Berlin Blues: La lírica de May Ayim

Por Esther Andradi

 Homenaje a la poeta del 27 de febrero de 2018 por la ilustradora berlinesa Laura Breiling
1991. Hace una pila de años participé activamente en el simposio Patria: ¿Lengua materna? realizado en Berlín. Por primera vez se reunían poetas y escrituras que trabajaban en lengua alemana desde diferentes lugares: de ambas partes de Alemania -que se había unificado política y económicamente un año antes- y desde la extraterritorialidad de las otras, las que provenían de diferentes países de habla no alemana; y algunas de la primera o segunda generación de extranjeros nacidos en Alemania que abordaban el idioma como instrumento literario. Esta lírica intentaba reescribir la lengua desde una historia diferente. Fue entonces cuando conocí a May Ayim: ella era una de las organizadoras del simposio, una de las voces más impresionantes de la poesía contemporánea en alemán. Sus poemas irradiaban una fuerza enorme y un humor insolente, obstinado, pero también reflejaban heridas profundas. Cinco años después, en 1996, May se suicidaba en el barrio de Kreuzberg en Berlín.

La vida

La poesía de May está atravesada por un trasfondo biográfico denso y doloroso: nació en Hamburgo, 1960, hija de un africano ganés y una alemana, pasó su primer año de vida en un orfelinato y luego creció en la Westfalia con una familia adoptiva alemana. Se diplomó como pedagoga y viajó a Berlín, ciudad donde vivió desde 1984 hasta que decidió quitarse la vida. En su poesía volverá siempre a esa infancia de abandono y búsqueda del origen, donde se reiteran las preguntas a sus madres, la biológica y la adoptiva.

En su poema Oscuridad de 1991 escribe el momento de su abandono:

(...)
una ma
un pa
/un ni
la madre desapareció
en la oscuridad del tiempo

el padre vino
de vez en cuando
de visita
(...)

Y también el nacimiento del lenguaje como grito doloroso:

(...)
la primera palabra
fue solo una palabra
MAMA.

Pero ya en 1985 había escrito el poema Buscando al padre dedicado a Nuwokpor, su padre biológico, con quien tuvo contacto hasta el fin de sus días, una relación difícil y amarga según atestiguan los versos:

Cuando yo te necesité
tomé tu foto en la pared
como real
lo más hermoso que yo tenía de tí
y lo único
(...)

Habla de la ilusión del padre hasta que toma distancia de él. Una dolorosa distancia:

(...)
Sin palabras descuelgo la imagen
que el sueño paterno
me soñó...

May Ayim
May Ayim era una artista y una luchadora política. Desde hacía muchos años formaba parte del movimiento de mujeres. Sus poemas fueron publicados por primera vez en Farbe bekennen (Showing our Colours. Afro-German Women speak out, en la traducción inglesa), libro testimonial que reunió historias de mujeres alemanas negras y dio origen a la organización nacional de los alemanes negros: Initiative Schwarze Deutscher-ISD.

La introducción de este libro sobre la cultura y socialización de los afroalemanes corresponde a May, quien entonces aún firmaba como Opitz, el apellido de su familia adoptiva.

¿Quién destruyó mi sueño?”, se pregunta May, e incluye una técnica de resistencia en su temprana infancia de niña negra en el mundo de blancos: “Cuando sea grande, voy a ir a África. Allí todos serán como yo. Entonces cuando mamá, papá y mis hermanos blancos me visiten, toda la gente los va a señalar. Yo los voy a consolar y les voy a pedir a la gente que no lo haga. Entonces mis padres van a comprender como me siento en Alemania”.

El deseo de sus padres adoptivos de “blanquearla” como sea, educándola de acuerdo a los cánones de “aceptación”, pese a toda su buena intención de ayudarla a integrarse en la sociedad, termina como sueño fallido, que revela a los ojos de la niña el acendrado prejuicio contra todo lo africano en la sociedad. En su poema Ser o no ser de 1983 escribe:

Crecida en Alemania aprendí/
que los africanos/
tienen transpiración fuerte/
que el trabajo no es su costumbre/
que están en otro nivel de desarrollo/
otros dicen también/
que apestan, son haraganes, primitivos/
(...)

En sus últimos años trabajó como docente en diferentes universidades y también como asesora de estudios en la Escuela Superior de Trabajo Social y Pedagogía Social. Se interesó especialmente en la investigación del racismo en la educación, así como en la historia y el presente de la población alemana negra. En 1993 sus poemas se tradujeron al inglés y viajó a diferentes países del Caribe, a Estados Unidos, a Ghana e Inglaterra. Cuando en 1994 la escritora caribeña Marise Condé conoció a May Ayim en Berlín, escribió:

“Escuché su poesía. Con el inequívoco sonido de su voz, sus poemas hablaban de ella, pero también de otros parecidos a ella y sin embargo tan diferentes, en Alemania, en África, en América. En esos poemas había pasión e ironía, eran fascinantes. La voz: muy joven y también muy antigua. En May Ayim encontré el eco de otros sonidos de la diáspora. Una voz excepcional. Una voz original ya en el corazón de todos los que estamos perseguidos y sedientos."

Con la publicación de su primer poemario en alemán, blues in schwarz weiss (blues en blanco y negro), en 1995, su lírica comenzó a alcanzar un reconocimiento cada vez más amplio en los medios. Pero May, que siempre había enfrentado tantas situaciones adversas con gran coraje y sentido del humor, se sentía muy mal. La sospecha de ser una enferma MS -esclerosis múltiple-, diagnóstico que luego resultó ser incorrecto, la llevó a la depresión y al miedo cada vez más incontenible de “no poder ser ella misma”.

Yo no sé de donde lo sé /
pero solo sé/
que no llegaré/
a vieja/
desde hace tiempo/
una enfermedad carcome mi corazón/
por eso mi testamento.

Tumba de Ayim en Berlín
En agosto de 1996 May estaba muerta. Tenía 36 años.

Para hablar de la lírica de May Ayim (1961-1996) no basta con insertarse en su biografía. Es necesario rescatar y dar a conocer ese otro corpus del idioma alemán, es decir aquella literatura producida por los “otros”, los no-alemanes de Alemania. Y por último situar su lírica en Berlín, la ciudad amurallada adonde May llegó a comienzos de los ochenta, y después ya sin muro y en plenas transformaciones, cuando May decidió abandonar definitivamente este mundo.

La “szene”

El Berlín Occidental de principios de los ochenta donde May Ayim eligió vivir, distaba mucho de ser un conglomerado homogéneo. Era el Berlín y la Alemania que desde 1958 habían comenzado a crecer con el flujo de trabajadores de otros países europeos, principalmente españoles, italianos, portugueses, griegos, turcos, y de las naciones de la hoy exYugoslavia. A Berlín, dada su especial geografía y coyuntura política, arribaban además polacos, rumanos, rusos...

Si bien de acuerdo a los tratados de posguerra la entonces ciudad de Berlín Occidental formaba parte de la República Federal Alemana, ésta era la única ciudad alemana donde regía la ley de los aliados vencedores de la Segunda Guerra: Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética. En consecuencia era la única ciudad de la Alemania Occidental donde no existía el ejército, así que estaba llena de jóvenes desertores del servicio militar, pero en cambio eran legales el Partido Comunista y también la pena de muerte. Si bien la seguridad estaba en manos de la policía, el control último del territorio ciudadano estaba en manos de las tropas de los ejércitos aliados occidentales que habían divido la ciudad en sectores o zonas: la zona norteamericana, la inglesa y la francesa.

De los dos millones de habitantes de Berlín Occidental, 240 mil eran extranjeros provenientes de 100 países del mundo y 100 mil turcos, con sus respectivas comidas, idiomas, celebraciones, rituales, religiones. Seiscientas iglesias de los más diversos cultos, templos y sinagogas. Más de cuatrocientas mil viviendas eran anteriores a 1918, y en cada uno de los sótanos de los antiguos edificios y fábricas abandonadas, entrenaban bandas musicales de todos los ritmos, elencos alternativos de teatro, agrupaciones de danza y talleres de pintura, grabado, escultura.

Berlín Occidental era un gran gueto alternativo: en alimentación, modos de vida, opciones sexuales, religiosas. Un laboratorio de ideas para cambiar la vida, el medio ambiente, la política. Una isla capitalista y excéntrica, encerrada y separada del territorio del “socialismo real” por 167 kilómetros de muro. La paradoja de ser un territorio totalmente libre a pesar de estar amurallado: la ciudad-isla se vitalizaba gracias a los subsidios del Estado Federal Alemán orientados a desarrollar asentamientos productivos, servicios, construcciones y emprendimientos de todo tipo. A la sombra de esta abundancia florecía una cultura underground brillando con todos los colores del arcoiris.

Este proceso, que alcanza su apogeo cuando la lista Alternativa -origen del partido Verde alemán- ingresa al Parlamento berlinés en mayo de 1981, influyó también en lo literario. En 1980 el entonces desconocido poeta de origen andaluz José F.A. Oliver funda en Frankfurt junto con otros extranjeros que escriben en alemán, la asociación Polikunst, una agrupación policultural de literatura y arte. Y en Berlín, autores en idioma alemán de diversos orígenes crean en 1981 la Nueva Sociedad de Escritores incorporando por primera vez a escritores extranjeros, convocatoria que ocupaba el vacío de la tradicional Sociedad de Escritores que no tenía sede en la ciudad. Desde entonces las lecturas fueron parte de cada fiesta, reunión y/o efemérides y comenzaron a surgir salones, carpas, exposiciones, cafés y demás encuentros donde lo literario se reunía con lo político y social.

La lírica

“Dos mundos viven en mí”, escribe el citado Oliver (1961), nacido en la Selva Negra, hijo de trabajadores andaluces y uno de los poetas más reconocidos dentro de la lírica alemana actual. “Escribir en alemán sin ser alemán, ése es el tema. Me toca resistir,” dice Oliver, “porque en mis versos y en mis sentimientos yo soy judío, turco, gitano y cholo”.

Y negra, diría a su vez May.

Ser negra en una sociedad de blancos: paradigma de la colonización alemana y del racismo, porque si bien hoy se habla de “los afroalemanes” como un resultado de la ocupación aliada y la posguerra, éstos no fueron los primeros. Los hubo también en la República de Weimar y con Bismark, y hasta el mismo Durero pintó un “servidor” en el siglo XVII. Más allá de la apariencia física, tanto en el habla popular como en la cotidianeidad, el lenguaje está impregnado de discriminación y racismo, en niveles no siempre conscientes.

May Ayim firmaba con el apellido de su familia adoptiva (Opitz) hasta 1992, cuando incorporó finalmente el apellido de su padre africano a su nombre. ¿Se definió como africana? ¿África era su lugar?, ¿el lugar de su corazón? Acaso cada una de estas posibilidades tengan algo de verdadero en esta identificación de May. Más allá de las razones profundas de esta decisión, al reconocer el apellido de su padre visibiliza el origen, desde el color. Aunque -y además- desde lo alemán. En informe ella habla de este desgarro:

mi país
es hoy
el espacio entre
ayer y mañana
el silencio
delante y detrás
de las palabras
la vida
entre dos sillas

La poesía de May golpea en lo más íntimo, suena a tambor africano pero clama desde Berlín, y de ahí su transgresión intrínseca, un blues que resuena desde el mundo que le es propio, y a la vez lucha para recuperar aquel que le fue arrebatado -el africano-. A lo largo de su corta e intensa vida, en su compromiso con la diáspora, incorporará lo africano que sobrevive en Alemania al cantar a los perseguidos de este mundo. Refugiadxs, judíxs, indixs, negrxs, desterradxs en el país de los ricos, porque aunque ella estaba “predestinada” -según la ironía de su poema afro-alemana- no opta por el olvido sino por la asunción plena de su raíz africana al mundo alemán, en donde nace, estudia, vive y escribe. Solo así estaría completa. Solo así se salvará la vida. Solo así será posible asumir el color para enfrentar a quienes pretenden ignorarlo. Y desde allí revela la historia del no-reconocimiento, de la no-aceptación, de la invisibilidad. Aquí y ahora, para los alemanes y los otros. Y de May Ayim en más, también en lo literario.

Designación de la calle May Ayim
1989: cae el muro de Berlín y la ciudad, que era dos, se vuelve geográficamente una. En 1990 las dos partes de Alemania se unen. Todo se mueve, se renuevan las ideas retrógradas que alertan de una “extranjerización” de Alemania, y grupos racistas realizan innumerables atentados contra extranjeros, al este y al oeste del territorio recientemente unificado. La discusión en torno a “lo alemán” y lo “no alemán” cobra vida. Pero ya nada volverá a ser igual para los nostálgicos.

Lo que los grandes revolucionarios de la lengua hicieron, es recogido ahora por los que vienen de afuera, los excluidos, los que “no parecen alemanes”, los otros. Lo que comenzó como literatura testimonial de la inmigración, aquel clamor que decía: “Atención: nosotros estamos aquí”, o mejor aún “Atención: nosotros hacemos Alemania”, continuó por la articulación del idioma con la primera y segunda generación desde otro lugar. El de los excluidos del mal nombre alemán de Auschwitz porque se incorporan al idioma, sin heredar la contemporaneidad de la tragedia. Así, por ellos y según la crítica literaria, el alemán de hoy aparece despojado de sus jerarquías (alguien puede y debe hablar y asimismo poetizar en dialecto, sin temor ni sentimientos de provincianismo) y de su inmovilidad gramática. May escribe la totalidad de su poesía con los nombres en minúscula, como ya lo habían hecho los concretistas, echando por la borda la restricción de la gramática alemana de la escritura de todos los sustantivos con mayúscula, por ejemplo.

Y en libertad artística confiesa cómo desearía utilizar el instrumento lenguaje:

tomar todas las palabras en la boca
no importa de donde provengan
y dejarlas caer por todas partes
lo mismo da
a quien le toque

1992. May publica blues en blanco y negro. Y su canto resuena como la reivindicación última del “unart”, aquellas manifestaciones artísticas que los críticos nazis quisieron exterminar de lo que entonces consideraban “cultura auténticamente alemana”, condenando el jazz y su correlato, el blues, como antialemán.

(...)
es un blues en blanco y negro
1/3 del mundo
se baila
los otros
2/3
ellos bailan de blanco
nosotros sufrimos en negro
(...)

El blues vuelve hecho poesía, y en alemán. Sonando, soberano y reflexivo, en el idioma de Goethe y de Heine. De Brecht. De Paul Celan y de Else Lasker-Schüler, tan “otros” como ella: alemanes de un mismo lote, hermanos en idioma y en destino, acaso reunidos definitivamente en aquel poema de 1992 que May Ayim dedicó a Gloria y llamó vision:

alguna vez
en algún lugar
un día
un himno colectivo
cantado
bailado
en algún lugar
alguna vez
un día
un poema sentido
traducido
resonado

alguna vez
en algún lugar
un día
manos con manos aplaudiendo
labios sobre bocas besándose
uno en otro entrelazados
ojos con ojos mirándose
escuchando
entender comprendiendo

Que así sea.

*****

Nota: Todos los poemas citados provienen de blues in schwarz weiss (1995) y nacht/gesang (1997), poemarios de May Ayim editados por Orlanda Frauenverlag, Berlín. Mi traducción fue publicada por primera vez en español en Feminaria N° 21, Buenos Aires, Junio 1998.

En 2004 se creó en Berlín el May Ayim Award, primer premio literario alemán internacional de literatura negra.

Desde el 27 de mayo de 2009 en Berlín un sector de la ribera del Spree recibe el nombre de May-Ayim.