María Fernanda Ampuero: “No quiero hacer una literatura estupefaciente”

Por Gabriela Baby

Crédito Isabel Wagemann
María Fernanda Ampuero es periodista, escritora y feminista acérrima. Nació en Ecuador y vive en Madrid. Acaba de publicar Pelea de gallos y escribe crónicas y notas para revistas de Latinoamérica. En todos los formatos, sus palabras apuntan a remover los cimientos del sistema patriarcal, con una voz que exhibe y denuncia pero que a la vez da cuenta de deseos, fantasías y nuevas preguntas. En esta entrevista, comparte su mirada sobre sus cuentos, la familia, la infancia como zona de riesgo, las luchas feministas en el mundo y hasta la idea de una app que dé seguridad a las mujeres viajeras.

Sus historias están pobladas de hombres violentos, mujeres lastimadas, y a veces también crueles. Hay además familias de foto feliz cuya intimidad huele a descomposición, perversiones diversas en vínculos variados, niños y niñas en riesgo: Pelea de gallos (Editorial Páginas de Espuma), el libro de cuentos de María Fernanda Ampuero, despliega una narrativa contundente y perturbadora. Sus relatos generan miedo, asco, curiosidad, morbo, repulsión, piedad, ternura, dudas.

María Fernanda habla a toda velocidad: lanza una enumeración de adjetivos para potenciar una idea, cruza la trama de su propia vida para ajustar definiciones o pone una historia particular en perspectiva de género. Antes que nada se define: “Soy migrante, feminista, freelance. Tengo muchos motivos para tener miedos y fantasmas. Pero también sé que la migración y el feminismo me hicieron crecer, me hicieron mejor persona. Y sé que es imposible echarme atrás. Para muchos, las feministas somos gente peligrosa porque hemos leído demasiado y entonces enloquecimos. Como si fuéramos quijotes, pero del feminismo. Que tenemos ideas locas y obsesiones. Y no es eso. Lo que ocurre es que cada vez que entreleo algo que me llega y me hace sentido, soy más libre, más valiente, me quiero más a mí misma. Soy también más consciente de mi belleza como persona, de mi valor, de mi poder. Pero no del poder en el sentido del patriarcado, sino del poder de mis decisiones. Y no estoy dispuesta a fingir”.

En 2016 ganó el premio Cosecha EÑE, organizado por la revista del mismo nombre, de Madrid. El cuento ganador del concurso fue Nam, una historia que cruza un amor adolescente prohibido con un secreto familiar escandaloso (y algunos ingredientes más). Nam, como otros cuentos de Pelea de gallos, cuestionan fuertemente a la familia.  


¿Por qué la familia es tema central en tus cuentos?

- En primer lugar porque todos tenemos una: mal, bien, desestructurada, abandonaticia, hiperpresente, tóxica, rota, descompuesta, deseada, ideal, publicitaria… Y por supuesto que hay una especie de liga que todo el tiempo está insistiendo en que hay que volver a la familia y que lo más importante es la familia. El bombardeo pro familia está en la cultura, en la iglesia, en la publicidad, en las películas. Hay un montón de narrativas que tienen que ver con “el trabajo no es lo más importante, vuelve a la familia, al hogar, al núcleo”. Toda esa obsesión en contra del aborto tiene que ver con esa narrativa; la obsesión contra los homosexuales también tiene que ver con esta narrativa de la familia coherente, perfecta, de la familia normal entre muchas comillas; de la sagrada familia en el caso de nuestra cultura, de las familias donde presuntamente te hacen bien, de las familias que son la gente que siempre va a tener ahí. Bueno, no: todo eso no es verdad.
Las familias tienen cierta monstruosidad. Una dependencia monstruosa hacia el amor, una necesidad de afecto monstruosa, una exigencia o autoexigencia más allá del maltrato físico, verbal o psicológico. Entonces nos quedamos con el maltratador y hacemos convivir a nuestros hijos con el maltratador, con el silencio y la depresión. Y luego conocemos gente que no es capaz de entender sus sentimientos, gente que no es capaz de tener una conversación adulta, que no es capaz de decir: no quiero esto, no me lo trago más, no me interesa. Hay también una figura muy fuerte en la madre, tan transformer del bien y del mal. La madre dice “nadie te va a querer como yo, nunca me abandones…”. Y esas cosas oímos desde pequeños y nos llenamos de culpa al hacer nuestras vidas y se desencadenan situaciones de mucho sufrimiento.
Te cuento algo personal: mi madre tiene una gran frustración y una gran tristeza porque yo no tengo hijos, que son para ella la razón de la vida. Y siempre lo digo: yo logré vivir de lo que hago, a 10 mil kilómetros de mi casa, sin el apoyo de una sociedad que me conociera, sin mis raíces, sin mis contactos del colegio o de la universidad. Y estuve sin papeles al principio, y fue bastante duro. Pero he logrado hacer una carrera, sola, en España. Y sin embargo la cara con la que miran a mi mamá es de conmiseración. Y estoy segura que en ella hay un pozo de conmiseración. Que si me ganara el Nobel algún día no sería tan importante como si le dijera que estoy embarazada.

Hay algo de lo privado de estas familias, y de lo que contás de tu propia madre, que se proyecta en la esfera de lo político. Como si la lógica de la familia feliz, ideal, se proyectara también en la esfera social. 

- Sin duda: lo que pasa detrás de las puertas  de una casa no es privado, ése es el gran problema.  Porque si la familia fuera tan maravillosa no tendríamos en este momento casi 40 mujeres asesinadas en España en lo que va del año. O una violación cada ocho horas en Ecuador. O las cifras de femicidios de Argentina, que también impactan. Y de todo el mundo, en realidad. Es demasiada gente para que sea una sola familia podrida. Hay un tema ahí muy grave. Por eso me gusta volver a pensar ese proverbio que dice: “Se necesita una aldea para criar a un niño”, para decir: “Se necesita toda la aldea para destruirlo también”. Toda la aldea es responsable de lo que pasa en cada casa de esa aldea. Porque los monstruos que salen a la ciudad vienen de las casas monstruosas que se van sumando de generación en generación.

Los hombres que habitan tus cuentos son en general violentos y perversos. Hay cierta insistencia en tus relatos en esta figura tremenda del varón cruel y maltratador.

- En realidad, hay hombres de todo tipo en mis cuentos. Por supuesto que reconozco un elemento de violencia explícita, pero también de ausencia, que es otro tipo de violencia, el no estar, ese rol un poco triste de algunos padres. Un rol también dado por la madre cuando dice “vas a ver cuando venga tu padre”. Eso crea en la fantasía infantil a un padre que es como el hombre del saco o el hombre de la bolsa, que trae el castigo a los niños que se portan mal. Una narrativa muy perversa que en este reparto patriarcal de la sociedad hace que los hombres salgan perdiendo: porque que tus crías te tengan miedo, debe ser una sensación horrenda, que debe calar hondo.

María Fernanda Ampuero
Entonces hay un ejercicio de ese miedo, de ese poder…

- Hay un modelo de hombre muy universal, triste y monstruoso que es el hombre machista, golpeador, castigador, el hombre dios-padre-iglesia-dueño del mundo. Pero también, en el cuento que se llama Persianas, por ejemplo, aparece un niño que se pregunta si no se puede ser otra cosa. Él no quiere ser hombre de ese modo. Y yo le tengo mucho amor a ese personaje, porque le tengo mucho amor a muchos hombres. Mi familia es de mayoría hombres, tengo dos hermanos (uno mayor y otro menor) que son mi adoración, mis amigos del alma. Y amé mucho a un hombre durante muchos años, viví con él, fuimos pareja. No es una cosa de mujeres contra hombres, sino de mujeres contra ese modelo de hombres que lamentablemente en muchos casos seguimos construyendo.

También en tus relatos hay una preocupación muy fuerte por los niños: la infancia como zona de riesgo.

- La infancia y la adolescencia son etapas fascinantes porque en esos momentos todos somos como una especie primitiva. En cada niño hay un nuevo ser humano fascinándose con el fuego, con las historias; y cada persona que crece, vive un proceso de mini evolución. Y en realidad, todas las niñeces están en riesgo, por supuesto, unas más que otras: si naces en una favela o un barrio peligroso en África o en Ecuador o en Argentina tienes muchas más posibilidades de ser violentada o violentado en tu infancia. O si pasas hambre o si no tienes acceso a la salud o a la educación. Pero de cualquier modo, todos somos sujetos inocentes en esa etapa y es muy fácil que esa inocencia atraiga y es muy fácil que nos puedan engañar. Es una etapa muy frágil. Y me obsesiona lo que pasa cuando se rompe esa inocencia y cada uno se convierte en un individuo ¿Dónde está esa herida y cómo es? ¿Quién la ejerce? Las casas son lugares peligrosos. Yo fui una niña muy cuidada, mi madre siempre estaba presente, mi padre también, no me vendieron en la calle, y sin embargo, el mal consiguió filtrarse. Y si en mi situación privilegiada, el mal consiguió filtrarse y mi inocencia se rompió como un vaso, ¿cómo no le va a pasar esto mismo a otros niños? Creo que hay un componente de peligro, especialmente para las niñas, que sube el índice del terror en un mil por ciento *.
Te cuento otro dato personal: La primera vez que vi un pene fue el de un payaso. Porque me lo quedé mirando, porque era un payaso. Fue en la calle, en Ecuador. Yo tenía cuatro años, ni llegaba bien a la ventanilla del carro donde estaba con mi mamá y el hombre se abrió el pantalón. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué esa mirada perversa? Y luego, ¿por qué ese “siéntate bien”, “cierra las piernas”, “no enseñes el calzón”? Todo eso en nuestras cabezas, ¿por qué?, ¿quién me va a mirar?, ¡tengo cuatro años! ¿Por qué este mismo mensaje no se lo dan a los varones? Hay algo bien monstruoso en la educación que nos dan: si eres niña, no eres igual, te educan diciéndote que hay un monstruo ahí afuera, pero no le dicen a los varones “no mires a las mujeres, no toques a las mujeres, no se puede”. La narrativa es cuídate tú, niña. Y eso me obsesiona: el momento en que te dañan para siempre, irreversiblemente.

Se ha dicho que tus cuentos son arrasadores, en el sentido moral de la palabra, una narrativa devastadora…

- No quiero hacer literatura estupefaciente y no tengo el suficiente talento para hacer una literatura de humor. Pero a la vez no quiero hacer una cosa, no sé cómo llamarla porque no quisiera despreciar otro tipo de literatura que es de entretenimiento, goce puro, pura belleza, porque yo consumo esa literatura bella. Pero lo que realmente me gusta es que alguien me agarre de las solapas y me diga: “Mira esto, siente esto”. Soy muy lectora de poesía, de hecho son mis grandes referencias y yo tengo ahí a Sor Juana y a César Vallejo, que es muy importante para mí. Y a Blanca Varela, también. La poesía tiene eso de visceral y al mismo tiempo te permite este juego con las palabras y la brutalidad.

Tus talleres de escritura y de lectura incluyen bibliografía como Virginie Despentes y textos fundacionales del feminismo. Y te defines como feminista a ultranza.

- Soy muy activista. Y veo que la lucha de las feministas en Latinoamérica avanza con mucha fuerza. Ya era hora… ¿verdad? Por supuesto que no venimos de la nada: venimos de madres y abuelas (y bisabuelas a veces) luchadoras, peleonas, fundamentales, inteligentes, que se rebelaron. Pero ahora el movimiento es masivo y hay gente muy joven. Porque las jovencitas dijeron "Ya basta". Chicas de 19, 20 años, que tienen mucho tiempo por delante para empaparse de la tradición, para seguir pensando y activando el feminismo. Y han recogido el guante de la lucha con fuerza, entusiasmo y alegría, a pesar de todo. Con bronca, con ira, con ganas de reventarlo, y sin embargo, mira qué pacíficas somos: tantas mujeres en las calles y no hay desastres, ni desmadres, ni fuego, ni balas. Otra cosa fascinante es cómo nos unimos de todos lados. Que si las mujeres en Suecia logran algo, nos alegramos; que si las mexicanas consiguen dar la batalla en alguna otra cosa, estamos con ellas. Que si las mujeres de la India o las africanas… Leemos todas, a todas, descubrimos autoras y nos pasamos materiales, y hay quienes traducen gratuitamente. Entonces es un movimiento universal, solidario, generoso, potente, y contra toda discriminación, algo que se vio muy pocas veces en la historia de la humanidad. Que une a actrices con pensadoras, con trabajadoras, con enfermeras, médicas, madres, abuelas. Fascinante.  

Y que ofrece un gran camino por recorrer todavía…

Ampuero
- Sin duda. Y la Ley del aborto legal y gratuito en Argentina se va a conseguir. Y en Ecuador estamos dando la lucha también, y se va a conseguir. Se va a conseguir en Latinoamérica porque es una lucha que no abandonamos. Fíjate que en España la violencia sobre las mujeres es una cosa brutal: las violaciones, en primer lugar, pero también la violencia pública. Así que en ningún lado estamos a salvo. Y si en ningún lugar estamos a salvo, tenemos que hacer una sororidad mundial. De hecho estoy pensando en hacer una app (aprovecho a contarte, a ver si alguien me la financia) para que podamos decir: “En este bar, acosan”, “En este restaurante hay un camarero que es baboso” o “En esta la discoteca, en el baño, me violaron”. Que tengamos como un Trip Advisor para poder decirnos dónde estamos a salvo. O si estás en tal barrio, cómo salir, dónde pedir un taxi seguro, o si hay recomendaciones de niñeras o guarderías si estoy en otra ciudad, etcétera. Utilicemos la tecnología, que es lo que nos ha permitido hablar con todas al mismo tiempo y lo que ha permitido que esto sea tan potente. Podríamos hacer algo y denunciar el acoso, el maltrato, la violencia así a nivel global. Que vean que nos estamos tomando la seguridad como un tema propio, ya que no nos ayudan. ¿Por qué no hay un pensamiento urbanístico dirigido a las mujeres? Las alcaldías no están haciendo nada al respecto, al contrario, nos sueltan la idea de “No salgan de casa”. Pero eso no va a pasar ya. Y mucho menos en las nuevas generaciones. Ya no nos pueden tener encerradas haciendo bebés, tartas y abriguitos.  

Y en este mapa, ¿en qué lugar quedan los hombres que no adhieren al patriarcado, los hombres que están a favor de las luchas feministas?

- Lo que me emputece muchísimo es que nos digan cómo hacer la lucha. Que se crean más feministas que las feministas, más feministas que las mujeres. No, no. A ver: calla. Calla, escucha, respeta. Yo reconozco que en la lucha racial, la lucha de los negros, con Martin Luther King y Rosa Parks, era importante que la sociedad blanca luchara, escuchara, tomara partido. Era importante ir a las manifestaciones, pero que los blancos no tomaran el micrófono. Del mismo modo, con los varones en esta lucha: apoya en silencio, no quieras otra vez ser cabeza de cartel, no quieras encabezar las marchas. Apoya. No puedes encabezar la movida porque no es tu lugar. Aprende cuál es tu lugar en esta lucha y siéntete a gusto con él. Eso nos demostrará que eres aliado: sentirte a gusto con ese lugar silencioso, de apoyo silencioso, porque tampoco queremos el “yo te explico”, porque nosotras venimos de ese lugar. Aprende también cómo se siente estar en ese lugar y, si de verdad eres aliado, apóyanos en silencio. Quédate con los niños para que la mujer vaya a la marcha, haz lo que puedas para facilitarle a tus compañeras de trabajo, a tu mujer, a tu madre, a tus amigas, a quien sea, su lucha, su pedido. Si eres político, tienes que actuar. Pero no vengas a decir que tienes derecho a sostener la pancarta, ni cultives el mansplaining. Por favor: no te avergüences a ti mismo.


* Si bien Ampuero no explica directamente de qué modo esa fragilidad infantil fue quebrada, hay una escena que cuenta en una crónica de Anfibia que relata el suceso mencionado:  http://www.revistaanfibia.com/cronica/viajosola-a-mi-me-mata-el-asesino/.

Para seguir leyendo a María Fernanda:
Pelea de gallos, Páginas de espuma, 2018. (Distribuye Waldhuter)