Los griegos fueron los pioneros en colocar en el
reparto olímpico a sus diosas. Hera, la diosa de la familia y reina total; Artemisa,
diosa de la virginidad; Afrodita, diosa del amor; y Atenea, finalmente, diosa
de la sabiduría, pero engendrada en y nacida de la cabeza de su padre Zeus (acá
tenés el primer antecedente de alquiler de vientre). Podríamos decir que la
configuración de los más primitivos mandatos religiosos y sociales de Occidente
fue masculina y patriarcal.
A las mujeres se nos permitía “liderar” algunas
áreas domésticas. No hacíamos la guerra, pero estábamos del lado de la victoria
si nuestros maridos ganaban. No marchábamos en los viajes de Ulises, pero lo esperábamos
tejiendo. Eso sí, cuando Jasón se casa en segundas nupcias, Medea mata a sus
hijos. Y así nos van imponiendo roles opuestos: sumisas o locas.
Desde mediados del siglo 20, las cosas comienzan a
tomar otro cariz, y nos vamos despertando del sueño inducido, porque como a la Bella
Durmiente nos han tenido adormecidas, en un coma profundo de cumplimiento de mandatos.
Dentro del caballo troyano, no hay espacio que no
esté tomado por el gesto patriarcal, incluso el del cariño y cuidado.
Obviamente el teatro no es ajeno a esta larguísima
tradición. Si hablamos de la Argentina, por ejemplo, numerosas son las mujeres
directoras de escena hoy en día. El circuito independiente nos encuentra como
mayoría y dirigiendo obras que tienen mucha concurrencia. Pero el teatro
comercial, en la mítica calle Corrientes, en la actualidad solo tiene un espectáculo
en la cartelera dirigido por una mujer (record de espectadores, un hito en la
escena porteña). Reitero: una sola mujer.
En la genial novela escrita por Margaret Atwood El cuento de la criada (The Handmaid´s Tale),
uno de los primeros actos contra las mujeres es quitarles su trabajo y luego su
dinero. Es decir, los poderes que esta sociedad maneja.
Las directoras mujeres debimos aprender a sortear
todos los obstáculos posibles para ganar nuestros espacios. En mi caso
particular, empecé asistiendo a hombres a comienzo de los años 90, teniendo que
enfrentar numerosos prejuicios respecto de la idoneidad, calidad del trabajo de
las mujeres en general. Me sucede aún, cuando ya estoy por cumplir 20 años en
el oficio, encontrarme con situaciones parecidas por mi género.
Soy consciente de que hago esta reflexión en
tiempos en que las mujeres parecemos ocupar un lugar destacado en la agenda de
la sociedad. Inclusive se están encarando problemáticas hasta ayer consideradas
tabú.