Poeta,
novelista, periodista, conductor de radio y televisión, Renato Cisneros nació
en Lima, en 1976. Actualmente vive en Madrid y desde allí ve a su Perú natal
con cierta nostalgia y un machismo heredado del que trata de curarse a través
de sus libros y de su experiencia como padre. ¿Puede un hombre al mismo tiempo
querer ser padre y a la vez estar confundido y vislumbrar panoramas sombríos?
En Algún día te mostraré el desierto
(Alfaguara), Cisneros revela lo que él
llama Diario de paternidad, una
confesión donde la alegría sincera por estar esperando la llegada de una niña,
se mezcla con la percepción de un mundo esperpéntico y laberíntico. ¿Cómo
resuelve el autor el dilema? Contando sus vulnerabilidades en un libro inusual,
que cierra una trilogía que empezó con La
distancia que nos separa (Planeta, 2015) y Dejarás la tierra (Planeta, 2017), textos autobiográficos. Desde
Madrid, Cisneros dice que lo mejor que le pudo pasar es tener una niña,
precisamente para aprender hasta qué punto duelen los designios del
patriarcado.
No es muy común que los padres
hablen de la paternidad…
- Es
cierto, no resulta habitual. Se me ocurrió mientras escribía otra novela. En el
inicio, el haber visitado un campo de concentración y enseguida recibir la
noticia tan vital de que voy a tener un hijo, gestó en mí la sensación de que
partir de ese punto podía desencadenarse un diario de paternidad. Primero con
la simpleza de pretender llevar un registro de las emociones durante el
embarazo; luego se fue convirtiendo en otra cosa, un texto donde yo discutía
conmigo mismo y con los lectores nuestras ideas recibidas de masculinidad. En
alguna forma buscaba yo resarcirme de ciertos machismos de la infancia: el
hecho de ser padre de una niña es una oportunidad extraordinaria para poder
empatizar desde el minuto uno con la psicología femenina. Todo esto, claro,
fueron ideas posteriores; el libro adquiere una tonalidad sombría y un poco
nació de la propia experiencia que estaba viviendo. Luego en esta época en que
se viene discutiendo la masculinidad desde el punto de vista feminista y que el
discurso esté centrado en lo que los hombres venimos haciendo mal desde hace
siglos, me pareció que era importante añadirle a la discusión, una perspectiva
en cierta forma original, que es la siguiente: así como tenemos que dejar de
hacer las cosas que siempre hemos hecho mal, tenemos que empezar a hacer las
cosas que nunca hemos hecho. Entre ellas hablar de nuestra fragilidad, evitar
este divorcio retórico con la palabra miedo, un hombre que siente miedo en
Latinoamérica es caracterizado como un alfeñique. Me parece que hay momentos
como la reproducción en que los miedos no solamente son bienvenidos sino que
deberían conversarse mucho más. Lo vulnerable, lo frágil, lo timorato que puede
haber en los hombres, aflora mucho más durante la paternidad.
Es interesante lo que dices acerca
del miedo, porque ahora en Latinoamérica está resurgiendo el miedo constante.
Los femicidios están a la orden del día y revelan la gran misoginia de los
hombres.
- En
el tema de los femicidios, sin duda alguna, el miedo del hombre es un actor
central, es el miedo a perder algo que cree que posee. Por otro lado el miedo
de la paternidad debería obligarnos a todos esa suerte de coacción con la que
asumimos la existencia. La paternidad es una experiencia por la que quizás
todos los hombres tendríamos que pasar. Pero a la luz de la realidad, a la luz
de la violencia doméstica, de hijos golpeados, abusados o asesinados por sus
padres, me parece que es más pertinente preguntarnos si estamos en condiciones
o no de pasar por la paternidad.
Hay una escena en la que rechazas
tener un hijo y te conviertes en una suerte de monstruo. Cuando estabas haciendo
el libro, al principio ¿dudaste en mostrarte, en abrirte tanto?
- No
estaba haciendo un libro, era un diario para mí, para no mostrarlo. Pero se lo
comenté a mi agente y me pidió que le mostrase algunas cosas, ella fue la que me
impulsó a que se convirtiera en libro. Luego no quería publicarlo porque caí en
esa depresión de la que también hablo en el libro, fue difícil. Pero el texto
también nace de una experiencia tan luminosa como puede serlo la paternidad, al
cabo de la cual aparece la alegría de ver a mi hija crecer. Este libro no lo
hubiese escrito si no hubiese escrito antes una novela sobre mi padre.
Trabajaba sobre todo sobre una ausencia, esa zona que existe en nuestros padres
y que desconocemos. Nosotros sabemos de esa zona a través de lo que nuestros
padres nos cuentan, pero es un discurso pasteurizado, editado; y así como el
pasado se nos escapa, el futuro de nuestros hijos también se nos escapa. Me
impresionó mucho cuando fui a la casa de Ana Frank en Ámsterdam, y supe que su
padre, unos cuantos años después de los terribles sucesos, recibe el diario de
su hija y termina diciendo: “Un padre jamás conoce a su hijo”. Uno por supuesto
que quiere heredarle cosas, pero los hijos no siempre heredan lo que uno quiere
y a veces heredan lo que uno no quiere. Una de las cosas hermosas y
vertiginosas de los seres humanos es que hay zonas a las que no podemos acceder
con la racionalidad.
Pones énfasis en la relación con tu
mujer, en la etapa del embarazo.
- Lo
que me interesaba era también contar cómo la mujer muta de una manera emocional
y física, mientras que el hombre va mutando de una manera psicológica, a veces
porque no está dispuesto a compartir con nadie -o porque no tiene a nadie con
quien hacerlo- esas dudas que lo vienen obsesionando. Me interesaba contar ese
momento en el que mi esposa vivía con plenitud, con momentos de incomodidad,
pero siempre permanentemente conectada con quien ella quería ser. Y cómo por el
contrario yo sentía que se me estaba escapando algo que yo había contribuido a
construir. En muchas mujeres hay un deseo de maternidad tan auténtico que a
veces queda como muy contrastado con los miedos de los hombres a creer que
vamos a perder la vida que teníamos al convertirnos en padres.
¿Estás orgulloso de este libro?
- Es
un libro extraño. Aunque mis otras novelas habían tenido una impronta
autorreferencial, yo siempre las he tratado como novelas. Las escribí con una
mirada más de narrador, y este libro me cuesta catalogarlo. Se ha leído como
una novela, como un libro de no ficción, como una carta de amor, como un diario
o también como una suerte de texto fragmentario. De alguna manera marca el
cierre de una trilogía involuntaria y creo que es un libro que corona una época
y que ahora me deja listo para dedicarme a otro tipo de literatura.
Llamarse Cisneros en el Perú
Te llamas Cisneros, un apellido muy
familiar en la literatura peruana.
- Sí,
ha habido muchos Cisneros en la literatura y en el periodismo. De hecho mi
segunda novela, Dejarás la tierra,
la escribí un poco para explorar a esos personajes masculinos de los que
siempre me habían hablado. Mi bisabuelo, que fue un poeta importante; mi abuelo
diplomático; mi primo, el poeta Antonio Cisneros. Esa novela desmitifica estos
nombres que públicamente fueron muy importantes, pero que en la esfera privada
tomaron algunas decisiones difíciles. Pero me reconcilia con las figuras
femeninas de mi familia, que siempre han pasado inadvertidas, nuestra galería
de héroes es casi siempre masculina, pero si se rasca en las biografías de esos
próceres, es probable que las mujeres hayan sido las que hicieron todo lo
posible por cumplir con sus papeles públicos.
¿Hay una nueva literatura peruana,
situada más allá de Mario Vargas Llosa?
- Sin
duda, Vargas Llosa es un referente ineludible. El último de una larga etapa de
cierto tipo de escritor. Me siento honrado de pertenecer a una tradición
fecunda, y me estoy refiriendo a los poetas. La peruana es una tradición
literaria muy importante en Sudamérica y efectivamente hoy se vive como un
segundo aire. Hay unas voces femeninas muy interesantes, con una potencia, con
una singularidad muy llamativa. Ahora cabría preguntarse de qué se habla cuando
se habla de literatura peruana. Hay mucha dispersión, están los escritores
exiliados o los que nunca vivieron en el Perú, pero que llevan la nacionalidad.
Lo que me interesa es confirmar un estilo, explorar nuevas formas de una
ficción y por supuesto seguir el trabajo de mis amigos. Hay un escritor
italiano, que se llamó Gesualdo Bufalino, que dice que el escritor
contemporáneo no lee a sus amigos, los vigila. Deberíamos por otro lado
desembarazarnos de una vez de la perspectiva europea de lo que debe ser un
escritor latinoamericano. Aún existe esa vieja aspiración de encontrar en
Latinoamérica los remedos o resonancias del boom. Creo que la violencia es el
gran tema del continente; no el único, pero creo que para los escritores hay
todavía una veta que seguir descubriendo.
Es el nuestro un continente también
de desplazados, de migrantes.
- Eso
por un lado puede ser maravilloso porque en el fondo nos recuerda que somos un
conglomerado de territorios muy afines, a veces las fronteras son más políticas
que culturales. Pero todavía subsiste en muchas partes un discurso supremacista
donde el foráneo es un sujeto peligroso.
Este artículo se publica con
autorización de Mónica Maristain, periodista y escritora argentina radicada en
México. Fue escrito recientemente para
su Newsletter Maremoto (Maristain).