Una más que afortunada alianza de intuición, talento y corazón

Por Moira Soto

Actriz, dramaturga, directora, coreógrafa, compositora, docente… Mariana Cumbi Bustinza -tres sucesos actuales en el alternativo- es además la orgullosa madre de un bebé de año y piquito que merece el nombre que lleva, Awki (príncipe, en quechua). Desde que arrancó en 2001, integrando el elenco de Patrika, después de cursar en la Escuela Municipal de Arte Dramático, Cumbi no ha parado un segundo de trabajar, de crear, de gestionar, de llevar adelante numerosos proyectos escénicos.

Mujer orquesta rebosante de energías, ella se multiplicó en distintos oficios teatrales, siempre dispuesta a probar, a expandirse, arriesgar de verdad. En cierta forma, desde el estreno de Menea para mí (2014, sigue ininterrumpidamente en cartel), dividida entre las improvisaciones y comedias, y un teatro que se podría calificar de “social” por sus contenidos e intenciones, comparable quizás a ciertos films de los realizadores belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne referidos a personajes marginales, a realidades complejas y duras. Porque MCB hace un teatro urgente sobre la vida actual en los barrios bajos del conurbano, sobre lo que significa ser una persona de la villa y sufrir -en esas ciudades paralelas- además de enormes carencias, el rechazo de los habitantes de la ciudad principal.

La dramaturga, directora, etcétera no ofrece una reproducción o una imitación de la villa sino una representación estilizada, apoyada en un minucioso trabajo con el lenguaje y la gestualidad, con expresivas escenografías que sorprenden. Siempre fiel y respetando a ese sector social que conoció y trató desde muy joven. Su registro poetiza pero no dulcifica esa realidad que refleja. La cumbia, ese ritmo que nació en Colombia, encontró su versión argentina en los años ’50 y su recreación villera en los ’90, le pone ritmo -sin desdeñar otros géneros musicales- a sus obras, como ella dice, “más intensas”.

Romántica a su manera, Cumbi Bustinza siempre cuenta alguna historia de amor en pugna contra la adversidad. Y se anima a apostar a la esperanza, a producir un cambio en el público, a sensibilizarlo, a limpiarlo de prejuicios, a provocar un acercamiento como semejantes entre clases diferentes. Es muy probable que quienes pasen por la experiencia sumamente emocionante de ver, por caso, Lo que quieren las guachas, mire de otra manera al vendedor de medias que se le acerca en el bar mientras toma un café para ir bajando esta obra tan lograda en todos los planos.

¿Cuánto tuvo que ver tu infancia en la persona que sos ahora, en el ideario y los sentimientos que volcás en tus obras?

-Me crié en un departamento de Caballito, con mi mamá y mi papá, que tenía 60 cuando yo nací; había mucha diferencia con mi mamá y cuando yo era chica la relación de pareja se había terminado, aunque todavía seguían conviviendo. Mi papá era una persona que escribía mucho y que estaba obsesionado con la idea de que Dios no existía. Escribió un libro, que no se publicó, titulado Yo frente al cosmos y Dios ausente y sin aviso. Lo tengo guardado. Una imagen típica de mi infancia es él en la máquina de escribir. O tratando de negar a Dios: entonces, yo iba a la escuela, mis compañeras tomaban la comunión, y yo no. Era una situación rara para mí, quedaba afuera de ciertas cosas. La verdad es que lo de la comunión no me importaba tanto, pero me gustaba el vestido largo…

¿El traje de princesa?

-Claro, obvio, sí. Mi papá me decía: Si es por el vestido, te compramos uno. Yo ya en ese entonces me declaraba atea como él, que me contaba la historia evolucionista de Darwin, esas cosas: me crié con ese tipo de información todo el tiempo. A veces, esa manera de imponer sus ideas me generaba situaciones de incomodidad. Por ejemplo, venía una amiga a visitarme y mi papá le preguntaba: ¿Vos creés en Dios? Y yo pensaba: Uy, empezamos con ese tema. Ya sabía con lo que iba a toparme porque la mayoría de la gente creía en dios sin cuestionarse… Por otra parte, él tenía preocupaciones sociales. Vivíamos arriba de la plaza Crisólogo Larralde, en Cevallos y Rojas, y mi papá ayudaba a los pibes de esa zona. Tengo el recuerdo de él trayendo a mi casa a un chico para que se bañara, ponele. Para mí, esa clase de conductas eran normales, las compartía: si el pibe no tenía dónde bañarse, me parecía lógico que usara nuestro baño… Se ve que temprano fui curtiendo un sentimiento así, solidario, de ayudar al que lo necesita. Otro ejemplo: en un día de Año Nuevo, cuando me levanté, mi papá me dijo: Vamos a limpiar la plaza que está toda sucia.

Un personaje bien singular tu papá.

-Sí, claro, total. Bueno, mi mamá también vino, se acercaron algunos pibes que ayudaron. Y a partir de ese momento se empezó a cuidar la plaza, aparecieron las plantas, las flores. Pero la relación de él con mi mamá tan joven estaba mal: mi papá flasheó una infidelidad, se enojó mucho, se mudó al piso de arriba. Ahí yo tenía 13 y él ya estaba muy alterado. Se la tomó con ella, dejó de verme, se puso más paranoico, se compró un arma. Mucho quilombo, hasta que un día se mató. Ese día yo había estado con él y me había dado cuenta de que algo malo iba a pasar… Y yo tenía claro que prefería que estuviese mi mamá conmigo, ya tenía 14. Él me dijo: Yo ahora me voy a ir a ver un espectáculo. Lloraba, me hizo como una despedida, yo también lloraba. Entendí que su mensaje era: si sigo así voy a matar a tu mamá, voy a ir preso y vos te vas a quedar sola. Me fui; después mi mamá me contó lo que había pasado. Desapareció mi padre de mi vida, y mi mamá tomó la posta en el cuidado de la plaza. De hecho, ahora ella es la presidente de la Unión Vecinal, hace bastante trabajo barrial. Después de la muerte de mi padre hacíamos navidades solidarias, venía la gente de la calle a comer en la plaza.

O sea que tu papá, pese a estar tan perturbado, algo valioso dejó sembrado.

-Claro. Mi mamá, aparte de ser la  continuadora, jamás me habló mal de mi papá: creo que ella siempre trató de hacer lo mejor para mí. Así que seguimos con toda esa actividad social, y mis primeras obras las hice ahí, en esa plaza. Empecé temprano, a los 15, 16, ya con la idea de que era necesario un cierto nivel de producción.

¿Habías ido al teatro?

-Mi mamá me llevó mucho al teatro, mi papá también. Además, él siempre, con esa actitud un poco presionadora que tenía,  quería que yo aprendiese poesías de memoria. Después, las recitaba: en el colegio, iba, me paraba adelante y anunciaba que iba a decir una poesía. Y la decía.

¿Te acordás de algunos de esos versos?

-El eco y el poeta, del poeta gallego Francisco Añón; La maestra, de Héctor Gagliardi, letrista de tango conocido, medio barrial; Lluvia en los cardos, de tema campero, de Claudio Martínez Paiva. Mi papá también escribía poesías que después yo tenía que leer en el colegio: Para mi maestra, que hizo para mis maestras de primero y segundo grado. Claro, mis compañeros me miraban con cara de ¿y a esta qué le pasa?

Pocos años después, para tus producciones en la plaza, ¿aplicaste tu experiencia como recitadora en la escuela?

-Algo así, sí. Le decía al grupo que había armado: vamos a hacer una obra, nos juntamos tal día. Yo ya estaba pensando en el vestuario. Ensayábamos, la representábamos. Por ahí, ya un poco más grande, a los 19, hacía lo mismo pero con otros recursos. Iba a la Emad, donde ensayaba. Conseguía micrófonos, todo para una sola función en la plaza. Hubo una obra que se llamaba Los sordos, una comedia de equívocos para reírse. Rebásica. Obviamente, yo era el gaucho protagonista.

Ah, ya te dragueabas…

-Sí, más o menos. Bueno, pasábamos la letra, medio que yo dirigía. Con el tiempo, empecé a trabajar los ensayos, usaba mi aprendizaje de la Emad. Comencé a entender lo que era dirigir teatro, aunque fuese para hacer la obra una vez y nunca más.

¿El auténtico teatro efímero?

-Sí, total. También hacía cosas que escribían mis amigos. Si se trataba de una obra mía, la tenía en la cabeza y les iba indicando a los actores qué tenían que decir, cómo decirlo.

¿A esa altura tenías muy claro que tu vocación era hacer teatro?

-Creo que eso lo sabía desde los 8, edad en que mi mamá me mandaba a un comité radical del barrio donde enseñaban teatro gratis porque yo no paraba de decir que quería ser actriz. Por eso, cuando terminé la secundaria, mi mamá, pensando que tenía que hacer lo que me gustaba, me dijo: Bueno, vas a ir a estudiar teatro en serio. Así empecé en la Emad, seguí allí; hice danza en el Iuna, probando un poco de todo. Pero siempre tuve ese apoyo de ella, muy importante para mí. Cuando empecé más formalmente con la primera compañía que formamos, éramos como 20 en el Teatro Contemporáneo, de San Telmo, en Cochabamba y Defensa. Dirigía un pibe que se llamaba Santiago Calvo y que después no volvió a hacer nada en teatro. No cobrava nada, pero mi mamá seguía bancándome. Hasta que arranqué con mi grupo, Improvisa2, ahí empecé a ganar plata, hice otras movidas.

Divina tu mamá.

Mariana y su hijo Awki
-Sí, esencial para mí su actitud. Porque yo veía compañeros de la Emad, de las obras que hacíamos que no podían cumplir ciertos horarios, se les hacía difícil ensayar porque tenían que ir a trabajar. Para mí fue primordial el respaldo que me dio constantemente mi mamá, facilitándome mucho  el camino de lo que yo quería hacer. Era como: siempre voy a estar acá bancándote. Ella tiene mucho mérito, terminó el secundario ahora, ya con 60. Cuando era muy joven tenía un kiosco, después se dedicó a mí, vendía Avon, trabajó en una panadería, se las rebuscaba. Actualmente tiene un empleo estable. Cuando era adolescente, yo no sabía apreciar sus esfuerzos, protestaba cuando no me podía comprar determinado jean. Pero ahora la valoro mucho, ella logró tirarme para adelante, me alentó en lo que era mi vocación. Y cuando cursé la carrera de dramaturgia, con Mauricio Kartun, empecé estando embarazada de 2, 3 meses y también mi mamá estuvo allí dándome ánimos para que no faltara. Y me sigue cuidando ahora, viene, me cocina. Sin su apoyo no sé qué hubiera pasado conmigo…

Cuando hacías las obras en la plaza, cuando estudiabas, ¿te interesaba hacer teatro en todos los rubros?

-Sí: escribir, dirigir, actuar. También producir: sabía que tenía esa habilidad. La empecé a poner en práctica cuando formé mi primer grupo. Siempre fui de la autogestión, de ver enseguida lo que se necesitaba resolviendo cosas en todos los niveles. Actualmente, produzco mis obras en cartel, las giras. Por supuesto que con el aporte de mis compañeros, nunca sola. Me lleva un montón de tiempo, pero es una pata del trabajo que tengo muy incorporada. A veces, los trámites, la burocracia, los subsidios me dan como paja: ay, ¡otra vez! Pero voy y lo hago.

A partir de tus primeras actuaciones en el Teatro Contemporáneo, ¿cómo sigue tu recorrido?

-Bueno, ahí fue cuando formé en 2005 el grupo Improvisa2, con Tomas Cutler y Gabriel Gavila. Decidimos probar con Mar del Plata, estábamos preparados para la impro. Nos producimos, buscamos un hotel. Yo llevaba encima 40 pesos y al principio no comía, me tomaba un yogur barato. Por suerte, la compañía empezó a funcionar. En un momento, tuve ganas de ponerme a escribir y salió Mi infinito punto azul, que se dio durante un mes. Mi primera obra como autora sola en Pata de Ganso, 2009.

Cuando hacías humor con tu grupo, ¿buscabas transmitir determinados contenidos en los espectáculos?

-Cuando empezamos a escribir los textos, sí. Incluso hubo una obra, Plan diabólico, que tenía una bajadita contra el discurso gorila. Después hicimos Dillinger, inspirada en el conocido gángster, mostrando cómo era el rol de la mujer en esa época, hace un siglo. Casi todos los personajes que yo hacía eran de varón: de pistolero, de amigo de Dillinger; cada uno de nosotros se encargaba de varios roles… Me gané una Estrella de Mar como Mejor Labor Cómica en Mar del Plata. En Buenos Aires la hicimos en el Chacarerean. El año pasado presentamos otra comedia, Ritmos Latinos: tres mujeres de la tercera edad en un gimnasio a las que les querían cambiar sus clases de ritmos latinos por zumba, la nueva moda. Y ellas se resistían, tomaban el gimnasio para que no las privaran de lo que habían elegido. Ahí aparecía la discriminación hacia la gente mayor, el no reconocer sus deseos, imponerles lo que dictaba el mercado musical. Te podría decir que, en general, lo que hacemos en teatro refleja nuestras ideas, siempre aflora naturalmente en nuestras obras una bajadita contra los discursos prejuiciosos, discriminatorios. Con Improvisa2, tiramos mucho para el lado de humor negro que nos da muchas posibilidades. Ahora acaba de bajar una de sketches, Reír: una parodia de tres madres provida. Ahora estamos ensayando unas cositas nuevas para el verano que apuntan a las conductas machistas. Estos trabajos colectivos no son tan intensos como lo que escribo sola.

Las obras que escribiste en solitario, aunque tengan algunas vetas humorísticas, son más bien dramáticas con momentos musicales que surgen con naturalidad, integrados a la narrativa.

-Sí, en Gorila, Menea, Guachas aparecen zonas mías más bien oscuras, un halo de cosas sombrías, penosas, muertes trágicas…

Bueno, más allá de tu historia personal, es real que la muerte está presente de otra manera en los barrios de los excluidos. La muerte de jóvenes, la droga, tantas carencias.

-Claro, más vale.

¿Qué cosas te nutren para tus trabajos en el teatro?

Gorila
-No estoy leyendo mucho últimamente, más allá de lo que voy viendo por razones de estudio. Prefiero ver cine, soy fanática de David Lynch, que me inspiró el espacio, la atmósfera de Gorila: la iluminación, esos pasillos… Cantidad de series miro también. Y sobre todo me nutro hablando con la gente en cualquier lugar, por la calle, temas de la realidad que me impactan, me importan. Cuando estaba escribiendo Menea fui a hacer stand-up a un lugar bien lejos, como si te dijera Glew. Me paró un pibito que estaba por ahí, me contó un montón de cosas del barrio bajo donde vivía. De esa charla saqué varios textos que después reescribí para el Masi, personaje de Menea. Una frase que me quedó del pibe: la gente dice que siempre tengo una sonrisa en la cara. Ese tipo de cosas me conmueve, me dispara ideas, imágenes para mis obras.

Contame un poco la historia de Cúmbico.

-Surgió con Iti el Hermoso, que está ahora en Guachas. Cuando fuimos novios, le pedí que me enseñara a tocar la guitarra. Aprendí 10 acordes con los que escribí todos los temas de Cúmbico, más o menos serán 30. Un tiempo después, se disolvió el dúo, pero fue lindo mientras duró: él, la guitarra; yo, la pandereta, muy feliz cantando.

Lo que quieren las guachas
Esa presencia de la música, como decíamos, la trasladás orgánicamente al teatro, donde las canciones se integran a la historia, no están agregadas para musicalizar o amenizar.

-Necesito esas canciones, que los actores, las actrices canten en vivo. Tengo una obra que todavía no estrené con canciones de Cúmbicus. La escribí sobre la base de esos temas.

¿Te gusta la comedia musical que nació en Broadway hace poco más de un siglo y que tiene expresiones tan altas como Amor sin barreras?

-Sí, mucho, me encanta ese género. Por supuesto Amor sin barreras, una de mis favoritas. De acá, me gusta mucho Hugo Midón, todas sus obras. Derechos torcidos es genial; hace poco volví a ver Huesito caracú… Tomo todo lo que me emociona, que siento que le da sentido a lo que hago.

Has declarado en varias oportunidades cómo fue tu acercamiento a la villa, precisamente a través del amor…

-Mi primer novio fue mi primer contacto directo con la villa, un espacio donde siempre me sentí cómoda, donde encontré amigos, nunca establecí diferencias. Siempre de igual a igual, integrándome: uy, hay un tiroteo, hay que esconderse. Con el tiempo fue bajándome la info de la gran desigualdad social, el prejuicio que sufrían sus habitantes. Ahí supe que tenía que hacer algo con esa realidad que se juzga sin conocerla realmente. Te comento que el que fue mi novio vino a ver Menea y le encantó. La poesía que aparece en la obra es la que él me escribió cuando nos separamos.

Menea tiene un formato testimonial, los personajes hablándole directamente al público, con franqueza pero sin demagogia.

Menea para mí
-Sí, directamente. Me gusta mucho que los actores miren directamente a los ojos del público, que lo traspasen. Pistola de clavos, les digo a los chicos: papapá. Como una metralla verbal.

Pero siempre evitando caer en el riesgo del enfoque paternalista o en alguna forma de representar a la gente de los barrios bajos que resulte paródica por los subrayados.

-Hice mucho trabajo de campo, de estar, de hablar, de investigar para que  aparecieran personajes auténticos y que no sucediera lo que vos decís. Tenía mucho miedo de caer en eso. De verdad, cuando estrené Menea era mi temor más grande, porque con Guachas ya tenía más claro por dónde tenía que ir, cuál debía ser la forma. Cuando comprobé que había logrado bastante lo que me proponía, me quedé más tranquila.

¿Cómo procediste para elegir el elenco de 8 actores y actrices tan perfecto de Menea? Y en general, ¿cómo te manejás para conseguir esos aciertos tan notables de actuación en tus tres obras en cartel?

Menea para mí
-Trabajo muy intuitivamente. Yo hacía un taller de danza y, para Menea, pasé un avisito diciendo que en la obra había baile, música. Lo puse en mi Facebook, me escribieron. Yo miraba las fotos, leía el currículum, me fijaba en lo que transmitían las imágenes… Y llamé a los que mi instinto me decía que tenían que estar en el elenco. De ese grupo que convoqué de primera intención, solo hubo dos que no quedaron. De lo que están en Menea, Luciano Crispi, Lucho, que hace a el Masi -y ahora también a Mariela, la madre trans de Guachas- ya era amigo mío. Cuando vio el aviso, me escribió para saber qué buscaba, le dije: ¡Dale, sí, vení! Nunca habíamos trabajado juntos, fue como un gran hallazgo. Y en general sucede así: guiarme por mi intuición, tipo: este acá, este allá, pum pum. Nada, que no me hago tanto mambo, confío mucho en las primeras impresiones. Alguna vez, puedo haberme equivocado, pero habitualmente me funciona.

Sin duda que tu olfato interviene maravillosamente: cuando se ve a tus actores y actrices en escena, parecen nacidos para esos personajes que están interpretando. Como si hubiesen incorporado la respiración, los pensamientos profundos de sus personajes.

-Es como te decía: creo que son las personas necesarias para esos papeles. Tampoco es casualidad que Tomás Cutler, que está haciendo a El Polaco en Gorila, dé clases en barrios bajos, esté conectado a ese mundo: no le hace falta caer en ningún estereotipo. De hecho, los pibes con los que trabaja vinieron a ver Gorila y aprobaron, les gustó. Te digo que, en general, me he encontrado con gente muy talentosa, que ha entendido mis propuestas. ¡Genios todos!

Sin duda, la calidad y sinceridad de las actuaciones es una de tus marcas reconocibles. Y reconociendo los méritos de todos y cada uno, vale remarcar que Ornella Fazio -la Peque de Menea, la tremenda Yanina de Lo que quieren las guachas- es una especie de fuerza magnética de la naturaleza…

-A ella la conozco, a través de su madre, de chiquita, desde que tenía 4 años. Y de repente, empezó a actuar en Menea y fue un flash para mí. Imaginate, la vi crecer…

¡Muñeca bravísima!

Lo que quieren las guachas
-Sí, no sabés lo que es Ornella. Divina, hermosa.

En estas tres obras trabajás con escenografías bien diferentes. En cada caso, con recursos muy expresivos, no apelás nunca al simple rejunte de algunos muebles usados como punto de apoyo, tampoco al efecto realista. En Menea hacés una intervención inusual de todo el espacio: desde que ingresa, el público se encuentra con una especie de instalación.

-Lo que me gusta es pensar cada obra como un todo, incluida la escenografía que creo que debe ir en cada caso. Aunque, claro, hay veces que puedo lograr exactamente lo que tenía en mi cabeza. Porque siempre tengo ideas bastante definidas sobre lo que debe representar la escenografía, y después voy viendo cómo se puede conseguir. En Gorila, por ejemplo, quería transmitir la asfixia del ambiente, las paredes que se cierran, que se abren.

En Gorila, como en Guachas planteás abiertamente el choque de clases, bajas y medias, también el probable encuentro. Las diferentes experiencias de vida y de comportamientos. Aportás una mirada renovada, llevando al público hacia la comprensión y la empatía. Planteás la posibilidad de un acercamiento igualitario entre una clase y otra.

-Claro, me interesa plantear las distintas formas en que se pueden dar esas relaciones, derribar ciertas barreras que parecerían insalvables, que caigan ciertos preconceptos muy instalados. Me interesa observar cómo se acercan o se alejan estos personajes de distintos sectores.

Gorila
También en Gorila das un retrato más que certero de una adolescente en estos tiempos: Gimena, la chica de clase media en descenso que va a colegio privado gracias al esfuerzo de la madre, está en crisis con el mundo…

-Es que, pasando por alto su discurso racista, a Gimena le pasan cosas que me pasaban a mí. Esas boludeces de responderle mal a la madre que la trata bien, ese inconformismo a veces sin causa.

¿Trabajás siempre con Agustín Adesso en las escenografías?

-Sí, de la primera que hice a la última. También con Facundo Salas, que compuso la música de Menea y Guachas, en esta con Diego Domizzi. Con Facundo tenemos el proyecto de hacer un infantil, aunque todavía no arrancamos. Desde ya, con trasfondo social…

Firmás las coreos de tus espectáculos, ¿cómo procedés para trabajarlas?

-En Guachas las hice con Catalina Jure. Como que las pienso en mi mente y luego las practico con mi cuerpo. Ahí las paso y después las voy moldeando. En base a lo que sé de danza, pero sin teorizar: son movimientos que cuentan cosas.

¿Cómo nace y se desarrolla tu pasión por la cumbia?

-Es mi género favorito dentro de la música. Yo iba mucho a bailantas, me hice fanática, era de Huracán. Escucho cumbia todo el día, por eso mis amigos me pusieron Cumbi.

¿Qué te pasó cuando notaste que muchas letras eran misóginas, que degradaban a la mujer?

-En algún momento empecé a tomar esa consciencia, por eso en Guachas hice una antología de esas letras agresivas cuando bailan todos, en lo que yo llamo la escena de la cosificación. Sí, esos contenidos son parte de la cultura no solo villera, con la diferencia de que allí se expresan más crudamente. Al principio, las oía sin prestarles atención, pero cuando me di cuenta dejé de escucharlas. Y en Guachas quise poner en evidencia que muchas cumbias eran un horror por su manera de tratar a las mujeres. Así que lo subrayé en ese momento de la obra: putonas, las pibas quieren chacha, a tu cola le falta crema… La coreo de la cosificación va mostrando lo peor de esas letras. Pero es verdad que antes, en mi fanatismo, dejándome llevar por el ritmo, no percibía esos contenidos, solo me divertía. Ahora creo que tengo que ponerlas de manifiesto con sentido crítico.

Más allá de otras facetas de tus obras, sos una autora con enfoque de género, feminista. Se trasluce que te importa la igualdad de derechos y oportunidades. Y ni qué decir de la apremiantes problemática del aborto que castiga sobre todo a las mujeres de sectores populares. ¿Cuándo te aparece esta convicción?

Lo que quieren las guachas
-No te puedo decir un momento exacto, se fue dando. Esto de la igualdad es algo que viene conmigo desde siempre. Como te conté, me crié con mi mamá en un ámbito por momentos de maltrato, cosas que siendo chica sabía que estaban mal, no las aceptaba. También desde temprano tuve como un mambo raro, que no te puedo decir de dónde llegaba. Por ejemplo, no aceptaba que por ser nena me correspondiese una vela rosa. De chiquita tenía como un rechazo a un color que supuestamente me identificaba. Me preguntaban: ¿Cuál es tu color favorito? Y yo decía: El celeste. Cuando cumplía años, le pedía a mi mamá la vela celeste. No quería nada rosa, me negaba a esa imposición, sentía que no era justo que para ser femenina había que usar el rosa. Con el tiempo, ya viendo con otros ojos todos los mandatos que les caen a las mujeres, me dije: Qué flash, yo de tan chica decidí espontáneamente que nadie me iba a obligar a llevar el rosa por ser nena. Mi mamá siempre se acuerda de esa actitud mía de salirme de la fila: ella lo veía por el lado de la rebeldía, de querer singularizarme. Pero me compraba la vela celeste, no me presionaba con el rosa.  También te puedo contar algo que viene al caso en esto del deber ser que nos bajan a las mujeres: cuando era adolescente, me gustaban los pantalones sueltos, más cómodos. Y tenía una amiga que me criticaba, me decía que me tenía que vestir más femenina. Yo le respondía: ¿Por qué dejo de ser femenina si este pantalón me gusta? Encima, a ella le parecía mal que lo tuviese todo escrito a mano por mí… Ya había algo que yo intuía que me restringía, se ve que estaba latiendo un afán de liberarme de determinadas imposiciones por el hecho de ser mujer. Después, de a poco, mi conciencia se fue ampliando: a los 18, mi mejor amiga tuvo que abortar, le fuimos a pedir la plata al pibe que se negaba. Esa situación la usé para Lo que quieren las guachas. Le dije a mi amiga: Vamos a buscarlo. Lo encontramos en la plaza, y reaccionó mal, se hizo el desentendido. Me causó mucha indignación. Le dije a mi amiga que yo la apoyaba de todos modos, que la iba a acompañar. Conseguimos la plata. El día que se hizo el aborto yo estaba en la sala de espera. Salimos, la llevé a su casa, me quedé con ella. Para mí, fue todo un despertar a esa realidad. Ahora, al menos, este tema del aborto está en debate, en la calle, chicas y chicos con pañuelos verdes. Pero en ese momento nadie hablaba. Fue bueno estar al lado de mi amiga, sostenerla en lo que yo sentía que era la decisión correcta. Te digo la verdad: no sé cuan consciente estaba yo, a los 18, de que el aborto estaba prohibido, de cuáles podían ser las consecuencias de hacérselo…  Incluso siendo más grande, cuando quedé embarazada, me planteé: ¿lo quiero tener?, ¿qué pasa si me hago un aborto, me llevan presa? Pero aun siendo adolescente, pensaba por mi cuenta que la mujer siempre tenía todo el derecho a decidir.

Para el relato detallado del aborto de Yanina que hace Marie en Guachas, ¿te documentaste expresamente?, ¿esas condiciones terribles se pueden dar en la actualidad en la villa?

-Ese formato que cuento en esta obra existe en lugares que no ofrecen todas las garantías. Mariela le dice a Yanina, que tiene un dato: Vamos a ir a uno mejor. Porque el peor sería ir a una especie de curandera, pero también es inseguro el lugar donde lleva a su hija. Hace apenas tres años era tal cual se narra en Guachas, ese nivel de horror, de sufrimiento, de riesgo. Horrible.

Lo que quieren las guachas
Que se cuente en escena a través de la palabra en tercera persona, de la travesti que se convirtió en madre de Yanina es particularmente desgarrador. Al ver la obra, pensé que quizás habías querido homenajear a Mariela Muñoz, la valiente transexual que a comienzos de los ’90 se había hecho cargo de varios chicos a la deriva y un juez le quitó por un tiempo la custodia de tres. Más tarde los recuperó y siguió ejerciendo su vocación maternal, llegó a tener 23. Hay un documental sobre ella de la francoargentina Maria Audras, Amor a paso de gigante.

-No conocía la historia, ¡qué coincidencia que mi travesti se llame Mariela! Quiero saber más sobre este personaje, voy a buscar ese documental, me interesa mucho.

¿Cómo viene tu futuro teatral desde un presente con tanto éxito en el alternativo?

-Estamos ensayando con Improvisa2. En verano nos vamos de vuelta a Mar del Plata con Menea, quizás llevamos Gorila también. En septiembre estreno un monólogo para Teatro por la Identidad en el ciclo Idénticos: Comentame esta, que irá al cierre. Y  habrá obra nueva para el año que viene.

¡Pero vos tenés la fuerza de una superheroína!

-Y… pongo mucha energía, atención. Mi mamá tenía una frase que siempre me resuena: adelante, con fuerza y a la mierda. Reconozco que soy medio topadora, me organizo y avanzo, avanzo. No me detienen las dificultades. ¿Cómo que no se puede? Empecemos, probemos, empujemos…

En las funciones de Menea, de Guachas, es palpable la emoción del público, como pocas veces ocurre en el teatro, ¿Qué comentarios recibís de la gente que vio estas obras? ¿Percibís que estás haciendo algo para cambiar cabezas, corazones?, ¿que la gente sale muy sensibilizada,  diferente de cómo entró?

-Sí, mi sensación es que el efecto es fuerte, que estas obras provocan emoción y también reflexión. Pibes que me comentan: Es verdad, yo digo negro de mierda, está mal, no lo voy a repetir. Tengo la esperanza de que ese efecto dure. La gente va haciendo empatía hacia un sector de la sociedad que apenas conoce a través de noticias policiales, del prejuicio instalado… Pero nunca tuvieron la percepción de lo que es vivir, luchar por sobrevivir en la villa, ser rechazados, mal mirados. He notado que al salir, la gente ya no siente que está en la vereda de enfrente, empiezan a pensar en el nivel de: somos todos pares. A algunos les durará más, a otros menos ese efecto. Pero algo bueno, transformador en alguna medida pasa porque es mucha la gente que me dice que se fue hablando de la situación de las villas durante el camino, que siguieron hablando en la semana con otras personas en el trabajo, algunos queriendo implicarse. Con Guachas quizás más acentuado el impacto por el dramatismo final, por el tratamiento diferente del tema del aborto en las dos clases sociales. Creo que a las mujeres les llega más hondo. Incluso hay personas que reaccionan queriendo hacer algún aporte, me han ofrecido traerle ropa a los actores, darles una mano. Les explico que lleven su ayuda a otro lado, que el elenco está actuando. Pero se genera ese sincero sentimiento solidario. Y también está la gente que sale llorando mucho, que hace su propia catarsis. Yo confío mucho en poder contribuir a ese cambio de mentalidad.