No pienso alegar mi condición de
abuela responsable de filtrar las ficciones que mira o lee mi nieta de apenas 4 cuando está a mi cargo. Tampoco invocaré
mi curiosidad indeclinable de amante del cine que nunca había visto ninguna
película completa de la empalagosa rizada Shirley Temple, la niña superstar de
los años ’30 del siglo pasado que no pudo hacer el pasaje a la adultez en la
pantalla (en la vida real se volvió activista republicana y fue premiada con
funciones diplomáticas). Seré franca: en principio, le compré Heidi al mantero que suelo frecuentar
pensando en la niñita Ariadna, y con ella a mi lado empecé a mirar esta versión
coloreada y doblada al español neutro de la celebérrima novela publicada en
1880.
A los pocos minutos estaba clarísimo
cómo venía la mano de este producto hollywoodense al total servicio de la
pequeña mofletuda maciza (una de las leyendas más difundidas sobre Shirleycita
afirmaba que era una enana de 30 años) siempre lista para hacer mohines,
cantar, zapatear, poner trompita, sonreír con oyuelos… Dentro de sus límites,
el film parecía inofensivo en su adaptación del inoxidable relato de Johana
Spyri que nos acercó primero la colección Robin Hood, luego otras ediciones,
dibujos animados ponjas, películas (en el siglo 21, hasta Max Von Sydow y Bruno
Ganz llegaron a encarnar al abuelo arisco amansado por su nietita). Las
montañas de los Alpes eran telones recién pintados, Heidi y su tía Dete
aparecían de la nada en un mínimo pueblito escenográfico con las mujeres (el delantal
bien puesto) lavando la ropa en la fuente adonde la chicuela va a beber. Y ahí
nomás, casualmente, se le acerca un mozalbete de traje folklórico que empieza a
hacer gorgoritos tiroleses -sí: yodelei jijú- solo para darle oportunidad a
Shirley Temple de superarlo en altos y bajos. Entretanto, las lugareñas se
espantan cuando la tía maltratadora pregunta por Adolph Kramer. Ese hubiera
sido el momento justo para dejar de mirar y supervisar a distancia el
previsible desarrollo. Pero no, una fuerza superior –el poder del
entretenimiento hollwoodense de esas fechas- me mantuvo paralizada en el sofá.
Por empinada senda, tía y sobrina
llegan a la cabaña solitaria del viejo ermitaño que aparece nimbado del blancor
de profusas melena y barba, cara de muy pocos amigos. En el interior del
rústico decorado, el caldero a la lumbre. El abuelo parece un hueso duro de
roer pero sabemos de memoria que Heidi va a derretir esa helada coraza. Por la
noche, antes de acostarse en la camita que ella misma se armó sobre un colchón
de paja, frunciendo zalameramente la boquita Shirley reza para que el abuelo la
quiera. Sus plegarias son atendidas y en la mañana descubre alborozada que el
hombre le ha hecho una bonita silla alta para sentarse a la mesa… Otra
instancia sin duda apropiada para abandonar el visionado, por así decirlo, de
este film de 1937, el número 30 y pico que protagonizó la niña nacida en 1928 y
enviada a los 3 a una escuela de danza en Los Ángeles por una madre ambiciosa
dispuesta a todo con el fin de explotar la facilidad de Shirley para memorizar
letras de canciones y pasos de baile.
Gertrude Temple, empero, no fue la
única progenitora ávida de sacar el máximo provecho de una hija o un hijo de
corta edad en el mundo del espectáculo: peor todavía fue el caso de Marie
Gurdin, determinada a lograr que su vástaga Natasha (luego Natalie Wood) se
convirtiera en estrella. Una vez que consiguió hacer ingresar a la niña en un
rodaje para interpretar un papelito, es dato famoso que si la criatura de 5
años tenía que llorar, la madre le arrancaba las alas a una mariposa; si más
adelante la chica se fracturaba una muñeca, la presionaba para que lo ocultara
y no abandonara la filmación (ocasionándole una leve deformidad que NW disimuló
con un brazalete o un reloj). Según varias biografías, entre las cuales la muy
documentada de Suzanne Finstad, cuando la actriz –adolescente de 16- fue violada por un conocido actor en una
entrevista de trabajo, la madre, que la esperaba junto a su otra hija en un
auto, prefirió mirar para otro lado con tal de que Nat no detuviera su ascenso
estelar. Al revés de Shirley T, Natalie Wood (nacida 10 años después), más allá
de sus desventuras, pudo ir de la infancia a la adolescencia, convertirse en
una joven actriz talentosa, protagonista del films de la talla de Rebelde sin causa (1955), Amor sin barreras y Esplendor en la hierba (ambas de 1961).
Signada por la desgracia, a los 43 murió ahogada en aguas oscuras de
California, cerca del yate donde viajaba junto a su marido Robert Wagner y a Christopher
Walken, compañero de elenco de
Brainstorm, film en curso de rodaje que fue completado por una doble.
Bueno, la verdad de la milanesa es
que nunca pude dejar de mirar Heidi,
seguramente con un cachito de morbo frente a los tirabuzones perfectos de
Shirley, sus habilidades para preparar queso, cargar leña para el invierno… Y
desde luego contribuir a la conversión del abuelo que, después de mucho tiempo,
regresa a la iglesia de la manito de la niña justo cuando el pastor está
contando desde el púlpito la parábola del hombre que tiene 100 ovejas, pierde
una y se regocija cuando la encuentra más que por las 99 que no se habían extraviado…
Irresistible momento de manipulación demagógica que culmina insuperablemente
cuando la nena inicia el cántico religioso y el pueblo le hace coro. Claro que
todavía falta media película: reaparece la inclemente tía Dete y en menos que
canta un gallo secuestra a Heidi para venderla como damita de compañía de una
niña rica pero tullida, huérfana de madre y en manos de una terrible gobernanta
mientras que el padre viaja por negocios. La vil Dete cobra por la entrega y
parte sin importarle un comino el sufrimiento de Heidi quien encuentra un
aliado en el mayordomo y una enemiga en la gobernanta Rottenmeier que, a su vez,
no quiere que Clara se recupere porque aspira secretamente a casarse con el padre.
Este regresa para la nevada Navidad con regalos y a medianoche el mucamaje en
fila entona Noche de Paz, el papi al
piano, Shirley -¿hace falta decirlo?- haciendo la primera voz. Gracias al
estímulo de Heidi y a escondidas de la gobernanta, Clara ha vuelto a caminar
como regalo navideño para el padre. La maldad diabólica de Fraulein Rottenmeier
se pone de manifiesto, la bondad angelical de Heidi brilla en toda su magnitud y
el abuelo, que había llegado a Frankfurt, después de algunas peripecias logra
juntarse con su nieta. En la secuencia final Heidi, Clara, su padre y el
mayordomo convergen en la cabaña alpina. El criado intenta ordeñar una cabra y
recibe un chorro de leche en un ojo. Shirley, cancherísima a esta altura de su
carrera, mira directo a cámara y practica una vez más su sonrisa acaramelada.
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Pobre niña rica, 1936 |
El mismo año en que se filmaba Heidi, un inglés de 33 años, crítico
literario y cinematográfico que ya había escrito media docena de novelas
llamado Graham Greene anotó en la revista cultural Night and Day un visionario comentario sobre la sexualización de
los niños en el cine a partir del film Wee
Willie Winke, protagonizado por Shirley Temple. A estas alturas, la niña
había devenido un enorme negocio para su familia y sobre todo para los
productores de la Fox y la Paramount. También, por cierto, se beneficiaban los
editores de libros promocionando sus films, los fabricantes de muñecas con sus
rasgos, de ropa diseñada para la actricita, de vajilla y cereales con su
efigie… Un negoción a punto de tambalear porque Shirley ya tenía 9 bien
cumplidos, había perdido sus dientes de leche y por más bucles y vestiditos aniñados
que portara, se acercaba inevitablemente la pubertad. Ahí fue cuando el futuro
autor de El agente confidencial, El ministerio del miedo y
Viajes con mi tía tuvo el tupé de escribir que “los dueños de estrellas
infantiles son como arrendatarios cuya propiedad pierde valor año a año”. Más
adelante, Greene señalaba que “el atractivo de Shirley Temple era sexual, el de
una mujercita disfrazada de niña, con la coquetería de sus ojos mirando
sesgadamente”. Provocador y muy osado para la época, GG encontraba sus oyuelos
“depravados”, criticaba la explotación
sensiblera de la infancia y sugería que más que los párvulos, los destinatarios
de las picardías de ST eran varones y clérigos de mediana edad. Sin duda, al
hablar de Wee Willike Winkie y films
anteriores de la pequeña diva exageraba la nota al tiempo que daba en una tecla
que nadie se atrevía a mencionar hace casi un siglo. Le costó caro: le hicieron
juicio por difamación, la revista tuvo que pagar una multa alta y se fundió,
mientras que el escritor debió exiliarse en México donde escribió una pieza
maestra, El poder y la gloria, que
en 1947, John Ford –que había realizado Wee…-
llevó exitosamente al cine con Henry Fonda en el rol del
cura.
A año siguiente del estreno de Heidi, mamá Gertrude desdeña la oferta
de la MGM para que Shirley encabece El
Mago de Oz. Como se sabe, el papel de Dorothy lo hizo estupendamente Judy
Garland, otra niña actriz explotada, manipulada, drogada para que pudiera
dormir, también para que se mantuviera despierta y rindiera en los rodajes. En
1939, ST alcanza un cenit con The Little
Princess y a continuación empieza el declive de la niña que en los ’30
llegó a ser más popular que Clark Gable, y que a los 3 y pico ya estaba
haciendo cosas impropias de esa edad en la serie de cortos Baby Burlesks, título que no remite a ningún género infantil.