Abrir espacios sonoros donde no los hay

Compositora de música experimental, la mexicana Tania Rubio tuvo una formación musical clásica pero se inclinó por las formas contemporáneas y la experimentación sonora. En su obra coexisten partituras, trinos de aves, artes escénicas y visuales, voces educadas o ruidos electrónicos para hablar de raíces ancestrales y algunas sorderas del mundo actual.

Por Myrna Armenta Ruiz

Ciudad de México, 25 de agosto (MaremotoM) - Ella se define como una compositora de música contemporánea y artista sonora transdisciplinar. Es sin duda una inquieta exploradora del sonido en general y particularmente en el campo, donde actualmente intenta descifrar cómo se comunican los animales para crear piezas donde hay arte, ciencia, instalaciones o teatro musical.

Nació en la Ciudad de México en 1987. Su madre quería que fuera pianista y la inscribió en múltiples clases de arte. Su padre amaba el rock, lo que la llevó en la adolescencia a querer ser baterista del género. Le gustaban el metal y las percusiones.

Estudió composición en la Facultad de Música de la Universidad Autónoma de México (UNAM), pero su búsqueda la llevó a indagar en corrientes más experimentales fuera de la academia, como el arte sonoro, expresión que estaba un tanto al margen en su generación.

Su interés por las culturas ancestrales, temáticas recurrentes en su trabajo, la incentivaron a cursar estudios de posgrado en Buenos Aires, donde pudo mezclar la creación musical con las tecnologías y las  artes tradicionales; además de una especialización en Teatro de objetos y nuevos medios en la Universidad de las Artes de ese país.

El ecocidio capitalista, el automatismo de las urbes, la cosmovisión de culturas prehispánicas, la comunicación entre especies, son temas que desarrolla en sus piezas conceptuales; para crearlas, se nutre de obras poéticas, antropológicas, de la biología, el psicoanálisis, las artes visuales.

Tania vive de la música, ha ganado concursos, becas y residencias internacionales; su obra se ha presentado en México, Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Estados Unidos, Francia, España, Inglaterra, Alemania y Suiza.

Dice que ha luchado mucho para poder vivir dignamente del arte porque tampoco nació en una familia acomodada. También aclara que el rechazo a su música cuando empezaba, no fue por su condición de mujer, sino porque se trataba de creaciones poco convencionales en aquel tiempo.

Antes de la pandemia cursaba un Doctorado en Composición en Linz, Austria, pero tuvo que regresar en medio de deudas y la paralización de actividades. Reside en un pueblo pequeño de Morelos, lejos del bullicio citadino, e insiste en que escuchar es una gran puerta para aprender y un don que hemos perdido en medio de la saturación informativa, el ruido y nuestro antropocentrismo.

“El oído no es exclusivo de los seres humanos, es importante salir de esta noción egocentrista de que el ser humano es lo más importante, porque no somos el centro de nada y no entendemos nada; justo esta parte de no entender nada tiene que ver con la falta de sensibilidad y de escucha, porque el sonido más allá de una apreciación estética es comunicación… Si el oído está abierto todo el tiempo, por qué no desarrollar distintas capas de percepción auditiva, pero lo que hacemos es sobresaturarlo y tornarnos sordos, no querer escuchar”, afirma desde su pantalla para esta entrevista.

El inicio y las residencias en otros países

Cuando cursaba la licenciatura en la UNAM, se metió en todas las clases de composición que pudo, pero fueron tres maestros en particular los que le ayudaron a encontrar su propia voz: “Julio Estrada, que tiene una manera muy particular de enseñar composición, un método riguroso para traducir tu imaginario en una partitura; Ulises Ramírez, que es más conservador, pero a pesar de eso, hablaba de una búsqueda hacia el interior, dejar que la música te hable. Más adelante, Manuel Rocha me dio todo este bagaje del arte sonoro y la experimentación, ahí fue cuando descubrí que todo lo que hacía jugando, realmente existía en el arte y empecé a conocer un montón de artistas y corrientes estéticas”, recuerda.

Sobre sus estudios y residencias artísticas en otros países, comenta en especial su estancia durante cinco años en Buenos Aires, donde le parecía que había un movimiento cultural muy importante durante el gobierno de los Kirchner. Ahí cursó dos posgrados que han sido claves en su interés por cohesionar la música con la tecnología y profundizar en las culturas de América Latina.

“En Buenos Aires como que hay una consciencia de la escucha mientras que en México estamos acostumbrados a que la música sea de fondo, pero también creo que perdí el panorama vivencial de la música contemporánea nuestra al vivir muchos años afuera. Ha cambiado muchísimo, hay mucha gente haciendo experimentación y ensambles. En los últimos diez años se avanzó mucho, hay festivales; antes de la pandemia había un concierto tras otro”.

Dice Tania que en países europeos, al menos en algunas zonas de Europa central, parecen estar superando el tema de la desigualdad entre géneros, pues hay cada vez más mujeres en el campo de la música, discusiones sobre cuántas deben estar en festivales, más plazas de trabajo y la exigencia de la cuota del 50 y 50 por ciento. En torno a la música experimental, “no hay una tendencia a separar el arte sonoro de la composición contemporánea, existe una diversidad de propuestas donde se vincula todo: tecnología, artes escénicas, arte sonoro, música de cámara”, señala.

Las mujeres en la música experimental

Ante la pregunta de cuántas mujeres hay actualmente en México haciendo lo que ella, se ríe antes de contar una anécdota en redes. “No era tan consciente de este tema, yo me creía feminista. En el facebook lancé una pregunta hasta naïve sobre si les interesaba dialogar sobre perspectivas de género en la composición actual y salió una red de compositoras latinoamericanas. Yo pensé que íbamos a ser tres personas, pero resulta que somos más de doscientas”.

Aterrizando en el país, asegura que hay muchísimas mujeres haciendo arte sonoro, que provienen más de las artes visuales: la mayoría no estudió composición y que tampoco están muy interesadas. Pero aclara que aunque a ella le atraen “la historia de la composición, escribir partituras para intérpretes y trabajar múltiples parámetros”, tampoco hace separaciones: “Creo que actualmente todas la posibilidades están abiertas, no es necesaria una catalogación; cuando está bien la obra, habla por sí misma”.

Música, tecnología y culturas ancestrales

En muchas de sus obras hay un intento por rescatar ritos ancestrales para reflexionar sobre temas que no han perdido vigencia; también ha creado artefactos sonoros con figuras prehispánicas que utiliza en sus piezas. Su interés por esta temática comenzó de forma paralela al investigar sobre la brutalidad de la colonización y al no verla reflejarse en las composiciones clásicas universales.

“Soy fanática de Bach, Mahler, Beethoven, Schubert, Debussy, los admiro pero no es una música donde yo no me reconozca o me encuentre. Entonces tenía un conflicto, porque eso era lo que me enseñaban, era como lo que debía hacer, pero luego ves tu cotidianidad y encuentras una diversidad musical muy diferente: las cumbias, el rock, el organillero… Luego, como decía, empecé a leer sobre la colonización, los navíos negreros y todas estas formas que hubo para que olvidáramos nuestra identidad. Para mí fue muy fuerte. Al estudiar las culturas te das cuenta que fuera de los instrumentos, más bien artefactos, no hay un legado musical, nadie sabe cómo sonaba la música prehispánica, y justo es una puerta enorme a la imaginación, porque están los vestigios pero no hay una técnica, justo es una gran puerta a la experimentación”.

Sobre si estas manifestaciones solo las pueden entender grupos pequeños, gente más vanguardista, Tania explica que siempre ha buscado sus espacios y ha hecho lo que quiere, que no comparte que el arte deba ser elitista y que no se siente parte del mainstream de la experimentación: “El nicho de los que hacen arte sonoro está en la Ciudad de México, por ejemplo, pero a mí nunca me ha gustado el centralismo, lo primero que hice fue huir; aunque sí he estado en el Arte Alameda, en el Ex Teresa… Pero también organicé algo en el Jardín Borda (Cuernavaca). En el cuarto año del Festival Revueltas Sonoras vinieron artistas de Suecia, México y Argentina. La idea es abrir espacios donde no hay. También he trabajado con niños de la calle, con discapacidad, gente de la tercera edad y todo bien, mi experiencia es que si tú te abres, la gente es receptiva”.

¿Cómo te ha ido en esta larga cuarentena y en qué proyecto estás trabajando?

–Ha sido difícil, he pasado por todos los estados de ánimo… Pero tengo trabajo, estoy haciendo muchas cosas que me encargaron, voy a dar talleres; también estoy implicada en un proyecto sobre las aves que existen entre Morelos y Ciudad de México, y lo voy a vincular con Beethoven. Actualmente mi tema de investigación es la biomúsica, la intersección entre el arte y la ciencia.

Tania reconoce que a ratos se siente deprimida por la inconsciencia que prevalece en torno al daño que le hacemos a la naturaleza, que no la escuchamos aun con los golpes asestados por el coronavirus en el mundo: “Estamos en un momento ecológico crítico, para mí escuchar es aprender a respetar, a entender un poquito el mundo donde vivimos… Lo compartimos con muchísimas especies a las que el ser humano les tiene miedo, desprecio; se las come pero no quiere verlas, es parte de este mundo consumista donde todo es rápido, donde abres el refrigerador y ahí está la comida empaquetada”, opina algo desalentada, pero pronto se recupera y comienza a describir sus proyectos y encargos, pues los sonidos siguen vibrando, llamándola.

Este artículo se publica con autorización de Mónica Maristain, periodista y escritora argentina radicada en México.  Fue escrito recientemente para su Newsletter Maremoto (Maristain).