Jo escribiendo, ilustración original de 1869 |
Mi abuela no sabía leer, y hacia el final de su
vida había quedado ciega. Se sentaba en una silla de mimbre en la puerta de su
casa, y sentía el ruido de la calle, el tren que pasaba a cada rato por las
vías de aquella cortada que se había convertido en su lugar en el mundo.
La abuela solía preguntarme qué quería ser cuando
fuera grande. Una vez le dije que quería ser escritora. Recuerdo su cara de
perplejidad: ¿Qué es una escritora?, ¿de dónde había sacado esa idea?
El 30 de septiembre se cumplieron 150 años de la
publicación de Mujercitas. La vida
de aquellas muchachas del siglo XIX dibujadas por la pluma de Louisa May Alcott
(1832, Pensilvania - 1888, Boston,
Massachusetts) forma parte de la educación sentimental de varias generaciones. Meg,
bella y responsable, Beth, abnegada, frágil y sensible, Amy, coqueta e inquieta, Marnee, la madre que siempre tenía la palabra
justa. Pero si existía alguien a quien todas queríamos parecernos era a la
intrépida Jo, quinceañera, aspirante a escritora, dispuesta a romper con todos
los mandatos.
Louisa May Alcott concibió al personaje como su
alter ego. La autora fue una mujer independiente que militó contra la
esclavitud y por los derechos de las mujeres, entre ellos el sufragio. Jamás se
casó –un pecado para la época- y vivía
de la escritura. Escribió Mujercitas
por encargo de una editorial que le pidió un libro para señoritas, género muy
de moda en la época, algo así como una chick lit del siglo XIX. Louisa escribió
lo que le pidieron, pero a su manera y basándose en su propia vida. Aunque los
ojos del narrador están posados sobre Jo, la autora tiene una mirada generosa y
compasiva sobre cada uno de sus personajes,
que crecen a lo largo del año en el que transcurre el libro.
Las guías para señoritas eran textos moralizantes
que se usaban para adiestrar a las mujeres con el fin de convertirlas en buenas
esposas y madres. Estos manuales reproducían estrictos códigos que indicaban
desde cómo sentarse o comportarse en una reunión, hasta cómo mantener una conversación,
o cuidar la piel para estar siempre radiante. El destino final de tantos
modales era conseguir un buen marido y mantener un hogar armonioso.
Jo se opone a todos esos mandatos y al destino
hogareño que auguran, como lo hizo la propia autora durante toda su vida. Y
aunque su mundo parezca muy lejano del nuestro, a muchas nos sonarán frases
dignas de estos manuales como “sentate bien” -es decir derecha y con las
piernas cerradas-, o “nadie te va a querer si sos tan desordenada”, o “apurate
a conseguir novio”, o “conservá a tu marido que ya no quedan hombres así”. Las
revistas femeninas nos siguen disciplinando hacia modelos imposibles de
alcanzar como los viejos manuales para chicas. La publicidad todavía nos
conmina a mantener el hogar desinfectado y los pisos limpios y brillantes. Por
eso muchas todavía reivindicamos la figura de Jo March.
Tribulaciones
de una adolescente
Jo no era bella, primer mandato para una damisela
que se precie. Su belleza, en todo caso, estaba en su vitalidad y carácter. Al
menos eso surge de la descripción que se hace en las primeras páginas:
Jo, que tenía
quince años, era muy alta, esbelta y morena, y le recordaba a uno un potro;
nunca parecía saber qué hacer con sus largas extremidades, que se le
atravesaban en el camino. Tenía la boca decidida, la nariz respingada, ojos
grises muy penetrantes, que parecían verlo todo, y se ponían alternativamente
feroces, burlones o pensativos. Su única belleza era su cabello, hermoso y
largo, pero generalmente lo llevaba descuidadamente recogido en una redecilla
para que no le estorbara; los hombros cargados, las manos y los pies grandes y
un aire de abandono en su vestido y la tosquedad de una chica que se hacía
rápidamente mujer a pesar suyo.
Tampoco era elegante, ni estaba pendiente de su
apariencia y arreglo personal. Privilegiaba la comodidad sobre la moda y le
pesaba todo aquello que se entendía por femineidad a mediados del siglo XIX. No
duda en ponerse un sombrero de ala ancha que todos consideraban ridículo para
un evento social al aire libre. Lo
considera muy útil para no quemarse la cara, a pesar de que ninguna dama
hubiera aceptado semejante atuendo.
Se burla de la coquetería de su hermana Meg, y
recalca una y mil veces que no le interesa ser una señorita. Su manifiesto es
en parte rebeldía hacia las convenciones que asocia con el mundo de los
adultos, pero también es resistencia a
abandonar la infancia y su mundo libre de reglas.
-
Deberías
recordar que eres una señorita, le dice Meg
-
¡No lo
soy! Detesto pensar que he de crecer y ser la señorita March, vestirme con
faldas largas y ponerme primorosa. Ya es bastante malo ser chica, gustándome
tanto los juegos, las maneras y los trabajos de los muchachos. No puedo
acostumbrarme a mi desengaño de no ser muchacho, y menos ahora que me muero de ganas de ir a pelear al
lado de papá y tengo que permanecer en casa tejiendo medias calceta como una
vieja cualquiera
En uno de los capítulos más conmovedores del
libro, vende en secreto su cabello –“su
única belleza”, como define la madre- para enviar dinero a su padre que fue
herido en la guerra. Su inesperado gesto conmueve a toda la familia, pero ella
se muestra muy convencida de lo que hizo:
Será bueno
para mi vanidad;
me estaba poniendo
demasiado orgullosa de mi peluca.
Mi cerebro ganará con quitarse ese peso de encima; siento la cabeza
ligera y fresca,
que da gusto,
y el peluquero
dijo que pronto tendría unos
bucles como los de un
muchacho que me
sentarían muy bien y serán
fáciles de peinar; estoy contenta; toma por favor el dinero y cenemos.
Por la noche, sin embargo, Meg la escucha sollozar
en la cama. Llora como la nena que todavía lleva adentro y suspira por su
cabello, su “única belleza”.
Jo detesta las limitaciones que le impone su
condición de mujer, y muchas veces lo demuestra a través de sus modales
opuestos a todo convencionalismo. Como toda adolescente que se precie, es
impulsiva, cambia rápidamente su estado de ánimo y tiene dificultades para dominar
su carácter. Su madre, la sabia Marmee, le da las herramientas para templar sus
volcánicas reacciones.
Puede pasar largas horas aislada del mundo
encerrada en la bohardilla entre sus libros, o patinar con desenfreno al aire
libre en plena época de nieve sin cuidar la elegancia o la compostura. Su lugar
no está en los bailes de sociedad, ni en los salones o tertulias.
Me quedaré
sentada; a mí no me gustan los bailes de sociedad; no me divierte ir dando vueltas acompasadas; me gusta volar,
saltar y brincar
Jo es una apasionada de la lectura y de la
escritura. Escribe obras teatrales, inventa sociedades secretas, redacta
diarios familiares siempre con la complicidad de sus hermanas y de su amigo y
vecino Laurie. Su educación es informal y autodidacta.
La hermana menor, Amy, sí va a la escuela, pero la
madre resuelve darle también educación domiciliaria cuando se entera de que su
hija ha sido castigada y humillada en clase, una práctica extendida y aceptada
en la época.
No apruebo
los castigos corporales, y menos aún cuando se trata de niñas.
Jo es la encargada de entregarle al docente la
carta con las razones por las que Amy no asistirá más a clase. Antes de
retirarse del aula, Jo se limpia el barro de las botas en la estera de la
entrada “como si quisiera sacudirse el polvo del lugar”.
Muchachas
trabajadoras
Si bien todas las mujeres de la casa de los March
–salvo Beth y la criada- detestan las tareas domésticas, la madre les enseña a
valorarlas de una manera muy original. En estos días en los que tanto hablamos
del trabajo ingrato e invisible que realizamos las mujeres en la casa, la Sra.
March decide mostrar su valor a través de lo que hoy llamaríamos un paro de
mujeres.
Las hermanas manifiestan su deseo de jugar todo el
día y librarse de las tareas domésticas durante las vacaciones. Lejos de
sermonearlas, la madre da rienda suelta
a sus hijas para que lo hagan. La trampa está en que ella decide hacer lo mismo,
y la casa termina por colapsar. En un rasgo de ironía de la autora, hasta el
pájaro de Beth muere de inanición porque en el desorden se olvidan de
alimentarlo. Las chicas aprenden que esas pequeñas tareas que nadie valora
sirven para que los engranajes de la vida sigan funcionando.
Pero aprenden algo más: el valor del trabajo. El
trabajo doméstico es necesario y debe ser respetado, así como el trabajo fuera
de la casa es un camino para obtener autonomía. La familia March tuvo un pasado
de tranquilidad económica, pero las cosas han cambiado. El padre perdió parte
de su fortuna prestándosela a un amigo y ahora se marchó a la guerra, por lo
tanto, las mujeres deben arreglarse solas para mantener la casa.
A diferencia de las discípulas de los manuales de
señoritas, que aspiraban a un buen matrimonio como sostén económico, las
hermanas March realizan pequeñas tareas que permiten el sostenimiento económico
de la familia. Meg trabaja como institutriz de una familia rica y Jo oficia de
dama de compañía de su adinerada tía leyéndole todos los días. Esa ocupación le permite ganar algo de dinero
y devorar los libros de la biblioteca mientras su tía se queda dormida.
El trabajo pasa a ser fundamental para esta
familia, que de algún modo reproduce la ética norteamericana y protestante.
Pero el trabajo es, además, un camino hacia la autonomía y realización personal
de las mujeres, según la propia Marmee enseña a sus hijas:
El trabajo es
saludable y hay bastante para
todas; nos libra
del aburrimiento y
de la malicia,
es bueno para la salud y el espíritu y nos da mayor sentido de capacidad
y de independencia que el dinero o la elegancia.
Hay también una dimensión solidaria de este trabajo
que ayuda a sostener a esa comunidad de mujeres. Jo detesta leerle a su tía,
una mujer rígida y malhumorada, tal vez el único personaje antipático de la
novela. Es un trabajo que realiza para contribuir a la familia.
Pero el trabajo también tiene una dimensión de
realización personal que hasta entonces era
negada a las mujeres. Por eso debe haber sido revolucionaria para la
época la escena en la que Jo visita en secreto al editor de un diario y publica
sus cuentos. Ella escribe con pasión y aspira a vivir en el futuro de la
escritura, como lo hizo la autora.
Le faltó
el aliento y
escondiendo la cabeza
en el periódico, derramó algunas
lágrimas ingenuas, porque
ser independiente y
ganar las alabanzas de
las personas que
amaba eran los
deseos más ardientes de su corazón, y aquello parecía el
primer paso hacia tan feliz meta.
Y aunque el interés romántico es uno de los ejes
del libro, la energía de Jo está puesta en la escritura, la actividad que más
la apasiona y también el medio económico con el que aspira a sostenerse y
ayudar a su familia.
Solterita
y sin apuro
Jo y Laurie |
Ya no
se dejan fortunas
de esa manera -dice Meg refiriéndose a las
fortunas heredadas - ; ahora,
para tener dinero los hombres tienen que trabajar y las
mujeres tienen que casarse. Es un mundo muy injusto.
En el caso de la familia March, pobre y sin
herencia a la vista, el panorama se amplía en lugar de estrecharse porque las
chicas son alentadas a ser autónomas. Frente a la independencia económica, el
matrimonio como medio para sobrevivir deja de ser la única opción para estas
mujeres. El matrimonio, si llegaba, estaría ligado al amor y no al dinero.
-Las muchachas pobres no tienen oportunidades,
si no se hacen valer -suspiró Meg.
-Entonces
seremos solteronas -repuso Jo seriamente.
Jo rompe aquí con el tabú de la soltería. Su madre,
lejos de disuadirla, considera que el dinero no debe ser el móvil del
matrimonio. Si bien la soltería no era vista como un estado deseable ni
alentada por la familia, la Sra. March sorprende con la siguiente respuesta:
-Bien dicho,
Jo; más vale ser solteronas felices que casadas desgraciadas o muchachas
inmodestas a la caza de maridos -dijo decididamente la señora March -.
Recuerden una cosa, hijas mías: su madre está siempre lista para ser su
confidente, y vuestro padre para ser vuestro amigo; esperamos y confiamos que
nuestras hijas, casadas o solteras, constituirán el orgullo y consuelo de
nuestras vidas.
La desmitificación de la soltería sigue siendo una
asignatura pendiente. Las mujeres solteras aún son estigmatizadas, burladas o descalificadas
por su elección de vida. La idea de “solteronas felices” que esgrime la Sra.
March en aquellos tiempos debió haber parecido un oxímoron. Su postura todavía
resulta moderna: una madre que alienta a sus hijas a ser ellas mismas y a
buscar su camino.
Hace varios días que intento terminar esta nota,
releo el libro, lo subrayo, tomo notas. Hay coincidencias que se parecen mucho
al destino, porque mientras intento cerrar el texto la televisión repite una
publicidad de vino dulce. “Fragmentos de Mujercitas”, anuncia un cartel y luego
se escucha la voz en off de la Sra. March mientras se muestran los pasos que
sigue una chica para convertirse en bailarina.
Procura ser
algo espléndido, y asegurate asombrarlos a todos algún día. Puede que seas pequeña, pero si te lo
propones brillarás tan intensamente como el sol, si sientes que tu valor reside
en ser algo meramente decorativo, tengo miedo de que algún día pienses que eso es todo lo que realmente
eres. Ve, aduéñate de tu libertad y descubre las cosas hermosas que surgen de
ello. Si tienes tantos dones extraordinarios, ¿cómo podrías llevar una vida
ordinaria?
Apago la televisión y cierro el viejo libro forrado
de verde que guardo desde mi infancia. Recuerdo a mi abuela, sentada en la
puerta de su casa, con tantos sueños inconclusos. Pienso en las libertades y en
todos los libros que le fueron negados.
Todas quisimos ser Jo alguna vez, aunque no lo
supiéramos.
NR. Versiones de la novela Mujercitas. Cine, actrices en el rol de Jo y
dirección
1918, con Isabel Lamon (Jo), de Harley Knoles
(imagen).
1933, con Katharine Hepburn, de George Cukor.
1949, con June Allyson, de Mervyn LeRoy.
1994, con Wynona Ryder, de Gillian Armstrong.
En producción actualmente: con Emma Watson (Meryl
Streep, Saoirse Ronan),
dirigida por la notable actriz, guionista y
cineasta Greta Gerwig
TV
1958, serie con Andrée Melly, de Alan Bromly
1970, telefilm con Angela Down, de John McRae
1978, telefilm con Susan Dey, de David Lowell Rich
2012, telefilm (versión aggiornada) titulada The
March Sisters at Christmas, con Julie Berman, de John Stimpson
2017, serie de la BBC, con Maya Hayek, de Vanessa
Caswill
Además: 1981 y 1987, dos series de animación
japonesas.
1995-1997, Por siempre mujercitas,
telenovela argentina, muy vagamente inspirada en Alcott, con Paola Krum, de
Martín Clutet.