.

La Señora Macbeth
Tanto en el cine como en la tele se nota que la cámara te quiere, y que vos le retribuís.

-Es que yo creo que se puede establecer un romance con la cámara. En 2015, filmé Contrasangre, donde interpretaba a la esposa de Juan Palomino. Yo ya había notado que una podía advertir cuando había química, tema que hablé con Carlos Ferro, un camarógrafo buenísimo que trabajó en esa película y que me dijo justamente eso: “La cámara te quiere”. Creo que esa especie de idilio tiene que ver también con ponerle amor, entrega al trabajo, más allá de lo que aportan la luz, el encuadre. Pero el actor con cierta práctica sabe buscar la cámara. No sé si todos proceden igual, pero yo pregunto qué plano van a hacer: así te imaginás cómo va a salir del otro lado y actuás en consecuencia.

En cambio, en el teatro, la química va por otro lado.

-En el teatro se produce otro fenómeno, el actor está más expuesto: ahí la conexión es directa con el espectador. Porque vos percibís qué le pasa a la gente cuando estás sobre el escenario. Es como una disociación que hacés porque estás concentrada en tu trabajo, pero a la vez sentís la conexión que se genera con el público. Es un dar y recibir energía, y un volver a darla…

Corto Un día especial, de Maria Tomsig
Cuando esto no ocurre, ¿cómo es la percepción?

-Terrible la sensación de “esto no está funcionando”. ¡Uuuf!

¿Es peor cuando lo que no camina es la comedia?

-Sí, claro. Es un género que depende mucho del director, del timing que maneja con los actores; y obviamente, de la calidad del texto. Con la comedia, cuando no está funcionando, puede suceder que el actor empiece a buscar herramientas por donde no las tiene, tratando de salvar la situación. A veces, se encuentra el salvavidas, y a veces no. Pero en general suele ser una cuestión de equipo cuando ese género no funciona.

Al revés, cuando la comedia se pone en marcha, ¿puede ser una gloria?

Jamás me levantó la mano
-¡Sí! Te aclaro que a mí siempre me ha resultado más fácil abordar la comedia que el drama; encuentro rápidamente la veta del absurdo. El humor inteligente, irónico me apasiona. Pero creo que el actor debe ser lo suficientemente maleable como para trabajar cualquier género. Es decir, lo más neutro posible, y a partir de lo que dicta el texto, de las situaciones, de la dirección, se va moldeando la actuación. Me parece necesario que el actor esté abierto, permeable, antena, como para poder abordar cualquier tipo de personaje. Incluso sin importar el género, si es hombre o mujer. Importa la composición, la situación, la emoción…

Es decir, ¿que una actriz sea capaz de encarnar a un rol masculino, y un actor a uno femenino?

-Entiendo que el actor, la actriz deberían trascender el tema de género. Porque también hay mucho estereotipo: un personaje masculino debe ser de tal modo, uno femenino de tal otro. Pienso que al personaje habría que crearlo desde cero, por más que ya esté establecido en el texto cuál es el género. Es decir, empezar a trabajar sin género, luego el personaje se irá formateando según sus necesidades, lo que pide el texto, las indicaciones de la dirección. Por ejemplo, la señora Macbeth es una mujer, pero hay algo ahí masculino que surgió en el trabajo y que tiene que ver con cierta apertura a la hora de componer a esta persona, las luchas internas por las que pasa, los recursos que tiene que usar para desenvolverse. De este modo se irán generando formas de hablar, de moverse, de respirar… Todo lo demás se construye desde adentro hacia afuera. Para mí, es muy lindo poder partir de ese punto, sin ninguna cosa externa que te condicione de movida. Luego irán llegando los datos del personaje y sus situaciones.

La Señora Macbeth
En el caso de la obra de Griselda Gambaro, escrita a partir del Macbeth de Shakespeare, su condición de mujer aparece expuesta desde el título: ella es la señora de, responde a un rol cultural y a la vez es alguien que está en pugna constante con la que sería su propia voz, su verdadero deseo. Algo que no es de sorprender en esta autora que en varias de sus obras supo observar la situación de las mujeres, su problemática, la necesidad de descolonizarse.

-Sí, tal cual. Mirá qué término más apropiado. A propósito, te comento que estuve leyendo la biografía de Julieta Lanteri, una de las primeras médicas acá, política, temprana feminista. Me quedé alucinada con su historia: ella consiguió votar en elecciones municipales en 1911, y hasta se enroló en el ejército para figurar en el padrón. Qué ovarios, ¿no? Qué corajuda para salirse con la suya cuando se le venía todo en contra. Julieta entendió que su condición de mujer no la limitaba para llegar a su objetivo, para conquistar derechos, para cumplir una vocación. No es novedad decir que vivimos una vida materialista, pero creo que no hay que perder nunca la esperanza de llegar a las metas que te importan, por lejanas que las veas.

¿Estás hablando un poco de tu historia personal?

-Te cuento: yo tuve una vida paralela a la del teatro, trabajé 13 años en una universidad. De paso, te aclaro que soy licenciada en publicidad y hago gestión cultural. Y en 2013, renuncié a aquel empleo y me dediqué a trabajar como actriz, exclusivamente. El primer año fue terrible porque pasé de cobrar un sueldo por mes a no cobrar nada. Y esto sin saber bien cómo manejarme en el mercado de la actuación.

Con Iván Steinhardt
en la obra Que pase el siguiente
Bueno, incluso sabiéndolo, ese mercado es siempre movedizo, caprichoso, imprevisible. Salvo las excepciones de figuras que han logrado alguna forma de estrellato y están muy instaladas, los actores en general viven esa inseguridad. No sabés si te van a llamar después de un cásting; si ese papel que tanto deseabas se lo van a dar a otro, a otra…

-Totalmente, no hay continuidad. Por eso hay que aprender a manejarse en ese territorio movedizo. El primer año me pasó de todo: me quebré el cuarto dedo del pie, tuve una hernia de disco. En ese momento, con la compañía anterior, Altro-Ké –que fundamos hace muchos años- estábamos haciendo infantiles: Abran cancha que viene Don Quijote de la Mancha, de Adela Basch.

Preciosa obra de excelente autora de obras para chicos. Habiendo tan escasa cartelera infantil, no se entiende por qué no se hacen con más frecuencia sus piezas.

Cortometaje El tiempo del agua,
de Shahriar Adham El Kosht
-Hay poco, es cierto. Nosotros estuvimos desde 2007 hasta 2011 con obras suyas  como Colón agarra viaje a toda costa; Oiga, chamigo Aguará, Abran cancha… Todas buenísimas, con mucho humor, que llaman a las cosas por su nombre, no subestiman a los chicos. Bueno, haciendo una función del Quijote, me golpeé contra unas maderas, me quebré el dedo… Estaba cambiando mi paradigma de vida. Y hoy te puedo decir que vivo de esta profesión haciendo de todo: series, cortometrajes, teatro, doblajes, publicidad, cine independiente, comercial, lo que salga. Y puedo vivir. En enero y febrero, nos fuimos con Iván Steinhardt y Marina Wainer dos meses de gira a España e Italia. Llevamos De tiburones y otras rémoras, de Sergio Villanueva. La obra se fue afianzando al tiempo que nos íbamos adaptando a espacios diferentes. Y en cada lugar al que llegábamos, después de la función, se armaba una charla debate en la que participan personas que habían sufrido estafas bancarias como las que refiere la obra. El propio sonidista de la sala de Barcelona nos contó que teniendo a su abuelo en coma, de pronto le informaron que tenía acciones preferentes. Esos fraudes financieros siguen en pie. De tiburones… trasciende el hecho artístico, la gente se manifestaba agradecida. Aunque tengo que decirte que el público es bastante diferente del nuestro, tan conocedor. En España, en Italia no están acostumbrados a la cantidad de teatro que se ve en Buenos Aires.  En Roma, hicimos la traducción de la obra, que fue con subtítulos; nos ayudó la dueña de la sala, Paola Cánepa, que es argentina. Al final, se entendió todo perfecto y no faltaron algunos italianos que nos comentaron: “Esta estafa también se hizo acá con otro nombre, y ustedes tuvieron el corralito”. Muy informados. Fueron dos meses hermosos los de la gira, pero muy desgastantes.

Cansados de ser, de Pablo Lago, con Amancay Spíndola
¿Cómo se arma y realiza una pequeña compañía independiente una gira de dos meses por España e Italia?

-Te digo la verdad: con Iván, despega un avión para ir a hacer teatro a otro lugar, y lloramos; aterriza el avión, lloramos; decimos el discurso después de cada función, lloramos… Por la emoción que nos causa esto que vamos logrando. Solamente nosotros sabemos el esfuerzo que significó generar esta gira en otro continente, sin ningún tipo de subsidio. El único que nos salió fue por producción de obra, por Pro Teatro; y la Embajada de España nos auspició dos funciones que hicimos acá dentro del ciclo de autores contemporáneos españoles. Punto, nada más. Pedimos subsidio por gira, y no lo hubo. Con el dinero que teníamos de los borderós de las funciones, pudimos solventar los gastos afuera –comida, hospedaje, viajes internos-. Y bueno, los pasajes fueron una inversión nuestra. El contacto con las distintas salas lo hicimos nosotros.

¿Por qué eligen la obra De tiburones...?

Con Iván Steinhardt en Una foto, 
de Eduardo Rovner.
Crédito Violeta Evann
-Al valenciano Sergio Villanueva lo conocimos en Pantalla Pinamar, donde presentó su película Los comensales. Lo escuchamos, quisimos hablar con él, tomamos un café y nos comentó que escribía obras de teatro. Le preguntamos: “¿Tenés una obra para dos personajes?” Nos respondió que sí. Y nos pusimos a leer con él De tiburones… Volvimos a Buenos Aires, lo invitamos a mi casa. E Iván le dijo: “El año que viene, en febrero, estamos en tu país haciendo función”. El tipo medio que no creía del todo pero aceptó; nosotros, encantados. Así fue que empezamos con Iván a gestionar la gira. Él tenía algunos conocidos allá: por ejemplo, la sala Mirador, de Madrid, donde hicimos tres funciones, es de Cristina Rota y de Juan Diego Botto (que había trabajado en Los comensales). En Barcelona, ya teníamos el contacto del Porta 4; lo mismo en Tenerife, a donde habíamos ido con Cuarteto, de Rovner, el anteaño. O sea, ya teníamos esa experiencia. Yo me encargaba de alquilar los departamentos muy económicos, de sacar los vuelos low cost. Íbamos con valijas chiquitas para nosotros, solo una mediana para la escenografía.

Decime, ¿Iván y vos ya estarían en condiciones de escribir un manual titulado Cómo armar una gira por tu cuenta y riesgo?

De Tiburones y otras remoras
-¿Sabés que sí?  Para empezar, con Adriana Schottlendler, que está en el tema, ya hablamos de dar una charla sobre autogestión. Pero es cierto que hay que estar dispuestos a cierta locura: a veces, solo dormíamos 3 horas… En las islas, entramos en un festival que se llama Transatlántico, de modo que seguimos relacionándonos  allá, y volveremos. Personalmente, creo que no hay que esperar, hay que hacer.

Subrayemos que en tu caso, no te has concentrado exclusivamente en el teatro. Aparte de cine, has hecho televisión, radio, doblaje…

-También hice radioteatro en Sagai. Y es verdad, estuve en un programa de radio durante 10 años.

Tu CV es como uno de esos abanicos que se abren cubriendo casi los 360 grados.

Programa de salud,
Radio en Cadena Eco, 2010
-Guau, no lo había pensado así. Ese programa era de salud, algo familiar ya que mi padre médico necesitaba a alguien que condujera. Entonces, lo hice con él. Se daba una orientación a la gente que llamaba y hacía consultas. Tengo que decirte que mi padre, además, es muy cómico. De hecho, hizo teatro alguna vez con Alejandra Boero. Y mi madre, con la gracia que tiene para hacer comentarios, probablemente habría sido una gran comediante. Mucho del humor que yo puedo desplegar en escena tiene que ver con ella. Y por otro lado, la verdad es que por tradición familiar, yo acaso debería haber sido pediatra. Sin embargo, aquí estoy: nada que ver.

Algo que ver quizás… Has hecho obras para niños, te gustan las buenas películas infantiles.

-Me encantan, es la niña que llevo adentro. Que nunca debe desaparecer, cada vez estoy más segura de esto. Soy capaz de llorar con Moana, que fui a ver con mi sobrina chiquita. Porque resulta que hace unos años falleció mi abuela, con la que tenía un vínculo parecido al de Moana con la suya. Me parece extraordinario todo el planteamiento de la película, el rol de la niña que va por encima del mandato paterno para seguir su intuición, sus deseos; me gusta mucho esa conexión con la naturaleza tan fuerte, que todo esté contado en clave femenina. A mí me convoca cien por cien, me identifico con Moana. Y haciendo teatro, me encanta la comunión que se puede producir con los niños, es genial su manera de entregarse. En 2007, cuando hacíamos Colón agarra viaje a toda costa, la entrada estaba a 1 peso, venía gente de Lugano 1 y 2, muchos repetían. Yo relataba, vestida de iguana, muy aporteñada, era la que decía las verdades. Veía a los niños riéndose, y a los padres o a los adultos que los habían llevado mirándolos y contagiándose. Creo que es un valor importante que los niños desde chiquitos puedan acceder al buen cine, al teatro de calidad y así descubrir mundos imaginarios paralelos, fantásticos canalizados a través del arte. Yo estoy muy agradecida de estar en esta profesión milagrosa.

¿Profesión a la que te acercaste de adolescente?

Equipo de atletismo del colegio Hölters Schule en Villa Ballester.
-Sucedió en ese colegio alemán del que te hablé. Aunque allí era todo muy estructurado, había una docente que daba teatro. Ella había estudiado con Ricardo Bartís, imagínate. Lo que me llevó a incorporarme a su taller fue un cartel que vi un día caminando por el patio. Decía: Saverio el cruel. Se iba a hacer la obra en el colegio y ese solo título me disparó imágenes. Entonces empecé a hacer teatro con esta mujer que un día nos llevó a una clase de Bartís, y la vi a ella saliendo de una valija mientras decía un texto de Cortázar. Tenía yo 15. Bueno, dije, acá está pasando algo que desconozco, hay otra realidad, quiero ver qué es. Y en eso sigo desde ese momento.

¿Tu debut sobre las tablas fue en el colegio?

Los aduladores.
Crédito Carlos Vizzotto
-Sí, había escenario. A fin de año, hicimos una muestra con público: textos de Borges, de Cortázar. Ya estaba en contacto con la literatura gracias a esa profesora. Y ya cuando estudiaba publicidad en la universidad, empecé con Alejandra Boero, en Andamio 90. Ahí fue cuando me enteré de que mi padre había estudiado con ella, antes de hacer medicina. Estaba Luciano Suardi dando comedia del arte, una de las disciplinas que me apasionan. Con él hice Los aduladores, de Goldoni; con Livia Fernán, El caso de las petunias pisoteadas, de Tennessee Williams. Después seguí con muchos maestros: Javier Daulte, Bartís, Fernandes, Gené, Gallardou… Y desarrollé muchas otras actividades, como te conté, pero el teatro siempre fue mi base. Hace dos años, llegué a estar en 6 obras que fui piloteando a lo largo del año. Ahora ya estoy más calmada…

¿Qué te llevó a licenciarte en publicidad?

-En realidad, me enfoqué más para el lado del diseño gráfico. También en esa carrera figuraban las estrategias de venta, de marketing, medios. Bueno, en 1997 hice una tesis de graduación sobre cómo se vende el teatro en la Argentina. A fin de cuentas, en la publicidad aprendí prácticas que me sirvieron. Las compañías que armé tuvieron que ver en parte con esos estudios, y ahora  hasta te hago los diseños de los programas. También aprendí coordinando Extensión Universitaria en la Universidad de Palermo.

Volvamos a La Señora Macbeth, a tu encuentro con este personaje tremendo.

-No había leído ese texto ni visto el espectáculo en teatro. Nos tomamos un café con Roberto Lachivita y le dije directamente: “Tengo miedo, no sé si voy a llegar a la intensidad de este personaje. Y también me pregunto si vos podrás llegar desde la dirección”. Él me respondió: “Vamos a probar. Veamos qué pasa”. Con esa actitud empezamos a abordar el texto. Con tanta obras que llevo hechas, creo que la señora Macbeth es el rol que me ha presentado mayores desafíos como actriz. De entrada, no sabía ni por dónde, lo trabajamos con Roberto desde lo emocional, desde el interior, tratando de ver qué le pasaba a esta mujer con sus sentimientos amorosos, con su deseo de poder. Toda herramienta para ahondar en este personaje era bienvenida. Fueron dos años de ensayo, tan grande es la complejidad de este papel, tan contradictorios sus sentimientos frente a las diferentes instancias por las que pasa respecto de su marido, del crimen, la culpabilidad… Su necesidad de desprenderse de esa simbiosis con Macbeth y verse a ella misma como a un ser humano aparte, con identidad propia. A la vez, sucede que si ella se desprende de su marido, tiene que hacerse cargo de sus acciones. Esta disyuntiva la trabajamos muy fuerte con el director. Y exploramos, exploramos… Fue fascinante, y lo sigue siendo porque todavía estoy en esa búsqueda. Es que cada palabra te dispara un pasado, un futuro, una emoción, un concepto.

La señora es un personaje lleno de recovecos. Por momentos da miedo verte en escena, es como si recorrieras un laberinto que puede llegar a sitios impensados, recónditos, muy oscuros.

La Señora Macbeth.
Crédito Rilind Modigliani
-En cierta forma, es un trance en el que entro. Un trance en el que puede pasar cualquier cosa imprevista. Hubo veces que me vi tirada en el suelo pataleando, o que me animé a más. Y te digo que creo que puedo llegar más lejos todavía: esto me lo permite el hecho de seguir haciendo las funciones.

¿Algo se sigue madurando, profundizando?

-Sí, es maravilloso cuando pasa algo así. Cuando texto y personaje te habilitan, te das la posibilidad de irte hasta adónde a vos se te cante. Cosa que no te pasa a menudo, desde luego. Es de una enorme riqueza este texto. No hay límites para abordar a esta señora que por momentos es víctima, victimaria a veces. Y también, como te comentaba, alguien que busca su propia voz. Como un gran diapasón donde podés elegir qué cuerda tocar, por dónde ir. Muy sutilmente, ¿no? Trabajamos mucho con Roberto en esto de que el personaje sea lo más orgánico posible. Entonces, lo que pase en el momento, que me lleve a dónde sea. Esa es mi concentración, mi fuerza tiene que estar alineada con esa entrega. Por otra parte, hay una conexión directa con la percusionista Laura Regueira.

Aunque remita a la Escocia medieval de Shakespeare, la dramaturgia de Gambaro no está fechada.

-No, tiene una condición atemporal, no reproduce una época. Eso es sumamente interesante, me permite focalizarme en el presente. Cuántas generaciones de mujeres se han movido por la vida en función de sus maridos, de respaldarlos en todo sin alzar nunca su verdadera voz. La obra habla del poder en sus diversas manifestaciones: el poder público y el poder privado. Y de esta dependencia de la mujer naturalizada durante siglos, en diferentes contextos. Entre la señora, que no tiene nombre propio, y el marido Macbeth también hay vínculos laborales: si querés, hacen un trabajo juntos. Pero él baja línea, no ella. Es una mirada brillante, inquietante la de Griselda Gambaro. A mí me pone piel de gallina, se me quiebra la voz cuando ella, la señora dice: “No estés tan pálido que no hay castigo para los poderosos, que siempre encuentran razones. O sea, yo ordené el crimen porque era una necesidad para el bien del estado, yo no lo ordené y alguien osó asesinar por cuenta propia. Si encuentran cadáveres en una zanja o en un río, de esa acción soy inocente porque mi poder no lo ordenó. Ya sé hablar como vos, Macbeth, ¿no merezco una recompensa”.