En
Buenos Aires, Rosario, La Plata y Necochea, desde fines del siglo XIX hasta las
tres primeras décadas del siglo XX, surgieron publicaciones escritas por
obreras para obreras. Las más difundidas fueron Propaganda
anarquista entre las mujeres y entre las obreras, que constaba de
una serie de folletos impresos bajo el sello Biblioteca de la Questione Sociale,
a cargo de Ana María Mozzoni (1895);.La Voz de la Mujer, de orientación comunista-anárquica, de Virginia Bolten (1896-97); y
Nuestra Tribuna, de Juana Rouco Buela (1925-27). Dicha manifestación develó el protagonismo de las mujeres
en la letra impresa y, con mayor precisión, en el periodismo.
Se
recupera así la producción gráfica local de un número de trabajadoras formales
e informales en consonancia con los albores de las corrientes inmigratorias de
ultramar, y en especial, con aquellas voces libertarias del incipiente
movimiento obrero industrial. A la vez, ellas escribieron una variedad de
artículos como colaboraciones ocasionales en el periódico proletario de mayor
circulación dentro de las filas anarquistas, La
Protesta , y además en revistas de corto aliento. En el
espacio del ideario socialista también hubo una publicación con características
similares a las evocadas, Tribuna
Femenina, a cargo de la dirigente gráfica socialista Carolina Muzzilli.
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Carolina Muzzilli |
Por
esto y mucho más, existen razones significativas para abordar dicho fenómeno
cultural. Por un lado, sería “volver visible lo que ha permanecido oculto para
la historia”, concepto de Sheila Rowbotham en su libro La mujer ignorada por la
historia. Y como
reclamaba Jules Michelet, también “hacer hablar los silencios de la historia”. Por
el otro, la vinculación simultánea entre ser militantes políticas/ sociales y
obreras llevó a articular modos de pensar con sujetos en acción, es decir, una “visión
del mundo”, tal como proclamaba György Lukács. Mientras que Beatriz Sarlo en El imperio de los sentidos repara en que los textos forman al actor social. En
efecto, la aparición de estas producciones-
Propaganda anarquista entre las mujeres y entre las obreras; La Voz de la Mujer y Nuestra
Tribuna- respondió más a
inquietudes y compromisos de las autoras que a un movimiento de obreras
organizadas dispuestas a apropiarse del saber y de la escritura contestataria. Así,
de hecho, dialogaban con una lectora implícita con prácticas culturales e
interés de absorción.
Sin
embargo, en ese incipiente mundo de potenciales interlocutoras, el grueso estaba
integrado por analfabetas o parcialmente alfabetizadas- fuesen inmigrantes o migrantes, obreras
industriales o informales-. En esta dirección, los diversos modos para acceder a la cultura escrita
se presentaban mediante la lectura silenciosa o en voz alta, individual o
colectiva, dirigida o independiente. Si bien no se podría
precisar el nivel de impacto y recepción de estas producciones periodísticas y
de opinión, se sabe que en aquellos momentos emergía un corpus femenino
dispuesto a leer y a comunicarse que no siempre estaba inscripto dentro del
terreno social interpelado. En cuanto a la autoría, buena parte de ellas hacían del lenguaje una herramienta fundamental
para denunciar como para demandar. Por ello, los medios gráficos adquirieron el
signo de documento político, constituyendo retóricas emancipadoras junto con la
de descubrir el aparente vacío histórico relacionado a sus múltiples situaciones
de subalternidad en cuanto mujeres populares. Notable paradoja: sus provocativos enunciados poco o nada
tenían que ver con esas imágenes de ese entonces de un contingente de trabajadoras
subordinadas a las lógicas del mundo fabril y doméstico, ya que la osadía de
tomar para sí el uso de la palabra es lo que permitió que las estudiemos en este
presente.
De los debates públicos al
privado e íntimo
Sin
duda, las autoras al transitar ese recorrido se incorporaron al espacio público
y, de alguna manera, se posicionaron como referentes intelectuales dentro y
fuera de sus ámbitos más próximos. Esto respondía, en
primera instancia, a que deseaban intervenir de forma activa en las deliberaciones
que se abrían frente a la urgencia por construir un nuevo orden social y
político del país. Asimismo, este contingente de damiselas se relacionaba por vías
múltiples con las vanguardias librepensadoras, pese a que no siempre eran estimuladas
por sus compañeros a generar textos que se alejasen del pensamiento acuñado por
ellos.
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Ana María Mozzoni |
En esta
prensa, el arco a favor de la causa de las mujeres se extendió todo lo que
habilitaba el contexto, a partir de una
mirada crítica que podía
ir más allá de las fronteras
de la clase y que, además, planteaba
tensiones paradojales en torno a sus malestares. Vale decir: se impugnaba los
abusos que ellas padecían en su proceso de proletarización al cual se le añadía
con propuestas osadas, el cuestionamiento a los abusos dentro de la vida
familiar y de pareja. En dicha prensa libertaria
asomaron retóricas que acompañaban estas temáticas sin llegar a compromisos
directos con los feminismos en danza. Incluso, en el interior de dichos
colectivos se cuestionaba con dureza el pensamiento feminista en la medida en
que era entendido como una posición burguesa más que como una herramienta
emancipadora en torno a la propia subalternidad. Y durante esos años en la
mayoría de los grupos que se organizaban sostenían este mismo discurso. En
palabras de Dora Barrancos, para ellas “el feminismo era una
anomalía y las feministas unas equivocadas que en
lugar de liberar a las congéneres las llevarían a nuevos encadenamientos, sobre
todo tratándose de sufragismo”. Barrancos habla del ‘contrafeminismo’ del
feminismo anarquista”, que sintetizaba los desvelos de buena parte de sus
militantes contra esas miradas que no resaltasen con prioridad problemáticas
vinculadas al universo obrero.
Ahora
bien, en las mencionadas publicaciones se configuró una retórica a partir de
sus nuevos roles en el mundo del trabajo asalariado. Las más recurrentes fueron
aquellas enlazadas por un lado a la explotación fabril, accidentes y
condiciones insalubres de trabajo en la industria, enfermedades crónicas, acoso
patronal, falta de capacitación y educación, explotación salvaje, horarios
extensos, el compromiso de huelga, el descanso dominical, el salario promedio,
la represión policial. Por el otro, la prostitución, el higienismo, la
anticoncepción, la masturbación, el machismo, la maternidad divinizada, la
institución familiar, la moral burguesa, el amor sin sujeciones, el maltrato
conyugal, el antimilitarismo, la influencia de la iglesia católica, entre otras
tantas cuestiones. En cuanto a las secciones, las más recurrentes eran
correspondencias, largas editoriales doctrinarias, textos literarios,
misceláneas, difusión de actividades culturales de los centros obreros,
opiniones de temas políticos nacionales e internacionales, suscripciones y
citas de famosos pensadores, entre otras tantas. Por otra parte, las cartas de
lectoras probablemente para ellas adquirían otro nivel valorativo al significar
formas espontáneas de aparición y de participación en un medio como el
periodismo, que aún les resultaba ajeno a sus capitales simbólicos.
Todas
estas manifestaciones periodísticas, Propaganda
anarquista entre las mujeres y entre las obreras, La Voz de la Mujer y Nuestra
Tribuna, fueron más parecidas a una
folletería u hoja impresa que a un diario moderno. Eran de formato pequeño,
semiclandestinos, con una salida discontinua y se repartían de mano en mano en
forma gratuita. Además, se sostenían con la contribución y suscripción de
ayudas voluntarias. Aún, como quedó dicho, no nos encontramos frente a un
periodismo profesionalizado, sino, más bien, a una prensa amateur con
conciencia social. En palabras de María del Carmen Feijoó en su trabajo Las feministas, eran “un grupo reducido
de activistas o adherentes a causas revolucionarias que no representan ni
expresan el deseo del conjunto del colectivo de mujeres de la época, sin que
ello desmerezca el esfuerzo puesto en sus prácticas”.
Si
eligieron este medio de expresión fue para transmitir sus idearios y reforzar
la presencia y el proselitismo dentro de los diferentes ámbitos de mujeres ya
sea en fábricas, conventillos, sociedades de resistencia, huelgas, centro
sociales. Fuera de sus propios círculos no provocaron adhesiones sustanciosas
pero sí ciertas aversiones solapadas o expresas. Si bien las tres publicaciones representaron un alegato contra la
discriminación y desigualdad de clase que incluiría en parte a la de sexo, al
contextualizarlas en una etapa sociohistórica concreta del país como fue
principio del siglo XX, se transforman en documentos políticos. Cuestionadores,
por cierto, tanto del capitalismo como del ejercicio autoritario en manos de
los varones. Así, mientras un ajustado grupo de mujeres se proletarizó a través
de su ingreso a las fábricas y talleres, el grueso se sustentaba mediante el
trabajo a domicilio, oficios artesanales, servicio doméstico y comercio
ambulante, constituyendo así una amplia franja que no logró incorporarse
formalmente al sistema productivo. En resumidas cuentas: esta etapa de la
sociedad argentina carecía de propuestas laborales para las mujeres pobres de
la ciudad o del campo y fueron contados
los ámbitos que originaron un empleo que conformara una masa obrera de mujeres.
Por lo tanto, ellas debieron ser las que autogestionaron el sostén,
insertándose a partir de las fisuras más estrechas y elementales del mercado de
entonces.
En este
período histórico, prosperó un espíritu de ideas cuestionadoras en cuyo seno
convergía una amplia confluencia de corrientes de pensamiento moderno y no tan
moderno, que no se oponían totalmente entre sí, sino que incluso se entrecruzaban
por cuestiones de afinidades: el socialismo, el liberalismo radical, el
anticlericalismo, el evolucionismo positivista, el neomalthusianismo, el
anarquismo y el sindicalismo. Todas estas corrientes confluyeron en un espacio
de sensibilidades sin encuadres dogmáticos. No cabe duda que nuestras féminas
por más que provenían de sectores obreros al sostener una formación autodidacta
estaban más acostumbradas que otras al consumo de bienes culturales, y este
habitus les permitió, con diversas tensiones, volcarse a la producción
periodística y de opinión. Y fue en esos espacios en donde ellas también
levantaban la educación como herramienta fundamental para reparar las
desigualdades existentes y transformar los roles tradicionales impuestos por el
régimen capitalista, la moral burguesa y el autoritarismo machista. Estos tres
periódicos, entonces, fueron inflexibles a la hora de ahondar en las diversas opresiones
que sufrían las mujeres de la época, y que serían visibilizadas más adelante por las corrientes feministas, a
partir de los años sesenta hasta la actualidad.
[1]
Ya comenzado el siglo XIX,
tanto en Europa (Londres, París, Berlín) como en Estados Unidos (Boston, New
York, Washintong) atravesaron un clima revolucionario y de tensiones políticas
y sociales. En estos centros se impulsó un periodismo femenino desde la
corriente librepensadora inglesa y francesa; estimulando a la lucha por la
igualdad entre ambos sexos no sólo en el
orden legal sino también en el campo de las costumbres. Isis fue la primera publicación editada en Londres. A partir de
1832, en Francia aparecieron Le Journal
des Femmes, La Femme libre, La Femme nouvelle, La
Tribuna des Femmes,
La Gazettes
des Femmes y Journal des dames y des
modes. El estallido revolucionario de 1848 y la aparición del Manifiesto
Comunista, no pasaron desapercibidos para estimular una prensa de mujeres.
En cuanto a Estados Unidos, sus
mujeres se encontraban en una posición legal y económica más favorable que las
de muchas otras sociedades capitalistas. Amelia Bloomer, en los años 40,
publicó el primer periódico feminista norteamericano The Lily.