En
la edición del 18 de marzo del diario El País, el escritor Mario Vargas Llosa
expresa su enorme preocupación en una nota titulada Nuevas inquisiciones. El feminismo es hoy el más resuelto enemigo de la
literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e
inmoralidades.
Luego
de repasar sus sobradas razones para sentir desazón frente a un mundo destinado
a fracasar, el aclamado literato deja salir de su interior aquella emoción insoportable
que lo deja desmoralizado y sin mayores esperanzas, frente a un feminismo que
avanza dispuesto a llevarse puesto su único lugar en el mundo: la literatura.
“Pero lo que me tiene más
desmoralizado últimamente es la sospecha de que, al paso que van las cosas, no
es imposible que la literatura, lo que mejor me ha defendido en esta vida
contra el pesimismo, pudiera desaparecer.”
Ahora
bien, sabemos que la literatura ha tenido muchos enemigos a lo largo de la
historia, severísimos y crueles como bien describe Mario:
“La religión fue, en el pasado,
el más decidido a liquidarla estableciendo censuras severísimas y levantando
hogueras para quemar a los escribidores y editores que desafiaban la moral y la
ortodoxia. Luego fueron los sistemas totalitarios, el comunismo y el fascismo,
los que mantuvieron viva aquella siniestra tradición…”
Vargas
Llosa en su artículo llega todavía más lejos, y continúa enumerando otras
censuras, alcanzando una iluminación:
“… el más resuelto enemigo de la
literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e
inmoralidades, es el feminismo.”
Queda
claro entonces que no se trata solo de un enemigo: el feminismo es, según su
afirmación, el enemigo más resuelto.
Pero,
ojo, nuestro hombre de letras se encarga de aclarar – por si tenemos alguna
duda al respecto - que no todas las feministas somos así, “pero sí las más radicales, y tras ellas, amplios sectores que,
paralizados por el temor de ser considerados reaccionarios, ultras y
falócratas, apoyan abiertamente esta ofensiva antiliteraria y anticultural.”
La
“ofensiva antiliteraria y anticultural” a la que Mario alude no es un monstruo
de muchas cabezas que viene llegando desde tierras lejanas. NO. Es un decálogo
con ideas (feministas) publicado en España por el CCOO, que según el propio espacio
que lo publicó se trata de un Breve decálogo de ideas para una escuela
feminista, escrito por Melani Penna y Yera Moreno, que recoge “un listado
de 19 puntos en el que las autoras defienden una serie de propuestas para poner
en marcha una escuela feminista”.
Al
pie de la publicación, un texto se encarga de aclarar que “se trata de una
reflexión propia expresada libremente frente a la que se puede opinar y
comentar siempre desde el respeto, excluyendo cualquier insulto o
descalificación.”
Aclaración
que Vargas Llosa no se tomó muy en serio, puesto que utiliza este material como
argumento para sostener que “el feminismo” quiere destruir la literatura. El
feminismo como un todo radical y peligroso, que no mide consecuencias a la hora
de censurar. El feminismo como expresión negativa de la humanidad, y por qué
no, plagado de irracionalidad.
Sin
embargo, hay varios detalles que me gustaría desplegar:
El
decálogo en cuestión posee 19 ítems; entre ellos propone formación feminista
para el profesorado, inclusión de libros escritos por mujeres, mujeres
filosofas incluidas en el temario de historia de la filosofía. Propone trabajar
sobre el uso de lenguaje, el consentimiento y formas de relacionarse
positivamente, cuestionar el machismo y heterosexismo, y un largo etcétera de
cuestiones que hacen a la conciencia de género.
Cuestiones
que el artículo de Mario omite completamente, y que decididamente las reduce a
un único punto, exactamente el número 7. Punto que preocupa seriamente a
nuestro autor cuando irónicamente se refiere a un decálogo feminista “de
sindicalistas que piden eliminar en las clases escolares a autores tan
rabiosamente machistas como Pablo Neruda, Javier Marías y Arturo
Pérez-Reverte.”
Vargas
Llosa nombra en su artículo a diferentes hombres de letras y pensadores, gracias
a los cuales puede argumentar. A través de estos varones puede identificarse y
expresarse, puede dar ejemplos concretos con textos concretos de autores
concretos.
Pablo
Neruda, Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte, Vargas Vila.
Nombra
también a William Faulkner, a Nabokov, a Céline, a Proust, cita a Georges
Bataille, nombra a Freud. Está claro que tiene de dónde agarrarse.
Las
únicas mujeres mencionadas en su nota son la escritora Laura Freixas, y la sin
nombre “directora de La Joven Guardia”, editorial rusa que publicó en Moscú su
primera novela. En ambos casos las cita dejándolas, por supuesto, mal paradas.
En
conclusión: podemos discutir largo y tendido acerca de si la moral debe o no
inmiscuirse en la ficción. Podemos debatir días enteros acerca de si el
comportamiento de un artista debe o no determinar nuestra relación con su obra,
podemos intercambiar ideas, profundizar en temas que son realmente
controversiales.
Lo
que no podemos es permitir que se siga bastardeando al feminismo, generalizando
todas las cuestiones de género y mezclando conceptos. Qué buena estrategia la
de mostrarse preocupado por una amenaza que francamente es inexistente.
Quédense
tranquilos: si hay algo que el feminismo no pone en riesgo es la libertad de
expresión.
El
feminismo no quiere acallar voces, justamente busca lo contrario. Me pregunto
si no es absolutamente didáctico leer a Vargas Llosa en su artículo, y advertir
que no se nombran allí mujeres capaces, son solo los hombres los que piensan,
escriben y construyen la historia. Las mujeres feministas, siguiendo el curso
de su pensamiento, solo querrían destrucción.
¡Oh,
Mario! No puedo dejar de imaginarte en tu plácido salón de estar, bebiendo una
copa mientras tu empleada prepara el almuerzo – cosas de mi imaginación –m te
imagino a vos, librepensador y defensor férreo de la ficción libre, delineando
las palabras exactas para cerrar esta nota que se publicará en uno de los
medios más importantes de habla hispana, y por el que seguramente te paguen en euros.
Está claro que el feminismo es un peligro que avanza sin pausa y está dispuesto
a desmantelar todos tus privilegios. Pero sabemos que no es eso lo que
verdaderamente te preocupa, Mario, lo que te aqueja profundamente es que pone
en riesgo lo que mejor te ha defendido en esta vida contra el pesimismo: las
letras en todo su esplendor. Porque ahí viene el feminismo con la intención de
acabarlas.
“De donde resulta que gracias a
los incendios y ferocidades de los libros, la vida es menos truculenta y
terrible, más sosegada, y en ella conviven los humanos con menos traumas y con
más libertad. Quienes se empeñan en que la literatura se vuelva inofensiva,
trabajan en verdad por volver la vida invivible, un territorio donde, según
Bataille, los demonios terminarían exterminando a los ángeles. ¿Eso queremos?”
Justamente,
Mario, lo que el feminismo busca es que la vida deje de ser invivible. Que las
mujeres seamos parte de esa humanidad que mencionás tan amorosamente. Aprovecho
para decirte que me gustaría que la próxima vez que lea una nota en El País, y
que ingrese a la sección “nuestras firmas”, de los 61 firmantes no sean solo 12
las mujeres. Porque me parece injusto, Mario. Por eso soy feminista. Porque la
desigualdad no permite esa libertad que tanto defendés. Al menos para la mitad
del mundo es así. Esa mitad que vos obviás y que tal vez te resulta
prescindible. Esa mitad en la que me incluyo. Y que al leerte tiene la
capacidad de detectar que disfrazás de preocupación tu antifeminismo.
Para
finalizar, quiero contarte que soy militante feminista, y que uno de mis libros
preferidos es La reina del sur, de
Pérez-Reverte, que no es precisamente un autor que simpatice con el movimiento
de la mujer.