Una casa impropia: sobre la exhibición Womenhouse y las políticas del espacio doméstico

Por María Emilia Franchignoni

Desde la noción del útero como nuestro primer hogar hasta la idea de la mujer como el “ángel de la casa” o el “alma de la familia”, muchos son los arquetipos, discursos y demás construcciones culturales que vinculan simbólica y materialmente a las mujeres y sus cuerpos al espacio doméstico. Esta asociación no es azarosa y su persistencia a través del tiempo está íntimamente ligada al mismísimo concepto de género. Como describen Nora Domínguez y Ana Amado en la presentación de una compilación de Donna J. Guy y Daniel Balderston de fines de los ’90 titulada Sexo y sexualidades en América Latina, el género es un conjunto de “tramas de sentido” que otorgan significación a lo masculino y a lo femenino en cada contexto histórico a fin de establecer “un reparto dual y básico del mundo”. En esta ficción cuidadosamente guionada, la división de roles no dejaba lugar a dudas: para el hombre, lo público, y para la mujer, lo privado.

Ya en las primeras décadas del siglo 20, Virginia Woolf describía en su visionario ensayo A Room of One’s Own (Una habitación propia) la confinación de las mujeres a la domesticidad, y lo que significaba para ellas en términos del acceso a la educación, la profesionalización y a la realización personal, en un contexto social donde esas posibilidades les estaban vedadas. Por eso, en este manifiesto que ha trascendido la especificidad de su época, Virginia Woolf asocia la autonomía y progreso de las mujeres, en este caso escritoras, a la creación de un espacio propio, de una habitación “silenciosa” donde pudieran “encerrarse” sin ser molestadas.

La necesidad de un espacio propio, físico, donde poder trabajar en su obra, y de un espacio simbólico, de reconocimiento, es el punto de partida que congrega a las 36 artistas que integran la exhibición Womenhouse, organizada por la Monnaie de París y recientemente inaugurada –el 9 de marzo- en el National Museum of Women in the Arts de Washington.

Miriam Schapiro y Judy Chicago
El nombre y el concepto de la exhibición es una especie de homenaje a Woman House, experiencia sobresaliente del arte feminista de los años ‘70 conducida por las artistas Judy Chicago y Miriam Schapiro, fundadoras del entonces incipiente programa de Arte Feminista que comenzaba a gestarse en la prestigiosa CalArts. Woman House fue un proyecto multifacético que en todas sus instancias desplegaba la complejidad de la (falta de) intervención de la mujer en el campo del arte: fue a la vez un espacio de exhibición, un proyecto académico, un workshop de performance art, una muestra de arte feminista hecha por mujeres, un manifiesto, una intervención social, un proyecto inmobiliario, una instalación, una experiencia comunitaria y, finalmente, un gesto de interacción entre la teoría y la práctica que buscó modificar la mismísima infraestructura de la disciplina y campo en el que estaba interviniendo. Durante aproximadamente tres meses se consiguió una locación para albergar el proyecto, una vieja mansión abandonada de Los Ángeles y un grupo de mujeres, estudiantes y artistas del programa de Cal Arts se entregaron a la construcción y reconstrucción del espacio que luego albergaría la exposición de sus obras: performances, fotografías, pinturas, esculturas e instalaciones que tomaban como eje el espacio doméstico y el significado que éste tenía en la vida de las mujeres. Este amplio espectro de trabajos señalaba la casa como un espacio ambiguo y dual: refugio y prisión, amable y siniestro.  Como obra de arte conceptual y proyecto artístico, Woman House inauguró además una forma de plasmar la presencia de las mujeres en el arte: múltiple, diversa, colectiva, plural, corporal y autorreflexiva.

Formas que también caracterizan la constelación de obras que hoy se exhiben en el NMWA de Washington y que igualmente despliegan una miríada de abordajes al interactuar con el espacio doméstico. Están las que intervienen concretamente desde el feminismo, otras se aproximan a la casa desde lo poético o a través de lo político, y algunas lo hacen con una mirada nostálgica. La muestra está organizada en 8 secciones: “Amas de casa desesperadas”, “La casa, esa herida”,  “Una habitación propia”, “Casa de muñecas”, “Huellas”, “Construir es construir”, “Hogares móviles”, “Mujeres-casa” y en ellas pueden verse artistas de los 4 continentes, consagradas y revelaciones, históricas y contemporáneas, del siglo 20 y 21.

Nana-Maison II,  Niki de Saint Phalle
Sus obras, al igual que las de sus predecesoras, hacen hincapié en la complejidad y ambigüedad que el espacio doméstico ha significado para las mujeres: un espacio de confinamiento o de libertad, un anclaje real o surrealista, un ambiente familiar o extraño. Por un lado, están las artistas que retratan la domesticidad como un encierro y una condena; y por otro, las que encuentran en la casa un potencial de subversión de las dinámicas sociales establecidas, y que se atreven a fragmentar ese espacio monolítico para encontrar allí un lugar donde crear una arquitectura propia. En este último sentido, encontramos las monumentales Salon de Coiffure (2000) de Shen Yuan, un refugio hecho de trenzas de cáñamo que visto desde afuera parece una gigantesca peluca rubia, transformando las lógicas del patio en el que se emplaza en una escena surrealista, y Nana-Maison II (1966-87) de Niki de Saint Phalle, escultura que remite en su morfología a un cuerpo de mujer que deviene en casa festiva, alborotada, colorida, colosal y atrevida que se impone en el espacio que habita. Su descollante presencia resulta imposible de obviar, dominar o silenciar y parece invitar a las demás mujeres a ocupar otros espacios, a atreverse a soñar con desenfado y alegría.

Semiotica de la cocina, Martha Rosler
Para artistas como Martha Rosler o Cindy Sherman, la domesticidad es un espacio para parodiar, por sus convenciones estrictas y estereotipadas. En las ya clásicas Film Stills  de Sherman de fines de los ‘70 se recrean escenas de la vida cotidiana y casera, atravesadas por cierto tratamiento cinematográfico, en donde las estereotípicas mujeres hacen mise-en-scène de su frustración y angustia en un ambiente demás sofocante. En la célebre video-performance de Rosler Semiótica de la Cocina (1975), la simple acción de nombrar uno a uno los elementos de la cocina se convierte en un motivo para desatar la furia y transformar los utensilios en peligrosas armas, contrarrestando la imagen dócil y placentera de la ama de casa.  En este mismo tono, la ilustración de Birgit Jurgenssen, Trabajos de ama de casa del mismo año, muestra a una mujer que plácidamente está planchando a un hombre. En estas obras, la crítica y la ironía sobre los quehaceres domésticos constituyen la principal herramienta para desafiar un sistema patriarcal que prohibía a las mujeres desenvolverse libremente en el espacio público. Extremando aún más este gesto, están las artistas que literalmente retratan el hogar como una cárcel: Helena Almeida, Jurgenssen y Lydia Schouten muestran cuerpos fragmentados por algún signo de encierro, elementos que provenientes de las casas, cercenan sus extremidades: rejas, portones, alambrado o directamente una jaula.

Katleho Mashiloane y Nosipho Lavuta, de Zanele Muholi
Contrariamente, en las fotografías de Claude Cahun y Francesca Woodman pueden verse formas lúdicas y creativas de estar en casa, maneras propias de crear una habitación para sí mismas, ya sea en un aparador o entremezclando el cuerpo con texturas de las paredes o provenientes de las diferentes materialidades que habitan en un hogar. En el caso de la artista sudafricana Zanele Muholi, quien en su fotografía retrata la intimidad de dos mujeres besándose al lado de una estufa, el espacio doméstico es un refugio y un espacio de resistencia a la heteronormatividad.

No podían faltar en esta antología todas las versiones de las casas de muñecas: la original de Woman House (1972) de Miriam Schapiro, las maquetas de Laurie Simmons y la obra de Rachel Whiteread, Modern Chess Set (2005). Sus miniaturas señalan a través de una tramposa relación de escalas aquel siniestro juego de espejos entre las muñecas, aquellos primeros juguetes asignados con exclusividad a las mujeres y los modelos impuestos por la cultura patriarcal desde la infancia.

Casa ambulante, Laurie Simmons
La imbricación entre los cuerpos de las mujeres y la arquitectura doméstica se vuelve explícita en la serie de Louise Bourgeois Mujer-casa de  la década del ‘40 y en la obra Casa ambulante (1989) de la citada Simmons. Sus esculturas y dibujos muestran corporalidades fagocitadas por las estructuras domésticas: partidas, ausentes o directamente tomadas por su morfología. En ellas, se da una suerte de metamorfosis en el que ambas entidades se vuelven completamente indisolubles y de este modo, alertan muy elocuentemente acerca del peligro de disolución de las mujeres detrás de ese vínculo tan próximo.

Si bien con el transcurrir de los siglos, la relación de las mujeres con los espacios privado y público se ha modificado, nuevas cifras y estadísticas nos demuestran que esta lógica no se ha revertido completamente y que las mujeres hoy siguen estando atadas a estos mandatos antiguos mediante formas nuevas y contemporáneas. No obstante, las artistas de Womenhouse parecen afirmar que a pesar de haber sido un destino irredimible para muchas, la casa puede llegar a ser además un espacio de creación y subversión. A través de sus acciones y enunciaciones, estas obras articulan dialógicamente un panorama en el que la imaginación y en consecuencia, la creatividad artística se transforman en uno de los enclaves estratégicos para la intervención feminista, mostrándonos que las artistas mujeres han estado y siguen liderando la vanguardia de los cambios sociales e históricos.