Por M.S.
Muy joven, esta artista de obra tan personal tendió a emplear algunos recursos del expresionismo, intuitivamente, antes de conocer esta importante corriente en las artes que arrancó hace más de un siglo, en Alemania y Austria, como respuesta al impresionismo y yendo más lejos que el fauvismo. Pero lo de Silvina Benguria llega con sorprendentes variaciones en sus series de retratos, gordas hamacándose, obispos un poco apolillados en su seriedad, bañistas de gorros protectores y trajes de baño enterizos venidas de lejos, señoras y señores devorados por sillones rayados y, entre otros temas reincidentes, los inquietantes barcos fantasmosos -diría Haroldo Conti-; barcos enteros, partes de barcos en mares ignotos sin horizonte a la vista, echando a veces un humo como de algodón, evocadores de un pasado que ella no registró en la vida real, pero que su intuición, su amor por el océano lleva a Benguria a retrotraer estos modelos que rescata, les da la oportunidad de volver de un pasado soñado, imaginado. (“El arte es un regalo que deja la infancia”, le dijo cierta vez en una entrevista a esta cronista).
Silvina Benguria, entonces, antes de saber sobre esta forma de arte visual que Hitler llamó degenerada, instintivamente ya apelaba a los colores violentos, químicos, en alto contraste, cálidos y fríos. Rompía reglas académicas -pero con una base de aprendizaje de la técnica-; no trataba de mostrar el mundo, las personas, los objetos tales como eran, sino que se lanzaba a redescubrir formas, a distorsionarlas, a buscar otras perspectivas más de acuerdo con su visión interior, con sus propias emociones. Y se apartaba del fuerte dramatismo de aquellos expresionistas de comienzos del siglo 20, aún en caricaturas durísimas, amargas como las de Otto Dix.
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Silvina Benguria |
Sucede que a Benguria, aunque tenga también una obra más pequeña que incluye esculturas, le gusta explayarse con amplitud, salirse de los límites en más de un sentido. Por ejemplo, en sus mujeres macizas, atemporales, ya como sus bañistas, ya como aquellas gordas que se columpiaban gozosamente hace tiempo; o en las más contemporáneas jugadoras de fútbol de la novedosa serie presentada el año pasado que la crítica especializada casi no llegó a mirar.
Los retratos -que lamentablemente no están presentes en la expo actual de La Compañía- de escritores y otros personajes maravillan por su percepción para capturar la esencia de cada uno de ellos: de Sábato a Joyce, de Oscar Wilde a Alfonsina Storni, Silvina Benguria se las arregla para dejar caer un detalle travieso, demitificador que los distingue y humaniza (como las mariposas inocentes que se posan sobre el rostro tristón de Sábato).
Una subjetividad netamente femenina la de SB, capaz de tomar recientemente a una de esas mujeres fuertes de la Biblia -inspirándose en Donatello- como Judith a la que visualiza cimitarra en mano a punto de liquidar al general asirio Holofernes que planifica destruir la ciudad de Betulia y así esta viuda intrépida salva al pueblo de Israel. Otro cuadro que no fue elegido para la exhibición que podrá verse hasta marzo 2024.
En la presente muestra de la calle Arenales al 1100, el rasgo original y muy funcional para algunas obras reside en que está colgada en una espaciosa mueblería (de elementos para living y comedor) de dos plantas, con profusos ventanales. Los magnéticos cuadros puestos arriba de un gran sofá, de una cómoda o en un ámbito de sillas y mesas para almorzar o cenar, donde relumbra un barco menos nocturnal, radiante con los colores de la bandera idolatrada, la enseña que Belgrano nos legó… Y en otras paredes, el impactante Tupungato prendido fuego; los ya clásicos/as damas y caballeros en sofás o sillones; viajeras a bordo de una embarcación con turbantes, detrás ventanillas redondas ojos de buey que parecen aureolarlas, si bien ellas nunca fueron santas, se nota a la legua. Unas bañistas tan frescas dándonos la espalda; foquitas okupas de una de las naves, y el ya citado dino de imantado colorido. Y por fin un barco cerca de tierra firme y afuera una mujer cerca solitaria; o al menos eso es lo que ella aparenta creer, porque un tipito voyeur la observa desde arriba de la nave. Quizás un tributo a La mujer del puerto, de Arturo Ripstein, cineasta que admira Silvina Benguria.
Y el fascinante cuadro que figuraba en la invitación a la apertura de esta muestra: una damisela de manos enguantadas de celeste que con sus dedos índice y pulgar hace círculos que enmarcan sus ojos simulando anteojos, lánguidamente tirada sobre un sillón de orejas onda Ratón Mickey, pelirrojísima ella en minivestido azul. Pasen y miren.
Silvina
Benguria. Pinturas- 1984-2023 se exhibe en La Compañía, Arenales 1145. Horarios: de
lunes a viernes, de 10 a 1.30 pm y de 2.30 a 6 pm. Hasta marzo 2024.