La señorita Rossler, 1938 |
Este año se conmemoran los centenarios de Ingmar
Bergman, Lenny Bernstein, Birgit Nilsson... Y sin proponérmelo caigo en la
cuenta de que también debo celebrar uno un tanto más doméstico y mucho más cercano:
el de mi madre, que a diferencia de la sueca, acabó en improvisada valquiria
por obligación.
Ella se ufanaba de haber nacido el año que acabó la
Primera Guerra Mundial, dándose corte con que, como broche de oro, esa fecha
del mismo mes había tenido lugar “El Día D”. Adorno que obviamente pudo agregar
recién 26 años después de nacida. Parafraseando a su amigo poeta José
Pedroni: “No fue un día cualquiera… alabado sea”, ya que este 6 de
junio Haydée Rossler hubiese cumplido los cien.
Para este centenario, no se me ocurre mejor
homenaje que evocarla mediante las pocas anécdotas que recuerdo de las cientos
anotadas en aquel cuaderno que sucumbió a la inundación de nuestro sótano, a
fines del '60. Con tinta verde, en papel cuadriculado – odiaba los renglones –,
ella venía anotando sobre sus tiempos de maestra; sus andanzas, aventuras y
desventuras como flamante egresada del magisterio, típica maestra normal
argentina convertida en atípica maestra rural en la pampa santafesina recorrida
en tren, bicicleta, moto, auto, sulky: cualquier medio de locomoción disponible
con tal de llegar a clase y regresar a la casa paterna en la “urbe” de
Esperanza, donde la aguardaban sus hermanos a la espera de la anécdota del día.
Corría 1938, en Argentina el horror de lo que vendría -y del cual esta nieta de
alemanes zafó por obra y gracia de la ubicación geográfica- quedaba demasiado
lejos.
Unas pocas anécdotas de las que hoy, antes de que
sea tarde, me apresuro a dejar constancia. Mamá soñó con publicarlas, sueño que
se avivó cuando el maestro uruguayo José María Firpo dio a conocer bajo la
forma de libro su genial ¡Qué porquería es
el glóbulo! Pero que acabó pasado por agua y sin consuelo para
ella por causa de la funesta inundación marplatense.
Afortunadamente, también las contaba, ¡y cómo! “Haydée,
contáme de nuevo aquella de…”, pedía China y mamá se entusiasmaba.
Finalizado el relato, la Zorrilla sentenciaba al público de dos, cuatro o los
que fueran, no importaba cuántos: “¡Y qué bien lo cuenta!”. En
vista de la aprobación de semejante clienta, mamá sentía que había ganado el
Oscar.
Pero a los 20, sus dotes declamatorias eran todavía
relativas. Y así fue que después de aterrorizar a la clase con la oda al
libertador, Nido de cóndores de
Olegario Andrade –¡Enjambre de recuerdos punzadores! ¡Pasaban
en tropel por su memoria! ¡¡Recuerdos de otro tiempo de esplendores!!–,
vio cómo dos alumnos discutían durante el recreo. Al divisarla, uno de
ellos le pidió muy circunspecto a la maestra recitadora que dirimiera la siguiente
cuestión: “Señorita, ¿no es cierto que San Martín era un cóndor?”.
***
Haydée Rossler y su hijo Sebastián |
De todos los alumnos devenidos personajes, ninguno
como el Toto Galopín, pecoso pelirrojo de familia de colonos piamonteses, de
Nuevo Torino, uno de los pueblos del derrotero escolar de “la señorita
Rossler”, al que se sumaban Humboldt, Pilar, Grütly y algún otro que se pierde
en imágenes como salidas del sepia de Luna de Papel de Bogdanovich. Mamá se ocupó de hacer
del Toto su actor principal, y no era para menos. Al comenzar el primer día de
clase en la fila de bancos de primer grado (en el aula única de las escuelas
rurales cada fila correspondía a un grado y estas maestras pioneras del multitasking se
las ingeniaban para atender a todos al mismo tiempo, acorde al correspondiente
nivel), nuestro héroe de 6 años lanzó un reverendo esputo al que siguió este
diálogo, un clásico de mamá imitando el particular acento del niño:
-Toto, ¿qué te pasa?
-E….maistra, sstranio el ssigarissho…
-Pero Toto…. ¿vos fumás?
-E….un pocco
Perpleja y alarmada llamó al padre que le explicó “Señorita,
los chicos deben fumar porque un poco de humo es lo más mejor para matar los
microbeos”. Viendo que no había nada que hacer por ese lado se erigió en
samaritana salvadora de los pulmones de Toto:
“Toto, ¿ves este dibujo? Sos vos por adentro.
Sos muy tiernito y si metés humo por aquí los vas a perforar. Así que a partir
de hoy no vas a fumar más, ¿entendido?”. Toto la miraba fijo no muy
convencido… “Y además, todas las mañanas te voy a oler la boca y pobre
de vos, ¿me entendiste?, ¡pobre de vos con que huelas a tabaco!”. Toto
asintió frente a las amenazas políticamente incorrectas de la señorita maestra
retirándose obediente y en silencio.
Cada mañana la señorita Rossler registraba el
aliento de Toto: impecable, impoluto, fresco, delicioso. Semanas después,
mientras almorzaba en la rectoría, oyó por la ventana lo que Toto llegando a la
escuela montado en su yegüita, muerto de risa, contaba a sus compañeros: “La
maistra cree que no fumo, pero yo…yo… ¡¡la JODO a la maistra!!!… Má si, yo fumo
e despué masstico la ojaderuda” (la picante hoja de ruda macho). Demás
está decir que el hecho de sentirse “jodida” por el Toto, acabó de conquistar
su corazón.
***
Llegando tarde a clase, un día vio a Toto cabizbajo
y meditabundo en la puerta de la escuela. “Toto, ¿qué te pasa?”. La
respuesta fue lacónica y rotunda “E….cagó el nono”. Brutal capacidad de síntesis para
decir que había muerto su abuelo. Casi como su innegable rapidez en
matemáticas. Pero la pobre maestra no lograba que Todo escribiera una sola
suma, resta, multiplicación o división.
-Es corenta (40).
-Sí Toto,
muy bien, dejame atender a los demás, anotalo en el cuaderno.
-¿Y para qué si es corenta?
-Porque es mejor anotarlo, así no te olvidas.
-No, es corenta, no me voy a olvidar.
***
Madre e hijo |
¡Clase de geografía e historia! La redondez del
planeta y el descubrimiento de América y mamá trayendo globo terráqueo,
manzana, vela (el sol) en un show improvisado para darles una idea del asunto.
El primer problema surgió cuando la madre de un alumno le mandó decir “que
dejara de enseñar mentiras, la Tierra es cuadrada”. El inefable Toto no
podía faltar ni dejar de salirse con la suya y en su composición sobre el viaje
del navegante Cristóbal escribió, textual: “Colón salió a dar una
vuelta para ver si la Tierra era redonda. Camina, DALE, camina, la tierra es
cuadrada”.
***
¡Clase de zoología! Con un títere en una mano, a
los más chiquitos les daba datos para adivinar algún animal – “Tengo
cuatro patas, como pasto, tomo leche", y así por el estilo-. La
composición donde los niños debían contar de qué animal se trataba llevaba por
título “¿Adivina quién soy?”. Esta fue la respuesta del Toto
desglosada, poesía concreta se llamaría hoy….
“¿Soy la liebre?
¡No!
¿Soy la perdiz?
!No!
¿Soy la yegua?
¡No!
¿Soy el carancho?
¡No!
¿Quién soy?
Sonsa (sic) ¡No endivinaste! ¡Soy la
perdiz!”
***
Llegó el invierno y en clase de higiene la señorita
Rossler explicaba cómo prepararse un baño de agua caliente, hasta esas cosas había
que enseñar en aquel entonces. Sentadito en el primer banco, Toto la miraba
fascinado como quien mira un ser de otro planeta; de hecho, lo era. De pronto
se dio vuelta y rugió a la clase “¡La maistra se baña en el invierno!”.
El coro de carcajadas la dejó estupefacta. “Este…. pero… Toto,
¿no te bañas en invierno?”. “Noooo… ¿Y para qué?“. La mundana maestra
respondió “Sin embargo se te ve muy limpito”. A lo que el Toto
asestó: “E…es que ¡yo me paso un trrrrrapito!… mire maistra, una vez mi
hermana la Telma se lavó la cabeza en el invierno e se enfermó: ¡ahora no se
lava más!”.
***
Entre el trapito, la hoja de ruda, ser tachada de
zonza, la tierra chata y el humo para los microbios, la señorita Rossler entró
en etapa de resignación automática, que se hizo borrachera cuando tuvo que
censar cada granja y chacra respetando escrupulosamente la directiva del
inspector de censos: “Señoritas maestras, sepan que son la visita del año.
Acepten lo que les ofrecen en cada casa”. Como la obligación resultó
en aceptar una “copita de licor” en cada casa, al llegar a la vigésima se quedó
dormida en el sulky que la llevaba. Nunca se sabrá cuántos quedaron fuera del
censo.
***
En uno de esos pueblitos, una vez asistió a
un remate. Entre los objetos a rematar, un bidet. El rematador a los cuatro
vientos ofrecía “Y ahora vamos a rematar esta….esta…. ¡esta bañaderita
con forma de guitara!”.
***
Haydée y Spreng |
Como cierre, mi anécdota favorita: Los Pérez,
únicos hermanitos morochos en ese mar de pelos rubios y zanahorias.
Discriminados por no ser “oiropeos” o suficientemente “claros”, no pertenecían,
no eran partícipes de juegos, ni de golosinas. Agazapados en un rincón del
patio durante el recreo, calladitos, bien portados, los Pérez soportaban con
santa resignación.
Un día Los Pérez faltaron. Y otro día, y otro más….
Pasó una semana hasta que volvieron a aparecer en el carrito tirado por
caballos que los depositaba en clase. Mamá adoraba contar la escena en el
patio, durante el recreo, que ella presenció desde la rectoría, digna
del Amarcord de
Fellini: “Y así fue que los pobres Pérez quedaron rodeados, cercados
por un horda de piamonteses amenazantes… Entonces, uno se adelantó altivo y
preguntó: PERE… PERQUÉ FALTASSTESS?… Y uno de los dos “Pere” musitó: “Porque mi
papá mató de diez puñaladas a mi tío”. Todos al mismo tiempo, los tanitos
dieron violento salto hacia atrás, como con un resorte, y a partir de ese
momento... los Pérez pasaron a ser las estrellas de la escuela, los primeros
convidados con golosinas e invitados a todo… PERE, QUERÉ JUGAR?… PERE, QUERE
UNA MASITA?… PERE, PROBÁ ESTO CARAMELOS TE VAN GUSTAR!”.
Como epílogo a cada performance, mamá
remataba con aquel colono que no iba a misa: “¿Para qué voy a ir? ¿Para
que el cura me diga que voy a ir al infierno?… Mire maistra, si yo que no soy
muy bueno que digamos sería incapaz de meter a mi vecino en el horno, ¿cómo
es que Dios que es el más bueno me va a meter en un horno por no ir a la
iglesia?”.
Al igual que a Toto con la aritmética, era
imposible no darle la razón.