Somos Belén: El triunfo de la capacidad transformadora de la unión de las mujeres

Por Diana Fernández Irusta

Ana Correa
A mediados de 2016, en San Miguel de Tucumán, un teléfono sonó en un estudio jurídico. Fue el momento justo y atendió la persona indicada: la abogada que, al escuchar la información que le llegaba del otro lado del auricular -“en esta ciudad hay una mujer presa por un aborto espontáneo”- no dudó en tomar un caso que, más que historia judicial, parecía el relato de una pesadilla.

Porque dos años atrás, una chica había llegado a la guardia de un hospital con un cuadro de fuertes cólicos que derivó en una hemorragia vaginal. De ese lugar saldría, pocos días después, en calidad de detenida, acusada de homicidio y enviada directamente del hospital a la cárcel. La condenaron a ocho años de prisión. Pero cuando Soledad Deza, la abogada que recibió el llamado destinado a cambiarlo todo, se sumergió en el expediente, solo halló contradicciones, falta de pruebas, irregularidades, vulneración de derechos y algo demasiado parecido al ensañamiento como para llamarlo, simplemente, desidia. Deza batalló. Junto a ella, también lo hizo una enorme red de mujeres que, desde el país y desde el exterior, desde el activismo, la acción cultural y el debate legal, consiguieron que el caso obtuviera visibilidad, que el fallo se revisara, que la muchacha, al fin, recobrara la libertad. Pero sobre todo batalló Belén, la chica que eligió ser conocida con ese nombre para preservar su intimidad, la joven cuyo delito no solo fue perder un embarazo, sino también pertenecer a una familia humilde y carecer del color de piel de los más favorecidos.

Ana Correa, periodista, abogada y especialista en comunicación, decidió que la historia de Belén debía ser contada. Por eso escribió Somos Belén (Planeta), un libro que, además de reconstruir los múltiples eslabones de una arbitrariedad espeluznante, toma nota de ciertas zonas –geográficas y burocráticas-, donde el Estado, en lugar de proteger, daña. Pero también rescata la contraparte de esa oscuridad: la existencia de una energía ciudadana que, pese a todo, está allí, sabe qué hacer, construye solidaridad. Ana es parte de esa energía. Tímida confesa (aunque lo disimula bien), de modos suaves y sonrisa casi continua, habla de su trabajo actual en la comisión de género de la Defensoría General de la Nación, del feminismo, del #NiUnaMenos (ella fue parte del grupo de periodistas que lanzaron la primera convocatoria), de las campañas por la legalización del aborto. De las violencias y logros de cada día. Y por supuesto y sobre todo, de Belén, con quien trabó amistad a partir de la realización del libro, y con quien la une –se le nota en la voz- un vínculo de ternura y admiración a partes iguales.

¿Cómo surge la idea del libro?

Crédito Infobae
- Fue en 2018, luego de que el Senado rechazara el proyecto por la legalización del aborto. Fue durísimo. Lo tremendo para mí era la sensación de quedarme con los brazos cruzados después de todo lo que había pasado, después de haberme animado a contar mi historia (“Quiero terminar con todo esto”, la experiencia personal con el aborto que publicó en LaAgenda Revista), después de todos los casos que se comentaron en el debate, después de que se hablara del caso de Ana Acevedo (la joven que murió en 2007 luego de que le negaran un aborto terapéutico). Entonces, que después de todo lo que se debatió, no se hubiera aprobado la ley, me hizo sentir muy mal. Ahí fue cuando pensé que había que difundir un caso como el de Belén, que me parecía paradigmático. Una vez que tomé la decisión, no paré. Cada tramo que investigaba me reforzaba la idea de que había que dar a conocer esa historia.

Entre otras cuestiones, es un caso que demuestra que la movilización sirve.

- Total. Había dos cosas. Por un lado, el tema de la lucha. Uno de los comentarios que más me gustaron fue de una constitucionalista argentina que está viviendo en Alemania, Laura Clerico, que me dijo que el libro abarcaba todo lo interseccional, esto de mostrar que la vulneración de derechos afecta mucho más a las mujeres pobres. Hoy leí una frase de Marielle Franco que lo expresa muy bien: “la violencia tiene territorio, color de piel y clase social”. Por otro lado, está la parte si querés más optimista, demostrar lo que pueden las redes de mujeres para salir adelante. La historia de Belén reúne todo esto.

Genera esperanza, ¿no?

Imagen de una marcha por la liberación de Belén
(Mumala de Tucumán)
- Es que me encantó mostrar a un montón de mujeres, desconocidas para la mayoría de la gente, que fueron fundamentales en esta historia. Muchas de las chicas que estuvieron en Tucumán, las abogadas que trabajaron con Soledad Deza, Raquel Asensio, que es una referente de género de absoluto bajo perfil, Celeste Braga… No sé si es bajo perfil o renunciamiento, pero se conoce mucho más su trabajo que a ellas mismas. Y me parece que el libro es también un homenaje a esas mujeres. No solo las que las que tienen alta visibilidad son las que transforman las cosas.

Hay perfiles muy entrañables en esta historia, y está Belén, que tiene una enorme personalidad. ¿Ya te dijeron que tiene todo para ser una heroína de película?

- (Se ríe) Belén siempre dice que la cambió un montón el proceso de conocer sus derechos, que ahora no es la misma. Es que hubo un cambio, de al principio ser la llorona en la cárcel, a decidir, también mientras estaba en prisión, no presentarse ante el delegado del Papa que había ido de visita. O no recibir al secretario de Derechos Humanos porque no le había avisado que la iba a ver. Antes de todo esto, cuando Soledad la conoce y le dice que va a ser su abogada, le regala un libro, Jaque a la reina, que cuenta el caso María Magdalena (otra mujer tucumana imputada por aborto). Justamente hace poco, el  27 de febrero, se expidió la Corte Suprema en ese caso, diciendo que hay que investigar a los médicos que intervinieron por violación del secreto profesional. Porque en los casos en que hay un aborto o un evento obstétrico la violación del secreto profesional es violencia de género. Belén leyó ese libro, lo estudió, de alguna manera se empoderó y empezó a reconocer sus derechos. Así fue que empezó a elegir con quién hablar y cuándo.

Algo en ella me hace recordar a Marie, el personaje central de la serie Unbelievable, que se basa en un hecho real, una violación abordada de manera desastrosa por las instituciones legales. Al final de la serie hay  une suerte de reconocimiento de esos errores, a lo que Marie responde: “Pero todavía nadie me pidió perdón”.  Lo mismo podría decir Belén.

- Bueno, en realidad… ¿sabes quién le pidió perdón? El presidente.

¿El presidente…?

- Alberto Fernández.

Presentación del libro. Crédito Infobae
¿Cuándo?

- El día de la presentación del libro, en noviembre del año pasado. Ese día Belén estaba en la sala, aunque de incógnito. Cuando termina la presentación, me manda un mensaje mi sobrina, que trabaja en Planeta: “Dice Belén que quiere hablar con Alberto”. Entonces, lo aparto y le digo en voz baja –él no sabía que estaba presente Belén- :“está Belén, quiere hablar con vos”. Hicimos todo de tal manera que nadie se enteró. Se encontraron detrás del escenario, y cuando la vio, él la abrazó y le dijo: “Te pido perdón por todo lo que pasaste”. Tremendo. “Yo te quiero ayudar”, le dijo después. Y ella respondió: “Haga que ninguna mujer vuelva a pasar por esto”.

¿Cómo fue que el presidente asistió?

- Yo lo invité. Soy muy fantasiosa (sonríe), invité a todo el mundo. Él ya había sido electo. Yo lo había visto unos meses antes, le había pedido una reunión con un grupo de activistas, para decirle que íbamos a seguir peleando por el aborto. Él habló de un caso que llegó a la Corte Suprema, y yo le dije: “Bueno,  también está el caso Belén”. Se quedó mirándome, y le contesté: “Estoy escribiendo un libro, cuando lo termine te lo voy a hacer llegar”. Después lo invité a la presentación. También la había invitado a Vilma Ibarra, a quien yo conocía de otros años, y Vilma le insistió mucho para que viniera.

¿Y el prólogo de Margaret Atwood, cómo lo conseguiste?

Margaret Atwood
- Le mandé un mail (se ríe). Lo que me parece maravilloso es cómo a través del libro me encontré con gente de una generosidad y una entrega total. Cuando empecé a hacerlo, no tenía editorial ni idea de si alguien me lo iba a publicar. Y lo que me pasó con Atwood… Es una persona a la que le deben llegar mails de todas partes; yo le puse en el asunto “Estoy escribiendo un libro sobre una chica presa por un aborto espontáneo”. Me contestó, me pidió que se lo mandara, y lo leyó en dos días. Cuando me envió el prólogo, tardé una semana en abrirlo porque era demasiado. Demasiado, demasiado.

Más allá de este libro, ¿cómo fue que te acercaste al feminismo?

- No es para jactarme de nada, porque tuve una infancia difícil, pero siempre digo que nací feminista. Mi vieja era separada con cinco hijos, se comió todas las violencias y discriminaciones que existen. Yo era la menor de cinco hermanos, y lo sufría muchísimo. Siempre fui feminista, no por militar en un espacio determinado, sino que era como una deuda por lo que había sufrido mi mamá. Cuando empezó el #NiUnaMenos y me convocaron a ese primer grupo que organizó la marcha, vi cristalizado lo que siempre quise hacer. Y descubrí  lo importante de la unión de las mujeres; eso no lo sabía, tenía una concepción más individualista. Así que  aprendí mucho de las redes de mujeres, de su capacidad transformadora. Sobre todo, esto de sentir que no tenés que tener miedo, porque hay mujeres cerca que te sostienen. Cuando surge el #NiUnaMenos hay un tema que es el de los femicidios, que siguen sucediendo, se siguen violando las medidas de restricción, se sigue haciendo todo mal… En cuanto a la causa del aborto, para mí lo que tiene es que concentra algo simbólico muy fuerte de la violencia contras las mujeres, que es la convicción de que se puede hacer sufrir impunemente a una mujer, que se la puede torturar y no pasa nada, que se puede decidir sobre su cuerpo. Decidir a nivel de quitarle la vida, como ocurrió con Ana Acevedo. Las violencias contra la mujer se vinculan entre sí.

En este sentido, el caso de Belén es muy ilustrativo. Al leer tu investigación, cuesta creer la obcecación por enviarla en prisión.

- Lo que me voló la cabeza fue descubrir que hay muchas mujeres que son denunciadas por abortos espontáneos. Leí mucho,  conversé con Paola Bergallo y con Julieta Di Corleto, que escribió Malas madres: aborto e infanticidio en perspectiva histórica. Porque la violencia tiene que ver con la sociedad patriarcal, pero también con lo interseccional, porque la denuncia penal de los abortos espontáneos no ocurre en las clínicas privadas, ocurre en los hospitales públicos.

Se denuncia a las pobres.

- Hay toda una construcción. En la comisión de género de la Defensoría veo a diario chicas que trabajan en patrocinio que se pelean con un juzgado porque cuando ellas avisan: “Tenemos al agresor a 20 metros de la víctima, está violando la perimetral, necesitamos que llamen ya a la comisaría”, les responden: “Bueno, llamá en 3 días”. ¿Entendés? Hay, no sé, una falta de empatía.

Ana Correa. Crédito Alejandra López.
Con Belén, lo más impactante es lo que contás sobre el expediente que no resistía ninguna lectura seria.

- Por eso el tema de la penalización del aborto es tan grave, porque hay como una convicción social de que si vos no podés ser madre, sea porque sos profesional, por cuestiones físicas o lo que fuere, merecés ser castigada. Incluso se llega a la paradoja de que las mujeres que sí quieren ser madres y pierden el embarazo, en el imaginario también terminan siendo consideradas delincuentes. Porque la palabra “aborto” está en el código penal. Y en Tucumán esto funciona literalmente; en los hospitales, si ven que hay una pérdida de embarazo, ante la duda denuncian a la mujer. Hay muchos casos, en todo el país, de los que nunca nos vamos a enterar. Por ejemplo, hace poco condenaron en Bahía Blanca a una mujer que estaba sola, con sus 4 hijos, dio a luz un bebé y se desmayó por una hemorragia. Como se desmayó, no pudo atender al recién nacido, que se murió. Ahora la acusan de asesina. Va a costar mucho dar vuelta estas cosas. Encima, te desvían del eje. Vos hablás de esto y salen con que “pero mirá estas delincuentes que quieren cambiar el idioma castellano”. No, pará, el lenguaje inclusivo es lo menos importante. Pero se preocupan por los verbos, o acusan a las “feminazis” de pintar una pared. Desvían el foco.

¿Hay posibilidad de establecer un número más o menos certero de casos de mujeres presas por aborto?

- Se hizo una investigación sobre causas penales por aborto, pero varias provincias no informaron. Una fue Tucumán. Es parecido a lo que ocurre con los femicidios. Hay provincias que informan cero femicidios porque no les ponen ese nombre, no los contabilizan así.

¿Qué expectativas tenés, en relación a la ley, para este año?

- Hay una cosa fundamental que tiene que ver con el libro, que es lo que pasó en el debate por el aborto. Mintieron. Mintieron los senadores que dijeron que no hay mujeres presas por aborto. Entonces, tengo la ilusión de que el libro sea una herramienta más para que los senadores no falten a la verdad. Me parece muy importante recordarles que sabemos cómo son las cosas. Que no pueden mentir. Mujeres y disidencias tenemos que ser un recordatorio permanente de que no pueden ir contra la verdad.

¿Y en Tucumán? ¿Cómo se recibió el libro?

- Hubo repercusión entre algunos lectores y el movimiento de mujeres. Pero salvo los medios alternativos, los grandes medios no sacaron nada. Nada. No existió este libro para ellos. Aunque si se llega a hacer una película o una serie con el caso… ¡no lo van a poder tapar! (risas) Ahora en serio: lo importante es que salga la ley.