En el hogar, todo va mejor con esposas complacientes


Muchas mujeres confunden de buena fe mal humor con firmeza, intolerancia con entereza, despotismo con autoridad moral. Esta visión errada las lleva a sembrar la desdicha y el malestar en la familia, sobre todo en el marido, cuya felicidad, según el experto norteamericano Dale Carnegie –pionero de la autoayuda– “depende infinitamente más de la armonía en el hogar que del logro en los negocios”. Por eso, en el libro Para ti, novia y esposa (Desclée de Brower, Bilbao, España, 1966), se nos aconseja sabiamente de esta guisa: “Cuando vuestro marido os comunica sus agravios con respecto a vosotras, no cortéis sus quejas añadiendo el capítulo de los de él con respecto a los que os incordian a vosotras. Mirad humildemente si los de él son fundados. Tenedlos en cuenta. La regla es la adaptación de la vida en pareja, la alegría en común, el mutuo apoyo, el perfeccionamiento recíproco”. Y en este terreno, la esposa puede ser artífice insuperable en lograr que reinen la armonía y la temperancia.

Para alcanzar meta tan noble, vale tener muy en cuenta los consejos (anónimos) del artículo A la mujer intolerante, publicados por la tradicional revista El Hogar en su número 1484, del 25 de marzo de 1938, a saber: “Mujer, si eres déspota, si pretendes dominar a tu marido, disciplinar a tus hijos, oprimir a tus criados, todos acabarán por detestarte. No serás querida sino soportada”. Tales admoniciones quizá parezcan exageradas a lectoras que consideren imprescindible una mano inflexible para mantener la casa y la familia en perfecto orden. Pero El Hogar nos recuerda que “son atributos característicos de la femineidad la abnegación y la dulzura, y no la destemplanza y el absolutismo”.

Por si necesitas mayores aclaraciones, amiga lectora, has de saber -siguiendo los lineamientos de la citada revista- que “tu esposo te hizo suya porque buscó llevar contigo al hogar un recipiente de ternura, no una trenza de correhuelas para látigo”. En consecuencia, “no debes estafarlo con la mentira embozada en tu sexo y el engaño agazapado en tu corazón femenino”.  

A ver si se entiende más claro dicho de otra manera: “No es de mujeres predominar en la casa, con sólo intentarlo desencadenarás reyertas, quejas, disgustos”. Y aunque a veces te parezca que actuar con tanta dureza te da seguridad, te hace sentir más fuerte, “mezquina y ridícula victoria la tuya teniendo a un muñeco por marido” (sic). Con esa actitud intolerante y de mando, siempre, pero siempre perderás, “tanto que quizá lo pierdas todo, porque puede ocurrir que tu marido parta en procura de ternura a otro lado, prefiriendo coyunda irregular en compañera tierna, sumisa, cariñosa, que dechado de virtudes con forma de basilisco”. Muy por el contrario, si ganas su confianza en buena ley, él permanecerá complacido a tu lado.

Por si acaso las bienintencionadas indicaciones de El Hogar no han convencido del todo a alguna lectora díscola y con ánimo independentista, aquí va el contundente párrafo final de la citada nota: “Y cavarás tu desdicha por haber olvidado que es fuerza de las mujeres la abnegación, la ternura, armas del alma femenina más poderosas que todas las cárceles y más fuertes que todos los látigos”...