Por Gabriela Baby
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Philippe Sollers & Julia Kristeva |
“Vamos a tratar de decirlo todo sobre una pasión,
con exactitud, sin vergüenza y sin cobardías, sin modificar el pasado ni
embeceller el presente, rehuyendo de la espectacular gama de obsesiones
sentimentales y fantasías eróticas en las que se regodea actualmente la autoficción
selfie y evitando también el énfasis
y el trash gótico que oculta todo dolor mudo”. Con este programa, Julia
Kristeva prologa El matrimonio como una
de las bellas artes (Interzona), un
libro que reúne entrevistas y conferencias en las que ella y su marido, Philippe
Sollers, exponen acerca de la vida común que llevan desde 1967.
En 114 páginas -siempre alrededor de temas como amor, pareja,
sexo, vida intelectual, escritura, Lacan, Barthes y compañía–, el dúo de
intelectuales da cuenta de su matrimonio como obra de belleza y armonía.
Leo y subrayo. El texto recorre también la historia
que los unió, el psicoanálisis, las clases de la universidad, el Mayo Francés. Y
conceptos: el ego, el narcisimo, la identidad.
Leo, subrayo y busco al menos una pista, una clave mínima,
algo que rechine. Porque todo parece concordia y entendimiento en el dúo Kristeva-Solers:
no hay fisuras, no hay ruido. ¿Será también porque llevan juntos más de 50
años? ¿Habrá una erosión de las diferencias dada por el tiempo? ¿Será eso el
matrimonio como arte?
Leo y subrayo más, y empiezo a entender que en sus
páginas hay no solo una idealización del matrimonio, sino también una
idealización del arte. Porque, ¿quién dijo que hacer arte es armonioso y
placentero? ¿Nos olvidamos del sufrimiento que puede implicar la expresión
artística? ¿Nos olvidamos del sufrimiento de Poe, de Van Gogh o de Sylvia
Plath, de Dickinson y de Oscar Wilde –que también quería hacer de su vida una
obra de arte – y de tantos escritores, pintores, músicos, escultores, actores y
etcéteras que se han pelado la vida para llevar adelante su necesidad de
expresarse? Y no me refiero a los pesares económicos que en una u otra época mantuvo
(matiene) a gran cantidad de artistas en la necesidad, sino que me refiero al sufrir
propio que suele traer el deseo de expresión: ese querer decir algo, y buscar y
rebuscar las mejores palabras, colores o notas, y no encontrarlas, desesperar
en el intento, seguir buscando, a veces un chispazo, casi siempre sombras…
Las bellas artes a menudo implican sudor, lágrimas,
esfuerzo y una gran cuota de frustración. ¿Igual que el matrimonio? Igual que
el matrimonio, quizá. Pero no para Philippe ni para Julia. Porque no es este el
tono ni el clima que envuelve a esta pareja, a estos dos que han cumplido las
bodas de oro y que leemos (y vemos en https://vimeo.com/128210486, una entrevista periodística
muy vendedora) espléndidos, sólidos y felices a la vez, como muñequitos de
torta de bodas, justamente, definitivamente muy mainstream. Y si dudan de mis palabras, no se pierdan el video: el
un cliché publicitario se los ha devorado, los intelectuales nos venden su
matrimonio como un objeto de consumo, de deseo, en una propaganda de TV con
todos los lugares comunes del teleteatro para la hora del té.
Quizá este matrimonio feliz e ideal que ellos promocionan
pueda ser tomado como obra artística en el sentido de producto único,
irrepetible. Un objeto que no tiene parangón, ni manifestaciones similares en
la vida cotidiana; la vida real, digo. Porque los matrimonios reales que me
rodean tienen quiebres, fisuras, cansancios, incertezas, momentos brillantes y
felices, amarguras silenciadas, aburrimiento y pasión, todo alternado, mezclado.
Y en la ficción – el terreno donde se intenta finalmente dar sentido al caos
emocional – tampoco abundan las parejas tan autosofucientes e
inquebrantablemente satisfechas de sí mismas. Al contrario, desde el amor
cortés de la literatura medieval (¡qué manera de sufrir Sir Galwain!) hasta
Madame Bovary, incluyendo a los personajes de Manuel Puig y la novela moderna,
ríos de tinta literaria se funden en mares de desencuentros, crisis,
inexplicables desatinos amorosos.
Y sin
embargo, hay algo
De todas
maneras, hay parejas que viven y sobreviven;
quiero decir, nacen, crecen, se desarrollan… Incluso ocurre todavía que hay
parejas en las que sus integrantes se acompañan felices hasta que la muerte
separe a uno de ellos (¡chapeau!). Sin tradicionalismos ni ataduras obligadas
(como en la época de las abuelas), existen matrimonios hoy que sostienen el
pacto de fidelidad amorosa, libre y a la vez férreo, actualizado, distinto al
de los sesentas. Kristeva lo dice claramente: “A fines de los años 60, los años
de nuestra juventud, había tanta libertad en las relaciones amorosas que eso
que llamamos infidelidad no se interpretaba como tal. Ahora vivimos en otra
época, en la que el desempleo, el derrumbe del espíritu contestatario y el
miedo al sida provocan un repliegue hacia la pareja y la fidelidad”. Philippe,
por su parte, aclara: “Julia y yo nos encontramos en un plano de perfecta
igualdad en lo que a economía se refiere. Recién entonces uno puede hablar en
serio de los aspectos sofisticados del amor o de los problemas relacionados con
la fidelidad. (…) Hablamos del comportamiento de individuos económicamente autónomos.
Si no, abordar el tema de la libertad y la fidelidad sería imposible”. Y
Kristeva acota, exagerando la nota: “Ahora bien, las mujeres, a pesar de todos
los esfuerzos realizados, todavía están lejos de alcanzar independencia
económica”.
Ahora
sí, el texto sale del ensimismamiento amoroso (meloso) al contexto capitalista
de realización de los matrimonios. Y la pregunta es insoslayable: ¿Cuántos
matrimonios llegan al quiebre por problemas económicos? ¿Y quién no tiene
problemas económicos en el siglo XXI? Porque no solo las carencias complican la
vida cotidiana y marital, también la abundancia mezcla los tantos: las parejas con
dinero se ven haciendo pactos de no separación de bienes en caso de divorcio o realizan
transacciones mezquinas y tirantes hacia el interior de la relación. La reación
capital-trabajo, la relación trabajo en casa-trabajo afuera, las negociaciones
permanentes de tiempos y dineros en el interior de la convivencia impactan siempre,
de manera más o menos intensa según el caso. El matrimonio, entonces, más que
una bella arte sería una bella sociedad de responsabilidad limitada.
De todas maneras, los textos de Kristeva y Sollers
atrapan: son consistentes, disparan preguntas, lanzan conceptos y frases,
seducen y movilizan. Ficcionalizan un matrimonio ideal y avanzan en la
teorización de la pareja. Trazan un recorrido que va del dato personal (con el
encantamiento propio del chisme), a la teoría psicoanalítica y literaria. Si
hubiera que definirlos con una etiqueta se podría decir que son “teoría en
clave intimista”.
En este género, Kristeva arroja un programa futuro.
Ella dice: “Con las revoluciones en curso, lo que hay que abordar es la
experiencia amorosa. Nos falta un discuro amoroso que sepa dar la justa medida
de la intimidad situándola en esa interacción de la que está formada la
experiencia y que la constituye como fuerza de creación, de recomienzo, de
renovación”. Y vuelve a definir el matrimonio como “un lugar, un vínculo
soberano, el único posible por lúcido, que me hace estar donde debo estar.
Discordancia concordada, el lugar donde debo estar”. Y luego Philippe agrega:
“El amor es pleno reconocimiento de otro como otro”.
Leo, subrayo y quiero más, pero otra vez me topo
con ciertas preguntas dadas por el contexto, en el que veo florecer divorcios y
nuevas constelaciones amorosas: amigos con permisos especiales, parejas cama
afuera, solteros con hijos, etcétera. Figuras y acuerdos que invitan a pensar que
no todo está dicho acerca de la vida de a dos. Al contrario, las preguntas se
suscitan: ¿Será el matrimonio el mejor modo de vivir de un par que se ama?
¿Habrá alguna institución futura o un modo distinto de realización de la vida
amorosa? ¿La crisis actual de la burguesía dará con nuevos pactos de amor y
pareja?
Porque el
matrimonio burgués –lejos de ser como una pintura amable y armónica propia de
las bellas artes- está tan complicado como la clase media actual en general, la
que aún come todos los días y puede leer esta nota, y sostener un consumo y
ciertos ideales. Digo: estamos complicados si seguimos creyendo y anhelando
armonías pictóricas para nuestra vida cotidiana. Porque las bellas artes del
matrimonio van más allá de la intelectualidad y las teorías psi. Las bellas
artes del matrimonio incluyen lo instintivo, lo animal, lo indecible, lo
atávico de cada individuo, lo heredado de cada casa, las infancias que se
topan, las frustraciones, los deseos cruzados. Todo entra en juego en la sopa
matrimonial.
Y si
solo nos centramos en aspectos intelectuales, si no miramos otras líneas de
vida que nos atraviesan, corremos el riesgo de leer y vivir en la frustración
personal. ¿Por qué no soy Julia K? ¿Por qué no me quiere un Philippe? Porque
son ficcionales e hipotéticos cuando se hacen palabra. Y el matrimonio o la
vida en pareja es otra cosa. Algo demasiado complejo, personalísimo,
experiencial, cambiante, caótico, explosivo, brillante, tremendo. Lo demás es
teoría.