Grande, grandísima Niní Marshall

Collages de Juliana Rosato

Nuestra genia absoluta del humor satírico, de la captación de tics argentinos dentro del crisol de nacionalidades y la diferenciación de clases sociales en los años ’30 y ‘40, de manejo infinitamente conocedor y recreador de los distintos lenguajes del habla local y -lo último pero no lo menos importante- de una gracia incomparable para interpretar a sus propios personajes: Niní queridísima, además, buena gente, modesta, generosa, sumamente culta.

En 1943, Niní Marshall, que venía de tener éxitos clamorosos en la radio, que ya había hecho varias películas en cuyos guiones participaba reescribiendo muchos de los diálogos de sus personajes -en especial, con Manuel Romero-, protagoniza una reversión cómica, tirando a delirante de la ópera Carmen, dirigida por Luis César Amadori, con colaboradores de lujo como el artista Raúl Soldi en la escenografía. Niní Marshall hace a la simple costurera de una sastrería teatral que le tiene que alcanzar el traje de escena a una diva caprichosa que va a interpretar Carmen, se supone que en el Colón (cuyas cúpulas pintaría en 1966 el propio Soldi). La costurera, llamada Niní (que es fan de la popular ópera de Bizet) se da flor de golpazo en la cabeza y tiene una ensoñación donde ella es la mismísima Carmen, desopilante Carmen que en vez de flores les tira macetas a sus galanes y tiene problemas para bailar la seguidilla. Un gesto que pinta a la actriz y escritora de cuerpo y espíritu enteros: cuando se quiere contratar a una doble para que ruede por las escaleras, Niní Marshall se niega y actúa ella misma esa escena sin importarle los moretones que efectivamente le quedarían.