Del Olimpo a calle Corrientes

Por Florencia Bendersky

Los griegos fueron los pioneros en colocar en el reparto olímpico a sus diosas. Hera, la diosa de la familia y reina total; Artemisa, diosa de la virginidad; Afrodita, diosa del amor; y Atenea, finalmente, diosa de la sabiduría, pero engendrada en y nacida de la cabeza de su padre Zeus (acá tenés el primer antecedente de alquiler de vientre). Podríamos decir que la configuración de los más primitivos mandatos religiosos y sociales de Occidente fue masculina y patriarcal.

A las mujeres se nos permitía “liderar” algunas áreas domésticas. No hacíamos la guerra, pero estábamos del lado de la victoria si nuestros maridos ganaban. No marchábamos en los viajes de Ulises, pero lo esperábamos tejiendo. Eso sí, cuando Jasón se casa en segundas nupcias, Medea mata a sus hijos. Y así nos van imponiendo roles opuestos: sumisas o locas.

Desde mediados del siglo 20, las cosas comienzan a tomar otro cariz, y nos vamos despertando del sueño inducido, porque como a la Bella Durmiente nos han tenido adormecidas, en un coma profundo de cumplimiento de mandatos.

Dentro del caballo troyano, no hay espacio que no esté tomado por el gesto patriarcal, incluso el del cariño y cuidado.

Obviamente el teatro no es ajeno a esta larguísima tradición. Si hablamos de la Argentina, por ejemplo, numerosas son las mujeres directoras de escena hoy en día. El circuito independiente nos encuentra como mayoría y dirigiendo obras que tienen mucha concurrencia. Pero el teatro comercial, en la mítica calle Corrientes, en la actualidad solo tiene un espectáculo en la cartelera dirigido por una mujer (record de espectadores, un hito en la escena porteña). Reitero: una sola mujer.

En la genial novela escrita por Margaret Atwood El cuento de la criada (The Handmaid´s Tale), uno de los primeros actos contra las mujeres es quitarles su trabajo y luego su dinero. Es decir, los poderes que esta sociedad maneja.

Las directoras mujeres debimos aprender a sortear todos los obstáculos posibles para ganar nuestros espacios. En mi caso particular, empecé asistiendo a hombres a comienzo de los años 90, teniendo que enfrentar numerosos prejuicios respecto de la idoneidad, calidad del trabajo de las mujeres en general. Me sucede aún, cuando ya estoy por cumplir 20 años en el oficio, encontrarme con situaciones parecidas por mi género.

Soy consciente de que hago esta reflexión en tiempos en que las mujeres parecemos ocupar un lugar destacado en la agenda de la sociedad. Inclusive se están encarando problemáticas hasta ayer consideradas tabú.