Por Amalia Sato
Desde el triste viernes 10 y en desorden se suceden imágenes, con el mismo
timing dramático que Mary sabía dar a sus relatos, las manos gesticulando, la
carcajada como comienzo y cierre, la urgencia y picardía de la confesión y el
testimonio sin retaceos: el legendario vestido de barracán que Romero Brest
elogia en el di Tella asegurando “esto es una obra de arte” y el recuerdo de su
muestra en Casa del Bicentenario; la exposición en el Malba con los vestidos
formando una doble hilera de gala; la caja con fotos de sus desfiles pioneros;
los gritos de alegría y el “ya vas a ver” al recibir unos pequeños
prendedores-flor de ciruelo de tela rellena adorno de kimono y Mary volviendo
de su cuarto taller con una caja repleta de las mismas flores en versión tela
vernácula, que estaba experimentando: coincidencia en el sabio conocimiento del
material; sus pequeñas obras maestras: los broches con telas triangulares
superpuestas, en gamas imperiales, o las calas-pin con tallo de terciopelo y
copa de tul, o los prendedores-carita o sea damas de rostro redondo pintado,
tocadas con velos y sombreritos, o arropadas con cuellos y bufandas que hacían
imaginar un ensemble invisible maravilloso, y la alegría de quienes portaban
esta bijouterie de tela; la colección de ponchos-pashmina-capa desplegada sobre
los sofás de su sala y el asombro de las deseantes de esas piezas únicas,
hechas con prendas antiguas, realzado su trajinar vital con bordados, apliques,
bordes, que los transforman en el toque refinado de una corte imaginaria; las
cenas acompañadas de buen vino y los platos donde se conjugan los sabores en
abanico, que resguardan a la anfitriona de un servicio complicado y de
interrumpir la charla siempre interesante; el orgullo de la artífice al abrir
su armario espejado-probador y permitir que sus visitas modelen y prueben
tapados, sacones, trajecitos, vestidos, que inevitablemente las conduce a una
señorial gestualidad dandy al levantar cuellos, arremangar puños, demorar una
abrochadura de botones, para observar y disfrutar de forros en contrastes de
color o textura inesperados, o de martingalas, tablas y pliegues estructurando
una elegancia única de factura impecable.
El jueves a la noche, en la conversación por
teléfono eran la alegría por cuidar a su adorada nieta Lucía la noche del
viernes, el deseo de ir concretando un viaje al Norte en busca de más ponchos
nobles pues en su transformación alquímica era la prenda más codiciada, las
ganas de una exposición el Museo Evita, y también las ganas de retomar la idea
de un libro sobre su obra y persona.
Mary Tapia, talentosísima creadora tucumana, murió
el 10 de junio de 2011.
Barracán, aguayo, bayeta, chiya, aho poi, chagua,
buche de avestruz, picote, los tonos del nogal, algarrobo y azafrán, y el
fucsia, color llamado “Maravilla” en el Norte.
Texto originalmente publicado el 17 de junio de 2011
Texto originalmente publicado el 17 de junio de 2011
Íntima
Mary Tapia, en el Museo del Traje, Chile 832, 4343-8427. Martes a domingos, de 11
a 19. Hasta el 2 de septiembre de 2018.