Crédito Isabel Wagemann |
María Fernanda Ampuero es periodista, escritora
y feminista acérrima. Nació en Ecuador y vive en Madrid. Acaba de publicar Pelea de gallos y escribe crónicas y
notas para revistas de Latinoamérica. En todos los formatos, sus palabras
apuntan a remover los cimientos del sistema patriarcal, con una voz que exhibe
y denuncia pero que a la vez da cuenta de deseos, fantasías y nuevas preguntas.
En esta entrevista, comparte su mirada sobre sus cuentos, la familia, la
infancia como zona de riesgo, las luchas feministas en el mundo y hasta la idea
de una app que dé seguridad a las mujeres viajeras.
Sus historias están pobladas de hombres violentos,
mujeres lastimadas, y a veces también crueles. Hay además familias de foto
feliz cuya intimidad huele a descomposición, perversiones diversas en vínculos
variados, niños y niñas en riesgo: Pelea de gallos (Editorial Páginas de Espuma),
el libro de cuentos de María Fernanda Ampuero, despliega una narrativa contundente
y perturbadora. Sus relatos generan miedo, asco, curiosidad, morbo, repulsión,
piedad, ternura, dudas.
María Fernanda habla a toda velocidad: lanza una
enumeración de adjetivos para potenciar una idea, cruza la trama de su propia
vida para ajustar definiciones o pone una historia particular en perspectiva de
género. Antes que nada se define: “Soy migrante, feminista, freelance.
Tengo muchos motivos para tener miedos y fantasmas. Pero también sé que la
migración y el feminismo me hicieron crecer, me hicieron mejor persona. Y sé
que es imposible echarme atrás. Para muchos, las feministas somos gente
peligrosa porque hemos leído demasiado y entonces enloquecimos. Como si
fuéramos quijotes, pero del feminismo. Que tenemos ideas locas y obsesiones. Y
no es eso. Lo que ocurre es que cada vez que entreleo algo que me llega y me
hace sentido, soy más libre, más valiente, me quiero más a mí misma. Soy
también más consciente de mi belleza como persona, de mi valor, de mi poder.
Pero no del poder en el sentido del patriarcado, sino del poder de mis
decisiones. Y no estoy dispuesta a fingir”.
En 2016 ganó el premio Cosecha EÑE, organizado por
la revista del mismo nombre, de Madrid. El cuento ganador del concurso
fue Nam, una historia que cruza un amor adolescente prohibido con
un secreto familiar escandaloso (y algunos ingredientes más). Nam,
como otros cuentos de Pelea de gallos, cuestionan
fuertemente a la familia.
¿Por qué la familia es tema central en tus
cuentos?
- En primer lugar porque todos tenemos una: mal,
bien, desestructurada, abandonaticia, hiperpresente, tóxica, rota,
descompuesta, deseada, ideal, publicitaria… Y por supuesto que hay una especie
de liga que todo el tiempo está insistiendo en que hay que volver a la familia
y que lo más importante es la familia. El bombardeo pro familia está en la
cultura, en la iglesia, en la publicidad, en las películas. Hay un montón de
narrativas que tienen que ver con “el trabajo no es lo más importante, vuelve a
la familia, al hogar, al núcleo”. Toda esa obsesión en contra del aborto tiene
que ver con esa narrativa; la obsesión contra los homosexuales también tiene
que ver con esta narrativa de la familia coherente, perfecta, de la familia
normal entre muchas comillas; de la sagrada familia en el caso de nuestra
cultura, de las familias donde presuntamente te hacen bien, de las familias que
son la gente que siempre va a tener ahí. Bueno, no: todo eso no es verdad.
Las familias tienen cierta monstruosidad. Una
dependencia monstruosa hacia el amor, una necesidad de afecto monstruosa, una exigencia
o autoexigencia más allá del maltrato físico, verbal o psicológico. Entonces
nos quedamos con el maltratador y hacemos convivir a nuestros hijos con el
maltratador, con el silencio y la depresión. Y luego conocemos gente que no es
capaz de entender sus sentimientos, gente que no es capaz de tener una
conversación adulta, que no es capaz de decir: no quiero esto, no me lo trago
más, no me interesa. Hay también una figura muy fuerte en la madre, tan transformer del
bien y del mal. La madre dice “nadie te va a querer como yo, nunca me
abandones…”. Y esas cosas oímos desde pequeños y nos llenamos de culpa al hacer
nuestras vidas y se desencadenan situaciones de mucho sufrimiento.
Te cuento algo personal: mi madre tiene una gran
frustración y una gran tristeza porque yo no tengo hijos, que son para ella la
razón de la vida. Y siempre lo digo: yo logré vivir de lo que hago, a 10 mil kilómetros
de mi casa, sin el apoyo de una sociedad que me conociera, sin mis raíces, sin
mis contactos del colegio o de la universidad. Y estuve sin papeles al
principio, y fue bastante duro. Pero he logrado hacer una carrera, sola, en
España. Y sin embargo la cara con la que miran a mi mamá es de conmiseración. Y
estoy segura que en ella hay un pozo de conmiseración. Que si me ganara el
Nobel algún día no sería tan importante como si le dijera que estoy embarazada.
Hay algo de lo privado de estas familias, y de
lo que contás de tu propia madre, que se proyecta en la esfera de lo político.
Como si la lógica de la familia feliz, ideal, se proyectara también en la
esfera social.
- Sin duda: lo que pasa detrás de las puertas
de una casa no es privado, ése es el gran problema. Porque si la familia
fuera tan maravillosa no tendríamos en este momento casi 40 mujeres asesinadas
en España en lo que va del año. O una violación cada ocho horas en Ecuador. O las cifras de
femicidios de Argentina, que también impactan. Y de todo el mundo, en realidad.
Es demasiada gente para que sea una sola familia podrida. Hay un tema ahí muy
grave. Por eso me gusta volver a pensar ese proverbio que dice: “Se necesita
una aldea para criar a un niño”, para decir: “Se necesita toda la aldea para
destruirlo también”. Toda la aldea es responsable de lo que pasa en cada casa
de esa aldea. Porque los monstruos que salen a la ciudad vienen de las
casas monstruosas que se van sumando de generación en generación.
Los hombres que habitan tus cuentos son en
general violentos y perversos. Hay cierta insistencia en tus relatos en esta
figura tremenda del varón cruel y maltratador.
- En realidad, hay hombres de todo tipo en mis
cuentos. Por supuesto que reconozco un elemento de violencia explícita, pero también
de ausencia, que es otro tipo de violencia, el no estar, ese rol un poco triste
de algunos padres. Un rol también dado por la madre cuando dice “vas a ver
cuando venga tu padre”. Eso crea en la fantasía infantil a un padre que es como
el hombre del saco o el hombre de la bolsa, que trae el castigo a los niños que
se portan mal. Una narrativa muy perversa que en este reparto patriarcal de la
sociedad hace que los hombres salgan perdiendo: porque que tus crías te tengan
miedo, debe ser una sensación horrenda, que debe calar hondo.
María Fernanda Ampuero |
Entonces hay un ejercicio de ese miedo, de ese
poder…
- Hay un modelo de hombre muy universal, triste y
monstruoso que es el hombre machista, golpeador, castigador, el hombre
dios-padre-iglesia-dueño del mundo. Pero también, en el cuento que se
llama Persianas, por ejemplo, aparece un niño que se pregunta si no
se puede ser otra cosa. Él no quiere ser hombre de ese modo. Y yo le tengo
mucho amor a ese personaje, porque le tengo mucho amor a muchos hombres. Mi
familia es de mayoría hombres, tengo dos hermanos (uno mayor y otro menor) que
son mi adoración, mis amigos del alma. Y amé mucho a un hombre durante muchos
años, viví con él, fuimos pareja. No es una cosa de mujeres contra hombres,
sino de mujeres contra ese modelo de hombres que lamentablemente en muchos
casos seguimos construyendo.
También en tus relatos hay una preocupación muy
fuerte por los niños: la infancia como zona de riesgo.
- La infancia y la adolescencia son etapas
fascinantes porque en esos momentos todos somos como una especie primitiva. En
cada niño hay un nuevo ser humano fascinándose con el fuego, con las historias;
y cada persona que crece, vive un proceso de mini evolución. Y en realidad,
todas las niñeces están en riesgo, por supuesto, unas más que otras: si naces
en una favela o un barrio peligroso en África o en Ecuador o en Argentina
tienes muchas más posibilidades de ser violentada o violentado en tu infancia.
O si pasas hambre o si no tienes acceso a la salud o a la educación. Pero de
cualquier modo, todos somos sujetos inocentes en esa etapa y es muy fácil que
esa inocencia atraiga y es muy fácil que nos puedan engañar. Es una etapa muy
frágil. Y me obsesiona lo que pasa cuando se rompe esa inocencia y cada uno se
convierte en un individuo ¿Dónde está esa herida y cómo es? ¿Quién la ejerce?
Las casas son lugares peligrosos. Yo fui una niña muy cuidada, mi madre siempre
estaba presente, mi padre también, no me vendieron en la calle, y sin embargo,
el mal consiguió filtrarse. Y si en mi situación privilegiada, el mal consiguió
filtrarse y mi inocencia se rompió como un vaso, ¿cómo no le va a pasar esto
mismo a otros niños? Creo que hay un componente de peligro, especialmente para
las niñas, que sube el índice del terror en un mil por ciento *.
Te cuento otro dato personal: La primera vez que vi
un pene fue el de un payaso. Porque me lo quedé mirando, porque era un payaso.
Fue en la calle, en Ecuador. Yo tenía cuatro años, ni llegaba bien a la
ventanilla del carro donde estaba con mi mamá y el hombre se abrió el pantalón.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué esa mirada perversa? Y luego, ¿por qué ese
“siéntate bien”, “cierra las piernas”, “no enseñes el calzón”? Todo eso en nuestras
cabezas, ¿por qué?, ¿quién me va a mirar?, ¡tengo cuatro años! ¿Por qué este
mismo mensaje no se lo dan a los varones? Hay algo bien monstruoso en la
educación que nos dan: si eres niña, no eres igual, te educan diciéndote que
hay un monstruo ahí afuera, pero no le dicen a los varones “no mires a las
mujeres, no toques a las mujeres, no se puede”. La narrativa es cuídate tú,
niña. Y eso me obsesiona: el momento en que te dañan para siempre,
irreversiblemente.
Se ha dicho que tus cuentos son arrasadores, en
el sentido moral de la palabra, una narrativa devastadora…
- No quiero hacer literatura estupefaciente
y no tengo el suficiente talento para hacer una literatura de humor. Pero a la
vez no quiero hacer una cosa, no sé cómo llamarla porque no quisiera despreciar
otro tipo de literatura que es de entretenimiento, goce puro, pura belleza,
porque yo consumo esa literatura bella. Pero lo que realmente me gusta es que
alguien me agarre de las solapas y me diga: “Mira esto, siente esto”. Soy muy
lectora de poesía, de hecho son mis grandes referencias y yo tengo ahí a
Sor Juana y a César Vallejo, que es muy importante para mí. Y a Blanca Varela,
también. La poesía tiene eso de visceral y al mismo tiempo te permite este
juego con las palabras y la brutalidad.
Tus talleres de escritura y de lectura incluyen
bibliografía como Virginie Despentes y textos fundacionales del feminismo. Y te
defines como feminista a ultranza.
- Soy muy activista. Y veo que la lucha de las
feministas en Latinoamérica avanza con mucha fuerza. Ya era hora… ¿verdad? Por
supuesto que no venimos de la nada: venimos de madres y abuelas (y bisabuelas a
veces) luchadoras, peleonas, fundamentales, inteligentes, que se rebelaron.
Pero ahora el movimiento es masivo y hay gente muy joven. Porque las jovencitas
dijeron "Ya basta". Chicas de 19, 20 años, que tienen mucho tiempo
por delante para empaparse de la tradición, para seguir pensando y activando el
feminismo. Y han recogido el guante de la lucha con fuerza, entusiasmo y alegría,
a pesar de todo. Con bronca, con ira, con ganas de reventarlo, y sin embargo,
mira qué pacíficas somos: tantas mujeres en las calles y no hay desastres, ni
desmadres, ni fuego, ni balas. Otra cosa fascinante es cómo nos unimos de todos
lados. Que si las mujeres en Suecia logran algo, nos alegramos; que si las
mexicanas consiguen dar la batalla en alguna otra cosa, estamos con ellas. Que
si las mujeres de la India o las africanas… Leemos todas, a todas, descubrimos
autoras y nos pasamos materiales, y hay quienes traducen gratuitamente.
Entonces es un movimiento universal, solidario, generoso, potente, y contra
toda discriminación, algo que se vio muy pocas veces en la historia de la
humanidad. Que une a actrices con pensadoras, con trabajadoras, con enfermeras,
médicas, madres, abuelas. Fascinante.
Y que ofrece un gran camino por recorrer
todavía…
Ampuero |
- Sin duda. Y la Ley del aborto legal y
gratuito en Argentina se va a conseguir. Y en Ecuador estamos dando la lucha
también, y se va a conseguir. Se va a conseguir en Latinoamérica porque es una
lucha que no abandonamos. Fíjate que en España la violencia sobre las mujeres
es una cosa brutal: las violaciones, en primer lugar, pero también la violencia
pública. Así que en ningún lado estamos a salvo. Y si en ningún lugar estamos a
salvo, tenemos que hacer una sororidad mundial. De hecho estoy pensando en
hacer una app (aprovecho a contarte, a ver si alguien me la financia) para que
podamos decir: “En este bar, acosan”, “En este restaurante hay un camarero que
es baboso” o “En esta la discoteca, en el baño, me violaron”. Que tengamos como
un Trip Advisor para poder decirnos dónde estamos a salvo. O si estás en tal
barrio, cómo salir, dónde pedir un taxi seguro, o si hay recomendaciones de
niñeras o guarderías si estoy en otra ciudad, etcétera. Utilicemos la
tecnología, que es lo que nos ha permitido hablar con todas al mismo tiempo y
lo que ha permitido que esto sea tan potente. Podríamos hacer algo y denunciar
el acoso, el maltrato, la violencia así a nivel global. Que vean que nos
estamos tomando la seguridad como un tema propio, ya que no nos ayudan. ¿Por
qué no hay un pensamiento urbanístico dirigido a las mujeres? Las alcaldías no
están haciendo nada al respecto, al contrario, nos sueltan la idea de “No
salgan de casa”. Pero eso no va a pasar ya. Y mucho menos en las nuevas
generaciones. Ya no nos pueden tener encerradas haciendo bebés, tartas y
abriguitos.
Y en este mapa, ¿en qué lugar quedan los hombres
que no adhieren al patriarcado, los hombres que están a favor de las luchas
feministas?
- Lo que me emputece muchísimo es que nos digan
cómo hacer la lucha. Que se crean más feministas que las feministas, más
feministas que las mujeres. No, no. A ver: calla. Calla, escucha, respeta. Yo
reconozco que en la lucha racial, la lucha de los negros, con Martin Luther
King y Rosa Parks, era importante que la sociedad blanca luchara, escuchara,
tomara partido. Era importante ir a las manifestaciones, pero que los blancos
no tomaran el micrófono. Del mismo modo, con los varones en esta lucha: apoya
en silencio, no quieras otra vez ser cabeza de cartel, no quieras encabezar las
marchas. Apoya. No puedes encabezar la movida porque no es tu lugar. Aprende
cuál es tu lugar en esta lucha y siéntete a gusto con él. Eso nos demostrará que
eres aliado: sentirte a gusto con ese lugar silencioso, de apoyo silencioso,
porque tampoco queremos el “yo te explico”, porque nosotras venimos de ese
lugar. Aprende también cómo se siente estar en ese lugar y, si de verdad eres
aliado, apóyanos en silencio. Quédate con los niños para que la mujer vaya a la
marcha, haz lo que puedas para facilitarle a tus compañeras de trabajo, a tu
mujer, a tu madre, a tus amigas, a quien sea, su lucha, su pedido. Si eres
político, tienes que actuar. Pero no vengas a decir que tienes derecho a
sostener la pancarta, ni cultives el mansplaining. Por favor: no te
avergüences a ti mismo.
* Si bien Ampuero no explica directamente de qué
modo esa fragilidad infantil fue quebrada, hay una escena que cuenta en una
crónica de Anfibia que relata el suceso mencionado: http://www.revistaanfibia.com/cronica/viajosola-a-mi-me-mata-el-asesino/.
Para seguir
leyendo a María Fernanda:
Pelea de
gallos, Páginas de espuma, 2018. (Distribuye Waldhuter)