... Alcanza
con echar veloz vistazo por su cuenta de IG para corroborar que el hype se
condice con las salas llenas: Bruselas, sold out; Ámsterdam, sold out; Berlín,
sold out; París, sold out; datito de apenas los últimos días. Biig Piig -nom de guerre de Jess Smyth- no para de
ganar terreno en la escena europea, y la está petando con el aval de la crítica
especializada que ha dado veredicto con unanimidad: hay que estarse atento al
talento de la emergente chicuela irlandesa. Tiene 21 años, nació en Cork, es la
mayor de 4 hermanos, vivió en España entre los 4 y 12, y acabó en el oeste de
Londres, donde laburó como crupier de póker y mesera antes de tomar
definitivamente el micrófono. Sobre su delicado primer EP, Big Fan of the Sesh, Vol.1, de 2018, ella ha dicho que “las
canciones son como un viaje disperso a través de una relación intensa”. Otras
voces, mientras tanto, han sumado que “conmueven, y parecen haber sido
alimentadas vía biberón por álbumes de Gabrielle, Otis Redding y Whitney
Houston, aunque conviviendo con ritmos inspirados por la escena contemporánea
hip-hopera” (Les Inrocks Francia dixit). “Jazz lo-fi, esa es la expresión que
usaría para describir mi música”, ajusta la joven vegetariana, a la que habría
que arrimarle además la etiqueta de neo-soulera. Que retoma la línea de su
mini-disco primogénito en la secuela: A
World Without Snooze, Vol. 2, consistente con su línea de franqueza juvenil
y sensibilidad introspectiva para “exteriorizar emociones con una madurez
teñida por inocencia” (ídem dixit previo). Por lo demás, inminente es la
entrega de su tercer EP, No Place For
Patience, Vol. 3, que cierra trilogía. Y de los que ya ha anticipado dos
singles, Roses and Gold y Sunny. Por lo demás, en plan random,
datos adicionales: es vegetariana, bautizó a su mic Wendy, y no puede dormir
sin tener los oídos cubiertos “porque temo que espíritus entren a mi cerebro y
jodan mis sueños y mi vida”. Una paranoia como la de cualquier hija de vecina…
A todo trap(o) español
Los
pasados días, la cadena RTVE, Radiotelevisión Española, lanzó un atractivo
proyecto que puede visionarse en su sitio web, y que hará las delicias de
cualquier almita melómana con afición por la todoterreno música urbana.
Ibérica, vale aclarar, en tanto los 7 episodios semanales de Mixtape -tal es el nombre del programa-
prometen abordar distintas expresiones del género en el rutilante panorama
español. “Esta es la historia oral de una escena, narrada en primera persona
por sus protagonistas”, ofrecen desde el canal, que ha aunado a figurones como Rosalía,
C. Tangana, La Zowi o Yung Beef para estelarizar conversaciones sobre los más
variopintos tópicos: feminismo, antirracismo y diversidad sexual, el rol de los
productores, la tecnología como incentivo y transformador social y cultural, el
lujo, los memes, las redes sociales, la trampa del clickbait, la propia definición
del éxito o la identidad, y así. El Coleta, Alizzz, Ms. Nina, Trapani, Alba
Rupérez, La Tiguerita, Somadamantina, Goa, $kyhook o María José Llergo, otros
de los 24 jóvenes protagonistas de una propuesta que se propone “retrato de
toda una generación sin estereotipos ni prejuicios”, “primeros nativos
digitales adultos”, que han sabido pegar el salto al mainstream y, con
anécdotas y reflexiones personales, ayudarán a comprender mejor la complejidad
y variedad de la escena urbana, a menudo simplificada con etiquetas como trap o
reguetón.
Uno para las chicas
Si
la unión hace a la fuerza, el último disco de Kristin Chenoweth debería hacer
temblar al mismísimo Thor. Y es que, para su último disco, esta adorada/ble
leyenda de Broadway (la Glinda original de Wicked,
por brindar un solito rol memorable) ha tenido sorora idea: versionar clásicos
compuestos o popularizados por mujeres, heroínas suyas, amén de ofrecer “un testimonio
de las artistas poderosas y definitorias de una era, que empujaron los límites
de la música a través de su talento y ambición”. Así, en el flamante For The Girls, la temeraria KC -que no
se deja encorsetar por género alguno, aunque la inflexión country se le “escapa”
por aquí y por allá- homenajea a Judy Garland con una rendición de The Man That Got Away; a Barbra
Streisand con The Way We Were; a las
Shirelles con Will You Love Me Tomorrow;
a Patsy Cline con Crazy... Pero hete
aquí el sorpresón: no solo canta I Will
Always Love You de Dolly Parton; lo canta con Dolly Parton en un dúo de divas old-school. Para zambullirse en
el clásico de Lesley Gore de 1964 You
Don’t Own Me, comparte mic con Ariana Grande; y en I’m a Woman (versión Peggy Lee, del ’62, porque “para Aretha no me
da”) fichó a Reba McEntire y Jennifer Hudson, que accedieron de buenísima gana
a colaborar en el temón. Y el resto, como suele decirse, es historia. Sobre bases
un poco simplonas, todo hay que decirlo, pero con voces de primera liga,
reunidas por la rutilante Chenoweth, engañosamente pequeña (hay que ver lo que
crece ni bien empieza a entonar). Por lo demás, nótese que en un futuro Kristin
podría regresar a las pistas de Broadway con la adaptación teatral de La muerte le sienta bien y un biomusical
sobre la televangelista Tammy Faye Bakker. Hasta entonces, For The Girls…
Salón con pocas afamadas
“En
el año 2020, Salón de la Fama del Rock & Roll: por favor, que entren más mujeres”: así remata su discurso Janet
Jackson a fines del pasado marzo, tras pasar a los anales del galardón como una
de las artistas en integrar las filas de la clase 2019 (junto a Stevie Nicks,
Radiohead, The Cure, Roxy Music, Def Leppard y The Zombies, dicho sea de paso).
Había cifras que respaldaban el pedido de la hacedora de hits como Rhythm Nation o Together Again, tan tremendos los números que a cualquier balanza
le daría un jari… Y es que, según cierto conteo, de las 888 que habían sido
“inducidas” al Rock & Roll Hall of Fame en sus más de 3 décadas de
historia, solo 69 fueron mujeres; léase menos del 8 por ciento, a pesar de que
talentosísimas músicas den con el criterio impuesto por la sala sagrada de
Cleveland, que infunde carácter mítico a rockeros; el principal: haber editado
un disco hace, por lo menos, 25 años. Pues, habiéndose dado a conocer muy
recientemente los nuevos nominados, cuyos ganadores serán eternizados en la
edición 2020, conocidos recién en enero, se puede inducir que el solícito
pedido de Jackson no hizo demasiada mella en el panel de mil especialistas
internacionales que deciden la suerte de cada edición. A saber: Pat Benatar,
Dave Matthews Band, The Doobie Brothers, Motörhead, Notorious B.I.G.,
Soundgarden, T. Rex, Thin Lizzy y Whitney Houston han llegado a las listas por
primera vez; mientras que otros nombres vuelven a batallar por el honor que les
ha sido previamente negado: Depeche Mode (nominados ya en dos ocasiones pasadas),
Judas Priest (una vez), Kraftwerk (cinco veces), MC5 (cuatro), Nine Inch Nails
(dos), Rufus featuring Chaka Khan
(tres) y Todd Rundgren (nominado para la clase 2019). De los 16
preseleccionados, entonces, solo dos solistas -acostumbradas ya al espacio
reducidito en materia de laureles- y una banda de muchachos con voz cantante
femenina, Chaka Khan, que hoy más que nunca pareciera entonar I’m Every Woman reclamando honores
sospechosamente esquivos. ¿Y Tina Turner –solista, no como parte del (menos
prominente) dúo Ike & Tina, que sí fue incluido en los 90s-? ¿Y Carole
King, Cher o Cyndi Lauper, por mencionar unas pocas? ¿Para cuándo, Salón, para
cuándo?
Piano es salud
“El
aprendizaje musical ayuda a prevenir el deterioro de la memoria y potencia el
desarrollo de las funciones cognitivas”, prologa la pianista y pedagoga Lourdes
Sánchez Décima, docente especializada en bloqueo creativo y desarrollo musical
en la madurez, en un reciente artículo para el diario El País. Allí asegura la
especialista -con residencia en Santiago de Compostela- que aprender a tocar el
piano a partir de los 60 años, aún sin conocimientos previos en la materia, “se
ha revelado como un estímulo excelente para el desarrollo y el bienestar de las
personas”. Por siete motivos, según la damisela, que detalla con pelos y
señales los beneficios de embarcarse en el susodicho instrumento a partir de la
susodicha edad: contribuye a activar la mente; a conectar con las emociones; a
mejorar la consciencia corporal y la capacidad motora (“la respiración
coordinada con el movimiento hace de hilo conductor en el proceso de
aprendizaje, ayudando a disolver bloqueos adquiridos culturalmente -juicios,
autocríticas, etcétera-, mejorando su capacidad motora; sin presión ni tensión”);
a combatir la soledad; a ejercitar la memoria; a sentir protagonista; a superar
retos que creían fuera de su alcance. En fin, todo a favor, nada en contra para
zambullirse en las bondades del arte musical.