A
mediados de 2002 se nos fue Ally McBeal y toda su corte de compañeros de
laburo, clientes, novios, y en los ultimísimos capítulos, incluso una hija de
10, que irrumpió sin aviso, nacida de un óvulo que la protagonista de esta
producción de la Fox había donado para otros fines cuando cursaba el college. Se
nos fue, pues (¿quién de nosotras no la vio algunas veces, muchas veces, quién
no volvió a ver capítulos en sus repeticiones en el cable?), la serie que
incorporó -y convirtió en estrella- a una chica llamada Calista Flockhart,
apenas conocida unos años antes en el ámbito teatral gracias a su premiada
interpretación de Laura de El zoo de
cristal, de Tennessee Williams, en Broadway, 1994, seguida de Las tres hermanas, de Chejov, dos años
más tarde. Después de hacer algunos papelitos en series olvidables, el gran
Mike Nichols le echó el ojo para el papel de la prometida del hijo de unos de
los integrantes de la pareja masculina de La
jaula de las locas, en su mejor versión cinematográfica (1996). Cuando Cal
pensaba alejarse para siempre de la tele, he aquí que su amiguísima Jane
Krakowski la incita a presentarse al cásting de una nueva serie que pinta muy
novedosa. El creador, David E. Kelly -también conocido como el marido de
Michelle Pfeiffer-, supo al instante que tenía a su Ally McBeal. Y no erró:
Flockhart fue la protagonista perfecta de la muy exitosa producción, desde 1997
hasta 2002. Mientras que la instigadora Krakowski quedó para el papel de
Elaine, la eficiente secretaria de Ally, siempre lista para cantar y bailar los
temas que compuso especialmente Vonda Shepard, presente a veces en la serie
como ella misma, también autora de la canción de los títulos y de la del
cierre.
Ally McBeal, a su modo divertido y serio,
costumbrista y surrealista, libre y desprejuiciado, fue una serie vanguardista
que merece revisitarse: con una heroína excelente profesional, fantasiosa,
ambiciosa, romántica, un poco torpe a veces, siempre de buen corazón. Que, vale
subrayarlo, antes de entrar al bufete de abogados comandado por Richard Fish,
había dejado -hace 23 años- su empleo anterior por motivos de acoso laboral.
Ally McBeal impuso en el estudio jurídico el
baño unisex, centro de encuentros no tan casuales, de escuchas indiscretas, de
equívocos suertudos y de los otros... Y sobre todo, a lo largo de un lustro y a
través de los casos que defendían sus letrados, esta serie puso sobre el tapete
una problemática de actualidad, en muchos casos vinculada con las diversas
formas de discriminación tratadas de manera abierta y equitativa, sin caer en
maniqueísmos ni en simplificaciones: violación, homofobia, masculinidad
tóxica... Y aunque el personaje de Ally fue hasta cierto punto el eje del
relato, con sus contradicciones, su honestidad básica y sus fobias, su
vulnerabilidad y su fortaleza, lo cierto es que varios personajes secundarios
femeninos y masculinos (Nelle, Elaine, John, Billy, Richard, la estupenda
villana Ling, luego –lamentablemente– abuenada) cobraron relieve propio siempre
lejos de estereotipos, y evolucionaron a través de los numerosos capítulos.
Entre la comedia y el drama, por medio de los sorpresivos momentos bailados y
de ingeniosos gags se dio curso en forma delirante a las fantasías y a zonas
del inconsciente de varios de los integrantes del estudio. Ese desenfado le
permitió a Kelley, por ejemplo, la aparición repentina en el bar de estrellas
como Sting, Barry White, Mariah Carey, Elton, Tina Turner haciendo sus
respectivos numeritos. Amén de la desopilante drag queen Dame Edna, que dio su
presente en el último episodio. Como para llamarla con algún rebusque: ¡Volvé, Ally McBeal!
Por
cierto, no faltaron críticos que pusieron el acento en el falaz y rancio
argumento que sostiene que las mujeres autónomas económicamente, que realizan
su vocación profesional y hacen uso de su libertad sexual, son inexorablemente
desdichadas en el amor, frustradas en su vida personal y neuróticas sin
remedio. Si nos fijamos en el amor que hubo en la vida de Ally, digamos que
haber tenido grandes momentos de romance con tipos tan divinos como Billy (Gil
Bellows) y Larry (Robert Downey Jr.) y secuencias tiernas y hasta eróticas con
otros varones un pelín horteras pero que saben de plomería (como el mismísimo
Jon Bon Jovi), sin olvidar el romance latente con ese gnomo sensible y gracioso
llamado John (Peter MacNicol); si disfrutar de estas felices, deleitosas
relaciones a lo largo de cinco años es ser desafortunada en el amor, ¿dónde
están las afortunadas? Además, el guapísimo Billy se murió (el actor debía irse
a otra serie) y al tesoro de Larry también hubo que matarlo (por desgracia para
la serie, Downey Jr. volvió a caer en cana por drogas y Kelley no logró
salvarlo de que lo echaran). De modo que los denigradores de las chicas
independientes y desprejuiciadas ni siquiera pueden alegar que Ally fue
abandonada por sus mejores novios.
Como
se sabe, Calista F. es una chica lisa, cuyos pechos apenas quedaron en pezones
ligeramente desarrollados, lo que no le impidió lucir mini-minis que fue
alargando. Aunque parezca mentira, su natural flacura de toda la vida le trajo
problemas con los detractores que opinaron que su imagen promovía la anorexia:
Cal tuvo que salir a explicar que su delgadez le venía de familia, que padre,
madre y hermanos eran tan delgados como ella sin hacer dieta... Bueno, la
treintañera Ally volvió a acortar sus faldas en el último capítulo, para el
casamiento de Richard, el escéptico, (Greg Germann) con Liza Bump, a cargo de
la maravillosa Christina Ricci, presente en los episodios finales con sus lolas
contundentes, su metro y medio que se duplica merced a su talento. Liza, que
parecía un proyecto avanzado de femme fatale, pero Richard descubrió, debajo de
sus gestos de maldita ingeniosa, un corazón más grande que sus dos tetas
juntas.
Por
el bien de su hija recién venida, Ally se despidió emotivamente en el final,
aunque felizmente las lágrimas se alternaron con las risas provocadas por Carl
Reiner en su desopilante actuación como ministro de la boda. Pero antes, en un
capítulo anterior, para quienes no se enteraron (¡todavía!) de qué va el
feminismo, el gnomo John defendió a una chica dura obligada a hacer un curso de
suavización. Así dijo John en su alegato: “Querer hacer a esta mujer más
agradable, más femenina, tiene un nombre: sexismo. No se manda a hombres
agresivos a este seminario... ¿Qué mensaje les estamos mandando a nuestras
hijas? Que si quieren lograr algo, tienen que mostrarse frágiles, lloriquear, ser
remilgadas. Miren a esta abogada que representa a la empresa de nuestra
clienta: es feroz y muy competente, pero acaba de usar las lágrimas como arma.
Porque eso es lo que se espera del sexo débil, ¿no? Ser suave para ser aceptado
socialmente en el mundo de los hombres. Las mujeres tienen el derecho de actuar
según su temperamento y, si así lo desean, ser tan rudas y duras como los
hombres. Y si la sociedad tiene problemas con estas mujeres, hay que decirle lo
mismo que a nuestras hijas: que no deben ir por la vida haciéndose las
débiles”.