Crédito CathyM, especial para Damiselas |
Se acerca la noche de Halloween, su cumpleaños, y Sabrina
Spellman -famosísima bruja adolescente de Greendale, ese pueblito siniestro,
vecino del más soleado Riverdale de Archie- orilla los 16. Conforme está
escrito en las sacrílegas escrituras de su aquelarre, debe firmar con su
hemoglobina -mitad humana, mitad mágica- un pacto con el Diablo que le permita
abrazar el lado oscuro, a cambio de pertenecer y recibir extraordinario poder.
Pero la blonda muchacha se resiste: ceder cuerpo y alma a un varón
superpoderoso, ¿¡cómo!? No fucking way.
Así comienza The Chilling Adventures of
Sabrina, nueva serie de Netflix, basada en el homónimo tebeo de 2014, que
reseteó la historia de la ambivalente teen que conocimos primeramente en los
60s, en Archie's Mad House;
después tuvo historieta propia y, ya en los 90s, una comedia con Melissa Joan
Hart, bastante tontolona pero ciertamente popular. En este reboot recrudecido,
negrísimo, moderno, en las antípodas de la sitcom de otrora, no quedan ni migas
de la ligera serie noventera: ni el sardónico gato Salem tira remates bobos, ni
la adolescente es una empedernida optimista que usa sus habilidades para
hechizos de amor. Digno producto de la era #MeToo, la revigorizada Sabrina lucha por su derecho a elegir: cómo
vivir, a quién querer, dónde estudiar, cómo usar sus habilidades, a qué valores
suscribir, qué tomar de las costumbres heredadas, cómo esquivar el
fundamentalismo religioso y, en el ínterin, avivar a otros.
Así lo jura, conjura Roberto Aguirre-Sacasa, de 44,
que lleva rato navegando aguas negras: fue el guionista de la remake de Carrie, de 2013; y como historietista,
es el creador del cómic The Chilling
Adventures of Sabrina, además de estar a cargo de la adaptación a tevé. Detonando
la mitología de otrora y barajando de nuevo, dice el señorito a cargo: “Las
mejores películas de terror tienen un elemento social. Queremos hablar de
derechos de las mujeres, incluyendo los reproductivos, así como del malestar que
empuja los movimientos civiles y feministas, tan vivos todavía como en los
sesenta, donde transcurría originalmente el cómic. Para mí, la brujería es
poder, y sexualidad, y la historia de Sabrina es el empoderamiento de una bruja
que desafía las creencias, las reglas y la tradición de quienes siguen bajo el
influjo de un Señor Oscuro, patriarca de las artes oscuras. Es una paradoja que
ellas posean el poder pero que sirvan a una figura paterna”.
Claro que este Diablo, susodicha “figura paterna”,
sabe más por viejo que por Diablo, y usará todos los artilugios al alcance para
torcer la voluntad de la damisela estelar. Con una aliada ejemplar, dicho sea
de paso, Madam Satan, autodefinida madre de todos los demonios, tan ducha en
generar entreveros que bien podría haber sido la creadora del arte de la
manipulación cientos y cientos (y cientos) de años atrás. Pensándolo bien, altas
son las chances de que efectivamente ella haya sido la inventora… Lo cierto es
que mientras los tipos macabros del show apuestan por la coerción y el puño
cerrado, el vozarrón en alto, las mujeres los miran con despecho socarrón: después
de todo, sus herramientas para el mal son más sofisticadas y efectivas, y ellas
no tienen miedo de usarlas.
Con Kiernan Shipka (la Sally Draper de Mad Men) en el rol de Sabrina, goza la
brujita de flor de red de contención: del lado brujeril, están las también
afamadas aunties, la cálida tía Hilda
y el cubito Zelda; además del primo Ambrose, un bocho de la magia, declarado
pansexual con tanto sex-appeal para atraer vivitos (y coleando) como habilidad
y conocimiento para embalsamar el más frío de los matambres. Todos viven en un
caserón gótico que es, además, una funeraria; fachada mortal que les permite
deglutir un cachito de carne humana de tanto en tanto (el canibalismo es moneda
frecuente en The Chilling Adventures…).
Del lado humano, está en susodicho Harvey, media naranja del romance ¿inter-especie?
entre la hechicera y el humano; él -dato digno de culebrón- tiene antecesores
que armaban piras y acercaban después el fosforito. Claro que, mientras en el
cómic, la única atadura de Sabrina al mundo mortal es el bonachón muchacho,
almita sensible como pocas, tan esquivo a seguir tanto la tradición laboral
minera como el hobby de masacrar brujas, la serie amplía las ligazones de la
chicuela en pos de diversidad. Y allí están la afro Roz con sus propios poderes
(elocuencia y tenacidad, sí, también un extra sobrenatural), y Susie: personaje
no-binario en la piel de intérprete no-binario (Lachlan Watson). Pueblo chico,
infierno muy grande para Susie: escucha en el colegio y en su casa que la
“sodomía” (y por default, cualquier expresión queer) es una “abominación”. Por
suerte, una fantasma la ayudará a estar cómoda en su propia piel.
Recomendándole, por caso, que lea Orlando
de Virginia Woolf.
Roz, Susie, Sabrina y Harvey |
La época, imprecisa: de una ambigüedad pretendida
que, a priori, pareciera ubicar en los 60s del tebeo original, aunque algunas
pocas menciones u objetos adelantan a la época actual. Harvey pareciera ser el
único que sabe lo que es un smartphone, y escucha Fiona Apple, otras músicas
que arriman al calendario de hoy. Pero en Greendale la gente viste retro, llama
por teléfonos de línea, tiene televisores panzones, usa las fichas analógicas
de la biblioteca escolar… ¿Presos de un hechizo en el tiempo quizás? El
soundtrack, de un encanto imposible, abona a la ambivalencia: suena The
Ronettes, Sylvia Gordon, Donovan, Marvin Gaye, Doris Day, Cliff Richard,
Electric Light Orchestra, sí, pero también escuchar los personajes Blondie,
Fiona Apple, Fever Ray…
Las Weird Sisters |
Se sabe que el Diablo está en los detalles y, en esta
época de tanto hipervínculo, el bordado fino de The Chilling Adventures of Sabrina
hace honor a la máxima, incluyendo cuantiosas referencias, guiños al género que
ofician de total deleite para cualquier aficionado al terror que se precie. Por
mencionar unos pocos ejemplos: en ciertas escenas, viste la protagonista un
vestidito rojo sangre con bordado en cuello símil Rosemary en El bebé de…; en la casa de las Spellman,
el techo-vitral es una exacta réplica al colorido y vidrioso cielorraso de Suspiria; usa Harvey, el novio mortal
de la teen, una remera que recuerda mucho, mucho a la que el licuado Johnny
Depp lleva en Pesadilla en Elm Street…
Y cuando Sabrina invoca a sus (aparentes) némesis, las Weird Sisters, una
tríada de brujitas lideradas por una afro de varitas tomar, lo hace citando a -sí,
sí- las 3 brujas de Macbeth. El
joven hechicero Nick Scratch, potencial interés romántico, invención exclusiva
de este reboot (no aparece en el cómic), también debe su nombre a una amalgama
de referencias: en el sur de Estados Unidos, antaño solía llamarse al Diablo
con los coloquialismos “Old Nick” u “Old Scratch”. Ojo, mal de ojo, apenas la
punta del iceberg… En el cuarto de Sabrina, colgado el póster del clásico Haxan: raro film mudo sueco-danés, de
1922, filmado al estilo docu que explora la historia de la brujería, la demonología
y el satanismo. Cuando algún personaje ve tevé, la pantalla chica devuelve
cintas de culto: Carnival of Souls, Freaks, I Walked With a Zombie… Asediada
por una diablilla que habita en sueños, acaba la pobre Sabrina en un sarcófago
con pinchos, al estilo Barbara Steele en La
máscara del demonio.
Que Sabrina se pruebe con un tema de Charles
Manson, I'll Never Say Never to Always,
en el coro escolar de las artes ocultas, no quita que el orfeón brujeril no se
despache más tarde con el jovial Do, Re,
Mi de La Novicia Rebelde. Toque
sardónico, sin duda, y prueba viva de que hasta las hechiceras más viciosas se
dejan doblegar frente a una monjita tan simpática como Julie Andrews, si canta
esas canciones inoxidables y, claro, así de bien. Prueba además de que, aún
sumida de buen talante en el canon de terror, la tira obsequia momentos de
humor subyacente, mientras lidian la
protagonista y su troupe de misfits con revenants, exorcismos, espíritus
inducidores de pesadillas, asesinatos, maleficios, y así.