Manteniendo viva la pasión y el optimismo por un teatro comprometido


Por Guadalupe Treibel

“Es completamente vegano, apto para todos los paladares. Allí tienen sal y picante, por si quieren especiar”. Con cucharón en mano, revolviendo un aromático guiso de lentejas en olla industrial, así recibía la dramaturga y directora Marianella Morena en el estreno total de Naturaleza trans, su última obra, que tuvo cita el pasado mes en Santos Dumont 4040 en el contexto del FIBA. Mientras, luciendo sus mejores galas, Alisson Sánchez, Nicole Casaravilla y Victoria Pereira, tres chicas trans, ofrecían afablemente agua o limonada a un público encantado con el inesperado ágape. “La comida fue un determinante en nuestro proceso de trabajo, como también lo fue el contacto con los animales. Me parecía importante mantener esos rasgos; que sobrevivieran esas herencias sin que fuera un gesto forzado o esnob”, explica a Damiselas la artista uruguaya sobre esta pieza testimonial, creada a partir de varias convivencias, reunidas las cuatro en medio del campo, conociéndose entre mates, gallinas, portuñol y ensayos.

Sin recurrir al golpe bajo ni caer en la solemnidad, Naturaleza trans es un compendio de relatos personalísimos, recuerdos de infancia y adultez de Alisson (24), Nicole (31) y Victoria (19) que se abren en canal para contar -parte de- sus historias. La alegría de vestir por primera vez ropa de mujer. Haber tenido que abandonar el colegio. Las palizas de bestias homofóbicas y machistas. El abandono familiar. Los novios, los amigos, los miedos. El apoyo de una madre. La pobreza. Las operaciones (para limar la nuez de Adán, para feminizar la voz…), los trámites para cambiarse el nombre, los peligros de inyectarse hormonas de venta libre… “Para mí ser mujer va más allá de tener una concha y tener hijos. El ser mujer es sentirse, el ser, el expresar. Una mujer es la negra, es la blanca, es la indígena, es la migrante, es la gordita, es la delgada, es la que tiene hijos, es la que no puede tener hijos, es la puta, es la torta, soy yo mujer trans, somos todas mujeres”, dice Nicole en esta entrañable pieza que echa luz sobre el cotidiano de la población más vulnerada de la comunidad LGBTQ+.

Vale decir que no es la primera obra que Morena presenta en Buenos Aires, con sumo éxito. Años atrás, trajo Las Julietas, entrevero de fútbol, Shakespeare y la construcción de la masculinidad rioplatense; Trinidad Guevara, rescate escénico de la gran actriz del siglo 19; No daré hijos, daré versos, sobre la poeta uruguaya Delmira Agustini, precursora de la poesía erótica, referente de la Generación del 900, asesinada por la violencia machista en 1914… Libre de postureos, con genuino compromiso feminista, la multipremiada MM tiene en su haber cantidad de piezas que ha movido por el mundo (Alemania, Francia, Nicaragua, Venezuela, Paraguay, Chile, España, Estados Unidos, etcétera): Jaula de amor (sobre la violencia de género), Don Juan, el lugar del beso, Elena Quinteros, presente, Antígona oriental, entre ellas. Es además docente, y durante dos años se desempeñó como directora del área de Dirección Artística de la intendencia de Canelones. 


¿Cuál fue el punto de arranque de Naturaleza trans?

Naturaleza trans
- Vengo trabajando hace un tiempo con historias reales, testimoniales, con biografías. Tiene que ver con una evolución personal, un diálogo como artista o ciudadana con lo que está del otro lado de la ficción. En este caso puntual, a mí me convocan para una residencia de Campo Abierto, que es una instalación doméstica en medio del campo, donde hay sitio para vivir, comer y ensayar; está en Rivera, en la frontera con Livramento, Brasil. Me invitan a trabajar con chicas trans en este lugar que te aleja de todo: no tenés ningún tipo de influencia externa, no hay dispersión, podés crear tu propio hábitat. “Convivamos unos días y veamos qué podemos generar”, dije de entrada. Ellas tenían ganas de encontrar un dispositivo, una estructura que habilitara que su voz se escuchase. Y se generó un encuentro genuino, de confianza, sin que hubiese una meta que alcanzar. Porque la meta de antemano es peligrosa: te come, no te deja mirar para los costados. Cuestión que, así, en ese convivio específico, entre lo cotidiano, lo real y lo natural, y a partir de ciertos estímulos, ejercicios y propuestas, fueron apareciendo los relatos…

¿Cuántos días compartieron juntas?

- La primera vez fueron 5 días, luego le siguieron dos residencias de un mes cada una. Capaz parece poco, pero un mes en medio del campo es muchísimo: cuando no estás ensayando, estás desayunando, conversando, conociéndote… Un poco como entrar en sacerdocio, meterse en el monasterio. Yo estaba en un modo esponja constante, iba asimilando un montón de información, que después te hace más fácil llegar a ciertos mecanismos, a ciertas emocionalidades. Es otra modalidad, que te cambia la dimensión del tiempo y te genera otra forma de acumularlo y de capitalizarlo. A mí me trastocó un poco, me corrió de lugar, y tuve unos días medio delirantes, de jugo cerebral, ¡sin ningún tipo de consumo psicotrópico! (risas) En un punto, salir de la máquina autónoma, de los tiempos del robotito, ya es ganar la pulseada.

Siempre has criticado el trato autoritario de ciertos directores con actores y actrices, la idea de imponer el orden jerárquico para darse ínfulas. Este trato horizontal del que sos partidaria, ¿ayudó al proceso creativo? 

Nicole Casaravilla
- Sí, porque no significa que yo deje de ser la directora, no lesiona los roles. Al contrario, permite el encuentro genuino y la confianza, muy importantes para generar entrega. Descreo absolutamente de que la dirección tenga que ver con darse importancia, con un orden jerárquico, con el destrato. En especial, en este tipo de trabajo, donde tenés espacio, tiempo y realidad, pero no existe una herramienta técnica instalada, desarrollada e instrumentada como sí sucede con una actriz profesional. La verdad, no sé si hubiéramos podido armar esta obra en la ciudad, donde cada uno se va a su casa y el pensamiento ajeno invade sobre lo que una está construyendo, que es muy delicado. Estamos hablando de materialidades muy frágiles, de personas frágiles con vidas y emocionalidades muy complejas, de una construcción escénica de una gran fragilidad. Estamos en un precipicio: es la marginalidad de la marginalidad. Victoria, por ejemplo, no terminó la escuela primaria; empezó a trabajar a los 9 años porque, viniendo de una familia en un nivel de pobreza absoluta, no tenía otra opción: o se labura o se roba. Son construcciones muy fuertes. Sí, son historias de chicas trans, pero también son historias de pobreza. Todas las vulnerabilidades presentes. A Nicole la madre la abandonó y la criaron sus abuelos. Su abuelo juntaba basura, y ella cuenta que de esas bolsas muchas veces se calzó, se vistió, comió. Ella es la más militante, la activista, la líder, con la que nos pusimos en contacto inicialmente.

¿Es la primera vez que trabajas con personas sin formación actoral?

- Sí, pero esta es la primera vez que tienen el peso de la responsabilidad escénica, que lideran la escena. En Antígona oriental, de 2010/11, trabajé con expresas políticas de la última dictadora militar uruguaya, pero ellas eran el coro: los personajes de Sófocles que sobrevivieron los interpretaban actores. También dirigí un proyecto multitudinario en Lima, Perú, Bicentenaria: suerte de megaperformance del que participaron desde artistas hasta sindicalistas. Por el esquema de masas, cada grupo de 20 era dirigido por una actriz que marcaba la pauta de movimiento. Ellas decían los textos, lo demás era coreográfico.

Has declarado que se trata de una obra de fronteras…

Alisson Sánchez
- Como surge en la frontera territorial y en la frontera biológica, fue lo primero que visualicé, antes incluso de que surgiera cualquier tipo de posibilidad escénica. Y resultó ser una muy buena plataforma ideológica donde pararse, para tener el norte claro. Porque en este tipo de proyectos es muy fácil perderse, quedar atrapado en el deslumbramiento exótico, en lo presuntuoso o en lo experimental; peyorativamente hablando, claro… Tener ese eje me dio una solvencia ética, imprescindible cuando trabajás con la exposición del otro. Después empiezan a aparecer otras fronteras: la legal, la jurídica, la del prejuicio -que me parece la más grande de todas-, la ficción y la realidad… También apareció una frontera que no había percibido inicialmente: la naturaleza (a la que refiere el título de la obra) en su sentido más básico: las formas en las que nos vinculamos con la tierra y el agua, los ciclos, los animales… Ese universo con el que no nos relacionamos: lo consumimos. ¿Cuánta gente dice que va al mar para que el mar le dé paz? El mar no te tiene que dar nada, pero los seres humanos sociales somos utilitarios y consumistas y creemos que todo está a nuestro servicio. El mundo como un gran supermercado.

Volviendo al tema de los prejuicios, elegís como epílogo de la pieza un texto en prosa poética, “El ojo de es un francotirador”, de tu autoría. ¿El infierno sería finalmente la mirada del otro…?

- Tiene que ver con eso, sí. Está asociado a la mirada de ese espectador pasivo que se cree el más progre de todos, que piensa que no está haciendo nada cuando -en realidad- está armando prejuicios. Vos, yo, todos nosotros, que creemos que el problema está en otra dimensión y en otro espacio, pero que con el simple hecho de mirar ya estamos juzgando, colocando al otro en un casillero para sentirnos seguros, para estar tranquilos.

Además de ser recitado por un actor, el estilo contrasta con lo testimonial…

- Lo que quedó es el hueso, el último reducto, que es sumamente austero: apenas un detalle de la ficción. Porque originalmente había pensado en usar mucha más ficción (llegué a armar personajes como un sacerdote); también que iba a ser un poquito más dialogado, pero no fluía. En las primeras experiencias con público, en noviembre de 2018, por darte un ejemplo, empezábamos con un actor recitando el monólogo “Ser o no ser” de Hamlet… Pero lo documental, lo testimonial tenía tanta fuerza que me comió lo otro, lo dejó débil.

¿Los relatos son ciento por ciento de Victoria, Alisson y Nicole?

Victoria Pereira
- Son de ellas, absolutamente reales, sin retoque ni color. Y pertenecen a quien los dice. Lo que quedó fue algo conversado, acordado; para mí era fundamental respetar esa línea ética. Sí hubo un ordenamiento, trabajé una línea editorial. Al usar solamente la palabra, el relato tenía que tener el componente de acción… Están dirigidas en ese sentido.

¿Cómo acordaron qué decir en escena?

- Al principio parecía inabordable e impenetrable. Pero hicimos ejercicios, juegos, improvisaciones, empleamos muchísimos resortes para ver por dónde aparecían los relatos. No hubo un solo vehículo: hubo formas naturales, formas creadas y todas las demás. Si yo veía una puertita, intentaba abrirla. También conversamos pila sobre qué significa ser mujer, qué es lo femenino y lo masculino, el machismo, la construcción binaria… A medida que ellas se fueron dando cuenta para qué les podía servir la experiencia, se fueron soltando más. Como cualquier persona que denuncia, ¿no? Si sentís que tu denuncia sirve para algo, vas para adelante…

A pesar de compartir anécdotas durísimas, conservan la alegría, el desparpajo, puesto de manifiesto a través de -por ejemplo- el baile.  

- Cuando no ensayaban, bailaban. El tiempo libre era baile. Por eso consideré fundamental que apareciera en Naturaleza trans, porque es parte de la línea testimonial, del presente de estos cuerpos que dicen “Acá estamos”. Creo que esos momentos de alegría, que tanto impacto tienen, le dan mayor fuerza a la reivindicación y a la denuncia, diferente al que tienen cuando están enmarcados en la queja. El mismo contenido se modifica, tiene un desplazamiento distinto, otra posibilidad popular. Para mí, el enojo no es un motor. El odio me bloquea, me anula, me amarga, me envenena, me aniquila. Capaz hay gente a la que le sirve como disparador de la acción, pero no es mi caso. A mí me saca potencia, me corre del eje. No creo en ese móvil.

¿Dirías que es una experiencia catártica para ellas?

- Yo creo que sí. Ayer hablaba con Nicole y le decía: ¿Viste el poder que te da la escena?, y estaba completamente de acuerdo. Es un capital impresionante, no solo para compartir un recuerdo negativo sino para crecer desde otro lugar.

¿Pensás que el teatro tiene que cumplir un fin social, aportar su granito más allá del mero entretenimiento?

Las Julietas
- Una pieza teatral es una herramienta tan fantástica, un privilegio tan enorme, que me da no sé qué desaprovecharla. Que sea solamente una máquina de facturar me parece un desperdicio. Aún haciendo el teatro más comercial podés dejar un margen rescatable, que no todo sea vacuidad. ¿Tenés que comer? Ok, hacé una concesión del 90 por ciento, pero dejate un 10 para hacer patria. El 100 por ciento, nunca. No todos son conscientes del gran poder que tienen entre las manos, hagan una obra frente a 10 o 1000 espectadores. En ese sentido, soy super utópica, sigo creyendo que si transformaste a uno, transformaste al mundo. Es irreal pensar que el cambio tiene que ver con el tejido social masivo… Básicamente porque es inmedible, muy relativo: a lo mejor tu trabajo repercutió en una persona, que después tiene un hijo revolucionario. Creer que tu obra no tiene incidencia porque influyó en “apenas” 10 personas es no haber leído, no conocer la historia, que nunca es unilateral, que no sigue un camino lineal o rígido. Desde ese lugar de ingenuidad y optimismo me relaciono con el teatro; es el sostén de la pasión, el lugar del alimento.

¿Una vocación inevitable?

- Más que una vocación, yo diría que es una elección diaria. Ya sé, ya sé, ¡parezco un misionero hablando! (risas). Pero uno elige mantener la pasión del mismo modo que elige conservar la mística o la frescura. Eso también se piensa, tiene que ver con el pensamiento. Uno decide mantener la infancia, entendiéndolo como el período que nuclea la ilusión.

Bien interesante cómo, en Naturaleza trans, las chicas se apropian del Ave María o el Padrenuestro y los reversionan. Elevan rezos… contra la iglesia católica y la evangelista.

- Lo religioso es cultural. Rivera está cruzada por las múltiples creencias y ritos de Brasil, como las umbanda, el candomblé, la quimbanda. Hay una mezcla entre lo católico y estas religiones afro que, por negativo o positivo, están muy presentes. Son mucho más mundanas: la gente va porque quiere trabajo, por ejemplo. Tienen otra modalidad con la miseria humana, no castigan la debilidad como la iglesia católica. Tampoco te piden que sea mejor persona, que estés “libre de pecado”. Fluyen con las necesidades humanas, son ritos entrelazados con la cotidianidad, que en muchos casos ellas tienen tan incorporados que ni siquiera los perciben como algo religioso. La santiguada, por caso. Es algo que necesitan para estar mejor, como quien hace un hechizo o practica meditación. Igual, como te mencionaba: esa es la influencia brasilera, parte del fenómeno del sincretismo popular. Uruguay es superlaico. Obviamente hay una población católica, pero es minoritaria y no tiene tanta fuerza.

Repasando tu carrera, es indiscutible que has mantenido una línea coherente y ética como dramaturga y directora comprometida con la causa feminista: rescatando mujeres notables, que rompieron el molde, muchas veces olvidadas por la historia…

No daré hijos, daré versos
- Sí, las voces femeninas silenciadas, opacadas, muertas… Enfrentarte con estos personajes históricos de mujeres nos pone en contacto con cosas relevantes de nosotras mismas. Una de mis primeras obras fue Elena Quinteros, presente, en 2003, sobre una maestra desaparecida. Lo siguiente que hice fue Trinidad Guevara, sobre la actriz más importante del siglo 19 del Río de la Plata (madre soltera de 7 hijos con distintos hombres, intérprete de algunos personajes masculinos, cabeza de compañía en cierta etapa de su carrera). En 2014, No daré hijos, daré versos, sobre la poeta uruguaya Delmira Agustini. En 2012, trabajé con la Comedia Nacional, que es el elenco estable del teatro Solís, sobre trabajadoras sexuales; la obra se llama Clandestina. Y hace tres años estrené Ella sobre ella, sobre Carlota Ferreira, una mujer que desafió la moral del Montevideo pacato del siglo 19: fue una prostituta que se casó con un ministro, que fue amante de un pintor muy conocido en Uruguay, Juan Manuel Blanes, que la retrató en 1883 en un cuadro muy famoso… Me interesa especialmente desenterrar a estas mujeres, más o menos conocidas, ver cómo ir ficcionando sobre ellas, pensar estrategias de visibilidad, de iluminación. En el caso de Naturaleza trans, lo preponderante era que ellas estuviesen en escena, ese era el periplo. Mirá, el otro día estuve en una ronda de negociaciones con programadores, algo que nunca había hecho, y uno de ellos me pregunta: “¿Qué es este capricho de ponerte a investigar sobre mujeres trans? ¿Es tu juguete nuevo?”. No, no estoy haciendo paracaidismo: es parte de una evolución de trabajo en relación al silencio de la voz femenina…

Qué comentario más ignorante y machista…

- Ay, sí, ¡qué pereza! Aparte, no era una mesa para discutir mi carrera artística: si te interesa la obra, bien; sino, ‘ta. De hecho, no le interesaba: me dijo que no podía llevarla a su teatro. Lo hizo para hinchar y sacarme tiempo, que de por sí era escaso. Solo tenía 7 minutos. Por suerte, había gente muy piola, en especial los europeos, muy interesados por conocer cómo y por qué se hizo Naturaleza trans, no solo en el resultado final.

¿Se dio en el contexto del congreso ISPA -International Society for the Performing Arts-, en Nueva York, donde fuiste la única directora de América Latina invitada?

- Tal cual. El eje del congreso era la frontera, y en mi mesa –moderada por una norteamericana- estábamos una directora palestina que tiene un teatro en Gaza, un director audiovisual irlandés y yo.

En Uruguay, ¿ha tenido algún rebote el colectivo de Actrices Argentinas? ¿Se están agrupando las mujeres artistas?

De pequeña, con su familia en Sarandí Grande
- No, no ha habido nada que se le parezca. Hay colectivos feministas como Mujeres de negro, por supuesto, pero no específicamente de artistas. También es cierto que, en términos de ficción televisiva, Uruguay es un país pobre, y si esta agrupación ha tenido tanta repercusión es porque la integran actrices conocidas, con un gran respaldo de popularidad, parecido a lo que sucedió en Hollywood con el #MeToo, algo que aquí prácticamente no existe. La verdad que es brillante lo que han hecho; es un claro ejemplo del buen uso del poder, de cómo podés involucrarte en lo social y político como artista, aún sin hacer teatro, cine o tevé social y político (algo que tampoco asegura nada: ¿cuánta gente se declara de izquierda y termina siendo flor de explotadora?). Actrices Argentinas es un ejemplo perfecto del nuevo paradigma de actriz o actor comprometidos. Ya no se trata de hacer piezas de determinado tipo; es una posibilidad, sí, pero el abanico se va abriendo.

¿Cómo ves la situación del teatro uruguayo hoy día?  

- Creo que está pasando por un momento sumamente saludable. Y no hablo en términos de producción y creación, que desde los 40s en adelante ha sido muy fuerte, ni enfatizando en la calidad o el compromiso de la escena independiente: me refiero a que se viene desarrollando una confianza en el lenguaje propio, en el desarrollo dramatúrgico, en la autoría. Y el sistema de producción y el lenguaje están, para mí, absolutamente interrelacionados: el modo en el que creás, es el lenguaje que generás. Los dispositivos también forman parte de los relatos. En ese sentido, se están multiplicando las maneras de decir; ya no es “tengo un texto y lo represente”, eso ha quedado en un lugar casi museístico… A mí me da mucho placer crecer, ir encontrando cosas que antes no conocía. Soy así de hedonista. El otro día me preguntaban: ¿vas a volver a la ficción? ¡Nunca me fui!, pertenezco a ese universo. No me dejes suelta en el mundo real, por favor, que me muero de angustia (risas).

Naciste en un pueblo chico del interior, dentro de una familia que nada tenía que ver con la cultura, el arte ¿Cómo creés que surge en vos el interés por la actuación primero, la dramaturgia y la dirección más tarde?

Adelante a la izquieda, de niña con pelo cortito
- Uno siempre está buscando conexiones, explicaciones para entender de dónde viene el asunto. Pero no siempre hay razones; en mi caso, al menos, no podría precisarlas. Yo vengo de una familia del campo, de nietos de campesinos italianos y españoles. En mi pueblo no había ni cine ni teatro ni casas del libro; jugaba en la calle, con animales. Y fui al teatro por primera vez recién a los 17 años. Lo que sí: desde chica tuve un nivel de evasión de lo real enorme. Mi madre me cuenta que me la pasaba creando mundos paralelos, imaginando cosas, a pesar de no tener herramientas sobre lo fantástico para desarrollarlos. Igual me las ingeniaba: haciendo hablar a mis muñecas, por ejemplo, con distintas voces. Mamá también dice que siempre fui arisca, y yo le remacho que ese es un concepto para animales, que yo era independiente. Y bastante rebelde, en el colegio -me mandaron a uno de monjas- me la pasaba en penitencia. Fijate que cuando era niña, tendría 6, 7 años, durante un cumpleaños, mis familiares –que era reconservadores- me preguntaron qué quería ser cuando fuera grande. “Quiero ser hombre –les dije- Me voy a ir a Estados Unidos y cambiarme el sexo”. Todavía recuerdo el silencio de ultratumba, cómo se quedaron mirándome como si fuera un extraterrestre… Para mí la explicación era evidente: si no me dejaban hacer muchas cosas “porque sos mujer”, y a mi hermano sí “porque es un varón”, lo que quedaba era cambiar de sexo, por la libertad era del hombre.

Con su hijo, actuando en la calle
Tu incursión en el mundillo teatral fue una feliz casualidad, con un puntito delirante… 

- A los 21 acompañé a una amiga a la prueba de arte escénico de la Escuela de Teatro de El Galpón. Y una actriz muy conocida -Myriam Gleijer, la hermana de Adela Gleijer- se me acercó y me preguntó si yo me iba a presentar. Le expliqué que no, pero ella me dijo que me veía condiciones, si no me animaba. Como en esa época tenía mucho desparpajo, una mezcla de libertad, juego y desenfado, me mandé. Sin haber preparado nada, de pronto me vi frente a la mesa examinadora: todos popes, prestigiosos maestros. Me dieron tres textos (uno trágico, uno cómico y uno dramático) y 40 minutos para prepararlos. Creo que los conquistó mi atrevimiento: no parpadeaban, estaban atónitos. Y entré. Cursé cuatro años. Y entendí que era lo mío. Jamás salí de ese universo. Lo sigo recorriendo como un amante recorre un cuerpo.