Por M.S.
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Ph Nora Lezano |
Por debajo de su aparente levedad, de su humor implícito -salvo en la desopilante explosión, cerca del final, de la madre viajera clamando por comida chatarra, por vino-, Okasan pone en escena con alusiones de tocante transparencia el encuentro, desencuentro de culturas, de generaciones a través de una madre argentina que visita a su hijo Matías, de 21, afincado en Tokio y muy asimilado. El joven se ha convertido casi en un extraño para ella, y no es casual que, en el primer encuentro, cuando él sale y ella pretende entrar en el ascensor del hotel, casi choquen; y que, en un primer momento, no se reconozcan.
Ella, la
madre que ha viajado al otro extremo del mundo, de su mundo, irá ingresando
pasito a pasito -como se camina cuando se viste kimono- en esa idiosincrasia
que, más allá de su occidentalización, mantiene rasgos bien propios: la
cortesía, el idioma, la caligrafía, el traje tradicional en ciertas ocasiones…
Viaje largo y complejo el de esta madre hacia su “nuevo” hijo, joven adulto
japonizado; hacia otras formas de relacionarse, de estar en ese país que sigue
siendo el imperio de los signos que supo ver Roland Barthes. La dramaturgia de
Paula Herrera Nóbile (con la colaboración de Sandra Durán y Carola Reyna) atrapa
la esencia del cautivador libro del mismo título, de la escritora Mori Ponsowy
(Penguin Random House), y la puesta en escena de Herrera, por momentos
oportunamente coreográfica y siempre atinada, se enriquece con la escenografía
de Cecilia Zuvialde -que crea un espacio íntimo y otro que representa el
exterior-, con el refinado vestuario en sintonía cromática de Ana Markarian,
las luces logradamente narrativas de Matías Sendón y los sonidos musicales
atmosféricos de Gingo Ono.
Carola
Reyna reinando sobre el escenario hace un derroche de comediante sutil, no
exenta de ciertos justificados estados emocionales pero siempre balanceando con
la autoironía; a la elegancia y la flexibilidad física suma esos pequeños
gestos de complicidad con el público, que se identifica desde el arranque con
su situación de madre perdida en otra latitud, con o sin traducción. Cada
desplazamiento ha sido marcado con precisión conducente; cada objeto que toca,
despliega o enmarca este personaje remite a un diseño, a una referencia, a un
color, a una filosofía de vida. Así, una piedra puede ser un escalón y a la vez
citar a un jardín zen; y otra piedra más grande, un sillón o una tumba,
mientras que el arreglo de ikebana al fondo no necesita explicación; el
estilizado árbol rosa intenso de cerezos a un costado es belleza elocuente que
se suma. Una escena de lluvia y viento y paraguas dado vuelta puede remitir a
Kurosawa; asimismo y en un registro muy diferente, el eje temático trae ecos
del Yasujiro Ozu de Tokyo Story. Y un colorido juguete de infancia que
trae la madre en su valija cobra importancia por contraste, y no por azar es un
teléfono.
No es
rigurosamente exacto el viejo dicho de que “madre hay una sola”. Y en la
cartelera tenemos a varias, ninguna tan encantadoramente patética como Okasan.
Palabra cuyo ideograma vemos proyectado en tanto que la protagonista nos
explica la evolución de su caligrafía, el significado de sus prefijos y sufijos
que ponen un plus distancia entre ella y su hijo, aquel bebé que antaño tanto le
complacía mirarlo dormir en sus brazos.
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Ph Nora Lezano |
Okasan se presenta por únicas 6 funciones
los sábados a las 22 hs, desde el 3 de junio hasta el 8 de julio. En el Teatro
El Picadero, Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857.